Cierto día que se dirigían al monasterio de San Miguel
tres peregrinos -un matrimonio y su hijo- ocurrió que, entretenidos en la
playa, no se dieron cuenta de que había arenas movedizas. De pronto el hombre empezó
a hundirse y, para que la mujer no pereciera también, la subió sobre sus
hombros.
Pero fue inútil, pues el hombre siguió desapareciendo
bajo la arena y al poco la mujer empezó a ser tragada en el mismo lugar que su
marido.
A los gritos desesperados de la mujer acudió el niño
que, de un salto, se subió a los hombros de su madre sin darse cuenta de que
aquello era más que peligroso.
Y, efectivamente, no sirvió de nada bueno, puesto que
también la mujer se hundió por completo y al poco tiempo la arena iba tragándose
al niño hasta que ya a duras penas asomaba de él un dedo.
Justo entonces el arcángel San Miguel miró hacia la Tierra
y divisó el último dedo del niño asomando de las arenas movedizas.
El ángel celestial descendió en vuelo majestuoso para socorrer
a la familia que había ido a rezarle y, agarrando al niño por su diminuta mano,
sacó de las arenas primero al niño y, después, con toda rapidez, a la madre y
al padre. Pareciera que los pies de cada uno estuvieran adheridos a los hombros
del anterior, pues salieron los tres como si de un mismo cuerpo se tratase.
Llenos de gratitud por el milagro, la familia visitó
el monasterio y contaron a los monjes lo sucedido. Desde entonces, la comunidad
entona cánticos en honor al glorioso santo.
999. anonimo leyenda
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