Translate

martes, 5 de noviembre de 2013

La campana de huesca

En 1134 murió en los campos de fraga Alfonso el Batallador, iniciando con su testamento grandes disturbios que tan fatales consecuencias habían de tener para el reino navarro-aragonés.
Don Alfonso había dejado la corona a las órdenes religiosas del Templo, del Sepulcro y de San Juan de Jerusalén. Pero los súbditos del rey no pensaron ni por un momento respetar tan insólito mandato. Los nobles del reino se aprestaron en seguida a buscar un heredero. Todos coincidieron en la elección: el sucesor de don Alfonso sería un caballero llamado don Pedro de Atarés, bisnieto de Ramiro I. Pero después de varias pesquisas averiguaron que el tal hombre era de malas costumbres y entonces lo descartaron por completo. Se pensó después en don Ramiro, hermano del Batallador, monje en el convento de Saint Pons de Thomiers, cerca de Narbona. Después de porfiar con él le convencieron y le proclamaron rey con el nombre de Ramiro II.
Pero aquí empezaron las disensiones. En realidad fueron los nobles aragoneses los que eligieron a Ramiro, pero los navarros no estuvieron conformes, pues ellos querían un rey guerrero y no un rey monje. Por tanto, se retiraron a Pamplona sin prestarle juramento y a su vez eligieron monarca en la persona de García Ramírez, hijo del infante don Ramiro, casado con una de las hijas del Cid Campeador.
El rey de Aragón don Ramiro colgó su tosco sayal y lo sustituyó por el cetro y la corona y tras haber obtenido la dispensa papal se casó con doña Inés, hija del conde de Poitiers.
Todo hubiese ido bien de no creer los aragoneses que Navarra les pertenecía; por su parte los navarros consideraban a don Ramiro inepto para el gobierno y deseaban que su rey García Ramírez gobernase también en Aragón. De aquí nacieron las primeras reyertas.
Las fronteras no estaban bien delimitadas y los caballeros de uno y otro bando se entregaban a sangrientas escaramuzas para conseguir un palmo más de tierra para su reino.
En estas circunstancias el rey de Castilla Alfonso VII decidió sacar partido de la situación y con pretexto de defender Zaragoza de los almorávides se presentó en la ciudad con un gran ejército. Don Ramiro comprendió que nada podía hacer para oponerse al rey castellano y fingió sumisión. Lo mismo y por las mismas razones hizo el rey de Navarra.
El rey castellano intervino como mediador en el conflicto que separaba a ambos reyes y les invitó a una entrevista. Pero los recelos entre Ramiro y García eran grandes y la conferencia de paz terminó sin llegarse a ningún acuerdo.
Don Ramiro creyó que para gobernar bien tenía que atraerse a la nobleza de su reino y además al rey de Castilla. Sólo así lograría ser lo suficientemente fuerte para imponerse al rey de Navarra. De acuerdo con esto repartió entre los grandes de su reino la mayor parte de sus castillos y fortalezas, les colmó de beneficios y les dio tan gran poder que muchos de ellos pasaron a ser más importantes en Aragón que su propio monarca. Para congraciarse con el monarca castellano le entregó también algunas de las ciudades aragonesas de la orilla norte del Ebro. Pero todo eso no sirvió más que para ponerle en evidencia ante el pueblo y la nobleza, que no veían en su actitud otra cosa que blandura de carácter e inutilidad en el gobierno.
Todos empezaron a despreciarle y a burlarse de él, y asegura la historia que era más conocido por el «rey Cogulla» que por su propio nombre. Los mismos caballeros que se beneficiaban de sus mercedes lejos de estarle agradecidos se reían de él y hacían circular bulos y anécdotas con mala intención, como aquella de que cuando el rey niontaba a caballo debía sujetar la brida con la boca.
Este estado de ánimo popular era muy peligroso en unos momentos en que se preparaba la guerra contra Navarra. Don Ramiro llegó a enterarse del poco respeto que le tenían y esto le asustó más que la propia guerra que se avecinaba.
Don Ramiro se encerró en su castillo de Huesca y empezó a meditar en la forma de acabar para siempre con la insolencia de sus caballeros. Pero por más que meditaba no conseguía hallar una solución satisfactoria. En sus años de monje y en virtud del voto de obediencia jamás se vio obligado a adoptar resoluciones graves y ahora no sabía qué partido tomar. Le faltaba confianza en sí mismo. En realidad no contaba en su reino con ningún partidario. Estaba solo con su tremenda responsabilidad. Después de pensarlo mucho un día llamó a su mensajero y le dijo, entregándole un rollo de pergamino:
