Cierto día, un rey aficionado a la caza perseguía
montado en su carro a una bella y ligera gacela. Estaba a punto de darle caza cuando
una voz del bosque le advirtió:
-¡No dispares! ¡Este animal es sagrado y pertenece a nuestro
santuario!
El monarca se internó en el bosque y vio a dos monjes
que defendían a la gacela. Al ver al rey, se extendieron en explicaciones:
-Vos hicisteis un decreto diciendo que esta tierra es
sagrada y nadie puede atentar contra la vida de los seres que viven aquí
-dijeron.
El rey lo recordó y les dijo que dejaran al animal,
porque ya no lo perseguiría más.
Agradecidos, los monjes contestaron:
-Que dios os bendiga y os conceda un hijo que reine
sobre todo el universo. Si queréis, podéis visitar nuestro santuario. En él os recibirá
la hijastra de nuestro maestro.
El rey, agradecido, fue a visitar el lugar santo. Allí
encontró tres jóvenes que cuidaban del jardín y comentaban cuánto debía de querer
el maestro a su árbol mangle, pues siempre las enviaba a cuidarlo. De pronto la
hijastra del maestro gritó:
-¡Prodigio! ¡El mangle ha florecido! ¡Buen augurio !
Efectivamente, el maestro contaba que si el árbol
florecía sería señal de que la felicidad llegaría a quien lo cuidaba.
Estaban comentando esto cuando una abeja las alborotó.
Apro-vechó el rey para presentarse y, cuando las muchachas lo vieron, le
ofrecieron agua y fruta aunque no conocían su condición de monarca.
El rey se hizo pasar por un enviado real y les
preguntó quiénes eran ellas. Así supo que la hijastra del maestro era hija del
rey Kancika, que al retirarse había dejado a la joven al cuidado del venerable
maestro Kanva.
-Sakuntala estará aquí hasta que encuentre esposo
-aseguró una de las jóvenes.
Esta frase dio que pensar al rey, puesto que él ya se
había enamorado de la joven, de su belleza y de su saber estar. De pronto, se organizó
un alboroto: los monjes corrían al bosque porque, al parecer, habían entrado cazadores
y debían proteger a los animales.
-El rey me ha concedido algunos poderes -aseguró él a
las mucha-chas- y haré que nadie se atreva a turbar la paz de este entorno, así
que no temáis.
Dicho esto, abandonó presuroso el jardín y, ya en el
bosque, encontró a su séquito preocupado por su ausencia.
Sus propios hombres estaban alborotando el lugar
mientras lo buscaban. Enseguida dio orden de que se retirasen y dejasen en paz el
bosque y sus animales.
Los monjes, que habían visto la escena, pidieron al
monarca que se quedara en el santuario para protegerlos durante el tiempo en que
estuviera ausente su maestro. El rey aceptó y se instaló allí, decidido a vivir
como uno más.
Todos eran felices... menos Sakuntala, que se había
enamorado del rey y, al no poder confesarlo, había perdido la alegría.
Una de sus amigas, preocupada, decidió ayudarla... y
se le ocurrió que la mejor forma sería que el rey supiera del amor que Sakuntala
le profesaba. Así, cierta mañana que ellas paseaban por el jardín, vieron acercarse
al monarca y, en cuanto tuvieron oportunidad, las amigas dejaron a solas al
monarca con Sakuntala; así el rey notaría el sentimiento que ella no se atrevía
a confesar
Efectivamente, tanto enrojecieron sus mejillas, que el
monarca comprendi que su amor era recíproco.
Aquélla era la señal que el buen rey estaba esperando
y le declaró su amor.
Muy pocos días después ambos se casaron en el propio
santuario, al que acudió lo más selecto de la corte del rey y todos los monjes.
El mayor de ellos ofició la ceremonia y comprobaron que se cumplían los
augurios: por un lado, el que le habían hecho al rey por no cazar a la gacela;
y por otro, el que nacía de las flores del mangle que, por cierto, tras la boda
apareció más florido y hermoso que nunca.
999. anonimo leyenda
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