En Flensburgo, hoy
perteneciente a Alemania, pero antiguamente población danesa, se podían ver en
el siglo pasado las ruinas de un viejo castillo. Una vez, cuando aún las
paredes estaban en pie, dos soldados hallábanse allí de guardia. Uno de ellos
había ido al pueblo vecino, y el que había quedado procuraba distraer las horas
tediosas de la centinela canturreando. De pronto, se interrumpió espantado.
Delante de él había aparecido una dama, alta y blanquísima, que le dijo:
-Soy un espíritu maldito.
He errado por este lugar durante muchos siglos y no encontraré jamás el reposo
de la tumba. Junto a estas paredes hay enterrado un gran tesoro y sólo hay
tres personas que puedan apoderarse de él. Tú eres una de esas tres.
Entonces, el soldado le
preguntó qué debía hacer para que se cumpliese aquello que ella decía. La dama
le contestó:
-Hoy no hagas nada ni
intentes buscar por ti mismo, porque sería en vano. Ven mañana temprano y te
diré lo que tienes que hacer.
Dichas estas palabras,
desapareció.
Pero las palabras de la
dama habían sido escuchadas por el otro soldado, que, al volver, había visto
la aparición conversando con su compañero. Nada dijo, sino que a la mañana
siguiente se ocultó, para oír las instrucciones que recibía su camarada. Cuando
el amigo, provisto de pico y azada, se presentó, la dama blanca salió a su
vez, pero, al notar que eran espiados, objetó:
-Hoy no es día bueno para
lo que hemos de hacer. Lo dejaremos para mañana. Y desapareció.
El segundo soldado, que
había esperado oculto, volvió a su casa y cayó súbitamente enfermo. Mandó
llamar a su amigo, al que confesó lo que había hecho, y le suplicó que no se
ocupase de las cosas sobrenaturales, y que, antes de volver a seguir las
instrucciones de la dama blanca, consultase con el párroco, que él le daría un
buen consejo. Al amigo le parecieron razonables estas palabras y fue a contarle
al párroco todo lo que le había ocurrido. Éste le aconsejó:
-Sigue las instrucciones
de la dama blanca, pero ten cuidado de que sea ella la que empiece.
Por la mañana, el soldado
subió al castillo. A poco, se le apareció la dama blanca, la cual le indicó el
sitio por donde debía comenzar su trabajo. Después añadió:
-Cuando halles el tesoro,
la mitad te pertenecerá, pero de la otra mitad harás dos partes: una para la
iglesia y otra para los pobres.
El soldado fue tentado
por el demonio, que despertó en él la codicia, y le hizo gritar de mala manera
a la dama blanca:
-Pero, entonces, ¿no es
todo para mí?
¡Nunca hubiera dicho
estas palabras! La dama blanca exhaló un doloroso gemido y desapareció, como
una llama azul, por el foso del castillo.
El soldado regresó a su
casa y, de la impresión recibida, enfermó. Nada pudo hacerse para curarlo, y a
los tres días justos entregó su alma.
Estos acontecimientos se
extendieron pronto por todo el país. Un día, llegó al castillo un joven estudiante,
pobre y valiente, que deseaba hacer fortuna. Sin tener nada, esperó a que
dieran las doce, en el sitio que ya le habían dicho, hora en que se aparecería
la dama blanca. En efecto, cuando a lo lejos, en el pueblo, retumbaron las
campanadas de la medianoche, la dama blanca se apareció. Él le dijo:
-He sabido la historia de
vuestra desgracia y quiero libraros de la maldición.
Pero la dama blanca le
contestó que él no era una de las tres personas que podían encontrar el tesoro
y librarla de su maldición.
-Pero en pago de tu buena
voluntad, serás recompensado. La muralla que hay que derribar no podrá serlo
en mucho tiempo por manos humanas.
Y desapareció.
El estudiante volvió a la
noche siguiente, por compasión hacia la dama, para oír sus lamentos, que
resonaban en la oscuridad y el silencio. Cuando penetró en el castillo, tropezó
y cayó. A la luz de la Luna ,
vio con sorpresa que había tropezado en un montón de monedas de plata, de las
que se apoderó.
031. anonimo (dinamarca)
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