En 1134
murió en los campos de fraga Alfonso el Batallador, iniciando con su testamento
grandes disturbios que tan fatales consecuencias habían de tener para el reino
navarro-aragonés.
Don Alfonso
había dejado la corona a las órdenes religiosas del Templo, del Sepulcro y de
San Juan de Jerusalén. Pero los súbditos del rey no pensaron ni por un momento
respetar tan insólito mandato. Los nobles del reino se aprestaron en seguida a
buscar un heredero. Todos coincidieron en la elección: el sucesor de don
Alfonso sería un caballero llamado don Pedro de Atarés, bisnieto de Ramiro I.
Pero después de varias pesquisas averiguaron que el tal hombre era de malas
costumbres y entonces lo descartaron por completo. Se pensó después en don
Ramiro, hermano del Batallador, monje en el convento de Saint Pons de Thomiers,
cerca de Narbona. Después de porfiar con él le convencieron y le proclamaron
rey con el nombre de Ramiro II.
Pero aquí
empezaron las disensiones. En realidad fueron los nobles aragoneses los que
eligieron a Ramiro, pero los navarros no estuvieron conformes, pues ellos
querían un rey guerrero y no un rey monje. Por tanto, se retiraron a Pamplona
sin prestarle juramento y a su vez eligieron monarca en la persona de García Ramírez,
hijo del infante don Ramiro, casado con una de las hijas del Cid Campeador.
El rey de
Aragón don Ramiro colgó su tosco sayal y lo sustituyó por el cetro y la corona
y tras haber obtenido la dispensa papal se casó con doña Inés, hija del conde
de Poitiers.
Todo
hubiese ido bien de no creer los aragoneses que Navarra les pertenecía; por su
parte los navarros consideraban a don Ramiro inepto para el gobierno y deseaban
que su rey García Ramírez gobernase también en Aragón. De aquí nacieron las
primeras reyertas.
Las
fronteras no estaban bien delimitadas y los caballeros de uno y otro bando se
entregaban a sangrientas escaramuzas para conseguir un palmo más de tierra para
su reino.
En estas
circunstancias el rey de Castilla Alfonso VII decidió sacar partido de la
situación y con pretexto de defender Zaragoza de los almorávides se presentó en
la ciudad con un gran ejército. Don Ramiro comprendió que nada podía hacer para
oponerse al rey castellano y fingió sumisión. Lo mismo y por las mismas razones
hizo el rey de Navarra.
El rey
castellano intervino como mediador en el conflicto que separaba a ambos reyes y
les invitó a una entrevista. Pero los recelos entre Ramiro y García eran
grandes y la conferencia de paz terminó sin llegarse a ningún acuerdo.
Don Ramiro
creyó que para gobernar bien tenía que atraerse a la nobleza de su reino y
además al rey de Castilla. Sólo así lograría ser lo suficientemente fuerte para
imponerse al rey de Navarra. De acuerdo con esto repartió entre los grandes de
su reino la mayor parte de sus castillos y fortalezas, les colmó de beneficios
y les dio tan gran poder que muchos de ellos pasaron a ser más importantes en
Aragón que su propio monarca. Para congraciarse con el monarca castellano le
entregó también algunas de las ciudades aragonesas de la orilla norte del Ebro.
Pero todo eso no sirvió más que para ponerle en evidencia ante el pueblo y la
nobleza, que no veían en su actitud otra cosa que blandura de carácter e
inutilidad en el gobierno.
Todos
empezaron a despreciarle y a burlarse de él, y asegura la historia que era más
conocido por el «rey Cogulla» que por su propio nombre. Los mismos caballeros
que se beneficiaban de sus mercedes lejos de estarle agradecidos se reían de él
y hacían circular bulos y anécdotas con mala intención, como aquella de que
cuando el rey niontaba a caballo debía sujetar la brida con la boca.
Este estado
de ánimo popular era muy peligroso en unos momentos en que se preparaba la
guerra contra Navarra. Don Ramiro llegó a enterarse del poco respeto que le tenían
y esto le asustó más que la propia guerra que se avecinaba.
