Hace muchos años, vivía
en Checoslovaquia un muchacho llamado Pedro. Cuando su padre, un rico labrador,
murió, su madrastra le usurpó la herencia y lo echó de casa.
-No quiero verte más;
vete al demonio -le dijo.
Pedro echó a andar,
dejando tras sí aquella granja que él tanto quería. Mas era un chico fuerte y
duro para el trabajo y esperaba encontrar pronto un medio de vida. Cuando llegó
al próximo pueblo se dirigió a la mejor granja para pedir trabajo. El dueño
estaba en la puerta, comiendo pan con mantequilla.
-Alabado sea Dios -dijo
el muchacho, descubriéndose.
-Por siempre sea alabado
-contestó el granjero. ¿Qué deseas?
-Busco trabajo. ¿Necesita
usted un chico para
las faenas de la granja?
Conozco bien el oficio.
-¿Tú, con ese traje de
señorito? ¡Vete al demonio!
Y le dio con la puerta en
las narices.
Se marchó después a casa
del alcalde del pueblo.
Pero allí recibió por
toda contestación:
-¡Fuera, pillo! ¡Vete al
diablo!
Apesadumbrado y meditabundo,
salió del pueblo.
Iba andando camino del
bosque, pensando en su mala suerte y en la falta de caridad de la gente, que, por
toda ayuda, le mandaba al diablo, cuando vio pasar por allí a un hombre muy
llamativo, vestido de verde.
Pedro se quitó la gorra y
le saludó diciendo:
-Alabado sea Dios.
Pero el hombre no le
contestó; al contrario, dio muestras de desagrado y luego le preguntó:
-¿Por qué andas tan
agobiado, muchacho?
Pedro le explicó que
buscaba trabajo y que nadie se lo daba, y todo el mundo le mandaba al diablo.
-Probablemente, el diablo
será más amable que estas gentes -acabó diciendo.
El hombre sonrió y le
preguntó si tendría miedo de ver al demonio. Pedro contestó que no; que habiendo
conocido a su madrastra, no podía asustarle nada ya.
Entonces el hombre se
volvió de un color negruzco y dijo:
-Yo soy el demonio.
Pedro no se conmovió.
Entonces el diablo le propuso entrar a su servicio. Él necesitaba un joven
para atizar tres enormes calderas en el infierno.
Pedro y el diablo
hicieron un contrato, por el que el muchacho se comprometía a trabajar siete
años en el infierno y, al cabo de este tiempo, quedaría libré y recibiría un
regalo del diablo.
El Maldito le tomó por el
brazo e inmediatamente se encontraron en el infierno. Pedro fue conducido al
cuarto de las tres calderas y recibió instrucciones. A la primera caldera debía
atizarla con cuatro troncos; a la segunda con ocho y, a la tercera, con doce.
Pedro se encontraba muy
feliz en su oficio. Comía espléndida-mente y se divertía con las historietas
que le contaban dos pequeños diablillos que tenía para ayudarle en su trabajo.
Pero llegó un momento en que se cansó de aquello y le apeteció visitar la Tierra ; deseaba ver la
hierba verde y pasear por el bosque. Le preguntó al diablo cuánto tiempo llevaba
ya a su servicio.
-Mañana hace siete años
-le contestó el demonio.
Pedro, viendo que acababa
su contrato, decidió abandonar el infierno. Como había servido muy bien al
diablo, éste le regaló una vara mágica.
-Siempre que desees
dinero, no tienes más que pedírselo y tendrás cuanto quieras -le dijo el diablo.
Se me olvidaba decirte que cuando subas a la Tierra las gentes te tendrán miedo, pues has
tomado nuestro color tostado del infierno y tienes un pelo y unas uñas muy
largos. ¡Hace siete años que no te los cortas!
Pedro no se inquietó por
esto, pues esperaba quitarse fácilmente aquel color tostado cuando se diera un
buen baño, y en cuanto a las uñas y al pelo, con cortarlos quedaría listo. Pero
el demonio le advirtió que el tostado de la piel no se le iría nunca y que lo
que podía hacer era decir a las gentes que era cuñado del demonio.
Pedro se despidió de sus
amigos los diablillos y fue transportado a la Tierra por el diablo, yendo a aparecer en el
bosque, en el mismo lugar en que se habían encontrado.
El diablo se despidió de
él prometiéndole ayuda siempre que lo necesitara, y desapareció. Pedro, con la
varita mágica en el bolsillo, se dirigió al pueblo más próximo.
Cuando los chicos que
jugaban en la calle le vieron, corrieron horrorizados a sus casas, gritando:
-¡El demonio! ¡El demonio
ha venido!
Las madres y los padres
salían a las ventanas para ver qué ocurría, y al ver a Pedro todos bajaban a
cerrar sus puertas y empezaban a rezar para que Dios los librara del diablo.
Al pasar por delante de
la casa del alcalde, vio a éste y a su esposa -que le habían negado trabajo,
sentados a la puerta del jardín. Se acercó con sigilo y, sentándose enfrente,
les saludó sonriendo. Los esposos, horrorizados ante este personaje infernal,
no tuvieron fuerzas para moverse.
-Señor alcalde -dijo
Pedro, vengo desde muy lejos y tengo mucha sed. ¿Querríais darme un vaso de
cerveza?
Enseguida el alcalde
llamó a Yirik, el mozo del establo, que andaba por el jardín, y le mandó que
trajera una jarra de cerveza. Al poco rato, Yirik apareció con un jarro; pero
al ver a Pedro se asustó tanto, que lo dejó caer. Entonces el alcalde, indignado
por su descuido, le golpeó sin piedad.
