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martes, 4 de septiembre de 2012

Oisin y saeve, su madre

Fue en la tarde de un día de cacería extenuante cuando los hombres de Fianna-Finn decidieron no cazar más. Llamaron a los perros y, cansados, se di­rigieron a sus casas. Iban marchando lentamente, cuando un gamo saltó delante de ellos y huyó hacia el monte. En un momento todas las intenciones se esparcieron a los vientos y todos los cazadores par­tieron veloces como el rayo detrás del gamo; más el primero en la cacería, dada su potencia, era Fion, con sus dos perros Bran y Sceolan.
Lo que más llamó la atención a Fion en esta cace­ría fue que los dos perros no ladraban como de cos­tumbre; al contrario, de trecho en trecho miraban para atrás, como si quisiesen convencer a su dueño de la necesidad del silencio, y seguían su carrera más rápidos que nunca. De repente, cuando todos los demás perros iban a la zaga, el gamo se echó en el suelo.
«Esto es curioso», se dijo Fion cuando, además, vio que sus dos perros jugaban con el gamo y que al llegar él con la lanza en la mano los tres se le tiraron encima, haciéndole fiestas. De esta manera llegó a Allen de Leinster, y, como es de comprender, mucho se extrañó la gente de ver a su jefe llegar solo y en tan extraña compañía.
Cuando Fion, ya tarde aquella noche, se estaba preparando para retirarse, la puerta del cuarto donde estaba se abrió y vio entrar a la dama más bella que él había visto en su vida.
«Debe de ser la diosa del Amanecer», se decía él. Entonces, ella se dirigió a él y le dijo:
-Tú no me conoces; pero vengo a implorar tu protección.
-Desde este momento la tienes -repuso Fion; explícame qué te ocurre.
Entonces ella le contó de su huida de Shi, que es de donde procedía, por haber entregado su corazón a un hombre del mundo, y que habiéndose enterado el mago Doirche de ello, la había mirado, y ahora ella veía aquel terrible ojo donde estuviera, y al mencionarlo la cara revelaba el espanto que el cora­zón sentía. Pero Fion le dijo que él también era po­deroso y que desde ese momento Doirche era su enemigo declarado.
-Mas, dime de qué hombre te has enamorado tú, que le has regalado tu corazón; dímelo, porque, como que me llamo Fion, que te he de ayudar.
Saeve le contestó:
-Es un hombre de tu reino; mas tú tienes poca influencia sobre él.
Ante esta contestación, Fion se extrañó, diciendo:
-Es raro; pues, aparte del Rey de reyes, todos los demás me deben vasallaje en esta tierra.
-Pero ¿qué hombre tiene autoridad sobre sí mismo? -le preguntó Saeve.
Entonces Fion comprendió que era él mismo, y su alegría no conocía límites, pues ya estaba enamo­rado de Saeve y sentía cierta envidia mal reprimida hacia el hombre que Saeve mencionaba.
Fion se casó con ella y vivieron muchos años muy felices.
El gran capitán ya no salía de caza, como antes, ni atendía a las reuniones donde los poetas canta­ban los mejores versos de Fianna; todo eso lo tenía en su castillo, en la persona de Saeve.
Un día llegó la noticia de que una poderosa flota de los Lochlann se dirigía hacia Ben Edair, y los da­neses desembarcaron para preparar un ataque que les hiciese dueños de la tierra.
Fion, ya de antiguo no les tenía gran simpatía y en ese momento menos, pues tenía que despedirse de Saeve, a la cual ya había llamado la mujer per­fecta, por ser el complemento del hoy con el ma­ñana.
Se puso, pues, su arnés de guerra, cogió sus armas y se fue a la cabeza de sus tropas. Poco duró la bata­lla, no quedando más daneses sobre la tierra que los que habían perecido en la lucha.
Era costumbre, después de ganar un gran com­bate, celebrar una magnífica fiesta en honor del ca­pitán que la había dirigido, que en este caso era Fion; mas él se excusó, diciendo que era imposible esperar, pues se tenía que ir corriendo a su castillo, donde le esperaba la otra mitad de su corazón para darle la mano.
Todos trataron de convencerle, mas fue inútil; el gran capitán partió para reunirse con Saeve. Cuál no sería su espanto, a medida que se iba acercando a su castillo, al ver que no había nadie para reci­birle, y que, antes al contrario, la gente trataba de huir de su presencia. Presintió una catástrofe; a grandes voces llamó a su mayordomo Gariv Cronan y le preguntó:
