Fue en la tarde de un día
de cacería extenuante cuando los hombres de Fianna-Finn decidieron no cazar
más. Llamaron a los perros y, cansados, se dirigieron a sus casas. Iban
marchando lentamente, cuando un gamo saltó delante de ellos y huyó hacia el
monte. En un momento todas las intenciones se esparcieron a los vientos y todos
los cazadores partieron veloces como el rayo detrás del gamo; más el primero
en la cacería, dada su potencia, era Fion, con sus dos perros Bran y Sceolan.
Lo que más llamó la
atención a Fion en esta cacería fue que los dos perros no ladraban como de costumbre;
al contrario, de trecho en trecho miraban para atrás, como si quisiesen
convencer a su dueño de la necesidad del silencio, y seguían su carrera más
rápidos que nunca. De repente, cuando todos los demás perros iban a la zaga, el
gamo se echó en el suelo.
«Esto es curioso», se
dijo Fion cuando, además, vio que sus dos perros jugaban con el gamo y que al
llegar él con la lanza en la mano los tres se le tiraron encima, haciéndole
fiestas. De esta manera llegó a Allen de Leinster, y, como es de comprender,
mucho se extrañó la gente de ver a su jefe llegar solo y en tan extraña
compañía.
Cuando Fion, ya tarde
aquella noche, se estaba preparando para retirarse, la puerta del cuarto donde
estaba se abrió y vio entrar a la dama más bella que él había visto en su vida.
«Debe de ser la diosa del
Amanecer», se decía él. Entonces, ella se dirigió a él y le dijo:
-Tú no me conoces; pero
vengo a implorar tu protección.
-Desde este momento la
tienes -repuso Fion; explícame qué te ocurre.
Entonces ella le contó de
su huida de Shi, que es de donde procedía, por haber entregado su corazón a un
hombre del mundo, y que habiéndose enterado el mago Doirche de ello, la había
mirado, y ahora ella veía aquel terrible ojo donde estuviera, y al mencionarlo
la cara revelaba el espanto que el corazón sentía. Pero Fion le dijo que él
también era poderoso y que desde ese momento Doirche era su enemigo declarado.
-Mas, dime de qué hombre
te has enamorado tú, que le has regalado tu corazón; dímelo, porque, como que
me llamo Fion, que te he de ayudar.
Saeve le contestó:
-Es un hombre de tu
reino; mas tú tienes poca influencia sobre él.
Ante esta contestación,
Fion se extrañó, diciendo:
-Es raro; pues, aparte
del Rey de reyes, todos los demás me deben vasallaje en esta tierra.
-Pero ¿qué hombre tiene
autoridad sobre sí mismo? -le preguntó Saeve.
Entonces Fion comprendió
que era él mismo, y su alegría no conocía límites, pues ya estaba enamorado de
Saeve y sentía cierta envidia mal reprimida hacia el hombre que Saeve
mencionaba.
Fion se casó con ella y
vivieron muchos años muy felices.
El gran capitán ya no
salía de caza, como antes, ni atendía a las reuniones donde los poetas cantaban
los mejores versos de Fianna; todo eso lo tenía en su castillo, en la persona
de Saeve.
Un día llegó la noticia
de que una poderosa flota de los Lochlann se dirigía hacia Ben Edair, y los daneses
desembarcaron para preparar un ataque que les hiciese dueños de la tierra.
Fion, ya de antiguo no
les tenía gran simpatía y en ese momento menos, pues tenía que despedirse de
Saeve, a la cual ya había llamado la mujer perfecta, por ser el complemento
del hoy con el mañana.
Se puso, pues, su arnés
de guerra, cogió sus armas y se fue a la cabeza de sus tropas. Poco duró la
batalla, no quedando más daneses sobre la tierra que los que habían perecido
en la lucha.
Era costumbre, después de
ganar un gran combate, celebrar una magnífica fiesta en honor del capitán que
la había dirigido, que en este caso era Fion; mas él se excusó, diciendo que
era imposible esperar, pues se tenía que ir corriendo a su castillo, donde le
esperaba la otra mitad de su corazón para darle la mano.
Todos trataron de convencerle,
mas fue inútil; el gran capitán partió para reunirse con Saeve. Cuál no sería
su espanto, a medida que se iba acercando a su castillo, al ver que no había
nadie para recibirle, y que, antes al contrario, la gente trataba de huir de
su presencia. Presintió una catástrofe; a grandes voces llamó a su mayordomo
Gariv Cronan y le preguntó:
-¿Dónde está la flor de
Allen?
