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martes, 5 de noviembre de 2013

Un rey valiente

Se trata nada menos que del rey don Jaime el Conquistador. Este monarca era un gigante de cuerpo y de alma. La historia nos ha dejado constancia de su espíritu generoso y abnegado, y las estampas y grabados de la época, de su corpulencia física y de su varonil arrogancia. Era sólo un muchacho y se dice que manejaba la espada como el mejor de sus guerreros. Fue él quien conquistó las islas Baleares; los moros al verle huían asustados porque temían su arrojo y su gran fuerza.
De tantos hechos que se cuentan podríamos destacar el siguiente. Cierto día el joven monarca, que sólo contaba diecisiete años, regresaba no muy contento de una expedición a Valencia. El motivo de su malhumor era que no había conseguido agrupar un gran ejército en la empresa, pues muchos nobles no acudieron a su llamamiento. Seguido de sus adeptos, no muy numerosos, avanzaba por el camino polvoriento cuando vio en dirección contraria otra comitiva. Mandaba el grupo don Pedro de Ahonés con sesenta caballeros y se disponía a acometer la misma empresa a la que antes había negado su concurso.
Don Pedro había ayudado mucho al rey cuando éste era todavía un niño, pero después se fue distanciando del monarca y llegó a ser tan poderoso como él.
Don Jaime, a pesar de las desobediencias de don Pedro, le profesaba mucho afecto. Sin embargo, al darse cuenta de que don Pedro se disponía a atacar a los moros cuando antes no había querido seguirle entró en ira y le intimó a que le siguiera. Después de muchas instancias, don Pedro acompañó al rey hasta el castillo de Daroca. Allí, en presencia de muchos caballeros, el monarca exigió de su vasallo abandonase la empresa y respetase la tregua que él había pactado con los moros tan a pesar suyo y precisamente por la defección de don Pedro de Ahonés.
-Os lo suplico, don Pedro. No podéis ahora romper la tregua que ha firmado el rey vuestro señor.
-Debo castigar al moro de Valencia y lo haré. Si vos no me ayudáis lo haré solo -aseguró orgullosamente don Pedro a quien las palabras suaves del rey le sonaban a debilidad.
-Vuelvo a insistir, don Pedro. Es una orden real. No toméis decisiones por vuestra cuenta. La tregua no se romperá por nada del mundo.
-Y yo os digo que iré a Valencia -insistió don Pedro.
Las buenas palabras del rey no hacían mella en el vasallo. La conversación aumentó de tono. El monarca iba alzando la voz y cada vez sus órdenes eran más perentorias. Finalmente, el monarca, viendo la inutilidad de su empeño, dio la orden tajante:
-¡Prended a don Pedro!
Cuando el obstinado caballero vio acercarse a los hombres de don Jaime se incorporó bruscamente y llevó la mano a la empuñadura de su espada. Don Pedro era un hombre hercúleo, pero más lo era el Conquistador. Rápido como el pensamiento, el rey se abalanzó sobre el rebelde y sujetó con fuerza su mano. Don Pedro se quedó inmóvil. Estaba sin poder moverse por la presión de la mano real. Bajó los ojos y su rostro enrojeció de vergüenza y de cólera.
Los partidarios de don Pedro acudieron en su ayuda y lograron libertarle. Se armó un gran revuelo y don Pedro y los suyos pudieron huir.
Pero el rey no estaba dispuesto a permitir tal rebeldía y acompañado de algunos de sus leales servidores se lanzó en persecución de los fugitivos.
Don Pedro y su grupo habían alcanzado la cumbre de un cerro y desde allí se defendían arrojando piedras para obstaculizar la acción de los servidores del rey.
Don Jaime espoleó su caballo y seguido por dos servidores trepó con toda velocidad por un atajo. Tal fiereza había en su ademán que los partidarios de don Pedro abandonaron a su señor, el cual fue atravesado por una lanza de uno de los servidores del rey.
Ahonés estaba ya moribundo cuando el rey se acercó a él y le dijo en tono triste:
-Siento mucho lo sucedido, don Pedro. No pretendía llegar hasta este extremo.
En el rostro de don Pedro de Ahonés apareció una suprema expresión de arrepentimiento aunque sus labios no pronunciaron palabra alguna. Pero los que rodeaban al rey don Jaime el Conquistador estaban aún indignados por el proceder del rebelde y querían tomar cumplido desquite.
-Entregadnos a este hombre, don Jaime. Es un rebelde y merece ser castigado.
Don Jaime reaccionó inmediatamente ante tales palabras y respondió al que había hablado:
-Esto que habéis dicho no es de noble caballero. Bastante ha pagado su culpa. Y yo os digo a todos que el que intente acabar con don Pedro tendrá que pasar antes por encima de mi cadáver.
Don Pedro, aunque moribundo, oyó a su rey, y en sus ojos aparecieron lágrimas de conmovido agradecimiento.
Nadie osó entonces decir más palabras de queja y todos en su interior elogiaron el comportamiento del monarca que así echaba en el olvido los agravios y demostraba tanta magnanimidad con el vencido.
Por orden del rey el moribundo fue conducido a Daroca en cuyo castillo exhaló el último suspiro en los brazos de su joven señor.
Don Jaime lloró al conducir los restos del caballero Ahonés al templo de Santa María. Así fue honrado don Pedro recordando sólo sus grandes servicios y olvidando por completo su rebeldía.
Tanto impresionó aquel acto de fuerza y generosidad al mismo tiempo del joven rey que al terminar el sepelio todos los nobles, aun los más díscolos y orgullosos, espontáneamente doblaron la rodilla y besaron la mano de don Jaime en reconocimiento de su superioridad como hombre.
A partir de entonces se acabaron para siempre las discordias en el reino de Aragón, y don Jaime el Conquistador pudo realizar sus grandes hazañas con la colaboración de los nobles del reino.

Leyenda historica

Fuente: Roberto de Ausona

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