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miércoles, 5 de septiembre de 2012

La leyenda del caco de oro

Hace mucho tiempo, cuando las tierras de Frisia estaban cubiertas por bosques y animales feroces, la gente que allí vivía adoraba a numerosos dioses. Entre ellos, había una diosa de la justicia, llamada Fosite, a quien el pueblo veneraba con especial de­voción. Crecían que las hojas de su árbol sagrado curaban a los enfermos, lo que originaba una gran concurrencia a su alrededor.
Este pueblo salvaje de Frisia se alimentaba de be­llotas y de toda clase de granos, y usaba como abri­go las pieles de los animales.
Una vez llegó a Frisia, desde las cristianas tierras del sur, un trovador, con su arpa. Se presentó ante el Rey y cantó tan bellas canciones, que la princesa se entusiasmó al oírle.
La princesa tenía muy buen carácter y era el orgu­llo de su padre y de todo el pueblo, pues, además, era muy bella.
El Rey tenía especial devoción por Fosite, la diosa de la justicia, y a su hija, que era un modelo de justi­cia, la llamó Fostedina, que quería decir «la amada de Fosite».
Las canciones del trovador eran completamente distintas de las que se oían por la corte del Rey. En vez de narrar las batallas contra los daneses, o las hazañas del dios guerrero Wotan, el trovador can­taba el amor al prójimo y la venida del Redentor al mundo para la salvación de los hombres. Final­mente, con voz muy dulce, cantó la crucifixión del Señor y cómo éste, en la hora de la muerte, perdonó a sus enemigos.
Estas tristes canciones conmovieron el corazón de la princesa, pero no el de los guerreros del Rey, que, llenos de cólera, exclamaron:
-¿Olvidar a un enemigo? ¿Nosotros olvidar las ofensas que nos han hecho los daneses? ¡Este hom­bre está loco!
Y al momento, pidiendo permiso al Rey para matar al trovador, desen-vainaron sus espadas con gran estruendo. El gran sacerdote excitaba a los gue­rreros para que matasen al cantor del sur. Pero Fos­tedina, abalanzándose sobre el cuerpo del trovador, le salvó la vida cubriéndolo con su manto.
Entonces, el Rey, levantándose de su trono, dijo:
-No podéis matarlo; este hombre es nuestro hués­ped y está a salvo.
Los soldados y el sumo sacerdote; encolerizados, juraron vengarse y no olvidar nunca a sus enemigos los daneses. Un grupo de daneses cristianos había venido a Frisia para convertirlos a su religión. Al anochecer, como hacía mucho frío, encendieron fuego, para lo cual cortaron, inconscientemente, unas ramas del árbol de Fosite. Un espía los vio, y al momento los cristianos daneses fueron cogidos pri­sioneros; en castigo, decidieron arrojarlos, a los lo­bos para que los despedazaran.
Fostedina, que se había impresionado fuerte­mente por las cancio-nes religiosas del trovador, de­cidió poner en práctica todo lo que éste aconsejaba, y ordenó dejar en libertad a loss daneses. Por la noche, ¿uando nadie la veía, llamó a uno de sus criados y se encaminó con él a la prisión. La prin­cesa les ordenó, en nombre de Dios, que desde ahora era también el suyo, salir inmediatamente de la prisión, quedando libres para huir a su país. Así lo hicieron; pero la hija del Rey fue hecha prisio­nera por el soldado de guardia y conducida al casti­llo. A la mañana siguiente, cuando se supo la huida de los daneses, la gente se enfureció y acudió al Rey para pedirle el castigo de la princesa.
El Rey convocó un consejo de sacerdotes para de­cidir sobre el asunto, y la princesa compareció va­lientemente ante los sacerdotes de Wotan. En vano éstos la amenazaron con terribles castigos; Foste­dina se mantuvo firme en sus creencias, prefiriendo sufrir y sacrificarse. Al fin, el sumo sacerdote le dijo:
-Te condenamos a llevar una corona de espinas sobre la frente, y mañana te mostrarás en público con ella, desde la salida del sol hasta el anochecer.
Al día siguiente, al amanecer, Fostedina se dirigió a la plaza pública, vestida de piel blanca y con el ca­bello suelto.
-Traed la corona de espinas para la blasfema -dijo el sumo sacerdote. Y colocó sobre la blanca frente de la princesa este horrible tormento. Ense­guida, la sangre corrió por su rostro, y, sin dar la menor señal de queja, ella se mantuvo tranquila, mirando a la multitud, que gritaba a su alrededor.
Pero los años pasaron, y Frisia experimentó un cambio. Nuevos misioneros llegaron, y las gentes se convirtieron al cristianismo. Fostedina llegó a ser Reina e hizo desaparecer la antigua religión, los ídolos y los árboles sagrados. Y donde estuvo el bos­que sagrado, surgió un pastizal para el ganado.
Un príncipe cristiano del sur vino a Frisia para casarse con Fostedina.
El día de la ceremonia, un cortejo de bellas jóve­nes vestidas de blanco llegaron al palacio. Una de ellas traía de regalo una corona de oro con la forma de casco, hecha para ocultar las cicatrices de la frente de Fostedina. La princesa se casó llevando puesto este casco de oro.
Hoy puede verse a las jóvenes de Frisia usar cas­cos dorados en recuerdo del de Fostedina.

174. anonimo (holanda)

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