Hace mucho tiempo, cuando
las tierras de Frisia estaban cubiertas por bosques y animales feroces, la
gente que allí vivía adoraba a numerosos dioses. Entre ellos, había una diosa
de la justicia, llamada Fosite, a quien el pueblo veneraba con especial devoción.
Crecían que las hojas de su árbol sagrado curaban a los enfermos, lo que
originaba una gran concurrencia a su alrededor.
Este pueblo salvaje de
Frisia se alimentaba de bellotas y de toda clase de granos, y usaba como abrigo
las pieles de los animales.
Una vez llegó a Frisia,
desde las cristianas tierras del sur, un trovador, con su arpa. Se presentó
ante el Rey y cantó tan bellas canciones, que la princesa se entusiasmó al
oírle.
La princesa tenía muy
buen carácter y era el orgullo de su padre y de todo el pueblo, pues, además,
era muy bella.
El Rey tenía especial
devoción por Fosite, la diosa de la justicia, y a su hija, que era un modelo de
justicia, la llamó Fostedina, que quería decir «la amada de Fosite».
Las canciones del
trovador eran completamente distintas de las que se oían por la corte del Rey.
En vez de narrar las batallas contra los daneses, o las hazañas del dios
guerrero Wotan, el trovador cantaba el amor al prójimo y la venida del
Redentor al mundo para la salvación de los hombres. Finalmente, con voz muy
dulce, cantó la crucifixión del Señor y cómo éste, en la hora de la muerte,
perdonó a sus enemigos.
Estas tristes canciones
conmovieron el corazón de la princesa, pero no el de los guerreros del Rey,
que, llenos de cólera, exclamaron:
-¿Olvidar a un enemigo?
¿Nosotros olvidar las ofensas que nos han hecho los daneses? ¡Este hombre está
loco!
Y al momento, pidiendo
permiso al Rey para matar al trovador, desen-vainaron sus espadas con gran
estruendo. El gran sacerdote excitaba a los guerreros para que matasen al
cantor del sur. Pero Fostedina, abalanzándose sobre el cuerpo del trovador, le
salvó la vida cubriéndolo con su manto.
Entonces, el Rey,
levantándose de su trono, dijo:
-No podéis matarlo; este
hombre es nuestro huésped y está a salvo.
Los soldados y el sumo
sacerdote; encolerizados, juraron vengarse y no olvidar nunca a sus enemigos
los daneses. Un grupo de daneses cristianos había venido a Frisia para
convertirlos a su religión. Al anochecer, como hacía mucho frío, encendieron
fuego, para lo cual cortaron, inconscientemente, unas ramas del árbol de
Fosite. Un espía los vio, y al momento los cristianos daneses fueron cogidos
prisioneros; en castigo, decidieron arrojarlos, a los lobos para que los
despedazaran.
Fostedina, que se había
impresionado fuertemente por las cancio-nes religiosas del trovador, decidió
poner en práctica todo lo que éste aconsejaba, y ordenó dejar en libertad a
loss daneses. Por la noche, ¿uando nadie la veía, llamó a uno de sus criados y
se encaminó con él a la prisión. La princesa les ordenó, en nombre de Dios,
que desde ahora era también el suyo, salir inmediatamente de la prisión,
quedando libres para huir a su país. Así lo hicieron; pero la hija del Rey fue
hecha prisionera por el soldado de guardia y conducida al castillo. A la
mañana siguiente, cuando se supo la huida de los daneses, la gente se enfureció
y acudió al Rey para pedirle el castigo de la princesa.
El Rey convocó un consejo
de sacerdotes para decidir sobre el asunto, y la princesa compareció valientemente
ante los sacerdotes de Wotan. En vano éstos la amenazaron con terribles
castigos; Fostedina se mantuvo firme en sus creencias, prefiriendo sufrir y
sacrificarse. Al fin, el sumo sacerdote le dijo:
-Te condenamos a llevar
una corona de espinas sobre la frente, y mañana te mostrarás en público con
ella, desde la salida del sol hasta el anochecer.
Al día siguiente, al
amanecer, Fostedina se dirigió a la plaza pública, vestida de piel blanca y con
el cabello suelto.
-Traed la corona de
espinas para la blasfema -dijo el sumo sacerdote. Y colocó sobre la blanca
frente de la princesa este horrible tormento. Enseguida, la sangre corrió por
su rostro, y, sin dar la menor señal de queja, ella se mantuvo tranquila,
mirando a la multitud, que gritaba a su alrededor.
Pero los años pasaron, y
Frisia experimentó un cambio. Nuevos misioneros llegaron, y las gentes se
convirtieron al cristianismo. Fostedina llegó a ser Reina e hizo desaparecer la
antigua religión, los ídolos y los árboles sagrados. Y donde estuvo el bosque
sagrado, surgió un pastizal para el ganado.
Un príncipe cristiano del
sur vino a Frisia para casarse con Fostedina.
El día de la ceremonia,
un cortejo de bellas jóvenes vestidas de blanco llegaron al palacio. Una de
ellas traía de regalo una corona de oro con la forma de casco, hecha para
ocultar las cicatrices de la frente de Fostedina. La princesa se casó llevando
puesto este casco de oro.
Hoy puede verse a las
jóvenes de Frisia usar cascos dorados en recuerdo del de Fostedina.
174. anonimo (holanda)
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