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martes, 4 de septiembre de 2012

La proeza de godofredo de la tour

Entre los nobles caballeros de Provenza que par­tieron a las Cruzadas contra los infieles, había un señor llamado Godofredo de la Tour, de gran valor, guerrero tan heroico como jamás se había conoci­do otro.
En los combates se lanzaba el primero, sin tener cuidado de cubrir su cuerpo contra los dardos y las piedras y, así galopaba enérgico hacia los escuadro­nes arábigos. Su reputación creció en gran manera, y en todos los ejércitos cristianos era conocido y ad­mirado su valor.
Un día, cabalgaba en una descubierta, en unión de otros caballeros, seguidos de numerosos soldados.
De pronto, oyeron los terribles rugidos lanzados por un león. Todos temblaron de espanto, menos Godofredo, e intentaron huir, por miedo a caer en las garras de la fiera. Pero Godofredo descabalgó, sacó su espada y se dirigió a la floresta en donde es­taba oculto el león. Avanzó, dispuesto a luchar con­tra el felino; mas cuando penetró entre los arbustos y matas, vio asombrado un terrible espectáculo. No eran rugidos de cólera los que lanzaba el león, sino de dolor. En el sitio donde dormía se había metido una enorme serpiente y lo aprisionaba entre sus ani­llas. La serpiente se había colocado hábilmente, para que el león no le pudiera causar ningún daño. Apretaba, con propósito de ahogar a la fiera y engu­llirla después.
El felino, no sólo sufría por el dolor producido por los anillos viscosos de la sierpe, sino que tam­bién rugía de cólera por morir de tan ignominiosa manera. Así, cuando vio llegar a un caballero de prez, con la espada en alto, le lanzó una mirada de agradecimiento, pues prefería morir a manos de un hombre de armas.
Godofredo de la Tour se aproximó con precau­ción y de un mandoble cortó la cabeza del reptil. Los anillos se distendieron, y el león respiró, libre. Godofredo, después de haber matado a la serpiente, dio un paso atrás para prepararse a luchar con el animal. Pero éste, reconocido, vino humildemente a postrarse a las plantas del caballero que le había salvado la vida, y a partir de aquel momento se con­sideró como cautivo del caballero y le seguía a todas partes como un perro fiel.
Gran sorpresa causó los primeros días ver apare­cer a Godofredo seguido del león.
Muchos huían, y las gentes de armas del caba­llero estaban temerosas; pero pronto hubieron de reconocer que el león era el mejor servidor de su amo. Y no sólo le sirvió en los días de paz, sino que en las batallas se lanzaba contra los enemigos, des­trozándolos o haciéndoles huir.
Cuando la Cruzada terminó, los caballeros vol­vían para Provenza. Iban alegres, entonando can­ciones y deseando llegar al país del sol y de las muchachas alegres. Godofredo llegó al barco, acom­pañado de su león; pero el capitán no quiso admitir en el navío a la fiera. Todos los ruegos fueron inúti­les, y al fin el caballero tuvo que dejar en tierra a su fiel acompañante.
El león, cuando vio partir a su señor en el barco, quedó tan triste, que se echó al agua para seguir al navío. Nadó, hasta que sus fuerzas le abandonaron, y entonces pereció ahogado, ante las lágrimas de Godofredo y de sus soldados, que veían cuán fiel había sido el corazón de aquella fiera.

120 anonimo (francia)

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