Un burro que pertenecía a
un labrador de Sandhills llegó a viejo, y ya no servía para nada: ni siquiera
podía arrastrar el carrillo que llevaba al mercado todas las semanas. El
labrador decidió venderlo:
-Cuesta más lo que te
comes, Grayskin, que lo que vales -solía decirle.
Grayskin pensaba: «Bien:
soy viejo, dicen que no sirvo para nada; es posible. Pero no cabe duda de que
tengo una voz magnífica. Podría ir a la iglesia de santa Gúdula, a Bruselas, y
quizá me admitan como cantor».
Aprovechando un momento
de distracción de su dueño, Grayskin se escapó del corral y tomó el camino de
Bruselas.
Al atravesar el pueblo,
vio frente a la casa del alcalde un perro de caza viejo y achacoso como él.
-¿Qué hay, amigo? ¿Por
qué estás tan triste? -le preguntó.
-¡Ay Grayskin! -contestó
el perro, mi amo ya no me quiere dar de comer, porque no sirvo ni para cazar
ratones.
-No te preocupes -le
contestó Grayskin. Tú también tienes buena voz y puedes venir conmigo a la
iglesia de santa Gúdula, a Bruselas, donde es posible que nos den un puesto
entre los cantores. Tu voz es más aguda que la mía, y podremos hacer un buen
dúo.
El perro quedó convencido
y emprendieron juntos el camino de Bruselas. Al anochecer llegaron a una
granja, y vieron en el corral un gallo, que parecía triste y meditabundo.
-¿Qué te pasa, gallo?
-preguntó Grayskin.
-¡Qué me va a pasar! Sólo
me quedan unas horas de vida; pues, como ya estoy viejo, ha dicho la granjera
que mañana me matan y que harán una buena sopa con mis huesos.
Grayskin y el perro
intentaron convencerlo para que se escapara y fuese con ellos a Bruselas, a
solicitar un puesto de cantores en la iglesia de santa Gúdula. De esta manera,
formarían un buen trío.
-Está bien: me uno a
vosotros -replicó el gallo.
Y el perro ladró
alegremente, meneando la cola, y el burro meneó sus orejas en señal de
asentimiento. Los tres emprendieron juntos el camino de Bruselas.
Al pasar por un pueblo,
vieron en las afueras a un gato de aspecto miserable. Como los tres compañeros
tenían un corazón bondadoso, se detuvieron y le preguntaron:
-¿Qué te pasa, gato?
-¡Desgraciado de mí! Me
han echado de casa porque me he comido un poco de tocino. Mi palabra de honor
que era una pequeñez. Y me lo habrían perdonado si pudiera seguir, como antes,
cazando ratones; pero ya los años no me permiten correr con rapidez, y no
puedo cazar ni uno.
-Ven con nosotros -dijo
Grayskin. Vamos a solicitar un puesto de cantores en la iglesia de santa
Gúdula. Así podremos hacer un buen cuarteto.
Y el burro, el perro, el
gallo y el gato emprendieron el camino de Bruselas.
Ya anochecía, cuando
llegaron a un bosque muy espeso, en el que decidieron pasar la noche. Grayskin
y el perro se tumbaron bajo un árbol; el gato se encaramó a unas matas y el
gallo se subió a las ramas más elevadas. Desde lo alto, el gallo pudo ver una
luz que brillaba a lo lejos, entre los árboles, a poca distancia.
-Me parece que hay una
casa cerca -dijo a sus amigos. ¿Por qué no vemos si allí encontramos algo que
comer?
-O algo de paja donde
podernos echar -añadió Grayskin. Este suelo tan húmedo produce reumatismo en
mis pobres huesos.
Los cuatro coristas,
dirigidos por el gallo, llegaron al fin a la casa. Estaba muy iluminada y se
oían voces dentro.
Para ver qué pasaba, se
subieron uno sobre otro, quedando el gallo en lo más alto.
Aquella casa pertenecía a
una banda de ladrones, que en aquel momento estaban despachando una suculenta
cena.
-¿Hay alguien dentro?
-preguntó el perro, impaciente porque las uñas del gato se le estaban clavando
en el lomo.
El gallo les explicó que
veía dentro de la habitación a varios hombres cenando.
-¿Qué comen? -preguntó el
perro.
-Lo mejor que os podéis
imaginar: salchichas y pescado.
-¿Salchichas? -dijo el
perro, sintiendo que los dientes se le hacían agua.
-¿Pescado? -dijo el gato.
Y todos se sentían
nerviosos e impacientes, porque aquella descripción les despertaba aún más el
hambre.
-¿Por qué no les damos una
serenata? -propuso Grayskin. Quizá nos recompensen con algo.
Entonces, los cuatro
cantores comenzaron a cantar con toda la fuerza de sus pulmones. El burro rebuznaba,
el perro ladraba, el gato maullaba y el gallo lanzó su «¡quiquiriquí!».
El efecto de este
excelente cuarteto fue instantáneo. Aterro-rizados, los ladrones echaron a
correr, abandonando su cena y dando espantosos gritos. En su apresuramiento,
tropezaron unos con otros y bajaron rodando las escaleras.
Inmediatamente, el gallo
saltó a la ventana y, rompiendo los cristales, penetró en la habitación seguido
de todos sus compañeros. Los ladrones, aterrorizados, abandonaron la casa y
huyeron al bosque.
El cuarteto se sentó a la
mesa y acabó pronto con todo lo que había sobre ella.
Después de la comilona,
se echaron a dormir. El burro se hizo él mismo una cama con un montón de paja,
en el patio; el perro se tumbó en los escalones de la puerta; el gato se
arrellanó junto al fogón, para disfrutar del calor del rescoldo, y, finalmente,
el gallo se subió a lo más alto del tejado.
No llevaban mucho tiempo
durmiendo, cuando los ladrones, al ver que había vuelto la paz a su casa,
decidieron entrar en ella. El más valiente se adelantó a inspeccionarla. Entró
en la cocina, que estaba completamente a oscuras y, al ir a encender una vela,
pisó al gato. Éste, enfurecido, intentó arañarle; pero el ladrón, aterrorizado,
echó a correr hacia la puerta, despertando al perro, que le mordió en las pantorrillas.
Grayskin, despertado por aquel revuelo, le dio tal coz, que lo lanzó al
camino. El gallo, desde el tejado, cantó alegremente, mientras el ladrón, como
alma que lleva el diablo, corría a través del bosque, en busca de sus
compañeros.
-¿Está la casa vacía y
podemos volver? -le preguntaron.
-De ninguna manera
-contestó. En la cocina hay una bruja que me ha clavado las uñas; en la puerta,
alguien me ha mordido la pierna, y en el patio había un monstruo negro que me
ha lanzado al camino de un golpe. Y desde el tejado, una fiera extraña gritaba
desaforadamente. Por casualidad, he podido escapar con vida.
Los ladrones huyeron por
el bosque y se fueron a vivir muy lejos de allí.
El burro, el perro, el
gato y el gallo tuvieron una casita para ellos solos. Ya no pensaron más en
ofrecerse como cantores a la iglesia de santa Gúdula, en Bruselas, y vivieron
allí reunidos y felices hasta el final de sus vidas.
161. anonimo (belgica)
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