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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Perico y paloma

En la ciudad de Palos de Moguer la gente de antaño era tan pacífica como testaruda.
Perico, el sacristán, se había casado con una dulce joven llamada Paloma y todo iba bien hasta que amaneció un domingo fatal...
Perico encontró una mancha en la camisa que iba a ponerse y Paloma, a su vez, encontró roto su abanico favorito. Ambos se culparon mutuamente y se pelearon.
Por la tarde, Perico rompió sin querer una figurita de porcelana y su mujer de nuevo le increpo y la pelea casi les llevó a las manos.
Continuó el día y, por la noche, Paloma observó un cabello en el ropaje de su marido. Se echó a llorar pensando que era de otra mujer... y de nuevo comenzaron otra discusión. Ofendida, fue a ver a la alguacila, que era su madrina y, como el marido de ésta decidió defender al sacristán, también ellos se pelearon.
La alguacila y Paloma, ofendidísimas, fuero a casa del escribano para denunciar a sus maridos. Como la escribana defendiera a las mujeres, el marido se puso del lado de los hombres y se atrevió a abofetear a su mujer.
Más enfadadas aún, las tres fueron a ver a la alcaldesa...
Y así fueron uniéndose al mismo grupo todas las mujeres casadas de aquella ciudad.
Las autoridades de Palos de Moguer tuvieron que intervenir para frenar esta locura, que había llevado a enfrentarse a todos los matrimonios. Así las cosas, entró en la ciudad un destacamento de caballería.
El grupo de los maridos, viéndose agredido por el ejército, se armó con todo lo que pudo. A su vez las esposas, viendo que los sol-dados se inmiscuían, lucieron causa común con sus maridos y hos-tigaron también a quienes habían venido a poner orden.
Allí los únicos que salieron perdiendo fuero los soldados, pues recibieron palos de todos.
Curiosamente, duró años el recuerdo de aquel acontecimiento y, en cada aniversario, se reavivaban las rencillas. Hasta que un buen día, cierto sabio llegado de nadie sabe dónde consiguió conciliarlos convenciendo a todos de que el agua del río Tinto tenía la facultad de pacificar a los hombres que solían agredir a sus mujeres, y de acallar las quejas de las esposas más contestonas.

999. anonimo leyenda

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