En la hermosa ciudad de
Granada, en un fértil valle que los antiguos llamaron de Valparaíso y que hoy
se conoce con el nombre de La
Salud , corre el río Darro, cuyas aguas arrastran entre sus
arenas pepitas de oro, y cerca de él hay un accidentado barranco, que se eleva
hasta los cerros de la Silla
del Moro, por donde se despeñaban las aguas torrenciales, formando bellas cascadas,
cuyas aguas van a mezclarse con las del río. Allí existía, en tiempo de Boabdil,
una gruta pintoresca, a la que daba acceso una estrecha vereda, que partía del
que hoy se llama puente de las Cornetas.
Las cortas épocas de paz
que podían disfrutar los habitantes del último reino granadino las
aprovechaban las doncellas árabes, en las plácidas noches de verano, para bajar
desde el Albaicín a llenar su cántaro en un arroyo que arrancaba de aquella
misteriosa gruta, a cuyas aguas atribuían grandes beneficios.
Pero se daba el caso
curioso de que unas veces las aguas tenían un pronunciado sabor amargo,
mientras que otras su dulzor era parecido al de la miel. Y a la vez de su
sabor, variaban también los efectos en los que las bebían: ya inspiraban
fuertes pasiones en los seres más indiferentes, ya los más rendidos amantes se
convertían en burladores de sus amados, sintiendo en su pecho la frialdad del
hielo. En otros encendían instintos bélicos, o producían gran languidez y
flojedad en los más esforzados guerreros y, por último, esto daba origen a
continuos incidentes y cuestiones pasionales, en los que en algunas ocasiones
llegaba a correr la sangre.
Hubo de intervenir el
cadí, poniendo a la entrada de la cueva una guardia de negros etíopes. Pero
cuando el sueño los rendía, una maravillosa doncella que habitaba en aquella
cueva se entretenía en cortarles los cabellos y atar los unos a los otros. Al
despertar, quedaban sorprendidos ante aquellas mudanzas, llegando a sentir
temor a las travesuras del hada, conocida por todos con el nombre de Agrilla.
Un moro más valiente y
atrevido que sus compañeros se decidió a penetrar en la cueva, y sus acompañantes
esperaron en vano su vuelta, porque no se volvió a saber nada del intrépido
que había penetrado en su mansión, y sólo vieron un gran búho que chiflaba
cerca de ellos.
El hada que habitaba en
la gruta era en extremo caprichosa y voluble, cambiando a su placer el sabor
del agua que nacía en su morada.
Cuando se sentía alegre y
dichosa, las aguas adquirían un sabor dulce y proporcionaban la felicidad a
cuantos las bebían; pero si, contrariada en sus amores, derramaba alguna
lágrima, al mezclarse ésta con las aguas, las tornaba amargas, perturbando la
paz de cuantos las bebían.
Al ser conquistada
Granada por los Reyes Católicos y entrar en ella los cristianos, el hada de
la cueva desapareció a la vez que los habitantes moros, dejando el manantial
con el último sabor que le comunicara su dueña, que, al abandonar aquella
hermosa mansión, sin duda apenada, dejó verter alguna lágrima, mientras la
belleza del paisaje, contemplado por última vez, llenó de dulzor su espíritu,
quedando las aguas para siempre un poco agridulces, como aún hoy se conservan.
A ellas acuden
constantemente numerosas doncellas en busca de su poder benéfico, devolviendo
los bellos colores a los rostros pálidos y enfermizos, aunque a veces
encuentran también maleficios en las aguas de la cueva de Agrilla.
099. anonimo (andalucia)
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