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martes, 4 de septiembre de 2012

El poder magico de tchernucha

Hubo una vez, lejos de aquí y de allí, un castillo, el Wewel, sobre el Vístula. Recibía el vasallaje de cuantos reinos le rodeaban. Su rey, llamado Wenet, tenía un ejército compuesto de tres regimientos: uno de infantería, uno de cosacos y uno de caballería, que con sus poderosas armas hacían temblar al ene­migo en sus tiendas.
Los tres regimientos estaban mandados por tres paladines a cual mejor, y tres eran también las hijas del Rey: Landochka, Diewonka y Sasanka; todas bellísimas e instruidas por los trabajos de su madre, la reina Weneta.
Todo esto llegó a oídos del terrible Tchernucha, horrible mago de barbas enmarañadas y pelo negro como ala de cuervo. Sus ojos insondables miraban a través de sus lentes con las cuales veía a mil leguas de distancia y a través de toda materia; siempre iba acompañado de una varita mágica, que era la que le daba el poder tan temido y casi igualado al del pro­pio diablo.
El terrible Tchernucha, envalentonado con tanto poder, pidió la mano a una de las hijas del rey de Polonia. Llegaron los embajado-res, ante el terror de todos los presentes, porque sabían que las hijas del rey Wenet amaban a los caudillos de los regimien­tos. Éstos, al enterarse de lo sucedido, quisieron ata­car en el acto a los embaja-dores de Tchernucha y matarlos; mas los Reyes les recordaron la inviolabi­lidad de la persona de los embajadores. Volvieron éstos con la negativa del Rey, dejando sentado que la culpa directa era de los tres jóvenes en cuestión.
Tchernucha juró vengarse; mas como su poder no llegaba hasta el exterminio, los fue encantando uno a uno con todos sus regimientos. Al primero le co­rrespondió ser transformado en cuadrilla de lobos; al segundo, en bandada de osos, y al tercero, en ma­nada de fieros bisontes. Todo esto transcurrió de noche y nadie lo advirtió. Solamente los centinelas, desde sus atalayas, pudieron avisar al Rey, con es­pantados ojos, cómo de los pueblos y campos no quedaba más que un desierto segado por las feroces bestias. Todo fue cerrado: puertas y ventanas. Nadie se atrevía a asomarse. Pero un día llegaron los lobos por millares capitaneados por un lobo gigantesco. El Rey salió a las murallas y el lobo que mandaba le dijo:
-Dame por mujer a tu hija Landochka.
Ante la confusión del Rey, el lobo amenazó con asaltar el castillo y destruir a todos los ocupantes. La hija mayor al oír esto se hincó de rodillas y le pidió a su padre que si alguien tenía que morir que la de­jasen a ella; pero que, a lo mejor, no le pasaba nada. Por fin, consintieron, y Landochka fue entregada a los lobos por medio de una cadena. Al pasar al lado del capitán de .ellos, vieron con asombro cómo le lamía los pies el lobo y que después de subirse sobre él desaparecieron en el bosque.
Al día siguiente, hasta donde la vista abarcaba, se llenó de enormes osos, que pidieron al Rey su hija Diewonka, con las mismas amenazas que el día an­terior los lobos. El Rey, tras largo llanto y a petición propia de su hija, la entregó a los osos, de la misma manera que a su hermana. Al quedar delante del oso jefe, ocurrió lo mismo. El oso se arrodilló, la subió encima y se la llevó en dirección al bosque.
Al tercer día todos despertaron por el furioso ga­lope de miles de cascos. Al asomarse, descubrieron que toda la llanura estaba cubierta de feroces bison­tes, capitaneados por uno más grande que los demás. Éstos pidieron la última de sus hijas, Sasanka. Por mucho que el Rey lloró, su hija Sasanka se fue con los bisontes, de la misma manera que las demás.
Pasaron los años y los reyes tuvieron un hijo varón, al cual pusieron el nombre de Zbigniew. El chico creció en fortaleza y templanza, hasta que, por fin, el padre le contó por qué estaban siempre tan tristes. En el acto el hijo pidió la bendición para ir a rescatar a sus hermanas a las cuales no conocía. Después de mucho rogar, el padre se la dio y el hijo pequeño partió en uno de los mejores corceles, con rumbo desconocido.
Había caminado un rato, cuando se encontró con dos hombres que se estaban peleando a muerte para repartirse unas prendas que les había dejado su padre, que acababa de expirar. El príncipe no com­prendía el porqué de la pelea, hasta que le explica­ron las cualidades mágicas de cada prenda. El que tenga la capa volará a través de los espacios; el que se calce estas botas, avanzará leguas a cada paso, y el que se ponga el sombrero se hará invisible. Y los dos siguieron dándose puñetazos. El príncipe, ni corto ni perezoso, se quitó su capa y sus botas, les dejó el caballo y una bolsa llena de dinero, y se puso esas prendas y desapareció. Poca distancia le pare­cía que había andado, cuando descubrió el para­dero de los lobos. Gracias al sombrero invisible, logró penetrar en el campamento de los lobos, don­de halló a su hermana Landochka acariciando a un formidable lobo. Esperó, y cuando se ausentó el te­mible animal, se le apareció y le dijo quién era; mas ella no le podía ayudar, pero le encomendó a casa de su hermana, que habitaba con los osos. Ahí llegó nuestro héroe y se encontró a Diewonka; se dio a co­nocer por el mismo método. Mas tampoco sabía ella nada; pero quizá supiese algo Sasanka, que habi­taba con los bisontes.
Zbigniew emprendió otra vez el camino, encon­trando a su otra hermana; mas ella tampoco sabía nada y le aconsejó que visitase a un santo eremita que todo lo sabía. Sin perder tiempo, allá se fue el príncipe, y después de un largo viaje llegó, por fin, a un desierto, donde encontró al sabio anacoreta, que le dijo:
-Esto es muy difícil; pero si sigues mis consejos, es probable que lo logres. Coge tu arco y mata a la primera paloma que te encuentres; ábrela con mucho cuidado, y dentro de ella hallarás el huevo que iba a poner. Con eso matarás al terrible mago Tchernu­cha; mas ten cuidado de no romper el huevo.
Le bendijo el santo, y el impetuoso joven partió en busca de lo que quería. Por fin encontró la pa­loma, la mató y sacó el huevo, que guardó con mucho cuidado. Largo rato estuvo caminando hasta dar con el castillo del feroz mago. Por fin lo halló, y de un salto se subió sobre los muros y vio al mago contemplando las estrellas. El mago se volvió al oír el ruido. Fue lo último que oyó. El joven lanzó el huevo, que fue a romperse contra la frente del mago. Apareció un agujerito, de donde brotó una llama violácea, y en pocos segundos se quedó reducido a un montón de cenizas.
De allí se dirigió a las moradas de sus hermanas, puesto que, muerto Tchernucha, había desapare­cido el encantamiento, y todos felices volvieron a casa de sus padres, que tanto les habían llorado.

125. anonimo (polonia)

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