Hubo una vez un comerciante de nombre Marco tan rico
como avaro. Cierto día un anciano le pidió asilo y lo envió al corral, donde ya
se alojaba una pariente del comerciante, pobre y enferma.
Al día siguiente, la mujer amaneció curada y sólo supo
decir que el anciano le había dicho que aquello era cosa de un bebé recién
nacido, de nombre Basilio, cuyo futuro estaba marcado e iba a ser el dueño de
todas las riquezas de Marco, el comerciante.
Naturalmente, el avaro Marco no tardó ni un día en dar
con el niño recién nacido y, asegurando que él le daría una buena vida, consiguió
que sus pobres padres se lo cedieran. Pero Marco sólo quería deshacerse de
aquella amenaza y ordenó a un criado que lo tirase por un barranco.
Dos días después pasaron por allí unos comerciantes y,
por el llanto encontraron al niño, y decidieron llevárselo con ellos, que iban
a saldar una vieja deuda con Marco, el avaro y malvado comerciante.
Al reconocer Marco a Basilio, mintió a los comerciantes
y juró que era su padrino.
Agasajó a sus deudores y hasta les prometió perdonarles
la deuda, todo a cambio de que le dejasen recuperar al pequeño...
Tan convincente fue Marco que los comerciantes
aceptaron y el malvado repitió el intento: ordenó a su criado que metiera al niño
en un tonel y lo tirase en alta mar. Pero quiso el destino que las olas
arrastrasen el tonel hasta la orilla, en un lugar muy próximo a un convento.
Un monje encontró al pequeño y, sin dudarlo, decidió
que se ocuparía de él
Pasaron 18 años y Basilio aprendió a leer, a escribir
y a cantar.
Cierto día que Marco iba de viaje, se detuvo a descansar
en el convento y se fijó en el joven, que le resultaba familiar. Los monjes le contaron
la historia del niño y Marco, al saber quién era, les convenció de que el joven
estaría mejor con él, que le daría casa y fortuna.
Los monjes aceptaron pensando en el bien de Basilio y
los dejaron marchar. Marco, entonces, dio una carta al joven y le dijo que fuera
con ella a su casa, a dársela a su esposa, mientras él continuaba el viaje.
El muchacho, obediente, emprendió camino pero un viejo
se presentó ante él por arte de magia y le anunció que en la carta que llevaba
iba escrita su sentencia de muerte.
Sin embargo, no temas -añadió-. Yo cambiaré tu
suerte... Lleva la carta y preséntate ante la mujer del comerciante como él te
ordenó.
Basilio lo hizo, y cuál fue su sorpresa al ver que,
nada más entregar la carta a la mujer, todo fueron parabienes y cuidados para
con su persona.
Y es que el texto de la carta había cambiado: ahora
ordenaba que se preparase todo para casar al joven que la llevaba con
Anastasia, la única hija del comerciante.
La esposa de Marco se dispuso a obedecer la orden de
su marido y organizó sin demora una boda rápida pero espléndida a la que no asistió
su marido, pero fue invitado todo el pueblo y que, por cierto, hizo muy felices
a los esposos.
Cuando el viejo Marco regresó de su viaje, no daba
crédito a lo que se encontró en el hogar. Pidió explicaciones a su mujer, que
le mostró la carta que le había entregado en mano el propio Basilio... ¡y cuál
no sería la sorpresa del avaro comerciante cuando leyó, como escrito de su puño
y letra, la orden de que el joven Basilio se convirtiera en su yerno y
heredero! Y así fue como se cumplió la profecía.
999. anonimo leyenda
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