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martes, 4 de septiembre de 2012

La golondrina y la serpiente

Hace mucho tiempo, Salomón, hijo de David, rei­naba sobre todas las cosas. Salomón era un rey muy poderoso y al mismo tiempo sabio entre los más sa­bios. Entendía el lenguaje de los hombres aunque no hablasen en su presencia; los gritos de las fieras en los bosques, aunque estuviesen en su guarida; el grito de los cuadrúpedos, los silbidos de los reptiles, el piar de los pájaros, el bordoneo de los insectos y también el lenguaje de los árboles y de las plantas.
Salomón había asignado a cada animal el ali­mento de que debía vivir. A unos había dado la carne de los animales más débiles; a otros, la hierba de los prados y los frutos que maduran en los ár­boles.
-Tú, serpiente, también tendrás tu alimento. Te nutrirás de la sangre de los hombres; de ella has de vivir.
Y la serpiente, escondida, acechaba la llegada de los hombres para lanzarse contra ellos y nutrirse con su sangre.
Los desdichados hombres murmuraban entre sí tan fuertemente, que Salomón percibió el ruido, y preguntó al hombre:
-¿Por qué murmuras y te quejas? Dime cuál es la causa.
-Señor -contestó el hombre-, la serpiente vive de nuestra sangre. Espera en los sitios agrestes, ocul­ta bajo la hierba. Nos ataca cuando pasamos junto a ella. Si no pones remedio a esto, nuestra raza de­saparecerá.
Entonces Salomón contestó que pensaría en ello.
El hijo de David reflexionó durante mucho tiem­po. Un día dio la orden a todos los animales de la creación de que se reuniesen en una llanura. A la llamada del Rey acudieron el león, el tigre, el lobo, el caballo, el águila, el buitre y mil animales más.
Salomón, que se encontraba en un alto trono, dijo:
-Os he llamado para escuchar vuestras quejas. Hablad.
El hombre se aproximó al trono y habló así:
-Señor, pido que la serpiente escoja para su ali­mento la sangre de otro animal.
-¿Y por qué pides eso?
-Porque soy el primero de los seres.
Los otros animales empezaron a murmurar: unos rugían, otros gruñían, ladraban, chillaban. Se formó un gran alboroto:
-¡Callad! -gritó Salomón. Que el cínife, que es el más pequeño de los animales, busque desde hoy cuál es la sangre más delicada de la creación. Cualquiera que sea, aun la del hombre, juro dársela a la serpiente. De aquí a un año, en un día como éste, nos reuniremos en este mismo sitio para cono­cer el informe del mosquito.
Los animales se separaron, y durante un año el pequeño insecto los visitó y probó su sangre, tal como le había ordenado Salomón.
Pasó el año, y el mosquito volvía ya a la asamblea del rey Salomón, cuando se encontró con la golon­drina.
-Buenos días, golondrina -dijo.
-Buenos días -le contestó cortésmente la aveci­lla. ¿Adónde vas? -le preguntó después.
-Voy a la asamblea de todos los animales, orde­nada por el rey Salomón.
-¿Has averiguado ya cuál es la sangre más dulce?
-Sí; la sangre más dulce, no tengo duda de ello, es la del hombre.
-¿Cómo dices? No entiendo...
El mosquito repitió la contestación. La golon­drina simuló de nuevo no entender. Pero era un en­gaño, pues en el mismo momento en que el mosqui­to abría la boca para contestar, se lanzó sobre él y le arrancó la lengua de un picotazo. El mosquito, fu­rioso, prosiguió su camino hacia la asamblea del rey Salomón. La golondrina volaba tras él. Al fin llega­ron. El hijo de David preguntó al mosquito:
-¿Has cumplido mi orden? ¿Has gustado de la sangre de todos los animales? ¿Puedes decirme cuál es la más dulce de todas?
El insecto hizo un ademán para dar a entender que había cumplido su misión.
-¿Cuál es la sangre más dulce? -preguntó Sa­lomón.
El mosquito, que había perdido la palabras des­pués que la golondrina le hubo arrancado la lengua, no sabía cómo contestar.
-iKsss!... iKsss!... ¡Ksss! -dijo.
-¿Qué dice? ¡Vamos, habla claro! -exclamó, enojado, el sabio Salomón.
-iKsss!... ¡Ksss!... ¡Ksss!...
Y el pobre mosquito no podía responder otra cosa.
Entonces la golondrina se adelantó y habló a Salomón:
-Señor, el mosquito ha sufrido un grave acci­dente y ha perdido el habla. Pero antes de que esto sucediera y yendo por el mismo camino, me dijo lo que había averiguado después de haber cumplido tu orden.
-Pues bien, golondrina: habla y explícanos cuál es la sangre más dulce -ordenó Salomón a la as­tuta avecilla.
Ésta no vaciló y contesto:
-La sangre máss dulce es la de la grulla. Tal es lo que me ha dicho el mosquito.
-¿Es verdad lo que dice la golondrina? -pregun­tó Salomón al mosquito.
-iKsss!... ¡Ksss!... ¡Ksss!...
El mosquito no podía decir más que esto.
El sabio hijo de David, entonces, juzgando que eso era signo de asentimiento, se levantó y ordenó:
-A partir de este día la serpiente se alimentará de la sangre de la grulla. El hombre podrá vivir en paz.
Y después de dada esta sentencia, Salomón se re­tiró y despidió a los animales.
Pero la serpiente no estaba satisfecha de la sen­tencia. En el momento en que la golondrina pasaba cerca de ella, riendo de la buena jugada que había hecho, se lanzó contra la avecilla y, quiso devorarla. Pero ella, dándose cuenta a tiempo de la intención de la serpiente, y con un rápido aleteo, se elevó. La serpiente pudo únicamente hendirle la cola por la mitad. De esta manera la serpiente quedó burlada.
Desde aquel momento, las serpientes se alimen­tan de la sangre de las grullas y las golondrinas tie­nen partida la cola. Se mostró entonces, una vez más, amiga de los hombres. Éstos, agradecidos, la respetan, aunque ataquen a los demás pájaros. Le guardan un sitio para sus nidos en los aleros y tie­nen su presencia en el hogar como de buen agüero.

062. anonimo (rusia)

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