Pedro, dirigiéndose a
Yirik, le dijo muy amable:
-No te asustes de mí; yo
no soy el diablo.
Yirik sonrió, confiado.
-Soy únicamente el cuñado
del demonio -dijo Pedro.
Desde entonces, Pedro
simpatizó con Yirik y fue el único amigo que tuvo en el pueblo, pues todo el
mundo huía de él como si fuera el mismo demonio, a pesar de que no era más que
su cuñado.
Un día que Yirik estaba
llorando junto a la tapia del jardín de su amo, porque éste le había pegado,
pasó por allí Pedro. Al verle llorando tan desconsolado, se compadeció de él,
y sacando su varita mágica, le llenó la gorra de monedas de oro.
Al muchacho, loco de
alegría, le faltó tiempo para contarle a su amo lo que le había sucedido.
A todo el mundo iba
enseñando su gorra llena de monedas, y decía:
-¡No es el demonio; sólo
es su cuñado!
El alcalde, que era muy
avaro, al saber la suerte de Yirik, trató de quitarle el dinero. Aquella noche,
mientras el muchacho dormía, fue a su cuarto para darle muerte y apoderarse de
su dinero.
Entonces el demonio se
apareció a Pedro y le dijo que Yirik iba a ser asesinado por su amo. Aquél
salió enseguida en busca de su amigo, y al entrar en su cuarto se encontró al
alcalde con un cuchillo en la mano, dispuesto a asesinarle. Después de breve
lucha, Pedro logró arrebatarle el cuchillo. El alcalde temblaba de pies a
cabeza.
-No te mataré -dijo
Pedro-; pero me has de prometer que tratarás a Yirik como a tu propio hijo. Si
no cumples esto, te llevaré al infierno. ¡No olvides que soy el cuñado del
demonio!
Desde entonces, la vida
de Yirik cambió. Iba a la escuela, comía opípara-mente y vestía como el mejor
burgués del pueblo.
Pasado el tiempo, la
gente se convenció de que Pedro no era el demonio. Tenía un corazón bondadoso
y ayudaba a los pobres. Más de una vez la varita mágica sirvió para socorrer
muchas desgracias.
Pedro empezó a hacerse
célebre por todo el país con su encantada varita. Un día, el Príncipe le mandó
llamar a su palacio.
Pedro, intrigado,
preguntó al alcalde que para qué le llamaría el Príncipe.
-Sin duda es para pediros
dinero -contestó. Tiene dos hijas, de su primer matrimonio, que son muy gastadoras,
despilfarran todo el dinero de la corte y aun obligan a su padre a endeudarse.
Pero tiene otra hija, la más pequeña, nacida de su segundo matrimonio, que es
un ángel. Todos adoramos a nuestra princesita Linka; pero las dos mayores son
odiosas. ¡Podrían irse al diablo!
-Al decir esto, el alcalde
se tapó la boca y agregó: Perdonad...
Pero Pedro se echó a
reír:
-No os inquietéis. Yo no
soy el demonio; soy únicamente el cuñado del demonio.
A la mañana siguiente, se
puso en camino, hacia la corte. El Príncipe, en efecto, deseaba que le prestase
dinero. Pedro contestó que lo haría encantado, pero con una condición: le
tendría que dar a una de sus hijas por esposa.
El Príncipe contó a éstas
lo ocurrido: un hombre de un extraño color oscuro, que decía ser cuñado del
demonio, le había prometido prestarle dinero a condición de tomar por esposa a
una de ellas.
Las dos mayores se
opusieron y obligaron a la pequeña Linka a casarse con aquel hombre semidiabólico.
-¡Padre -dijo Linka, yo
me casaré, si ello sirve para la felicidad y la paz de nuestro país!
Las hermanas se reían de
ella y la llamaban «cuñada del demonio».
-Si fuera para casarse
con el mismo demonio, aceptaría, porque llegaría a ser la princesa Lucifer
-dijo una de ellas. Pero eso de ser únicamente la cuñada del demonio es
denigrante.
Cuando Pedro fue
presentado a la prometida, ésta estuvo a punto de desmayarse de horror.
Pero Pedro le dijo
dulcemente:
-No tengas miedo,
princesita; no soy tan horrible como parezco. Si te casas conmigo, sabré hacerte
feliz.
Linka, cuando hubo oído
estas palabras, le sonrió con dulzura. Pedro prestó al príncipe gran cantidad
de dinero y se convinieron las bodas.
El cuñado del demonio no
olvidaba la impresión de la princesa Linka al verle. Deseando quitarse aquel
aspecto diabólico que tanto horrorizaba a su prometida, llamó al diablo y le
rogó que le diera su aspecto propio y le quitara aquel feísimo tinte negruzco
de su piel. El diablo lo llevó a un lejano país, y allí, con un agua
maravillosa, logró quitárselo.
El día de la boda estaba
hermoso; había recuperado su blanca piel y sus cabellos dorados. Con su
séquito de magníficas carrozas y vestido riquísimamente, se presentó en
Palacio.
Linka, maravillada al
verle, se enamoró por completo de él.
Mientras tanto, las
hermanas, muertas de envidia, espiaban la comitiva desde su cámara. De repente,
se les apareció el demonio.
-Soy el príncipe Lucifer
-dijo. En una ocasión deseasteis casaros conmigo; ahora vengo por vosotras,
para haceros mis esposas. Así, Pedro se podrá llamar desde ahora, con toda
razón, el cuñado del demonio.
Y tomándolas del brazo,
desapareció con ellas.
Pedro y Linka fueron muy
felices y nunca volvieron a ver a su cuñado, el diablo, en toda su larga y
feliz existencia.
121. anonimo (chequia)
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