Mientras vivió en
Escocia, Miguel Scotto habitó largo tiempo en la torre de Oakwood, a orillas
del río Ettrik y en las proximidades de Selkirk, comarca en la que ha nacido
esta leyenda.
Scotto gustaba de tener
relación con hechiceros y entes prodigiosos. Por ello, tan pronto como supo que
allí muy cerca, en la otra margen del río, en el pueblo de False Hope vivía una
auténtica bruja, nuestro buen mago decidió hacerle una visita. Y así, no paró
hasta que una mañana consiguió entrar en relaciones con ella; mas la bruja negó
en redondo que hubiera practicado jamás el arte nigromántico.
Inútil fue la insistencia
de Miguel. Al fin, cansado el mago de las negativas de la vieja, dejó como con
descuido, su mágica varita sobre la mesa y se dispuso a retirarse con aire
distraído.
La astuta bruja cogió con
avidez el virtuoso instrumento y atacando de improviso a Scotto le sacudió
con vigor hasta que al fin le convirtió en liebre. El burlado mago salió
disparado de allí; en el camino se vio perseguido por sus fieles criados y sus
veloces perros, que, ignorantes de que su señor viajaba de incógnito, pusieron
a prueba su ligereza. Al fin, fue apresado en una cloaca.
Miguel no olvidó el
ridículo que le hizo «correr» la bruja y pensó vengarse.
Llegada la época de la
recolección, en una hermosa mañana cogió sus perros y marchó de excursión a
una colina. Desde allí se vislumbraba la casa de la bruja. Por un momento,
Scotto saboreó sus rencorosos proyectos. Llamó a un criado y le ordenó que
fuera a pedir a la vieja hechicera un poco de pan para los perros y le advirtió
de lo que debería hacer en caso de que le respondiera que no.
La bruja, en efecto, no
le dio el pan; al contrario, expulsó con airadas frases al emisario, dando un
violento portazo. El criado sacó de su faltriquera un papel y lo fijó en la
puerta; en él parecían danzar extraños signos cabalísticos que decían: «El
criado de Miguel pidió pan y sacó hiel».
En el acto, la pobre
bruja, que se disponía a cocer el pan para los segadores, se sintió animada por
un desenfrenado deseo de danzar; inició un extraño baile en torno al fuego,
mientras repetía los versos con que Scotto contestara a su insolencia.
Pasaron las horas y llegó
la de comer, y los segadores, en el campo, esperaron en vano a la vieja, que
debía llevarles el dorado pan recién cocido. Extrañado el marido, envió un
mozo a buscarla; mas tan pronto como traspuso el umbral, el muchacho se vio
acometido de la manía danzante y repitiendo a compás la frase clavada en la
puerta, vino a formar con la bruja una risible pareja. Pasó el tiempo, y el
marido mandó otro hombre, y otro, hasta que se quedó solo. Cansado de esperar e
intrigado, tomó el camino hacia su casa, y antes de llegar a ella vio cómo
Scotto desde la cima del monte se divertía con el buen éxito de su estratagema.
La presencia del mago dio
qué pensar al brujo consorte; apresuró el paso y, al llegar ante la puerta, su
vista chocó con el mágico cartelito. Lejos de entrar, el prudente marido
decidió realizar una inspección y acercándose a una ventana vio la escena: sus
hombres bailaban sin cesar y en su involuntaria furia arrastraban a su mujer,
que tan pronto se veía lanzada al fuego como corría ligera alrededor.
No perdió tiempo el buen
esposo. Partió a caballo y en un momento llegó ante Scotto; con suplicante
acento le rogó que deshiciera el hechizo y se apiadara de su pobre mujer. Y
Miguel, que era un mago bueno, aunque un poco humorista, accedió así:
-Tienes que entrar en
casa de espaldas y arrancar con tu mano izquierda el cartel. Con esto, basta;
vete tranquilo.
Y así lo hizo y cesó el
encanto.
De las referencias
escocesas creemos deducir que las relaciones de Scotto con las mujeres fueron
poco afortunadas. He aquí cómo le hace morir la leyenda:
Alguien le predijo que
moriría víctima de la maldad y astucia de una mujer. Parece natural que el
sagacísimo Scotto hubiera andado prevenido; lejos de ello, se dejó dominar,
hasta el punto de confiar un día a su mujer su más íntimo secreto:
-No hay peligro alguno de
que mi poder no conjure, si no es con el caldo de carne de puerca enfurecida;
contra tal ponzoña, nada pueden mis artes.
La pérfida mujer preparó
con cuidado el caldo y se lo dio a beber a Miguel. Sintió el mago que la funesta
bebida le abrasaba las entrañas; reuniendo sus últimas fuerzas, se lanzó contra
la traidora esposa, que pereció bajo su justa mano. Y allí mismo concluyó
Scotto su vida.
039. anonimo (inglaterra)
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