Al fallecer el duque de
Brabante, dejó a sus dos hijos, Elsa, de dieciocho años, y Godofredo, de catorce,
bajo la tutela de Federico de Telramundo, noble arruinado, quien casi
inmediatamente pidió a Elsa en matrimonio. Negóse ésta de una manera rotunda,
por lo que el Conde le cobró antipatía y odio, jurándose a sí mismo vengarse de
ella. Poco tiempo después, Federico contrajo matrimonio con Ortruda, princesa
de Frieslandia.
Una tarde, Elsa y su
hermano se fueron a dar un paseo por el bosque. Al atardecer, volvió ella sola,
diciendo que su hermano había desaparecido. Los nobles del país salieron en
busca del heredero del Duque; pero todo fue inútil. No pudieron encontrarle.
Al dolor que por la
pérdida de Godofredo sentía Elsa, tuvo que añadir el de verse acusada por Ortruda
y Federico de ser ella la causante de la desaparición de su propio hermano,
por ambición.
Por aquellos tiempos, y a
causa de la discordia entre Germania y Hungría, el rey Enrique I visitó el país
de Brabante. Enterado de lo que ocurría en Amberes -la desaparición del Duque
heredero, se dirigió al palacio para cerciorarse de la verdad de este hecho.
Reunidos todos los nobles
y damas del país frente al palacio, a la orilla del río, el Rey quiso saber qué
era lo que pasaba exactamente. Entonces Federico, conde de Telramundo, y su
esposa Ortruda formularon la acusación contra Elsa de haber asesinado a su
propio hermano. El Rey, horrorizado ante semejante crimen, mandó llamar a la
joven. Apareció ésta, acompañada de sus damas, y presentóse humildemente.
Al,preguntarle el Monarca si se reconocía culpable del asesinato de su
hermano, Elsa estalló en sollozos lamentándose por la pérdida de Godofredo. El
Rey le preguntó entonces qué podía decir en su defensa. La joven se encogió de
hombros y dijo que nada. El Rey, sin embargo, no podía creer en la culpabilidad
de aquella joven de aspecto tan candoroso y modesto, y le preguntó si se creía
capaz de encontrar un campeón que defendiera su causa en lo que entonces se
llamaba un juicio de Dios. Elsa recordó que en un sueño que había tenido hacía
unos días, se le apareció un caballero y le dijo que estaba dispuesto a ser su
campeón y a librarla de sus enemigos. Para presentarse, bastaría que, llegado
el momento, los heraldos le llamaran.
Dio orden el Rey de que
se hiciera la llamada para el juicio de Dios. Hiciéronlo así los heraldos,
diciendo en su pregón que el caballero que quisiera salir a la liza como
campeón de Elsa se presentase inmediatamente. Nadie aparecía, y Ortruda y Federico
empezaban a mofarse de la joven y de su sueño. Ésta pidió al Rey, por favor,
que nuevamente lanzaran los heraldos el pregón. Sabía que su caballero no
dejaría de presentarse. Llamaron de nuevo los heraldos, y de pronto se vio aparecer
al otro lado del río un cisne blanco que conducía una frágil barquilla, sobre
la que venía un caballero vestido con una brillante cota de malla. Elsa
reconoció en él al que le había prometido en sueños ser su campeón.
Al llegar frente al lugar
donde estaba el Rey y los nobles, el cisne se acercó a la orilla, y el
caballero desembarcó, despidiéndose del ave, que se alejó de nuevo
majestuosamente. El joven saludó respetuosamente al Rey y se dirigió luego a
Elsa, ante quien se inclinó cortésmente, diciéndole si le permitiría ser su
campeón, tal como le había prometido. Ella le confió por completo su vida y el
destino de su país, diciéndole que le tomaba como su héroe y protector. El
caballero, seducido por la dulzura y belleza de Elsa, la pidió por esposa si
salía vencedor en la lucha, cosa que ni siquiera dudaba. Elsa aceptó. Pero el
caballero le impuso entonces una extraña condición: él sería su protector y el
de su país, y permane-cería fielmente a su lado; pero ella no debía
preguntarle nunca quién era, cómo se llamaba, ni de dónde había venido.
