El devoto
viajero o curioso turista que visite Montserrat no puede por menos de admirar
en la cumbre de San Jerónimo una enorme y espectacular mole de piedra, a la
cual llaman la roca del «Gigante encantado».
Sobre esta
roca existe una leyenda que vamos a contar seguidamente.
Era en los
albores de la civilización cuando los hombres sólo disponían de cañas v hachas
de piedra para defenderse v arrancar a la naturaleza sus secretos. Pero
aquellas gentes humildes divisaban a lo lejos una montaña en extremo incitante.
Les causaba asombro la exuberante vegetación de sus valles, las perspectivas de
los sembrados y las enormes fogatas. Pero aquel acceso les era vedado: un
caudaloso río invadeable y escarpadas peñas impedían que la misteriosa montaña
fuera hollada por planta humana.
Algunas
veces, jóvenes animosos intentaban luchar contra todo lo que se oponía a sus
proyectos.
-¡Levantemos
pilares en el agua! Podremos formar un paso que nos permitirá franquear el río,
y luego la montaña será nuestra -decía uno con voz enérgica.
-Tienes
razón. En tal caso la montaña ya no será un misterio como es ahora -replicaba
otro.
-Empecemos
a trabajar ahora mismo -exclamó uno de los jóvenes que empezó a dar ejemplo con
su propio trabajo.
Cinco días
de agotadores esfuerzos necesitaron aquellos hombres para levantar los pilares,
pero toda su actividad fue inútil.
Un día se
desató un vendaval que empezó a destruir todos los pilares levantados a costa
de ímprobos esfuerzos.
Pero lo que
más aterrorizó a todos fue oír unas carcajadas que no parecían humanas.
-Han
destruido los puentes.
-Tendremos
que empezar de nuevo.
-¿Habéis
oído?
-Sí, son
risas que vienen de la montaña.
Pasaron los
años y los habitantes del valle continuaban con sus miradas fijas, casi
obsesivas, en la montaña, a pesar de cuanto se contaba de ella, con la idea de
escalar sus elevados riscos.
Pasó mucho
tiempo, mucho... Ahora los habitantes del valle ya no se cubrían con pieles,
sino con túnicas de lienzo. Ya no poseían cañas ni hachas de piedra, sino que
utilizaban aperos de labor y arrancaban de la tierra los metales.
Al igual
que sus antepasados intentaron también escalar la montaña, pero como ellos
fracasaron. En una noche desaparecieron sus útiles de trabajo y quedaron deshechas
las obras practicadas. La misteriosa montaña seguía inaccesible para todos los
humanos.
El culpable
de todos estos fracasos era un gigante que de tiempo inmemorial residía en la
solitaria y apacible cordillera y que no deseaba ser molestado en su cómodo
retiro.
-No podréis
conseguir vuestro deseo, míseros mortales. La montaña es mía y continuará
siéndolo por los siglos de los siglos -solía decir cada vez que destruía las
obras de la gente del valle.
Pero el
extraordinario poder del gigante sólo surtía su efecto en el misterio de la
noche. Pobre de él si la luz de la mañana le encontraba fuera de su albergue...
Llegó un
día en que en el valle se estableció un pueblo muy avanzado en las artes, que
lo mismo elaboraba elementos de guerra que útiles aperos de labranza. Se
constituyó, pues, en aquella factoría un pequeño núcleo de población con
grandes elementos de riqueza. Acrecentóse el interés por la montaña y todos se
dispusieron a acumular los medios precisos para conquistarla.
Desde su
retiro el gigante vislumbró tanta prosperidad que temió por su montaña. Tembló
de coraje y se dispuso al ataque.
-Ahora
sabréis quién soy yo. De todo este orgulloso pueblo no va a quedar piedra sobre
piedra. Venceré como siempre he vencido -exclamó con voz altiva seguro de su
fuerza.
Y el
gigante empezó su labor destructora. Una terrible tempestad se abatió sobre el
poblado y la sinfonía de las carcajadas del gigante helaba la sangre a toda la
gente del valle. Era un espectáculo horrible aquella destrucción. El frenesí se
apoderó del gigante por primera vez. Quería destruirlo todo, que no quedara
nada en pie, y en ese empeño llegó a perder la serenidad. Su furor destructivo
no le permitió controlar el tiempo. Se entretuvo demasiado esta vez y no
advirtió que empezaba a clarear.
Entonces el
gigante, agotado por el esfuerzo de una noche entera, exclamó con voz triste:
-Estoy
cansado. No puedo más. No podré llegar a mi morada. Pronto va a salir el sol.
Estoy perdido.
Y como
justo castigo a su egoísmo de querer conservar la montaña para él solo, salió
el primer rayo de sol que iluminó la cabeza del gigante.
-¡Oh! El
sol ciega mi vista. Es más poderoso que yo; paraliza mis sentidos. ¿Por qué
debo aceptar mi derrota? ¿Hasta cuándo?
Y entonces
se oyó a lo lejos, como una respuesta, una atronadora voz que retumbó por
aquellos cerros.
-¡Oh tú,
enemigo del progreso! Permanecerás encantado hasta que el progreso te rescate.
El gigante
quedó inmóvil. Montserrat contaba con una peña más: San Jerónimo.
Pasaron los
años sin que para nada cambiara el solitario aspecto de aquellos cerros que
jamás la planta humana había logrado pisar.
La
humanidad seguía avanzando lentamente y al entrar en otro siglo la pétrea
cabeza del gigante encantado tomó forma humana y entreabrió los labios para
decir estas palabras:
-¡Señor! La
humanidad ha progresado... ¿Llegué ya al término de la jornada?
-¡No! ¡No!
Y así
pasaron cien años más. Estamos ya en el siglo ix. En la montaña de Montserrat
se construyen castillos, baluartes defensivos de los cristianos; se arreglan
senderos por los que transitan prelados y magnates y dos monasterios se elevan
ufanos en aquellos desiertos.
El gigante
encantado creía otra vez que había llegado la hora de su rescate definitivo.
-¡Señor, la
humanidad ha progresado! ¿Llegué ya al término de la jornada?
Y como
siempre, los ecos de las montañas repetian la misma desesperante respuesta
negativa.
Los reyes
visitaban Montserrat; los monasterios se transformaban en importantes conventos
y numerosos peregrinos acudían a invocar a la Virgen.
-Ya tengo
el progreso que me busca y me restituirá a la vida -musitaba el gigante.
Su
pensamiento era vano y los años iban pasando. El gigante seguía con su tortura
y con sus esperanzas. Pero en pleno siglo XX creyó por fin en su rescate. La
concurrencia a la montaña era incesante. El inaccesible santuario resultaba
ahora practicable por tierra y por aire. Sin embargo volvió a sufrir otra
decepción que derrumbó sus ilusiones. En la cumbre de San Jerónimo continúa aún
el gigante encantado esperando por los siglos de los siglos que un día el
progreso le rescate.
Leyenda religiosa
Fuente: Roberto de Ausona
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