Federico II había caído preso de los infieles durante
las Cruzadas. Pasado un tiempo, el sultán le ofreció la libertad a cambio de
que buscase y le entregase las cuatro piedras preciosas que yacían escondidas en
un bosque bajo la custodia de cierto monstruo.
El rey cristiano, dispuesto a hacerlo, preguntó sobre
los poderes de dichas piedras y el sultán le contestó que eran cuatro talismanes
que otorgaban invisibilidad, impasibilidad, inmortalidad y agilidad. Federico
II aceptó el reto porque suponía dónde podían encontrarse aquellas piedras.
De hecho, enseguida localizó la primera.
Como era el talismán de la invisibilidad, sirviéndose
de ella consiguió sin riesgos llegar hasta las demás piedras, ante el furor del
monstruo que las custodiaba por haber sido burlado. Pero una vez que las tuvo
en su poder, no quiso Federico dárselas al sultán: además de perder las
piedras, ¿quién le aseguraba que no perdería de nuevo la libertad?
Cuenta la leyenda que prefirió retirarse a un
magnífico palacio... donde, por cierto, no se le veía demasiado, pues haciendo
uso de la invisibilidad, solía desaparecer.
Un hombre aseguró haberlo visto en una gruta, sentado
en un trono de oro y rodeado de una brillante corte; pero hay quien asegura que
en realidad Federico se estableció en lo profundo de una secreta montaña y que
fue un pastor quien lo encontró, rodeado de un riquísimo arsenal de armas: las
que tenía preparadas para reconquistar Tierra Santa por la que, un día había
perdido la libertad.
999. anonimo leyenda
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