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miércoles, 5 de septiembre de 2012

La fuente encantada

En la hermosa ciudad de Granada, en un fértil valle que los antiguos llamaron de Valparaíso y que hoy se conoce con el nombre de La Salud, corre el río Darro, cuyas aguas arrastran entre sus arenas pepitas de oro, y cerca de él hay un accidentado barranco, que se ele­va hasta los cerros de la Silla del Moro, por donde se despeñaban las aguas torrenciales, formando bellas cas­cadas, cuyas aguas van a mezclarse con las del río. Allí existía, en tiempo de Boabdil, una gruta pintoresca, a la que daba acceso una estrecha vereda, que partía del que hoy se llama puente de las Cornetas.
Las cortas épocas de paz que podían disfrutar los ha­bitantes del último reino granadino las aprovechaban las doncellas árabes, en las plácidas noches de verano, para bajar desde el Albaicín a llenar su cántaro en un arroyo que arrancaba de aquella misteriosa gruta, a cu­yas aguas atribuían grandes beneficios.
Pero se daba el caso curioso de que unas veces las aguas tenían un pronunciado sabor amargo, mientras que otras su dulzor era parecido al de la miel. Y a la vez de su sabor, variaban también los efectos en los que las bebían: ya inspiraban fuertes pasiones en los seres más indiferentes, ya los más rendidos amantes se convertían en burladores de sus amados, sintiendo en su pecho la frialdad del hielo. En otros encendían ins­tintos bélicos, o producían gran languidez y flojedad en los más esforzados guerreros y, por último, esto daba origen a continuos incidentes y cuestiones pasio­nales, en los que en algunas ocasiones llegaba a correr la sangre.
Hubo de intervenir el cadí, poniendo a la entrada de la cueva una guardia de negros etíopes. Pero cuando el sueño los rendía, una maravillosa doncella que ha­bitaba en aquella cueva se entretenía en cortarles los cabellos y atar los unos a los otros. Al despertar, que­daban sorprendidos ante aquellas mudanzas, llegando a sentir temor a las travesuras del hada, conocida por todos con el nombre de Agrilla.
Un moro más valiente y atrevido que sus compañe­ros se decidió a penetrar en la cueva, y sus acompa­ñantes esperaron en vano su vuelta, porque no se vol­vió a saber nada del intrépido que había penetrado en su mansión, y sólo vieron un gran búho que chiflaba cerca de ellos.
El hada que habitaba en la gruta era en extremo ca­prichosa y voluble, cambiando a su placer el sabor del agua que nacía en su morada.
Cuando se sentía alegre y dichosa, las aguas adqui­rían un sabor dulce y proporcionaban la felicidad a cuantos las bebían; pero si, contrariada en sus amo­res, derramaba alguna lágrima, al mezclarse ésta con las aguas, las tornaba amargas, perturbando la paz de cuantos las bebían.
Al ser conquistada Granada por los Reyes Católicos y entrar en ella los cristianos, el hada de la cueva desapareció a la vez que los habitantes moros, dejan­do el manantial con el último sabor que le comunicara su dueña, que, al abandonar aquella hermosa mansión, sin duda apenada, dejó verter alguna lágrima, mien­tras la belleza del paisaje, contemplado por última vez, llenó de dulzor su espíritu, quedando las aguas para siempre un poco agridulces, como aún hoy se con­servan.
A ellas acuden constantemente numerosas doncellas en busca de su poder benéfico, devolviendo los bellos colores a los rostros pálidos y enfermizos, aunque a ve­ces encuentran también maleficios en las aguas de la cueva de Agrilla.

099. anonimo (andalucia)

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