Gariv le contó cómo un
día antes se habían ido los sirvientes con Saeve a la parte más alta de Allen
para esperar a su señor, y de cómo Saeve, que tenía la vista más aguda, había
dicho: «Ahí viene mi señor». Que ellos la habían tratado de convencer, mas fue
inutil; insistió tanto, que por fin partieron con ella en dirección adonde
estaba Fion, o mejor dicho, su aparición, con Bran y Sceolan.
-Mas eso es imposible -le
dijo Fion-; si yo estaba en la batalla, y los perros conmigo.
-Señor, ya lo sabemos;
mas su aparición estaba allí.
Fion comprendió
enseguida, y pensó en el mago Doirche. Su alma se llenó de tristeza; pero
imploró a Gariv que continuase su explicación, y éste le contó cómo al
acercarse a la aparición había levantado una vara de fresno que llevaba en la
mano y la había convertido en un gamo. De cómo el gamo había tratado de huir
por tres veces, mas las tres había sido alcanzado por los perros y vuelto
adonde estaba la aparición.
-¿Y no hicisteis nada?
-gimió el pobre Fion.
-Sí, señor. Mas en cuanto
llegamos, el gamo había desaparecido, y los perros y su espectro, también.
Perdónenos, señor.
Mas Fion no contestó; se
encerró en su cámara, al fondo de su castillo, y allí se estuvo hasta que
volvió a salir el Sol por encima de Moy Life.
Durante largos años se
pasó Fion buscando al gamo que había sido su querida compañera; mas fue en
vano. Pero un día que estaban de cacería, y cuando ya regresaban, oyó cómo los
ladridos de sus perros favoritos se elevaban entre los clamores de
una refriega, pidiendo
auxilio. Jamás Fion y sus cazadores corrieron como aquel día. ¡Y cuál no sería
su extrañeza al ver a Bran y a Sceolan haciendo frente a la jauría y detrás de
ellos un niño desnudo y muy rubio mirando el conflicto sin ninguna señal de
miedo!
Fion con su lanza,
dispersó a la jauría y, yéndose hacia el niño, lo tomó en sus brazos y le
preguntó quién era. Mas el niño no entendía el idioma.
Fion examinó al tierno
infante bien de cerca, y algo notó en los ojos de la criatura que le recordó a
Saeve, y además le llamó la atención la actitud de los dos perros, que no
aceptaban caricias de nadie, al ver que le estaban lamiendo las manos.
Fion puso al niño sobre
su hombro y volvió cantando con los demás a su campamento.
Los de Fianna estaban
entusiasmados, pues no habían visto a Fion tan contento desde que perdiera a su
esposa. Al poco tiempo, si antes no se podía separar de Saeve, tampoco se
podía separar ahora del chico. Un día éste pudo ya explicar su vida y contó el
siguiente relato:
-Vivía yo antes en un
valle precioso, donde había de todo; pero en mis andanzas siempre llegaba a
una muralla que era inescalable, y, tan abrupta, que parecía apoyarse contra el
cielo.
-No existe tal sitio en
Irlanda -le objetó Ron.
-Ya lo sé; pero en Shi,
sí -contestó el pequeño.
-¿No había nadie contigo?
-preguntó Fion.
-Sí; había un gamo que me
quería mucho y al que yo quería.
-¡Ah!, cuéntame tu
historia -interrumpió Fion, poniéndose muy serio.
-Muchos días -prosiguió
el muchacho- venía un hombre muy severo de aspecto, que hablaba con el gamo
unas veces con amabilidad y otras enfadado, y cuando se marchaba, el gamo se
quedaba muy triste.
-Ése es el mago Doirche
-exclamó Fion; pero sigue.
-Un día vino el hombre y
habló con el gamo más tiempo que de costumbre, y por fin le tocó con una vara
de fresno, y entonces el gamo le tuvo que seguir; mas yo vi que el gamo se iba
llorando y miraba con gran tristeza. Pero no me podía mover; estaba como
paralítico, y tuve que presenciar cómo me dejaban abandonado. Entonces me quedé
dormido, y cuando me desperté me vi rodeado por los perros.
Éste fue el niño que los
de Fianna llamaron Oisin, o sea «el gamo pequeño». Creció, y llegó a ser un esforzado
guerrero y un inspirado poeta. Pero no había terminado con el reino de Shi,
había de volver, y allí fue donde aprendió todas las historias que hoy nos
cuentan.
124. anonimo (irlanda)
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