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martes, 4 de septiembre de 2012

El cerro de la afliccion

Un día, Peredur, hijo de Evrawc, salió a cazar con el rey Arturo y, siguiendo a uno de sus perros, llegó a una casa y entró en ella. Dentro había dos jóvenes calvos jugando al ajedrez y tres hermosas doncellas. Una de ellas, al verle, se echó a llorar, y al pregun­tarle Peredur por qué lloraba, contestó:
-Mi padre es un hombre violento que mata a todo el que entra en su casa sin permiso, y me apena que vayas a morir.
Poco después entró en la casa un gigante negro con un solo ojo, y las tres jóvenes se adelantaron a pedir clemencia para Peredur.
-Tendré paciencia por esta noche -dijo el gi­gante.
Peredur cenó con ellos y preguntó al coloso:
-¿Por qué tienes un solo ojo?
-No me gusta que me hagan preguntas, y acos­tumbro matar al que me las hace -repuso el gi­gante.
Pero sus hijas le recordaron su promesa y aplazó la muerte de Peredur hasta el día siguiente.
Al otro día, Peredur combatió con el hercúleo hombre y le venció.
-Ahora, cuéntame por qué tienes un solo ojo y quién eres.
-El otro ojo -contestó el gigante- lo perdí lu­chando con la Serpiente Negra del cerro de la Aflic­ción; tiene una piedra en la cola que todo el que la tenga en una mano tendrá en la otra tanto oro como desee. Y yo soy el Titano Negro, que nunca tuvo cle­mencia de nadie.
-¿Y cómo se va al cerro de la Aflicción de la Ser­piente Negra?
-Tienes que pasar primero por el palacio de los hijos del Rey de las Torturas; cada día, el Addanac del lago los asesina. Cuando llegues al cerro de la Aflicción, lo verás rodeado de trescientas tiendas, cuyos dueños guardan a la serpiente.
Después que Peredur oyó al Tirano Negro, le dio muerte, para acabar con sus violencias, y partió en busca de la Serpiente Negra.
Llegó al palacio de los hijos del Rey de las Tortu­ras, donde le recibieron tres doncellas, y vio cómo traían a un joven muerto en unas angarillas. Las doncellas le aplicaban un ungüento y lo volvía a la vida. Y así hicieron con otros dos. Al día siguiente, los jóvenes salieron del castillo y Peredur fue tras ellos.
-No vengas con nosotros -le dijeron, pues el Addanac del lago te asesinará, como a todo el que entra en su cueva, y tú no tienes quien te vuelva a la vida.
Pero Peredur les siguió sin hacer caso. En el ca­mino se le acercó la dama más hermosa que había visto en su vida y le habló así:
-No vayas a buscar al Addanac. Nadie puede verle, pero él ve a todos los que entran en su cue­va y los asesina por la espalda con una flecha en­venenada.
Como Peredur persistiese en su propósito, la dama le respondió:
-Si prometieras amarme más que a todas las mujeres, te daría un anillo que te permitiría ver al Addanac.
Peredur prometió amarla; recibió la piedra, y la dama desapa-reció.
El caballero llegó a un lugar del que salían tres caminos. Allí había un amable joven, que le dijo:
-Uno de los caminos conduce a mi palacio, don­de podrás divertirte cazando; otro camino va a la ciudad, y el más estrecho lleva a la cueva del Ad­danac.
Peredur tomó el camino más estrecho. Llegó a la cueva llevando el anillo en una mano; vio al mons­truo y le mató, salvando así a todos los que morían a sus manos.
Siguió hacia el cerro de la Aflicción, y en el ca­mino se le acercó un caballero con una armadura roja, que se ofreció a servirle de compañero y se dio a conocer como el conde de Etlym. Correspon­diendo a su cortesía, Peredur combatió y venció a trescientos caballeros que rodeaban a la dama de Etlym y que impedían que nadie llegase hasta ella. El Conde, agradecido, siguió con él hasta el cerro de la Aflicción, que encontraron rodeado de las tres­cientas tiendas. Sus trescientos moradores impedían que nadie se acercase a la Serpiente Negra y espera­ban la muerte de ésta para apoderarse de la piedra que tenía en la cola.
Peredur desafió y venció a los trescientos. Conti­nuó solo hasta el cerro, luchó con la serpiente, la partió en dos y le quitó la piedra. A cada uno de los trescientos caballeros le dio todo el oro que había estado guardando la serpiente y después regaló la piedra al conde de Etlym, que volvió a reunirse con su dama.
Un día, Peredur encontró un campo de molinos. Proporcionaban pan a todo el séquito de preten­dientes de la emperatriz de Cristinobyl. Sólo el que venciese a todos podía llegar hasta ella. Peredur pidió dinero prestado a un molinero y se quedó a probar fortuna. Cierto día, vio a una dama hermosí­sima asomada a una tienda, y se quedó contemplán­dola. Volvió a verla al día siguiente, y al otro, y al otro, y el molinero, que esperaba su dinero, se le acercó cuando la estaba contemplando y le dio una bofetada. Peredur luchó con él y le venció, y en días sucesivos derrotó a todos los caballeros del séquito. Y fue recibido por aquella hermosa dama, que era la propia Emperatriz, y le reclamó el anillo que le había entregado para ver al Addanac. Peredur, en­tonces, la reconoció como la que le había ayudado en su aventura, quedándose a vivir con ella cator­ce años.

039. anonimo (inglaterra)

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