Hubo una vez un hombre pobre cuyo hijo abandonó el
hogar para buscar fortuna. Pero en los cuatro años que éste pasó fuera, su padre
se enriqueció y se fue a otra ciudad a dedicarse al comercio.
Por casualidad fue a dar al lugar donde vivía su hijo mendigando,
pero él no lo sabía.
A menudo clamaba:
-¡Ay, si supiera dónde está mi pobre hijo!
Cierto día, el hijo mendigo llegó hasta la casa de su
padre, que estaba sentado a la fresca mientras le abanicaban. El hijo no reconoció
al padre y salió huyendo de los criados. Pero éstos lo detuvieron y el joven, asustado
y hambriento, se desmayó.
El padre, por su parte, sí había reconocido a su hijo,
pero no dijo nada. Sólo se ocupó de que sus criados lo tratasen bien y de que cuando
despertar le dieran trabajo y cobijo en su casa.
El padre decidió disfrazarse de pobre y salir a su
encuentro como un trabajador más.
Tras haber trabajado codo a codo con él, le confesó:
-Soy el dueño de la casa. Veo que eres trabajador, así
que te trataré como a mi hijo.
Desde entonces, el joven empezó a sentir mucho cariño
por el señor, aunque siguió viviendo en su aposento de criado.
Un día el señor enfermó y mandó llamar al joven:
-Soy un hombre muy rico -le dijo-. Ahora que estoy impedido
necesito que alguien responsable se ponga al frente de todo.
Así, el joven se convirtió en administrador de la finca,
sin pedir nada a cambio. Entretanto, el hombre rico siguió observándole y
comprobó que su hijo era de fiar.
Antes de que la enfermedad lo venciera, reunió a todos
los de la casa, incluido el joven, y señalándole comunicó:
-Escuchadme bien. Este joven criado es en realidad mi
hijo. He comprobado que es un hombre justo y a él debo dejarle todo mi patrimonio,
mis riquezas y mis propiedades.
La sorpresa entre los presentes fue mayúscula y la
conversación posterior entre padre e hijo sólo ellos la conocieron...
999. anonimo leyenda
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