Entre los nobles
caballeros de Provenza que partieron a las Cruzadas contra los infieles, había
un señor llamado Godofredo de la
Tour , de gran valor, guerrero tan heroico como jamás se había
conocido otro.
En los combates se
lanzaba el primero, sin tener cuidado de cubrir su cuerpo contra los dardos y
las piedras y, así galopaba enérgico hacia los escuadrones arábigos. Su
reputación creció en gran manera, y en todos los ejércitos cristianos era
conocido y admirado su valor.
Un día, cabalgaba en una
descubierta, en unión de otros caballeros, seguidos de numerosos soldados.
De pronto, oyeron los
terribles rugidos lanzados por un león. Todos temblaron de espanto, menos
Godofredo, e intentaron huir, por miedo a caer en las garras de la fiera. Pero
Godofredo descabalgó, sacó su espada y se dirigió a la floresta en donde estaba
oculto el león. Avanzó, dispuesto a luchar contra el felino; mas cuando
penetró entre los arbustos y matas, vio asombrado un terrible espectáculo. No
eran rugidos de cólera los que lanzaba el león, sino de dolor. En el sitio
donde dormía se había metido una enorme serpiente y lo aprisionaba entre sus
anillas. La serpiente se había colocado hábilmente, para que el león no le pudiera
causar ningún daño. Apretaba, con propósito de ahogar a la fiera y engullirla
después.
El felino, no sólo sufría
por el dolor producido por los anillos viscosos de la sierpe, sino que también
rugía de cólera por morir de tan ignominiosa manera. Así, cuando vio llegar a
un caballero de prez, con la espada en alto, le lanzó una mirada de
agradecimiento, pues prefería morir a manos de un hombre de armas.
Godofredo de la Tour se aproximó con precaución
y de un mandoble cortó la cabeza del reptil. Los anillos se distendieron, y el
león respiró, libre. Godofredo, después de haber matado a la serpiente, dio un
paso atrás para prepararse a luchar con el animal. Pero éste, reconocido, vino
humildemente a postrarse a las plantas del caballero que le había salvado la
vida, y a partir de aquel momento se consideró como cautivo del caballero y le
seguía a todas partes como un perro fiel.
Gran sorpresa causó los
primeros días ver aparecer a Godofredo seguido del león.
Muchos huían, y las
gentes de armas del caballero estaban temerosas; pero pronto hubieron de
reconocer que el león era el mejor servidor de su amo. Y no sólo le sirvió en
los días de paz, sino que en las batallas se lanzaba contra los enemigos, destrozándolos
o haciéndoles huir.
Cuando la Cruzada terminó, los
caballeros volvían para Provenza. Iban alegres, entonando canciones y
deseando llegar al país del sol y de las muchachas alegres. Godofredo llegó al
barco, acompañado de su león; pero el capitán no quiso admitir en el navío a
la fiera. Todos los ruegos fueron inútiles, y al fin el caballero tuvo que
dejar en tierra a su fiel acompañante.
El león, cuando vio
partir a su señor en el barco, quedó tan triste, que se echó al agua para
seguir al navío. Nadó, hasta que sus fuerzas le abandonaron, y entonces pereció
ahogado, ante las lágrimas de Godofredo y de sus soldados, que veían cuán fiel
había sido el corazón de aquella fiera.
120 anonimo (francia)
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