Don Íñigo, el gran montero de los marqueses de
Almenar, perseguía a un ciervo.
-¡Cazadlo antes de que se adentre en el bosque de la
fuente de los álamos! -advirtió a sus hombres. Pero fue en vano, porque el animal
consiguió escabullirse.
El hijo de los marqueses, Fernando, que también
participaba en la cacería, no hizo caso a las palabras de su montero y decidió
que perseguiría al ciervo donde fuera, sin importarle el peligro.
-Señor -le advirtió Íñigo, aquella fuente está
maldita y en ella vive un espíritu...
Pero el joven marchó, decidido. Cuando regresó, su
carácter había cambiado. Estaba mustio y apagado, ya no era el mismo.
Su fiel montero consiguió que le explicase la razón:
-Mi alma cambió desde que, en las aguas de la fuente,
vi brillar los ojos de una mujer. Cuando miré al frente, estaba sentada en la
orilla.
Me enamoré de ella.
Y desde entonces no puedo pensar más que en regresar a
su lado.
El joven marqués volvió al lago en busca de la mujer
de cabellos de oro y hermosos ojos. La encontró al borde de la fuente.
Yo también te amo -confesó ella al verle pero vivo en
estas aguas y, si me quieres, tendrás que quedarte conmigo...
Mientras ella hablaba, el joven se fue metiendo en las
aguas, absorto por la belleza de la joven y de sus palabras. La mujer siguió
hablando...
- Llega hasta el fondo y seré tuya. Te daré una
felicidad sin fin. Ven hacia mí...
Se hizo la noche y el joven Fernando sintió unos
brazos en tomo a su cuello. Acabó de sumergirse en el agua con un rumor sordo y
lúgubre.
Luego sólo hubo oscuridad y silencio.
De las aguas saltaron chispas y las olas se cerraron
sobre el cuerpo del marqués. Los círculos de plata del agua fueron ensanchándose
hasta morir en la orilla, a la que él nunca regresó.
999. anonimo leyenda
No hay comentarios:
Publicar un comentario