Translate

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Los cantores de santa gúdula

Un burro que pertenecía a un labrador de Sand­hills llegó a viejo, y ya no servía para nada: ni si­quiera podía arrastrar el carrillo que llevaba al mer­cado todas las semanas. El labrador decidió ven­derlo:
-Cuesta más lo que te comes, Grayskin, que lo que vales -solía decirle.
Grayskin pensaba: «Bien: soy viejo, dicen que no sirvo para nada; es posible. Pero no cabe duda de que tengo una voz magnífica. Podría ir a la iglesia de santa Gúdula, a Bruselas, y quizá me admitan como cantor».
Aprovechando un momento de distracción de su dueño, Grayskin se escapó del corral y tomó el ca­mino de Bruselas.
Al atravesar el pueblo, vio frente a la casa del al­calde un perro de caza viejo y achacoso como él.
-¿Qué hay, amigo? ¿Por qué estás tan triste? -le preguntó.
-¡Ay Grayskin! -contestó el perro, mi amo ya no me quiere dar de comer, porque no sirvo ni para cazar ratones.
-No te preocupes -le contestó Grayskin. Tú también tienes buena voz y puedes venir conmigo a la iglesia de santa Gúdula, a Bruselas, donde es po­sible que nos den un puesto entre los cantores. Tu voz es más aguda que la mía, y podremos hacer un buen dúo.
El perro quedó convencido y emprendieron jun­tos el camino de Bruselas. Al anochecer llegaron a una granja, y vieron en el corral un gallo, que pare­cía triste y meditabundo.
-¿Qué te pasa, gallo? -preguntó Grayskin.
-¡Qué me va a pasar! Sólo me quedan unas horas de vida; pues, como ya estoy viejo, ha dicho la granjera que mañana me matan y que harán una buena sopa con mis huesos.
Grayskin y el perro intentaron convencerlo para que se escapara y fuese con ellos a Bruselas, a soli­citar un puesto de cantores en la iglesia de santa Gúdula. De esta manera, formarían un buen trío.
-Está bien: me uno a vosotros -replicó el gallo.
Y el perro ladró alegremente, meneando la cola, y el burro meneó sus orejas en señal de asentimiento. Los tres emprendieron juntos el camino de Bruselas.
Al pasar por un pueblo, vieron en las afueras a un gato de aspecto miserable. Como los tres compañe­ros tenían un corazón bondadoso, se detuvieron y le preguntaron:
-¿Qué te pasa, gato?
-¡Desgraciado de mí! Me han echado de casa porque me he comido un poco de tocino. Mi pala­bra de honor que era una pequeñez. Y me lo ha­brían perdonado si pudiera seguir, como antes, ca­zando ratones; pero ya los años no me permiten co­rrer con rapidez, y no puedo cazar ni uno.
-Ven con nosotros -dijo Grayskin. Vamos a solicitar un puesto de cantores en la iglesia de santa Gúdula. Así podremos hacer un buen cuarteto.
Y el burro, el perro, el gallo y el gato emprendie­ron el camino de Bruselas.
Ya anochecía, cuando llegaron a un bosque muy espeso, en el que decidieron pasar la noche. Grays­kin y el perro se tumbaron bajo un árbol; el gato se encaramó a unas matas y el gallo se subió a las ramas más elevadas. Desde lo alto, el gallo pudo ver una luz que brillaba a lo lejos, entre los árboles, a poca distancia.
-Me parece que hay una casa cerca -dijo a sus amigos. ¿Por qué no vemos si allí encontramos algo que comer?
-O algo de paja donde podernos echar -añadió Grayskin. Este suelo tan húmedo produce reuma­tismo en mis pobres huesos.
Los cuatro coristas, dirigidos por el gallo, llegaron al fin a la casa. Estaba muy iluminada y se oían voces dentro.
Para ver qué pasaba, se subieron uno sobre otro, quedando el gallo en lo más alto.
Aquella casa pertenecía a una banda de ladrones, que en aquel momento estaban despachando una suculenta cena.
-¿Hay alguien dentro? -preguntó el perro, im­paciente porque las uñas del gato se le estaban cla­vando en el lomo.
El gallo les explicó que veía dentro de la habita­ción a varios hombres cenando.
-¿Qué comen? -preguntó el perro.
-Lo mejor que os podéis imaginar: salchichas y pescado.
-¿Salchichas? -dijo el perro, sintiendo que los dientes se le hacían agua.
-¿Pescado? -dijo el gato.
Y todos se sentían nerviosos e impacientes, por­que aquella descripción les despertaba aún más el hambre.
-¿Por qué no les damos una serenata? -propuso Grayskin. Quizá nos recompensen con algo.
Entonces, los cuatro cantores comenzaron a can­tar con toda la fuerza de sus pulmones. El burro re­buznaba, el perro ladraba, el gato maullaba y el gallo lanzó su «¡quiquiriquí!».
El efecto de este excelente cuarteto fue instantá­neo. Aterro-rizados, los ladrones echaron a correr, abandonando su cena y dando espantosos gritos. En su apresuramiento, tropezaron unos con otros y bajaron rodando las escaleras.
Inmediatamente, el gallo saltó a la ventana y, rompiendo los cristales, penetró en la habitación se­guido de todos sus compañeros. Los ladrones, aterro­rizados, abandonaron la casa y huyeron al bosque.
El cuarteto se sentó a la mesa y acabó pronto con todo lo que había sobre ella.
Después de la comilona, se echaron a dormir. El burro se hizo él mismo una cama con un montón de paja, en el patio; el perro se tumbó en los escalones de la puerta; el gato se arrellanó junto al fogón, para disfrutar del calor del rescoldo, y, finalmente, el gallo se subió a lo más alto del tejado.
No llevaban mucho tiempo durmiendo, cuando los ladrones, al ver que había vuelto la paz a su casa, decidieron entrar en ella. El más valiente se ade­lantó a inspeccionarla. Entró en la cocina, que esta­ba completamente a oscuras y, al ir a encender una vela, pisó al gato. Éste, enfurecido, intentó arañarle; pero el ladrón, aterrorizado, echó a correr hacia la puerta, despertando al perro, que le mordió en las pantorrillas. Grayskin, despertado por aquel re­vuelo, le dio tal coz, que lo lanzó al camino. El gallo, desde el tejado, cantó alegremente, mientras el ladrón, como alma que lleva el diablo, corría a tra­vés del bosque, en busca de sus compañeros.
-¿Está la casa vacía y podemos volver? -le pre­guntaron.
-De ninguna manera -contestó. En la cocina hay una bruja que me ha clavado las uñas; en la puerta, alguien me ha mordido la pierna, y en el patio había un monstruo negro que me ha lanzado al camino de un golpe. Y desde el tejado, una fiera extraña gritaba desaforadamente. Por casualidad, he podido escapar con vida.
Los ladrones huyeron por el bosque y se fueron a vivir muy lejos de allí.
El burro, el perro, el gato y el gallo tuvieron una casita para ellos solos. Ya no pensaron más en ofre­cerse como cantores a la iglesia de santa Gúdula, en Bruselas, y vivieron allí reunidos y felices hasta el final de sus vidas.

161. anonimo (belgica)

No hay comentarios:

Publicar un comentario