En una provincia de
Dinamarca hay un lugar llamado Sigerstedt. Allí, hace mucho tiempo, mandaba
el rey Sigar. Tenía una hija llamada Signe, de gran belleza, amada por todos
los guerreros de su padre. Mas ella a ninguno había entregado su corazón, y a
las fiestas y banquetes prefería los paseos solitarios en el bosque, cabalgando
alegremente.
Una tarde iba por un
sendero al borde de un río, cuyas aguas habían crecido por las lluvias y
corrían impetuosamente. Signe cabalgaba sin cuidado, pero su caballo, de
pronto, resbaló y la joven princesa rodó hasta caer en las aguas. Su vida
estaba en gran peligro. Pero en aquel momento pasaba un joven guerrero que
volvía de una partida de caza. Oyó los gritos angustiados de Signe y se
precipitó en el río, consiguiendo salvarla. El sitio en donde sucedió este
episodio está situado en una isla, cerca de Vrangstrup.
Desde entonces, Signe
guardó una honda gratitud a Habor y, creciendo su intimidad, llegaron a prometerse
como esposos.
Solían verse con
frecuencia en un paseo que aún se llama de la pequeña Signe. Nada sabía el Rey
de estos amores, y los enamorados los ocultaban, ya que Signe estaba prometida
a un poderoso príncipe.
Pero, a pesar de todo,
seguían en sus amores. Y un día Habor, disfrazado con ropas de una camarista,
penetró en la habitación de Signe.
Creyeron no ser
advertidos de nadie, pero la nodriza de la princesa los vio y fue a contar al
rey Sigar lo que ocurría. Éste, enfurecido, mandó a su guardia que se apoderase
de Habor. Cuando éste llegó a su presencia, le reprochó la traición que había
cometido. Pero Habor le contestó:
-¡Oh, Rey, ninguna
traición he cometido! Tu hija y yo nos amamos desde hace mucho tiempo. Fuerte
es mi brazo y te ha servido siempre.
A pesar de estas
palabras, Sigar no quiso oír más, dio orden de que encerrasen al guerrero en un
calabozo y de que a la mañana siguiente fuese ahorcado en lo alto de una
colina.
Cuando Signe conoció la
condena de Habor, fue presa del más intenso dolor.
Aquella noche sobornó a
los carceleros y penetró en la celda donde el desdichado Habor esperaba la
llegada del día que iba a ser el último de su existencia.
Los dos amantes se
abrazaron, y Signe prometió que, si Habor era ahorcado, ella no le
sobreviviría.
Al día siguiente, el
joven esposo fue llevado a la colina donde debía ser ahorcado. Mientras tanto,
Signe echaba a unos pozos -que se llaman aún de la pequeña Signe- todas sus
joyas y riquezas.
Habor, antes de ser
ahorcado, pidió que se suspendieran de la horca sus vestidos, para ver qué figura
haría después de muerto. En realidad, quería saber si Signe cumplía su
juramento.
La princesa, cuando vio
desde su palacio las vestiduras de Habor pender de la horca, creyó que era él
mismo que ya había recibido muerte. Y entonces, cogiendo una antorcha, prendió
fuego a su palacio, pereciendo en las llamas. Habor, cuando vio arder el
palacio, tuvo la seguridad de que Signe no le sobreviviría y se entregó a
manos de los verdugos.
Su cuerpo fue enterrado
en aquella misma colina.
Así perecieron los dos
amantes. La nodriza que había sido causa de su desgracia recibió pronto el
castigo de su traición. Un servidor de Habor la encontró un día y, encendido
de ira, la precipitó en un pozo, que aún se llama «La sima de la sirvienta».
031. anonimo (dinamarca)
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