Hay quien dice que las
hadas son parte de los ángeles expulsados del paraíso, que, no teniendo tdnta
culpa como otros, fueron sólo desterrados a este mundo.
Esto explica lo que
ocurrió una vez cerca de Inchegeel, a orillas de un río junto al cual estaban
bailando muchas hadas al caer la noche.
Estaban bailando, cuando
de pronto cantó una de ellas, avisando que se aproximaba un sacerdote y, al
oírla, todas se dispersaron y se escondieron entre las hojas y en los hoyos. El
padre Horrigan se acercaba por el camino que podía verse desde el río, y venía
pensando que ya que se le había hecho tan tarde, descansaría en la primera
cabaña que hallara al paso. Llegó muy pronto a la morada de Dermond Leary; como
era un sacerdote muy piadoso y muy querido en la comarca, el dueño de la casa
le recibió muy contento y sólo se apuró al encontrarse con que lo único que
podía ofrecer a su huésped para cenar eran las humildes patatas que su mujer
tenía puestas a cocer. Se acordó entonces de la red que había dejado en el río
hacía poco rato y decidió recogerla, por si había caído ya en ella algún pez.
Cuando Dermond llegó al
río y tiró de la red, se encontró un salmón como había visto pocos; pero, al
alargar la mano para cogerlo, sintió que una fuerza invisible se lo arrebataba
y lo lanzaba de nuevo a la corriente. Esto le contrarió de tal modo, que no
pudo menos que maldecir en alta voz al pez y a quien se lo había arrebatado con
tal fuerza como si se tratara del demonio en persona.
-No es verdad -dijo
entonces una de las hadas; no éramos más que docena y media de nosotras.
Y mientras el pescador la
miraba asombrado, le pidió que fuera en su nombre a hacer una pregunta al
sacerdote que estaba en su casa y volviera trayendo la respuesta, con lo cual
ellas se encargarían de proporcionarle la mejor cena que pudiera apetecer.
Dermond se resistió al
principio, pensando que por una cena no era cosa de exponer su alma a la
perdición; pero, como el hada insistía, acabó por consentir, y supo entonces
que la pregunta que había de hacer al padre Horrigan era la siguiente: «¿Se
salvarán las almas de las hadas, al llegar el último día, del mismo modo que
las almas de los buenos cristianos?».
Cuando regresó a su casa,
la cena estaba preparada, y el pescador se dirigió enseguida al sacerdote y le
hizo la pregunta. El padre preguntó quién la había formulado, y, al hacerlo, su
mirada se volvió tan seria, que Dermond no la podía resistir.
Contó todo lo que había
sucedido, y el sacerdote le mandó que volviera al río y dijera a las hadas de
su parte, que vinieran a presen-tarse ante él, y entonces contestaría con
mucho gusto, no sólo a aquella, sino todas las preguntas que quisieran hacerle.
Dermond volvió, pues, al
río. Al momento se sintió rodeado por las hadas, que venían a saber la
contestación; pero al oír éstas que habían de presentarse ante el propio padre
Horrigan, escaparon en todas direcciones. Y lo hicieron a tal velocidad, que el
pescador quedó como aturrullado.
Cuando volvió -lo cual
tardó un rato en hacer, tuvo que comer en compañía de su huésped las patatas
cocidas.
El sacerdote pareció no
dar importancia a lo sucedido; pero Dermond no podía menos de asombrarse de
que un hombre cuyas palabras teníari poder suficiente para ahuyentar a las
hadas no se preocupara más de su cena, y no dejaba de pensar en el hermoso
salmón que le fue arrebatado en el río, en circunstancias tan peregrinas.
124. anonimo (irlanda)
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