Conformóse Elsa con esta condición, y él retó entonces a Federico de Telramundo,
quien, de momento, se negaba a luchar con un desconocido. Al declarar el Rey
que si no peleaba con el campeón de Elsa ésta sería considerada inocente del
crimen que se le imputaba, salió al campo, donde el caballero le venció
fácilmente, respetando su vida «para que tuviera tiempo de enmendar sus
errores y corregir sus muchas faltas».
Federico de Telramundo y
su mujer Ortruda quedaron deshon-rados ante toda la corte. La ambiciosa
princesa no podía resignarse al alejamiento de la corte, y, excitando la piedad
de Elsa, se acercó a ella de nuevo. Empezó a sembrar la duda en su corazón
inocente y sencillo, hablando de lo misterioso de la llegada del caballero, de
lo raro que parecía que no quisiera decir quién era, cómo se llamaba ni de
dónde venía, y de la posibilidad de que fuera un brujo o simplemente un
aventurero. La joven protestó, defendiendo a su héroe; pero Ortruda conocía el
corazón humano y sabía que Elsa no dejaría de hacer las tres preguntas
prohibidas. Así, en la noche de bodas, el conde de Telramundo y uno de sus amigos,
traidores y enemigos de Elsa, se escondieron tras las cortinas de la cámara
nupcial, dispuestos a escuchar la conversación de los jóvenes esposos, no
dudando de que la joven no podría resistir la tentación de querer saber con
quién se había casado. Efectiva-mente. En medio de las protestas de amor del
caballero, Elsa, cuyo espíritu atormentado por la duda no podía ya soportarlo
por más tiempo, hizo a su esposo las tres preguntas que, de una manera
contundente, éste le había prohibido hacer.
El caballero comprendió
que había sido víctima de un engaño. Perdonó a su joven esposa la curiosidad;
pero no pudo romper su promesa de alejarse de ella en el mismo momento en que
perdiera la fe en él. Además, se dio cuenta de que alguien estaba escondido
detrás de las cortinas y, tomando su espada, atravesó con ella a Telramundo,
que se desplomó a sus pies.
Al día siguiente, de
nuevo los nobles y damas fueron convocados para reunirse a la orilla del río,
presididos por el rey de Germania, Enrique I. El caballero quiso declarar
quién era y de dónde había venido, y despedirse al mismo tiempo de todos. No
pudo permanecer ni un solo día en un lugar donde ya conocían su procedencia.
Cuando estaban todos
reunidos junto al Rey, a cuyo lado se sentó Elsa, el caballero declaró que
venía de Montsalvat, la montaña santa donde se conserva y guarda el santo
Grial, el divino cáliz donde Jesucristo consagró su propia sangre para
ofrecerla a los pecadores. Su padre, Parsifal, era quien conservaba el divino
tesoro. Él era su ayudante. Se llamaba Lohengrin.
Dicho esto, el caballero
se despidió de Elsa, la cual en vano le pidió que se quedase junto a ella y le
perdonase su curiosidad. Lentamente, como se fue, apareció de nuevo el cisne
que lo condujo hasta ella. Cuando llegó junto a la orilla, Lohengrin soltó las
cadenas que le sujetaban a la barquilla. El cisne se sumergió en el agua y
apareció en su lugar Godofredo, el hermano de Elsa y heredero del ducado de
Brabante.
El muchacho, entre las
aclamaciones de todos, se precipitó en brazos de su hermana, que lloró de alegría
por el retorno del hermano, y de dolor por la pérdida de su héroe, quien se
alejó triste en su barquilla, mirando apenado a Elsa, a quien tanto amaba y
tenía que abandonar por no haber tenido confianza en él.
161. anonimo (belgica)
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