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martes, 4 de septiembre de 2012

La cena del sacerdote

Hay quien dice que las hadas son parte de los án­geles expulsados del paraíso, que, no teniendo tdnta culpa como otros, fueron sólo desterrados a este mundo.
Esto explica lo que ocurrió una vez cerca de In­chegeel, a orillas de un río junto al cual estaban bai­lando muchas hadas al caer la noche.
Estaban bailando, cuando de pronto cantó una de ellas, avisando que se aproximaba un sacerdote y, al oírla, todas se dispersaron y se escondieron entre las hojas y en los hoyos. El padre Horrigan se acercaba por el camino que podía verse desde el río, y venía pensando que ya que se le había hecho tan tarde, descansaría en la primera cabaña que hallara al paso. Llegó muy pronto a la morada de Dermond Leary; como era un sacerdote muy piadoso y muy querido en la comarca, el dueño de la casa le recibió muy contento y sólo se apuró al encontrarse con que lo único que podía ofrecer a su huésped para cenar eran las humildes patatas que su mujer tenía pues­tas a cocer. Se acordó entonces de la red que había dejado en el río hacía poco rato y decidió recogerla, por si había caído ya en ella algún pez.
Cuando Dermond llegó al río y tiró de la red, se encontró un salmón como había visto pocos; pero, al alargar la mano para cogerlo, sintió que una fuerza invisible se lo arrebataba y lo lanzaba de nuevo a la corriente. Esto le contrarió de tal modo, que no pudo menos que maldecir en alta voz al pez y a quien se lo había arrebatado con tal fuerza como si se tratara del demonio en persona.
-No es verdad -dijo entonces una de las ha­das; no éramos más que docena y media de no­sotras.
Y mientras el pescador la miraba asombrado, le pidió que fuera en su nombre a hacer una pregunta al sacerdote que estaba en su casa y volviera tra­yendo la respuesta, con lo cual ellas se encargarían de proporcionarle la mejor cena que pudiera ape­tecer.
Dermond se resistió al principio, pensando que por una cena no era cosa de exponer su alma a la perdición; pero, como el hada insistía, acabó por consentir, y supo entonces que la pregunta que ha­bía de hacer al padre Horrigan era la siguiente: «¿Se salvarán las almas de las hadas, al llegar el último día, del mismo modo que las almas de los buenos cristianos?».
Cuando regresó a su casa, la cena estaba prepa­rada, y el pescador se dirigió enseguida al sacerdote y le hizo la pregunta. El padre preguntó quién la había formulado, y, al hacerlo, su mirada se volvió tan seria, que Dermond no la podía resistir.
Contó todo lo que había sucedido, y el sacerdote le mandó que volviera al río y dijera a las hadas de su parte, que vinieran a presen-tarse ante él, y enton­ces contestaría con mucho gusto, no sólo a aquella, sino todas las preguntas que quisieran hacerle.
Dermond volvió, pues, al río. Al momento se sin­tió rodeado por las hadas, que venían a saber la contestación; pero al oír éstas que habían de presen­tarse ante el propio padre Horrigan, escaparon en todas direcciones. Y lo hicieron a tal velocidad, que el pescador quedó como aturrullado.
Cuando volvió -lo cual tardó un rato en hacer, tuvo que comer en compañía de su huésped las pa­tatas cocidas.
El sacerdote pareció no dar importancia a lo suce­dido; pero Dermond no podía menos de asom­brarse de que un hombre cuyas palabras teníari po­der suficiente para ahuyentar a las hadas no se preocupara más de su cena, y no dejaba de pensar en el hermoso salmón que le fue arrebatado en el río, en circunstancias tan peregrinas.

124. anonimo (irlanda)

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