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martes, 4 de septiembre de 2012

Habor y signe

En una provincia de Dinamarca hay un lugar lla­mado Sigerstedt. Allí, hace mucho tiempo, man­daba el rey Sigar. Tenía una hija llamada Signe, de gran belleza, amada por todos los guerreros de su padre. Mas ella a ninguno había entregado su cora­zón, y a las fiestas y banquetes prefería los paseos solitarios en el bosque, cabalgando alegremente.
Una tarde iba por un sendero al borde de un río, cuyas aguas habían crecido por las lluvias y corrían impetuosamente. Signe cabalgaba sin cuidado, pero su caballo, de pronto, resbaló y la joven princesa rodó hasta caer en las aguas. Su vida estaba en gran peligro. Pero en aquel momento pasaba un joven guerrero que volvía de una partida de caza. Oyó los gritos angustiados de Signe y se precipitó en el río, consiguiendo salvarla. El sitio en donde suce­dió este episodio está situado en una isla, cerca de Vrangstrup.
Desde entonces, Signe guardó una honda gratitud a Habor y, creciendo su intimidad, llegaron a pro­meterse como esposos.
Solían verse con frecuencia en un paseo que aún se llama de la pequeña Signe. Nada sabía el Rey de estos amores, y los enamorados los ocultaban, ya que Signe estaba prometida a un poderoso príncipe.
Pero, a pesar de todo, seguían en sus amores. Y un día Habor, disfrazado con ropas de una cama­rista, penetró en la habitación de Signe.
Creyeron no ser advertidos de nadie, pero la no­driza de la princesa los vio y fue a contar al rey Sigar lo que ocurría. Éste, enfurecido, mandó a su guardia que se apoderase de Habor. Cuando éste llegó a su presencia, le reprochó la traición que había come­tido. Pero Habor le contestó:
-¡Oh, Rey, ninguna traición he cometido! Tu hija y yo nos amamos desde hace mucho tiempo. Fuerte es mi brazo y te ha servido siempre.
A pesar de estas palabras, Sigar no quiso oír más, dio orden de que encerrasen al guerrero en un cala­bozo y de que a la mañana siguiente fuese ahorcado en lo alto de una colina.
Cuando Signe conoció la condena de Habor, fue presa del más intenso dolor.
Aquella noche sobornó a los carceleros y penetró en la celda donde el desdichado Habor esperaba la llegada del día que iba a ser el último de su exis­tencia.
Los dos amantes se abrazaron, y Signe prometió que, si Habor era ahorcado, ella no le sobreviviría.
Al día siguiente, el joven esposo fue llevado a la colina donde debía ser ahorcado. Mientras tanto, Signe echaba a unos pozos -que se llaman aún de la pequeña Signe- todas sus joyas y riquezas.
Habor, antes de ser ahorcado, pidió que se sus­pendieran de la horca sus vestidos, para ver qué fi­gura haría después de muerto. En realidad, quería saber si Signe cumplía su juramento.
La princesa, cuando vio desde su palacio las vesti­duras de Habor pender de la horca, creyó que era él mismo que ya había recibido muerte. Y entonces, cogiendo una antorcha, prendió fuego a su palacio, pereciendo en las llamas. Habor, cuando vio arder el palacio, tuvo la seguridad de que Signe no le so­breviviría y se entregó a manos de los verdugos.
Su cuerpo fue enterrado en aquella misma colina.
Así perecieron los dos amantes. La nodriza que había sido causa de su desgracia recibió pronto el castigo de su traición. Un servidor de Habor la en­contró un día y, encendido de ira, la precipitó en un pozo, que aún se llama «La sima de la sirvienta».

031. anonimo (dinamarca)

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