Translate

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Los enanos bienhechores

Cuando los enanos hacen algún bien, la persona que lo recibe tiene la obligación de seguir las órde­nes de su bienhechor, ya que esos seres castigan se­veramente la desobediencia. En un pueblo cerca de Veurne se celebraba la Kirchweihe, fiesta anual de gran alegría para los campesinos. A causa de esto, muchos se olvidaron del trigo que estaba maduro en el campo; pero uno de ellos mandó a todos sus cria­dos y criadas a segarlo. Es fácil imaginar con qué ánimo salieron del pueblo los servidores y cómo los entristeció oír, al marcharse, los alegres sonidos del violín y el rumor de los bailarines. Pero, a pesar de sus ruegos, el dueño se mostró inflexible y no tuvo compasión de ellos. Los criados no veían más solu­ción que la de obedecer, a menos que quisieran ser despedidos. ¡Si al menos el campo hubiera sido pe­queño y hubiesen visto una posibilidad de acabar el trabajo antes de la noche, entonces quizá el dis­gusto hubiera sido menor! Pero el campo tenía mu­chas fanegas, y para acabarlo de segar se necesi­taban nada menos que tres días.
Llegados al campo, cogieron a disgusto sus gua­dañas y empeza-ron a cortar el trigo perezosamente, sin ganas y de mal humor; pero no tardaron en dejar caer los instrumentos y se pusieron a gruñir y a renegar, diciendo que era un pecado enorme estro­pearles de esa manera la alegría de la fiesta. De re­pente, estalló una carcajada cerca de ellos, y cuando miraron hacia el sitio de donde provenía, vieron un enanito panzudo, el cual se acercaba tranquila­mente hacia ellos, con las manos cruzadas a la es­palda, muriéndose de risa. El capataz de la cuadrilla se enfureció mucho, levantó amenazadora-mente su guadaña sobre el risueño hombrecillo, y gritó:
-¡Como no dejes de reírte, te haré morcillas!
-Hazlo; prueba, si eres capaz -contestó el enano, retorciéndose de risa-. Te saldría mal, te lo ase­guro. ¿Trabajando, en vez de estar en la fiesta? ¡Sois tontos de remate!
Y seguía riéndose, sujetándose la tripita, para no caer de las carcajadas.
-Sí, sí -contestó el capataz-; es muy fácil decir eso. Ya preferiría-mos ir al baile y no tener que segar. Pero el dueño nos lo ha mandado y tenemos que obedecerle, pues, si no, mañana comere-mos piedra. A ese tío se le ha metido en la cabeza que hay que cortar el trigo de este campo, y no hay más remedio que ponerse al trabajo, pues quiere que lo termine­mos hoy.
-¡Ay, pues, venga: hacedlo deprisa! -rió el ena­no burlonamente.
-Bueno: ¿hasta cuándo te vas a reír? Es muy fácil decir todo eso que a ti te hace tanta gracia; pero no hacerlo. ¡Qué sabes tú de esto! ¡Vete y déjanos en paz, que bastante tenemos para que, encima, vengas a divertirte a costa nuestra!
-Yo os podría demostrar que entiendo algo de esto -contestó el enanillo. Y mucho más que todos vosotros. ¡Ya lo creo! Si queréis obedecerme, os prometo que todo el campo estará segado antes de una hora. Y después os podréis ir a bailar.
Los criados rodearon al enano y le preguntaron ansiosamente:
-¿Qué tenemos que hacer? ¡Oh, dínoslo, buen hombrecito!
El enanito contestó:
-Echaos todos a tierra, boca abajo, y cerrad los ojos. No levantéis la vista, ni miréis a vuestro alrede­dor, pues, de otro modo, os arrepentiréis amarga­mente. Es todo lo que tenéis que hacer.
Todos obedecieron gustosos, y cerraron los ojos con honradez. Pero una moza no pudo resistir su curiosidad, y levantó la cabeza con disimulo, mi­rando alrededor. ¿Y qué vio? Que el hombrecito dio unas palmadas y, de repente, aparecieron corriendo muchos cientos de miles de enanitos para recibir sus órdenes, porque era el rey de los enanos. Y,eúando les dio esas órdenes, empezaron, con unas guadañas chiquitinas, a segar el trigo. Y trabajaron tan bien que, en menos de media hora, estaba aque­llo en rastrojos. Únicamente la parte que le corres­pondía a la curiosa estaba sin segar, y ningún enano se acercó a ella. El hombrecito batió de nuevo las palmas, y en un segundo desaparecieron los enanos. Después, gritó a los hombres:
-¡Levantaos, todo está listo!
Y todos se levantaron, y se alegraron muchísimo al ver su trabajo acabado, aunque extrañáronse de que hubiera quedado un trozo de campo sin segar.
El enanito hizo como si no lo hubiera notado, y dijo:
-¿Lo hago o no mejor que vosotros?
-¡Ya lo creo que sí! -gritaron todos.
Pero la criada les interrumpió:
-¡No os dejéis engañar! No lo ha hecho él solo. Le han ayudado, por lo menos, cien mil hombreci­tos de su tamaño. Y así, no es nada del otro mundo.
-¡Ajajá! -rió el enanito. ¿Conque has curio­seado? Pues entonces siega tú el trozo que han de­jado mis gentes para ti.
Los demás mozos y mozas se rieron de ella, por su curiosidad, y tuvo que quedarse a segar durante todo el día. Y lo peor es que apenas adelantaba su trabajo, pues las espigas eran tan duras como ramas de abedul, y a cada tercer golpe tenía que volver a afilar la guadaña.
Mientras tanto, los demás bailaban y cantaban alegremente en el pueblo.
Éste fue el castigo que tuvo la fisgona, por no obe­decer las órdenes del enano.

161. anonimo (belgica)

No hay comentarios:

Publicar un comentario