-¿Dónde está la flor de Allen?
Gariv le contó cómo un día antes se habían ido los sirvientes con Saeve a la parte más alta de Allen para esperar a su señor, y de cómo Saeve, que tenía la vista más aguda, había dicho: «Ahí viene mi señor». Que ellos la habían tratado de convencer, mas fue inutil; insistió tanto, que por fin partieron con ella en dirección adonde estaba Fion, o mejor dicho, su aparición, con Bran y Sceolan.
-Mas eso es imposible -le dijo Fion-; si yo es­taba en la batalla, y los perros conmigo.
-Señor, ya lo sabemos; mas su aparición estaba allí.
Fion comprendió enseguida, y pensó en el mago Doirche. Su alma se llenó de tristeza; pero imploró a Gariv que continuase su explicación, y éste le contó cómo al acercarse a la aparición había levan­tado una vara de fresno que llevaba en la mano y la había convertido en un gamo. De cómo el gamo ha­bía tratado de huir por tres veces, mas las tres había sido alcanzado por los perros y vuelto adonde es­taba la aparición.
-¿Y no hicisteis nada? -gimió el pobre Fion.
-Sí, señor. Mas en cuanto llegamos, el gamo había desaparecido, y los perros y su espectro, tam­bién. Perdónenos, señor.
Mas Fion no contestó; se encerró en su cámara, al fondo de su castillo, y allí se estuvo hasta que volvió a salir el Sol por encima de Moy Life.
Durante largos años se pasó Fion buscando al gamo que había sido su querida compañera; mas fue en vano. Pero un día que estaban de cacería, y cuando ya regresaban, oyó cómo los ladridos de sus perros favoritos se elevaban entre los clamores de
una refriega, pidiendo auxilio. Jamás Fion y sus ca­zadores corrieron como aquel día. ¡Y cuál no sería su extrañeza al ver a Bran y a Sceolan haciendo frente a la jauría y detrás de ellos un niño desnudo y muy rubio mirando el conflicto sin ninguna señal de miedo!
Fion con su lanza, dispersó a la jauría y, yéndose hacia el niño, lo tomó en sus brazos y le preguntó quién era. Mas el niño no entendía el idioma.
Fion examinó al tierno infante bien de cerca, y algo notó en los ojos de la criatura que le recordó a Saeve, y además le llamó la atención la actitud de los dos perros, que no aceptaban caricias de nadie, al ver que le estaban lamiendo las manos.
Fion puso al niño sobre su hombro y volvió can­tando con los demás a su campamento.
Los de Fianna estaban entusiasmados, pues no habían visto a Fion tan contento desde que perdiera a su esposa. Al poco tiempo, si antes no se podía se­parar de Saeve, tampoco se podía separar ahora del chico. Un día éste pudo ya explicar su vida y contó el siguiente relato:
-Vivía yo antes en un valle precioso, donde ha­bía de todo; pero en mis andanzas siempre llegaba a una muralla que era inescalable, y, tan abrupta, que parecía apoyarse contra el cielo.
-No existe tal sitio en Irlanda -le objetó Ron.
-Ya lo sé; pero en Shi, sí -contestó el pequeño.
-¿No había nadie contigo? -preguntó Fion.
-Sí; había un gamo que me quería mucho y al que yo quería.
-¡Ah!, cuéntame tu historia -interrumpió Fion, poniéndose muy serio.
-Muchos días -prosiguió el muchacho- venía un hombre muy severo de aspecto, que hablaba con el gamo unas veces con amabilidad y otras enfa­dado, y cuando se marchaba, el gamo se quedaba muy triste.
-Ése es el mago Doirche -exclamó Fion; pero sigue.
-Un día vino el hombre y habló con el gamo más tiempo que de costumbre, y por fin le tocó con una vara de fresno, y entonces el gamo le tuvo que seguir; mas yo vi que el gamo se iba llorando y mi­raba con gran tristeza. Pero no me podía mover; es­taba como paralítico, y tuve que presenciar cómo me dejaban abandonado. Entonces me quedé dor­mido, y cuando me desperté me vi rodeado por los perros.
Éste fue el niño que los de Fianna llamaron Oisin, o sea «el gamo pequeño». Creció, y llegó a ser un es­forzado guerrero y un inspirado poeta. Pero no había terminado con el reino de Shi, había de vol­ver, y allí fue donde aprendió todas las historias que hoy nos cuentan.

124. anonimo (irlanda)

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