Soube era un labrador, conocido en su pueblo y sus
alrededores por no acertar nunca a hacer las cosas al derecho. Era realmente el
colmo de los atolondrados.
Una mañana, al despertarse miró al camastro donde
dormía su mujer y, no saliendo de su asombro, le dijo:
-¡Dios mío! ¡Qué desgracia, tu cabeza se ha convertido
en pies!
Su esposa, acostumbrada a sus tonterías, sin
enfadarse, le respondió:
-¿No te das cuenta de que eres tú el que duerme al
revés?, tienes los pies encima del almohadón.
Pero Soube mirando fijamente a los pies de la
esposa...
-¡Socorro! ¡Los pies están hablando y sin tener boca!
Se levantó medio dormido y fue a la cocina para
lavarse la cara.
-Oye, ¡levántate ya!, ¿qué te parece si me preparas el
desayuno?, hoy tengo mucho que hacer en el campo.
La esposa se levantó y se quedó mirando la cara de
Soube.
-Oye, cariño, te has lavado la cara con la sopa,
¿verdad? Pues hoy te quedas sin ella en el desayuno.
Con la cara llena de residuos de sopa y sin rechistar,
se tomó el arroz con un tazón de agua hirviendo, en lugar del caldo. Después
fue al establo a coger la vaca.
Una vez en los sembrados, empezó a buscar una estaca
para atarla; después de largo rato encontró un tronco grueso.
-Éste me vale. Oye vaquita, come mucha hierba que hoy
tenemos que labrar todo el campo.
Cuando Soube hizo ademán de coger la azada, no podía
moverse, le costó trabajo darse cuenta de que había atado la vaca a su propia
pierna. Enfadándose con ella, le pegó con un palo.
Al levantar el azadón vio que el sol estaba medio
escondido detrás de las montañas ñas del este. Inmediatamente, bajó el azadón.
-Pero... Si ya se está poniendo el sol..., y todavía
no he hecho nada, ¡qué deprisa se me ha pasado hoy el día!
Soube había confundido la salida con la puesta del
sol.
-Por eso tengo tanta hambre, tengo que darme prisa; mi
mujercita ya me estará esperando, y la vaca se habrá dado un buen panzón de
hierba sin dar golpe.
Desató la vaca y subió encima para regresar a casa.
En el momento en que se cogió al cuello del animal no comprendía qué ocurría,
la cabeza era pequeñísima.
-¿Qué pasa? Tanta hierba que te he dejado comer hoy y
has disminuido de tamaño, de poca ayuda me servirás...
Soube, agarrado a la cola de la vaca, regresó a casa.
Así llegó delante de la puerta del establo. Dando voces, le dijo a su esposa
que estaba fuera:
-No te entretengas y prepara la cena que vengo con
mucho apetito -dijo mientras le sonreía. Y qué guapa se ha vuelto mi mujer en
mi ausencia -pensó.
Sin embargo, era a la vecina a la que Soube le pedía
la cena y le sonreía de aquella manera. Ella quedó: boquiabierta al verle
sentado al revés encima de la vaca.
Su propia esposa lloró de pena al ver que ni siquiera
a ella le reconocía y le dijo:
-Mira, me parece que tu atolondramiento ha llegado a
un estado anormal y tendríamos que pensar en hacer algo.
-A mí también me gustaría curarme. ¿Qué me sugieres?
-Yo no creo que tu enfermedad sea cosa de médicos.
Mejor sería que fueras al templo del dios Oinari, he oído que este dios hace
muchos milagros.
-¡Qué buena idea! El dios Oinari es el patrón del
arroz y como yo soy campesino, seguro que me comprenderá y ayudará.
Aquella misma noche se preparó para la larga caminata,
tal como lo hacían los peregrinos, y se acostó pronto.
Al cabo de un rato se oyó cantar a un búho, mas Soube
lo confundió con el gallo y se levantó precipitadamente. Se cubrió la . cabeza
con lo primero que encontró, se puso la espada en el cinto y se hizo un
bocadillo sin mirar lo que cogía.
