En el país de Mandra vivía Aspavati, un rey piadoso y
anciano que se sentía angustiado porque no había tenido descendencia.
Un día, mientras oraba ante el altar del fuego
sagrado, la llama adquirió forma de doncella y le habló:
-Por tus sacrificiosy tu conducta has recibido la
aprobación de los dioses. Di lo que deseas y te será inmediatamente concedido.
-Deseo tener
descendencia -replicó el rey.
-Pues así será
-contestó ella-. Tendrás una hija noble y bella que te llenará de alegría.
Poco después la reina dio a luz una hija a la que
llamaron Savitri. La niña creció bella, dulce y buena, y pronto se convirtió en
la más agraciada de las jóvenes del reino.
En su momento, el rey pensó que había llegado la hora
de buscar marido para Savitri entre sus pretendientes y le dio a ella la opción
de elegir al que prefiriera.
Savitri, dispuesta a cumplir los deseos del rey, pidió
su bendición para salir en busca de un marido.
Viajó durante meses y cuando regresó su padre la recibió
junto al sabio y mago Narad.
Los dos oyeron la historia de la joven:
-He conocido al rey Salva, en un tiempo poderoso y
ahora débil y ciego. Sus enemigos le arrebataron el reino y ahora vive en el bosque
con su mujer y su hijo, comiendo los frutos que la naturaleza les da. Su hijo, Satyavat,
es mi elegido.
El mago Narad habló entonces:
-Triste destino el de Savitri si se casa con él. Sus
padres son virtuosos y él un hombre de honor, pero a su lado sólo encontrará
tristeza.
Extrañado, el rey preguntó la razón.
El mago le explicó que los dioses habían dispuesto que
el joven Satyavat muriese al cabo de doce meses. Estremecido de horror, el rey
quiso persuadir a su hija de que eligiera a otro marido, pero ella se negó, asegurando
que ya le amaba de corazón.
No hubo más remedio que dar la bendición a la bella
Savitri y anunciar su próxima boda.
Narab invocó a los dioses para que les otorgaran buena
ventura y, durante doce meses, todo fue felicidad para el matrimonio.
Savitri sirvió a Satyavat y cuidó de sus padres, y
ellos le respon-dieron con cariño.
Pero pasaron los doce meses...
Aquel día Savitri ayunó y pidió a los dioses por su
marido. Todo lo intentó para salvarle.
Mientras, su esposo, tranquilo y fuerte, se dispuso a
comenzar su jornada de trabajo.
Se encaminaba al bosque cuando su joven esposa lo
detuvo y le rogó con dulces palabras:
-Por favor, llévame contigo hoy.
Deseo conocer esa parte del bosque. ¿Puedo
acompañarte?
El enamorado esposo intentó negarse aduciendo que era
duro caminar por la floresta, pero como era la primera vez que su esposa
expresaba un deseo, al fin aceptó su compañía.
Savitri partió con él con una sonrisa que ocultaba un
corazón lleno de angustia.
Ni los sonoros trinos de las aves ni su vistoso
plumaje, ni siquiera el dulce rumor de los riachuelos alegraban a la joven.
Así caminaron juntos, siguiendo ella los pasos
decididos de su marido.
Era el momento de regresar cuando la frente de
Satyavat se perló de sudor y sintió un agudo dolor de cabeza que le obligó a recostarse
sobre el regazo de la bella Savitri.
-No me daba cuenta de lo cansado que estoy -dijo él.
Permite que descanse un momento y pronto continuaremos...
Sin pronunciar palabra, Savitri sostuvo en su regazo
la cabeza de su amado esposo. Las sombras del atardecer empezaban a invadir el bosque
y la rubia princesa de Madra acariciaba el rostro de Satyavat, prácticamente
insensible bajo el sueño de la muerte.
De pronto, cuando el muchacho se había desmayado ya,
la joven Savitri se vio sorprendida por una aparición.
De entre las sombras surgió una visión oscura y
temible. Llevaba un manto negro y una corona de plata en la cabeza.
Si eres un dios, dime tu nombre para que pueda hacer
sacrificios en tu honor -rogó la muchacha.
-Soy Yama -dijola figura, el rey de los muertos.
Vengo a llevarme a tu marido porque ha llegado su hora.
-¡No! ¡No te lo lleves aún! -rogó la princesa.
Pero Yama dio media vuelta y, cargado con el joven, se
internó en las sombras de la noche.
Savitri, movida por el amor, fue tras el dios Yama
que, molesto, se detuvo para ordenarle que regresara con los suyos, pues no debía
seguirle hasta su mansión.
Savitri, sin embargo, respondió que pensaba seguir a
su esposo hasta el fin del mundo porque ninguna ley podría separarla de él,
aunque aquello significase también su muerte.
Aquella explicación conmovió a Yama, que le dijo que
no podía devolverle la vida a su esposo, pero le concedería a ella cualquier cosa
que pidiese.
Ella rogó que el padre de Satyavat recuperase la vista
y las fuerzas... y así fue; pero, testaruda, siguió a Yama y a su esposo. De
nuevo el dios le ofreció un deseo a cambio de la fidelidad de su amor.
Concede que mi suegro recupere su reino y los bienes
que le arrebataron.
Así sea -contestó Yama. Y ahora regresa con ellos y
no me sigas más.
Dejaré de seguirte sólo si me concedes un deseo más.
Si no... llévame a mí también, porque iré con vosotros hasta el fin del mundo.
Yama accedió. El deseo de Savitri esta vez fue que
concediese que el nombre de su esposo no se extinguiera y que su anciano padre viera
a los hijos de sus hijos reinar sobre la Tierra.
-¡Concedido! -gritó el dios de la muerte. Pero al
instante com-prendió.
Después de meditarlo, dijo vencido:
-Eres muy inteligente y valerosa, Savitri.
Tú ganas. Te he dado mi palabra y ahora tu esposo tendrá
que vivir para ser padre y que sus hijos también reinen; porque tu amor, mujer
entregada, ha tenido más fuerza que la propia muerte.
Y diciendo esto, dejó a Satyavat sobre la hierba y
desapareció. Savitri le tomó la cabeza con dulzura y, al punto, el joven volvió
a la vida. Creyendo que había estado dormido, se incorporó brioso y, tendiendo
la mano a su esposa, se ofreció a llevarla de vuelta a casa, lleno de amor.
999. anonimo leyenda
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