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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Las piedras de plouhinec

La pobre aldea de Plouhinec carecía de trigo y de ganado. Los duendes habían dispuesto, a su salida, dos filas de rocas que parecían una avenida que no llevaba a ninguna parte.
Cerca de allí vivía Marzinn, el más rico de la comarca, que tenía por costumbre comprar un cerdo por Navidad y que, orgulloso de lo que tenía, había negado la mano de su hermana a un honrado y joven vecino.
Aquella Nochebuena, por pura vanidad Marzinn reunió a sus vecinos en su propia casa.
Justo cuando iban a cenar, se presentó en la puerta un mendigo al que todos temían pues sospechaban que era un brujo que recogía hierbas mágicas.
Pero por ser Nochebuena el dueño le dio cobijo en la cuadra, unto al asno y al buey.
Estaba medio dormido el hombre cuando los animales empezaron a hablar:
-No vale la pena tener el don de la palabra en esta noche tan señalada si por auditorio tenemos a este viejo -dijo soberbio el buey.
-Eres un orgulloso -sentenció el asno.
Menos mal que el brujo se ha dormido...
-¡Bah! -continuó el buey-, su magia no le ha dado riqueza. Ade-más, no sabe que dentro de unos días es la fecha en que las rocas del pueblo van a beber al río y dejan a descubierto los tesoros que ocultan.
-Pero vuelven tan rápido a su sitio que aplastan a los codiciosos -espetó el asno.
-Eso, si no conoces el secreto del trébol de cinco hojas -le recordó el buey.
Y así siguieron ambos animales hablando de aquella maravilla sin percatarse de que el viejo mendigo no estaba dormido y sí muy contento por la información recibida.
Por eso, a la mañana siguiente lo primero que hizo fue ir al campo a buscar el trébol de cinco hojas para tenerlo preparado.
Por fin llegó el día del movimiento mágico de las piedras y allí estaba el mendigo cuando vio al joven Bernez tallando una cruz en la más alta de las rocas. Explicó que lo hacía para agradar al Señor y así caer bajo su gracia.
El mendigo le dijo que podía ayudarle y le contó la historia de las piedras, omitiendo el secreto para evitar ser aplastado. Lo que quería era que el joven sacase los tesoros... ¡y que luego se quedase atrapado allí!
El joven se mostró dispuesto a participar con tal de no hacer nada que comprometiera su alma.
Sin embargo, le pidió que por favor le dejase terminar de tallar la cruz en la piedra en honor al Señor.
Llegó la hora señalada y se reunieron el joven y el mendigo. De pronto se oyó un gran ruido y las piedras se pusieron a rodar hacia el río dejando al descubierto pozos llenos de oro. El mendigo empezó a llenar sus zurrones pero de pronto se escuchó el murmullo de las piedras que regresaban a su sitio.
El joven intentó advertir al mendigo:
-¡Huyamos o nos aplastarán!
-Yo no -dijo el mendigo con el trébol en la mano, porque tengo aquí mi salvación.
Las rocas esquivaron al viejo y se precipitaron hacia el joven. Este, creyendo que había llegado su hora, se arrodilló a rezar y de pronto una piedra enorme se detuvo cerrando el paso a la avalancha. Era la piedra en la que había grabado la cruz. El joven se quedó inmóvil hasta que todas las piedras se detuvieron y luego corrió hacia el pueblo.
En el camino se topó con el mendigo, cansado por el peso de su zurrón.
De pronto, las rocas se pusieron en movimiento y fueron a aplastar al viejo y avaro mendigo. El muchacho, sin embargo, se salvó de que le tocase ni una sola de ellas.
Además de lo que había recogido, Bernez se quedó con el zurrón lleno de oro y joyas del mendigo. Gracias a tan gran tesoro fue lo suficientemente rico como para casarse con la hermosa Rozenn, la hermana de Marzinn, y no sólo eso, sino que destinó gran parte de su riqueza a conseguir que en su aldea nadie pasara hambre nunca más.

999. anonimo leyenda

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