En un amable rincón del
puerto de Nápoles hubo, en tiempos, un palacio, y sobre sus muros un bajorrelieve
-que aún hoy se conserva- con la figura de un hombre fuerte, rudo, cubierto de
vello, y que en su mano derecha empuña un cuchillo. Para muchos, muy doctos,
se trata de Orión; mas para el pueblo es, simplemente, Niccolo Pesce (Nicolás
Pez), su amigo Niccolo.
Era un chicuelo
napolitano, moreno, gracioso y menudo. Se pasaba el día jugando entre las rocas
y las olas del mar, que habían dejado impreso en su cuerpo ágil y en su alegre
semblante la huella de su maridaje con la naturaleza. También sus ropas denunciaban
a las claras lo arriesgado de sus correrías, con la consiguiente desesperación
de su madre, que no dejaba de lamentarse y de decirle:
-¿Por qué no te
convertirás en pez?
Y tanto, tanto lo deseó
la buena mujer, y tanto, tanto se esforzó Niccolo en complacerla, que llegó día
en que nuestro héroe más parecía pez que otra cosa.
Recorría largas
distancias bajo las olas, o se introducía cómoda-mente en el vientre de algún
enorme pez y -más afortunado que Jonás- interrumpía su viaje cuando le parecía,
abriendo con su cuchillo las paredes vivas que lo custodiaban. Solía traer gratos
recuerdos de sus excursiones. En cierta ocasión se sumergió en la gruta de
Castell dell'Ovo y regresó a, su casa con un espléndido botín de magníficas
gemas.
Sus hazañas y sus
expediciones no cayeron en el silencio. Tuvo noticia de ellas el Rey y le llamó
a su presencia; elogió su atrevimiento y le encomendó una empresa de altos
vuelos científicos: quería saber cómo era el suelo del mar. Poco tiempo bastó
a Niccolo para concluir su misión. Fue a Palacio y dijo al Monarca:
-Señor: magníficos
vergeles de coral entorpecieron mi vista maravillada, mientras mis pies caminaban
sobre arenas de preciosas piedras. Allí se encuentran también ingentes tesoros
y magníficos naufragios; allí la venganza del mar altivo contra el hombre que
quiso dominarlo sin amarlo.
Nuevamente, preguntó el
Rey:
-Y dime, Niccolo, ¿por
qué la hermosa Sicilia se alza orgullosa sobre el mar?
Salió el muchacho, se
sumergió en las ondas y caminó, confun-dido con los peces, bajo el macizo siciliano.
Y regresó a Nápoles y satisfizo la curiosidad real:
-Vuestra isla descansa
sobre tres enormes columnas que se hunden, poderosas, en el lecho del mar. Y
aun puedo deciros que una de ellas está ya cuarteada y rota.
-Una última pregunta, Niccolo
-dijo el Rey, insaciable: quisiera saber hasta dónde podrías sumergirte en el
mar profundo. Desde el faro de Mesina lanzaremos hacia el lecho insondable del
océano una bala de cañón: persíguela hasta alcanzarla; la huella rápida de tu
paso sellará mi triunfo sobre las ondas.
-Sin duda, será vuestra
última pregunta, señor -respondió Niccolo, pues moriré en la empresa; pero si
lo mandáis, obedeceré.
Y el napolitano se fue al
mar y descendió entre las aguas amigas y le saludaron los paisajes queridos. Y
corrió sin descanso, en sobrehumana pugna, tras la bala de cañón, y, al fin, la
alcanzó. Se detuvo, rendido, a descansar sobre las ricas arenas. Miró hacia
arriba: sobre él, las aguas serenas, tranquilas y calladas, con el silencio
amplio y despiadado de la muerte.
Niccolo no regresó ya
jamás a su alegre Nápoles; quedó sepultado en el mar hostil y endurecido. Y
cerca de él reposaba también, vencida, la bala: el trofeo de victoria que en
vano esperó el Rey, soberano de las tierras.
Otros, sin embargo, creen
que Niccolo no sufrió tan triste suerte, sino que halló en el mar morada inmortal
y dichosa. Y aun dicen que le han visto aparecer a veces y conversar con los
marineros, a los que instruye y advierte de todos los peligros.
112 anonimo (italia)
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