-Id a Narbona lo más de prisa posible. Buscad allí el monasterio de Saint Pons de Thomiers y entregad al abad este despacho. ¡No volváis sin recibir respuesta!
El mensajero obedeció prestamente y salió a galope tendido hacia Narbona. Una vez allí se dirigió al monasterio y entregó al abad el pergamino en el que Ramiro pedía consejo a su antiguo superior.
El abad recibió al mensajero en el huerto del monasterio. Leyó el pergamino y luego tomó un afilado cuchillo y sin decir palabra empezó a cortar por la parte más alta del tallo todas las coles y demás plantas que sobresalían de entre las demás.
El mensajero le miraba hacer lleno de perplejidad. No comprendía la actitud del abad y ya comenzaba a creer que se había olvidado de su presencia cuando el anciano monje le dijo:
-Volved de nuevo a Huesca y decidle al rey lo que habéis visto.
Después de oír don Ramiro el relato del mensajero, le despidió y se quedó a solas con sus pensamientos. No se le escapaba la intención del abad, pero aunque comprendía que el remedio podía ser eficaz le repugnaba derramar sangre. Era un hombre pacífico, amante de la tranquilidad y odiaba los actos violentos.
Pero mientras tanto la situación iba de mal en peor. El desacato de los nobles y del pueblo aumentaba por momentos y habría llegado a límites inconcebibles para la seguridad del reino de no aplicar el remedio sugerido por el abad.
Don Ramiro no dudó más. Su reino estaba por encima de todo. Convocó a todos los nobles y procuradores de las villas y lugares de Aragón para que se reunieran en cortes en la ciudad de Huesca.
Cuando los tuvo a todos reunidos les dijo con voz solemne:
-La guerra contra Navarra es inminente y es preciso estar prevenidos. Todo el pueblo debe hallarse dispuesto a empuñar las armas para defender su tierra. Cuando llegue este momento yo mismo, por mi mano, llamaré a todos para que acudan a las armas. No es fácil que mi voz se haga oír y por eso he decidido construir una campana cuyo tañido resonará hasta en el más apartado rincón de mi reino.
Los asistentes fingieron aceptar su idea, pero apenas salieron empezaron con comentarios malévolos.
-¡Vaya capricho más singular tiene nuestro rey Cogulla! -decía uno-. Cuando estamos a punto de emprender una guerra se le ocurre la idea de construir una campana...
-Yo creo que no está bien de la cabeza- añadía otro.
Y así iban hablando con críticas al rey y con bromas y sarcasmos.
Pocos días después don Ramiro los fue convocando uno a uno. Todos se presentaban con insolente aire de superioridad y una burlona sonrisa en los labios. Muy ajenos estaban de suponer lo que les aguardaba.
Conforme entraban un verdugo les iba cortando la cabeza[1], de la misma manera que el abad de Saint Pons de Thomiers había cortado los tallos de las plantas más altas de su huerto.
En una amplia bóveda en forma de campana fueron colgadas las cabezas de los quince nobles más destacados de Aragón y como había dicho Ramiro II el Monje su tañido se hizo oír hasta los más apartados rincones del reino.
A partir de este momento ya no hubo más disturbiós ni nadie se atrevió a hablar de la ineptitud y debilidad del rey Cogulla.
El pueblo se horrorizó ante tal inesperada reacción de su monarca, al que habían considerado blando y generoso, pero en honor a la verdad el más horrorizado fue el propio Ramiro, que no podía olvidar lo sucedido contra su propia voluntad y para evitar mayores males al reino.
Harto de sentir sobre sus sienes la opresión de una corona demasiado pesada para él, decidió retirarse de nuevo al monasterio para recobrar la paz perdida. Antes de marcharse abdicó en su hija Petronila, niña de dos años, que se unió en matrimonio con el conde de Barcelona don Ramón Berenguer IV.

Leyenda historica

Fuente: Roberto de Ausona

0.003.3 anonimo (españa) - 024



[1]Aunque fue un acto horroroso, no perdamos de vista la época y las circunstancias. Don Ramiro creyó que así podría salvar su reino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario