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martes, 4 de septiembre de 2012

Hakon barba gris

Ocurrió que en la costa sur de este país habitaba una bellísima princesa, llamada Barda, que creía que nadie era bastante bueno para casar con ella. Todos los años los príncipes del reino iban a su pa­lacio para cortejarla, mas ella siempre se reía y los despachaba con las manos vacías.
Un día, el príncipe Hakon Barba Gris se acercó a su palacio para pedir su mano. La primera noche que Hakon pernoctó en el palacio, la princesa man­dó al enano de la corte que cortase las orejas a los caballos del príncipe, así como las bocas. Al día si­guiente, Barda salió a la puerta para ver cómo el príncipe la recogía en su carroza y, al traerle sus ca­ballos, la princesa soltó una sonora carcajada, ce­rrando tras ella la puerta y dejándole solo.
Hakon se fue avergonzado y se dijo que no la per­donaría, y que ella sería su esposa, con su consenti­miento o sin él.
El tiempo pasó, y un día se presentó a las puertas de palacio un pordiosero con un rueca de oro. El pordiosero era Hakon y se sentó ante la ventana del palacio donde habitaba la orgullosa joven. Al cabo de un rato, se asomó Barda y le preguntó si vendía el instrumento que llevaba. Hakon, disfrazado, con­testó que no; pero, en cambio, pidió a la princesa que le dejase dormir delante de la puerta de su cuarto. Barda le preguntó si estaba loco, ya que el Rey, su padre, era la persona más celosa del mundo, y si supiese que su hija había dejado penetrar a un hombre dentro del palacio, su vida iba en ello.
El mendigo insistió, y la damisela, viendo que no había manera, le dejó pasar. Hakon se echó ante las puertas de su cuarto, pero allá hacia la medianoche empezó a quejarse de frío que hacía, tiritando de tal manera que Barda tuvo miedo de que su padre se enterase. Por fin, dejó al mendigo entrar en su cuar­to, bajo la condición de que no metiese ruido. El mendigo se acostó en el suelo y se durmió como un bendito. Al clarear el día se fue, sin decir nada. Pa­saron los días y apareció el mendigo con un pie para la rueca, que antes había dejado a Barda, siempre bajo su disfraz. Ella se asomó y le preguntó si estaba en venta, mas él contestó que no sólo no estaba en venta, sino que no lo daría por nada del mundo. Ella insistió mucho, y, por fin, quedaron de acuerdo en que él dormiría como un perro de presa, a los pies de la cama de la princesa Barda.
Poco habría pasado de la noche, cuando tanto frío le entró al falso mendigo, que empezó a tiritar de tal manera, que parecía que las murallas del cas­tillo se iban a caer. Barda no hacía más que implo­rarle que se mantuviese en silencio, pero en vano. Llegó a tal extremo, que el Rey, su señor padre, se enteró. Al otro día la echó de casa, pensando cosas terribles de su hija. En esto apareció por allí el men­digo, y la princesa le imploró que acudiese en su au­xilio, puesto que su padre la quería matar. El men­digo accedió, después de explicarle la dureza de la vida y de cómo había de trabajar. Barda aceptó todo lo que le decía, con tal de verse libre de la amenaza de su terrible padre, y partieron juntos.
Fueron pasando campiñas, palacios, granjas y tie­rras, y Barda le preguntaba siempre a quién pertene­cían, a lo cual él le respondía siempre lo mismo:
-Esas tierras o palacios son del príncipe Hakon.
Tristemente, la princesa le contó al mendigo que ella se podía haber casado con el príncipe, en vez de haber seguido a un pordiosero.
Finalmente, llegaron a un palacio hermosísimo, a las puertas del cual se veía una choza. Ella preguntó a quién pertenecía el palacio, y fue la respuesta como siempre: que era del príncipe Hakon, y que la choza era la suya.
Allí se introdujo la joven, cansada de tanto andar, y se durmió tan tranquila.
Al cabo de unos días, el falso mendigo le dijo que el príncipe la había visto y le había ordenado que se dedicase a confeccionar, pasteles. Pero la princesa protestó que ella nunca en su vida había hecho tal cosa, y Hakon la convenció de que no había manera de salirse de ello, puesto que el príncipe así lo había dispuesto. Barda se puso el mandil y se dirigió hacia las cocinas del príncipe. Entretanto, éste salió co­rriendo y se puso los vestidos de príncipe. Al termi­nar ella los pasteles, Hakon salió, adoptó su postura de mendigo y la esperó. Al cabo de un rato, llegó la princesa Barda, llorando a lágrima viva, ya que el principe la había cogido robando los pasteles para su marido. Pasó más tiempo, y Hakon la mandó que fuese al palacio para ayudar a hacer salchichas; pero la pobre princesa protestó que ella nunca en su vida había ayudado a fabricar salchichas. Sus rue­gos se los podía haber ahorrado: Hakon siguió im­pertérrito, y Barda tuvo que salir para ayudar a la elaboración de salchichas.
Al terminar la jornada, el príncipe descendió por las escaleras, para ver si alguna de sus criadas había robado algo, y al registrar a Barda le encontró los bolsillos llenos de salchichas. Tal escándalo armó, que todo el mundo lo supo y la princesa se fue ca­bizbaja y cubierta de vergüenza a su casa, donde la esperaba el mendigo. Al llegar allí, se lo echó en cara, diciéndole que no la obligaba más que a hacer cosas malas. Hakon pareció hacer poco caso, y a los pocos días le dijo que el príncipe había decidido que ella fuese en lugar de la novia, puesto que ésta estaba enferma. Barda estaba asustada y dijo que ella ya no tenía más que harapos y que cómo se iba a presentar en palacio, pero su marido le respondió que el príncipe lo había ordenado y que así tenía que ser.
Barda salió para el palacio, llena de vergüenza, y cuando llegó se encontró los mejores sastres, que la vistieron como otra princesa no se había vestido nunca.
Cuando la ceremonia religiosa se había cele­brado, estaba bailando con el príncipe, y al mirar por la ventana observó que la cabaña estaba ar­diendo, y dando un grito de espanto, dijo:
-¡La cabaña está ardiendo y mi marido está dentro!
Y cayó al suelo.
El príncipe Hakon la cogió en brazos y le dijo:
-No te inquietes; el príncipe está aquí, y deja que la cabaña arda...
La princesa Barda le reconoció, y desde entonces vivieron felices muchos años.

132. anonimo (suecia)

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