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miércoles, 5 de septiembre de 2012

La princesa guerrera

Analía era la hija de un rey africano. Muchos guerreros habían querido casarse con ella, pero ninguno consiguió traspasar la más-cara de frialdad e indiferencia de la mujer. Cierto día anunció por fin que se casaría con aquel que consiguiera reconquistar cierta aldea que había perdido su padre en una batalla. Aquello parecía imposible, pues el territorio era defendido con uñas y dientes por sus habitantes y la mayoría de los interesados se dieron por vencidos, así que Analía continuó sola y triste.
No lejos de allí vivía feliz el joven Samba, hijo de un rey pacífico. El príncipe, deseoso de conocer mundo, salió a recorrerlo y en cada ciudad, para demostrar su valía, desafiaba a los líderes y, tras vencerlos, renunciaba de buen grado a obtener ninguna ganancia a cambio. De este modo, Samba llegó a vencer a todos los príncipes del país sin otro provecho que el del orgullo de saberse ganador. Cierto día que descansaba a orillas del río Níger escuchó la historia de Analía.
Inmediatamente, Samba decidió conocer a la princesa Analía y, cuando llegó a su tierra, descubrió que era una mujer digna de su amor.
Tras comprender que sólo realizando la proeza que había pedido conseguiría entrar en su corazón, decidió salir a la conquista de aquella aldea. En el camino, varios poblaciones fueron cayendo rendidas... incluso la pequeña aldea de sus deseos.
Analía cumplió su promesa y se casó con Samba, pero el príncipe descubrió que ella aún no era feliz. Al preguntarle la razón, la joven contestó que existía una serpiente en el río que, cuando aparecía, traía la ruina a toda la región. Sin dudarlo un momento, Samba se fue en busca de la serpiente.
Luchó contra ella durante ocho años, hasta que el río se tiñó de rojo con la sangre de la serpiente. Analía, desconfiada aún, pidió a su esposo que le trajera viva a la serpiente... pero era imposible.
El pobre Samba, dolido en el corazón por la repentina desconfianza de Analía, y viendo además que no podría cumplir su deseo puesto que había dado muerte a la serpiente, se sintió tan desdichado que tomó la misma espada con la que había matado a la fiera y se la clavó en el pecho.
Cuando un emisario del príncipe se presentó ante Analía para contarle lo que había sucedido, ésta se sumió en el arrepentimiento y la pena. Montó en su caballo y, seguida de un gran cortejo, llegó al lugar donde yacía el cadáver del hombre que lo había dado todo por ella. En ese momento, decidió que honraría su memoria para siempre.
Y lo hizo mandando construir allí una gran pirámide en honor a su marido, que había sido el mayor héroe que había conocido.
La pirámide era tan alta que, a pesar de la lejanía, desde su cima se veía la ciudad de Analía.

999. anonimo leyenda

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