En una de sus salidas,
encontró Chámyts a un joven, que le pidió permiso para acompañarle durante
tres días. Puestos de acuerdo, siguieron su camino, y a la noche, como todavía
no contasen con nada para comer, dijo el joven:
-Con hambre no vamos a
acostarnos. Quédate aquí con los caballos, que yo me encargaré de traer algo.
Y trepando monte arriba,
cobró las mejores piezas que pudo desencovar, se las echó a cuestas y acosó a
las demás hacia el lugar en donde Chamyts esperaba. Pero éste se había dormido,
y así, el joven, aunque por aquella noche siguió sirviéndole, le reprochó:
-Te había tomado por un
hombre animoso, y veo que eres un poltrón.
Y, amanecido, volvió a
decirle:
-Me voy, porque contigo estoy
perdiendo el tiempo.
Y se marchó.
Luego pensó Chamyts que
no le había preguntado por su familia y que una mujer de su sangre le hubiera
convenido; y como el muchacho aún no había desaparecido de su vista, lo llamó y
le preguntó por su familia, explicándole lo que deseaba.
-Yo soy de los
Chadmást-Psal y tengo una hermana que te daríamos por mujer; pero mi hermana
tiene la condición de que cuando alguien la agravia, si no la devuelven a la
casa paterna, se mata.
A Chámyts no le pareció
grave el defecto. Acompañó al joven a su casa, pidió a la muchacha y, sacando
del bolso el precio del rescate, lo pagó en el acto y se llevó a su esposa a
una torre de cobre, en donde vivió luego.
Pero Syrdon, que nunca
perdía ocasión de insultar a los nartas (gigantes), pasando un día por allí,
miró arriba y vio a la mujer de Chámyts en la torre y empezó a insultarla:
-¡Eh, tú! ¡Qué buena
pareja haces con los nartos! ¿Cuánto tiempo llevas ahí? ¿Por qué no bajas?
Entonces la mujer se fue
a Chámyts y se quejó de que su liberto Syrdon la había ofendido por lo que ya
no podía continuar en su casa.
-Llévame a la de mis
padres, y que yo no vuelva a ver a ese villano -añadió. Te hubiera dado un hijo
como hasta ahora no ha nacido otro en el mundo; pero antes de marcharme te lo
voy a insuflar en la espalda. Te saldrá un absceso ente los hombros. Tú cuenta
los meses y, cuando llegue el tiempo, te lo haces abrir, y de él te sacarán un
hijo, que has de echar al mar inmediatamente.
Chámyts llevó a su mujer
a la casa paterna, y luego, como las, espaldas se le hinchaban, todos los
riartas le compadecían, creyéndole enfermo. Pero él contaba los meses y, cuando
llegó el alumbramiento, subió a su torre de cobre y llamó a Soslan para que le
abriese el absceso. Hecha la incisión, sacaron al infante y lo echaron al mar,
en donde creció, creció..., hasta que llegó a ser tan grande como una montaña.
Los mysyrbos y los brados de la familia de los Bora se acercaron entonces al
mar y pidieron al gigante que les echase a tierra dos bueyes marinos.
-Traedme a Urysmág,
cortadle el pelo y cuando hayáis terminado os echo los dos bueyes y salgo yo
mismo a tierra.
Ellos volvieron y le
contaron todo a Urysmág, y a la mañana siguiente se levantó y fue con ellos a
la orilla del mar. Allí le cortaron el pelo. Pero Batrás -que así se llamaba el
juvenil gigante- salió del mar y les increpó:
-¿No os da vergüenza
cortarle la cabellera?
Y tomando con ambas manos
dos bueyes marinos, salió a tierra y terminó de afeitar a Urysmág con su
cuchillo.
-Traedme el caballo de mi
padre, que quiero montarlo para ir a casa -les ordenó.
Y le llevaron el caballo;
mas apenas había montado, crujieron entre sus rodillas los costillares del
animal, y se desplomó con él.
-Traedme el de Uraysmag
-dijo entonces Batrás.
A duras penas pudo éste
sostenerlo; pero al fin, en él llegó a casa. Lo primero que pensó entonces fue
que, siendo como era un gigante de carne y hueso, no resultaría invulnerable en
las batallas, por lo que le convenía hacerse forjar, y sacando sesenta tuman
-moneda persa que vale diez rublos en el Cáucaso, se fue a Kurdálagon -el mítico
Vulcano de los ossetas- y le dijo:
-¡El Señor nos haga
merced de tu gracia! Vengo a que me temples y me conviertas en acero.
-De buen grado lo haría;
pero temo que te fundirías -objetó Kurdálagon.
-Sea lo que sea de mí, no
tengo más remedio que hacer la prueba.
Kurdálagon juntó entonces
piedras, hizo con ellas un horno, puso en él a Batrás, lo encendió y estuvo
soplando una semana.
-Ahora voy a ver qué ha
sido de Batrás -dijo.
Y mirando, vio que el
gigante seguía sentado en medio del horno y le apremiaba impaciente:
-¡Mira, si vas a
forjarme, fórjame de una vez, y déjate de juegos, o dame una guitarra para
entretener la espera!
Volvió Kurdálagon a
atizar el fuego y a soplar durante otra semana. Al cabo de ella, abrió de
nuevo el horno, para observar, y entonces Batrás suplicó:
-¡Por favor, basta ya!
Ahora échame al mar.
Así lo hizo Kurdálagon, y
con el calor se secó el mar como un arroyo en estiaje, y se quedó sin agua
durante una semana. Cuando Batrás salto a tierra, las aguas volvieron a llenar
el mar.
062. anonimo (rusia)
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