Don Ramiro
se encerró en su castillo de Huesca y empezó a meditar en la forma de acabar
para siempre con la insolencia de sus caballeros. Pero por más que meditaba no
conseguía hallar una solución satisfactoria. En sus años de monje y en virtud
del voto de obediencia jamás se vio obligado a adoptar resoluciones graves y
ahora no sabía qué partido tomar. Le faltaba confianza en sí mismo. En realidad
no contaba en su reino con ningún partidario. Estaba solo con su tremenda
responsabilidad. Después de pensarlo mucho un día llamó a su mensajero y le
dijo, entregándole un rollo de pergamino:
-Id a
Narbona lo más de prisa posible. Buscad allí el monasterio de Saint Pons de
Thomiers y entregad al abad este despacho. ¡No volváis sin recibir respuesta!
El
mensajero obedeció prestamente y salió a galope tendido hacia Narbona. Una vez
allí se dirigió al monasterio y entregó al abad el pergamino en el que Ramiro
pedía consejo a su antiguo superior.
El abad
recibió al mensajero en el huerto del monasterio. Leyó el pergamino y luego
tomó un afilado cuchillo y sin decir palabra empezó a cortar por la parte más
alta del tallo todas las coles y demás plantas que sobresalían de entre las
demás.
El
mensajero le miraba hacer lleno de perplejidad. No comprendía la actitud del
abad y ya comenzaba a creer que se había olvidado de su presencia cuando el
anciano monje le dijo:
-Volved de
nuevo a Huesca y decidle al rey lo que habéis visto.
Después de
oír don Ramiro el relato del mensajero, le despidió y se quedó a solas con sus
pensamientos. No se le escapaba la intención del abad, pero aunque comprendía
que el remedio podía ser eficaz le repugnaba derramar sangre. Era un hombre
pacífico, amante de la tranquilidad y odiaba los actos violentos.
Pero
mientras tanto la situación iba de mal en peor. El desacato de los nobles y del
pueblo aumentaba por momentos y habría llegado a límites inconcebibles para la
seguridad del reino de no aplicar el remedio sugerido por el abad.
Don Ramiro
no dudó más. Su reino estaba por encima de todo. Convocó a todos los nobles y
procuradores de las villas y lugares de Aragón para que se reunieran en cortes
en la ciudad de Huesca.
Cuando los
tuvo a todos reunidos les dijo con voz solemne:
-La guerra
contra Navarra es inminente y es preciso estar prevenidos. Todo el pueblo debe
hallarse dispuesto a empuñar las armas para defender su tierra. Cuando llegue
este momento yo mismo, por mi mano, llamaré a todos para que acudan a las
armas. No es fácil que mi voz se haga oír y por eso he decidido construir una
campana cuyo tañido resonará hasta en el más apartado rincón de mi reino.
Los
asistentes fingieron aceptar su idea, pero apenas salieron empezaron con
comentarios malévolos.
-¡Vaya
capricho más singular tiene nuestro rey Cogulla! -decía uno-. Cuando estamos a
punto de emprender una guerra se le ocurre la idea de construir una campana...
-Yo creo
que no está bien de la cabeza- añadía otro.
Y así iban
hablando con críticas al rey y con bromas y sarcasmos.
Pocos días
después don Ramiro los fue convocando uno a uno. Todos se presentaban con
insolente aire de superioridad y una burlona sonrisa en los labios. Muy ajenos
estaban de suponer lo que les aguardaba.
Conforme
entraban un verdugo les iba cortando la cabeza[1],
de la misma manera que el abad de Saint Pons de Thomiers había cortado los
tallos de las plantas más altas de su huerto.
En una
amplia bóveda en forma de campana fueron colgadas las cabezas de los quince
nobles más destacados de Aragón y como había dicho Ramiro II el Monje su tañido
se hizo oír hasta los más apartados rincones del reino.
A partir de
este momento ya no hubo más disturbiós ni nadie se atrevió a hablar de la
ineptitud y debilidad del rey Cogulla.
El pueblo
se horrorizó ante tal inesperada reacción de su monarca, al que habían
considerado blando y generoso, pero en honor a la verdad el más horrorizado fue
el propio Ramiro, que no podía olvidar lo sucedido contra su propia voluntad y
para evitar mayores males al reino.
Harto de
sentir sobre sus sienes la opresión de una corona demasiado pesada para él,
decidió retirarse de nuevo al monasterio para recobrar la paz perdida. Antes de
marcharse abdicó en su hija Petronila, niña de dos años, que se unió en
matrimonio con el conde de Barcelona don Ramón Berenguer IV.
Leyenda historica
Fuente: Roberto de Ausona
0.003.3 anonimo (españa) - 024
[1]Aunque fue un acto horroroso,
no perdamos de vista la época y las circunstancias. Don Ramiro creyó que así
podría salvar su reino.
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