-Parezco un peregrino de verdad, el dios Oinari se
alegrará de verme, cada vez hay menos gente que haga estos sacrificios.
Nadie podría imaginarse que fuera un peregrino,
parecía más bien un espantapájaros. En la cabeza llevaba una olla vieja y en
el cinto la mano del mortero.
Emprendió el camino delante de su casa y al cabo de
unas horas, ya cansado de andar, se preguntó:
-¿Adónde voy si se puede saber? Hubiera sido mejor
que mi esposa me acompañara, ella creo que lo sabía.
Se sentó en una piedra y esperó a que pasase alguien
para pedir ayuda.
De pronto, una muchacha que iba a recoger agua pasó
por aquel camino. Soube la llamó:
-Oiga, oiga, por favor...
-Sí, usted dirá.
-Sí, eso. ¡Eh!, no me acuerdo por qué la llamé, quería
preguntarle algo, pero...
-Entonces, ¿por qué me llamó? Parece una zorra
disfrazada -le dijo la chica.
-¡Zorra! ¿Ha dicho zorra? Eso es. ¡Qué inteligente
soy! Precisamente es lo que busco, el templo del dios Oinari, en el que hay
dos zorras de piedra en la entrada. Muchísimas gracias, señorita.
Contento consigo mismo, continuó el camino y subió la
montaña. Al llegar a la cima entró en una casa de té para tomarse un descanso y
le preguntó a la dueña si sabía dónde estaba el templo del dios Oinari.
-Es justamente dirección contraria, señor. Tiene que
tomar este otro camino.
Soube salió disparado y sin pagar la consumición.
Seguramente, la mujer se sorprendió de aquel tipo tan extraño.
Por fin, llegó al templo. Y delante del altar rezó
así:
-Dios Oinari, dígnate curar a este pobre campesino
como tú. Todos dicen que soy necio y atolondrado, pero yo tengo confianza en
que tú remediarás mi mal.
Con las manos cruzadas, oraba con devoción. Cuando ya
se iba a ir, se acordó de que no había dado limosna. Subió otra vez las
escaleras y al no poder sacarlas monedas de dentro de la bolsa, la echó entera
dentro de la caja y bajó las escaleras muy pensativo:
-Como di todo el dinero voy a tener suerte...,
almorzaré en esta sombra.
Entonces buscó la bolsa de la merienda y dentro de
ella encontró un cojín envuelto con la faja de su mujer.
-¡Qué broma es ésta! Seguro que me lo ha hecho adrede.
¡Vaya bocadillo! Yo que le dije que iba a rezar...
A medio camino de regreso, vio una tienda donde
vendían pane-cillos recién hechos.
Soube empezó a buscar en todos los bolsillos y
afortunadamente encontró la última moneda. Se apresuró a comprar uno y se fue
tan contento. Lo mordió y..., era más duro que una piedra. Lo que Soube había
cogido era el panecillo de cerámica expuesto en el aparador de la tienda.
Muerto de fatiga y de hambre, llegó a casa. Al abrir
la puerta encontró a su mujer de espaldas preparando la comida en la cocina.
Tan enfadado estaba por la broma del bocadillo que cogiéndola por el kimono le
dio un puntapié y le dijo:
-La próxima vez ten más cuidado cuando me prepares el
desayuno.
Dicho esto, la mujer se levantó con un gran chichón en
la frente. En aquel instante Soube palideció, también esta vez se había
equivocado con la vecina. Avergonzado, salió fuera para refrescar su cabeza y
volvió a entrar para pedir perdón.
-¡Ay, cómo lo siento! Perdón, perdón. Debió ser a
causa del cansancio... -iba diciendo sin atreverse a mirarle a la cara.
Soube, pensando que había entrado en la casa de la
vecina, resulta que ahora estaba en la suya y su mujer quedó maravillada al
ver que se había producido el milagro tan deseado.
0.040.3 anonimo (japon) - 028
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