Analía era la hija de un rey africano. Muchos
guerreros habían querido casarse con ella, pero ninguno consiguió traspasar la
más-cara de frialdad e indiferencia de la mujer. Cierto día anunció por fin que
se casaría con aquel que consiguiera reconquistar cierta aldea que había
perdido su padre en una batalla. Aquello parecía imposible, pues el territorio
era defendido con uñas y dientes por sus habitantes y la mayoría de los
interesados se dieron por vencidos, así que Analía continuó sola y triste.
No lejos de allí vivía feliz el joven Samba, hijo de
un rey pacífico. El príncipe, deseoso de conocer mundo, salió a recorrerlo y en
cada ciudad, para demostrar su valía, desafiaba a los líderes y, tras
vencerlos, renunciaba de buen grado a obtener ninguna ganancia a cambio. De
este modo, Samba llegó a vencer a todos los príncipes del país sin otro
provecho que el del orgullo de saberse ganador. Cierto día que descansaba a
orillas del río Níger escuchó la historia de Analía.
Inmediatamente, Samba decidió conocer a la princesa
Analía y, cuando llegó a su tierra, descubrió que era una mujer digna de su
amor.
Tras comprender que sólo realizando la proeza que había
pedido conseguiría entrar en su corazón, decidió salir a la conquista de
aquella aldea. En el camino, varios poblaciones fueron cayendo rendidas...
incluso la pequeña aldea de sus deseos.
Analía cumplió su promesa y se casó con Samba, pero el
príncipe descubrió que ella aún no era feliz. Al preguntarle la razón, la joven
contestó que existía una serpiente en el río que, cuando aparecía, traía la
ruina a toda la región. Sin dudarlo un momento, Samba se fue en busca de la
serpiente.
Luchó contra ella durante ocho años, hasta que el río
se tiñó de rojo con la sangre de la serpiente. Analía, desconfiada aún, pidió a
su esposo que le trajera viva a la serpiente... pero era imposible.
El pobre Samba, dolido en el corazón por la repentina
desconfianza de Analía, y viendo además que no podría cumplir su deseo puesto
que había dado muerte a la serpiente, se sintió tan desdichado que tomó la
misma espada con la que había matado a la fiera y se la clavó en el pecho.
Cuando un emisario del príncipe se presentó ante Analía
para contarle lo que había sucedido, ésta se sumió en el arrepentimiento y la
pena. Montó en su caballo y, seguida de un gran cortejo, llegó al lugar donde
yacía el cadáver del hombre que lo había dado todo por ella. En ese momento,
decidió que honraría su memoria para siempre.
Y lo hizo mandando construir allí una gran pirámide en
honor a su marido, que había sido el mayor héroe que había conocido.
La pirámide era tan alta que, a pesar de la lejanía, desde
su cima se veía la ciudad de Analía.
999. anonimo leyenda
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