En los primeros tiempos, cuando los hombres sólo
disponían de palos y hachas de piedra, vieron a lo lejos unas montañas con una
rica vegetación pero no supieron cómo salvar las escarpadas peñas para llegar a
ellas.
Aquellos primitivos intentaron sin éxito levantar
pilares para cruzar el río. Pero lo que más asustó a los hombres fue oír unas carcajadas
que no parecían humanas provenientes del más allá, del lado de las montañas inaccesibles.
Pasaron muchos años y otros hombres siguieron
obsesionados con las montañas.
Ahora ya utilizaban túnicas y tenían herramientas como
aperos de labranza y armas de metal.
Pero por más que avanzaban en sus conocimientos,
tampoco pudieron alcanzar las altas montañas. Aquellas gentes llegaron a la
conclusión de que en ellas vivía un gigante que no deseaba ser molestado y era
quien les impedía llegar hasta allí. Pero su extraordinario poder parecía limitarse
al misterio de la noche.
El gigante de la montaña estaba condenado porque si la
luz de la mañana lo encontraba fuera de su albergue, perdería todo su poder.
Un día se estableció en el valle un pueblo muy culto y
desarrollado, avanzado en las artes, y entre ellos creció el interés por la
montaña. Pero a su vez el gigante, que vigilaba a las personas desde su retiro,
se dijo que les demostraría todo su poder para desplegar su orgullo de pueblo
recién asentado.
¡Tampoco esta vez las gentes invadirían su territorio!
El gigante empezó su labor destructora, pero una noche
se entretuvo y, cuando el primer rayo de sol lo iluminó, cegó su vista y sus sentidos.
Entonces oyó una voz atronadora, superior a la suya y mucho más poderosa:
¡Eh, tú, enemigo del bien! ¡Permanecerás encantado
hasta que el progreso te rescate!
Y así el gigante se convirtió en piedra y, desde
entonces, Montserrat tiene una peña más, la de San Jerónimo, que fue el santo que
castigó al gigante.
Siglos después, mientras la humanidad avanzaba, la
cabeza del gigante encantado abrió la boca para decirle al Señor:
La humanidad ha progresado ya. ¿Es hora de que termine
por fin mi castigo?
Pero el Señor no le libró de su apresamiento en la
piedra y, cien años más tarde, en la montaña de Montserrat se construyeron castillos
y monasterios. El gigante volvió a preguntar, pero recibió una nueva negativa.
El progreso continuó, los monasterios se convirtieron
en grandes conventos y mucha gente acudía a la zona a invocar a la Virgen.
Sin embargo, por más años que pasaban, el gigante
seguía espe-rando su liberación.
Tampoco el progreso rescató al gigante en el siglo XX,
cuando al santuario se podía llegar incluso por el aire. Los viajeros que hoy
visitan Montserrat pueden admirar la cumbre de San Jerónimo, una enorme mole de
piedra a la que popularmente llaman «la roca del gigante encantado».
999. anonimo leyenda
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