Cierto día, el sultán Hafid se reunió con sus consejeros.
-Todo va bien -dijo Zarat, el jefe de policía. Muchas
comarcas luchan entre sí, pero la nación prospera porque parece que aquí las
gallinas ponen huevos de oro.
El sultán no daba crédito y quiso saber más.
-En el mercado cada vendedor pide un cequí por un
huevo, así que una humilde gallina gana muchos cequíes...
-Donde las gallinas ganan dinero fácil -sentenció el
sabio Yusuf, que estaba en la reunión, las gentes suelen vivir mal.
Pero el sultán no le prestó atención...
El sultán se sintió feliz, salió a sus jardines y decidió
recompensar de una u otra manera a todo el que se encontraba a su paso.
Así llegó al pabellón retirado del sabio Yusuf.
Recordando su comentario, retrocedió al verle:
-Los sabios sólo me gustan de lejos; de cerca nunca sé
qué deciros.
Y es que, realmente, el sultán sabía que la
inteligencia del sabio era superior.
-Ni siquiera el dinero os atrae -añadió el sultán.
-¡Una docena de huevos será bienvenida!
-¿Te bastará?
-Es necesario comer -dijo el sabio.
-¡Al diablo con lo que dijo el maldito
Zarat! -gritó de pronto el sultán.
Y es que estaba obsesionado:
-Sólo pienso que me he convertido en un ave y grito:
«¡Quiquiriquí, un cequí! ».
Indignado, el sultán se fue de la casa del sabio y se
olvidó de darle la docena de huevos.
Tras volver a palacio y meditar unas horas, decidió
convocar de nuevo al consejo para explicarles sus conclusiones.
-¡Zarat me mintió! -chilló el sultán en la reunión.
De lo contrario, los filósofos no pasarían hambre. Debemos hacer algo.
Zarat, para defenderse, dijo que el hecho de que los
huevos fueran tan caros era culpa de los granjeros y había que castigarles.
Se talaron siete bosques para, con las varas de sus
ramas, azotar a los campesinos del reino propietarios de gallinas.
Pero los huevos se encarecieron aún más porque los
campesinos comenzaron a pedir «un cequí por el huevo y otro por el castigo».
Entretanto, el sabio Yusuf permanecía en su pabellón,
desfallecido de hambre.
-El remedio de Zarat no sirve -dijo el sultán.
El sabio Yusuf, con sus últimas fuerzas, le explicó por
qué no había dado, resultado el plan del castigo...
Has castigado a quien no debías...
El sultán entendió que debía castigar a quienes despilfarraban
su dinero en los mercados. Pero el precio de los huevos subió aún más. Volvió a
reunir al consejo y Zarat le dijo que las culpables eran las gallinas, así que
las mandó matar.
Al ver que tampoco había huevos, comprendió su error:
había castigado a todos menos al auténtico culpable, Zarat, un hombre que disfrutaba
castigando y mintiendo.
999. anonimo leyenda
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