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miércoles, 5 de septiembre de 2012

La gacela sagrada

Cierto día, un rey aficionado a la caza perseguía montado en su carro a una bella y ligera gacela. Estaba a punto de darle caza cuando una voz del bosque le advirtió:
-¡No dispares! ¡Este animal es sagrado y pertenece a nuestro santuario!
El monarca se internó en el bosque y vio a dos monjes que defendían a la gacela. Al ver al rey, se extendieron en explicaciones:
-Vos hicisteis un decreto diciendo que esta tierra es sagrada y nadie puede atentar contra la vida de los seres que viven aquí -dijeron.
El rey lo recordó y les dijo que dejaran al animal, porque ya no lo perseguiría más.
Agradecidos, los monjes contestaron:
-Que dios os bendiga y os conceda un hijo que reine sobre todo el universo. Si queréis, podéis visitar nuestro santuario. En él os recibirá la hijastra de nuestro maestro.
El rey, agradecido, fue a visitar el lugar santo. Allí encontró tres jóvenes que cuidaban del jardín y comentaban cuánto debía de querer el maestro a su árbol mangle, pues siempre las enviaba a cuidarlo. De pronto la hijastra del maestro gritó:
-¡Prodigio! ¡El mangle ha florecido! ¡Buen augurio !
Efectivamente, el maestro contaba que si el árbol florecía sería señal de que la felicidad llegaría a quien lo cuidaba.
Estaban comentando esto cuando una abeja las alborotó. Apro-vechó el rey para presentarse y, cuando las muchachas lo vieron, le ofrecieron agua y fruta aunque no conocían su condición de monarca.
El rey se hizo pasar por un enviado real y les preguntó quiénes eran ellas. Así supo que la hijastra del maestro era hija del rey Kancika, que al retirarse había dejado a la joven al cuidado del venerable maestro Kanva.
-Sakuntala estará aquí hasta que encuentre esposo -aseguró una de las jóvenes.
Esta frase dio que pensar al rey, puesto que él ya se había enamorado de la joven, de su belleza y de su saber estar. De pronto, se organizó un alboroto: los monjes corrían al bosque porque, al parecer, habían entrado cazadores y debían proteger a los animales.
-El rey me ha concedido algunos poderes -aseguró él a las mucha-chas- y haré que nadie se atreva a turbar la paz de este entorno, así que no temáis.
Dicho esto, abandonó presuroso el jardín y, ya en el bosque, encontró a su séquito preocupado por su ausencia.
Sus propios hombres estaban alborotando el lugar mientras lo buscaban. Enseguida dio orden de que se retirasen y dejasen en paz el bosque y sus animales.
Los monjes, que habían visto la escena, pidieron al monarca que se quedara en el santuario para protegerlos durante el tiempo en que estuviera ausente su maestro. El rey aceptó y se instaló allí, decidido a vivir como uno más.
Todos eran felices... menos Sakuntala, que se había enamorado del rey y, al no poder confesarlo, había perdido la alegría.
Una de sus amigas, preocupada, decidió ayudarla... y se le ocurrió que la mejor forma sería que el rey supiera del amor que Sakuntala le profesaba. Así, cierta mañana que ellas paseaban por el jardín, vieron acercarse al monarca y, en cuanto tuvieron oportunidad, las amigas dejaron a solas al monarca con Sakuntala; así el rey notaría el sentimiento que ella no se atrevía a confesar
Efectivamente, tanto enrojecieron sus mejillas, que el monarca comprendi que su amor era recíproco.
Aquélla era la señal que el buen rey estaba esperando y le declaró su amor.
Muy pocos días después ambos se casaron en el propio santuario, al que acudió lo más selecto de la corte del rey y todos los monjes. El mayor de ellos ofició la ceremonia y comprobaron que se cumplían los augurios: por un lado, el que le habían hecho al rey por no cazar a la gacela; y por otro, el que nacía de las flores del mangle que, por cierto, tras la boda apareció más florido y hermoso que nunca.

999. anonimo leyenda

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