Hubo una vez, lejos de
aquí y de allí, un castillo, el Wewel, sobre el Vístula. Recibía el vasallaje
de cuantos reinos le rodeaban. Su rey, llamado Wenet, tenía un ejército
compuesto de tres regimientos: uno de infantería, uno de cosacos y uno de
caballería, que con sus poderosas armas hacían temblar al enemigo en sus
tiendas.
Los tres regimientos
estaban mandados por tres paladines a cual mejor, y tres eran también las hijas
del Rey: Landochka, Diewonka y Sasanka; todas bellísimas e instruidas por los
trabajos de su madre, la reina Weneta.
Todo esto llegó a oídos
del terrible Tchernucha, horrible mago de barbas enmarañadas y pelo negro como
ala de cuervo. Sus ojos insondables miraban a través de sus lentes con las
cuales veía a mil leguas de distancia y a través de toda materia; siempre iba
acompañado de una varita mágica, que era la que le daba el poder tan temido y
casi igualado al del propio diablo.
El terrible Tchernucha,
envalentonado con tanto poder, pidió la mano a una de las hijas del rey de
Polonia. Llegaron los embajado-res, ante el terror de todos los presentes,
porque sabían que las hijas del rey Wenet amaban a los caudillos de los
regimientos. Éstos, al enterarse de lo sucedido, quisieron atacar en el acto
a los embaja-dores de Tchernucha y matarlos; mas los Reyes les recordaron la
inviolabilidad de la persona de los embajadores. Volvieron éstos con la
negativa del Rey, dejando sentado que la culpa directa era de los tres jóvenes
en cuestión.
Tchernucha juró vengarse;
mas como su poder no llegaba hasta el exterminio, los fue encantando uno a uno
con todos sus regimientos. Al primero le correspondió ser transformado en
cuadrilla de lobos; al segundo, en bandada de osos, y al tercero, en manada de
fieros bisontes. Todo esto transcurrió de noche y nadie lo advirtió. Solamente
los centinelas, desde sus atalayas, pudieron avisar al Rey, con espantados
ojos, cómo de los pueblos y campos no quedaba más que un desierto segado por
las feroces bestias. Todo fue cerrado: puertas y ventanas. Nadie se atrevía a
asomarse. Pero un día llegaron los lobos por millares capitaneados por un lobo
gigantesco. El Rey salió a las murallas y el lobo que mandaba le dijo:
-Dame por mujer a tu hija
Landochka.
Ante la confusión del
Rey, el lobo amenazó con asaltar el castillo y destruir a todos los ocupantes.
La hija mayor al oír esto se hincó de rodillas y le pidió a su padre que si
alguien tenía que morir que la dejasen a ella; pero que, a lo mejor, no le
pasaba nada. Por fin, consintieron, y Landochka fue entregada a los lobos por
medio de una cadena. Al pasar al lado del capitán de .ellos, vieron con asombro
cómo le lamía los pies el lobo y que después de subirse sobre él desaparecieron
en el bosque.
Al día siguiente, hasta
donde la vista abarcaba, se llenó de enormes osos, que pidieron al Rey su hija Diewonka,
con las mismas amenazas que el día anterior los lobos. El Rey, tras largo
llanto y a petición propia de su hija, la entregó a los osos, de la misma manera
que a su hermana. Al quedar delante del oso jefe, ocurrió lo mismo. El oso se
arrodilló, la subió encima y se la llevó en dirección al bosque.
Al tercer día todos
despertaron por el furioso galope de miles de cascos. Al asomarse,
descubrieron que toda la llanura estaba cubierta de feroces bisontes,
capitaneados por uno más grande que los demás. Éstos pidieron la última de sus
hijas, Sasanka. Por mucho que el Rey lloró, su hija Sasanka se fue con los
bisontes, de la misma manera que las demás.
Pasaron los años y los
reyes tuvieron un hijo varón, al cual pusieron el nombre de Zbigniew. El chico
creció en fortaleza y templanza, hasta que, por fin, el padre le contó por qué
estaban siempre tan tristes. En el acto el hijo pidió la bendición para ir a
rescatar a sus hermanas a las cuales no conocía. Después de mucho rogar, el
padre se la dio y el hijo pequeño partió en uno de los mejores corceles, con
rumbo desconocido.
Había caminado un rato,
cuando se encontró con dos hombres que se estaban peleando a muerte para
repartirse unas prendas que les había dejado su padre, que acababa de expirar.
El príncipe no comprendía el porqué de la pelea, hasta que le explicaron las
cualidades mágicas de cada prenda. El que tenga la capa volará a través de los
espacios; el que se calce estas botas, avanzará leguas a cada paso, y el que se
ponga el sombrero se hará invisible. Y los dos siguieron dándose puñetazos. El
príncipe, ni corto ni perezoso, se quitó su capa y sus botas, les dejó el
caballo y una bolsa llena de dinero, y se puso esas prendas y desapareció. Poca
distancia le parecía que había andado, cuando descubrió el paradero de los
lobos. Gracias al sombrero invisible, logró penetrar en el campamento de los
lobos, donde halló a su hermana Landochka acariciando a un formidable lobo.
Esperó, y cuando se ausentó el temible animal, se le apareció y le dijo quién
era; mas ella no le podía ayudar, pero le encomendó a casa de su hermana, que
habitaba con los osos. Ahí llegó nuestro héroe y se encontró a Diewonka; se dio
a conocer por el mismo método. Mas tampoco sabía ella nada; pero quizá supiese
algo Sasanka, que habitaba con los bisontes.
Zbigniew emprendió otra
vez el camino, encontrando a su otra hermana; mas ella tampoco sabía nada y le
aconsejó que visitase a un santo eremita que todo lo sabía. Sin perder tiempo,
allá se fue el príncipe, y después de un largo viaje llegó, por fin, a un
desierto, donde encontró al sabio anacoreta, que le dijo:
-Esto es muy difícil;
pero si sigues mis consejos, es probable que lo logres. Coge tu arco y mata a
la primera paloma que te encuentres; ábrela con mucho cuidado, y dentro de ella
hallarás el huevo que iba a poner. Con eso matarás al terrible mago Tchernucha;
mas ten cuidado de no romper el huevo.
Le bendijo el santo, y el
impetuoso joven partió en busca de lo que quería. Por fin encontró la paloma,
la mató y sacó el huevo, que guardó con mucho cuidado. Largo rato estuvo
caminando hasta dar con el castillo del feroz mago. Por fin lo halló, y de un
salto se subió sobre los muros y vio al mago contemplando las estrellas. El
mago se volvió al oír el ruido. Fue lo último que oyó. El joven lanzó el huevo,
que fue a romperse contra la frente del mago. Apareció un agujerito, de donde
brotó una llama violácea, y en pocos segundos se quedó reducido a un montón de
cenizas.
De allí se dirigió a las
moradas de sus hermanas, puesto que, muerto Tchernucha, había desaparecido el
encantamiento, y todos felices volvieron a casa de sus padres, que tanto les
habían llorado.
125. anonimo (polonia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario