Según la leyenda, había un ancho valle en la isla de
Hokkaido donde vivían muchas zorras malvadas que acechaban constantemente a
los caminantes.
La gente que iba o venía de la ciudad, a pesar del
miedo que les tenía, estaba obligada a pasar por el único camino que cruzaba
el valle.
Cada día en el pueblo se oían contar historias
relacionadas con las zorras:
-A mí, después de robarme el pescado, me han afeitado
la cabeza al raso -decía uno.
-Pues a mí me quitaron dos monedas de oro y me
hicieron dar cincuenta vueltas alrededor del valle sin sandalias -decía otro.
Eran realmente personas sencillas y honradas, que
trabajaban mucho para conseguir un poco de comida en la ciudad, intercambian-do
sus productos, y encima se la robaban cuando volvían a sus casas. Había que
tomar una resolución para exterminarlas.
Se reunieron todos los hombres con grandes garrotes y
por la noche empezaron a recorrer el valle de punta a punta, pero fue inútil:
no pudieron encontrar ni rastro. Era posible que se hubieran transformado en
cualquier cosa irreconocible, gracias a su habilidad, y les prepararan otra
mala jugada. Sudorosos y desanimados volvieron al amanecer a sus casas.
Cierto día, pasó por allí un bonzo ciego que iba
recorriendo los pueblos a pie con su laúd, cantando antiguos romances. Era
viejo y muy sabio y vivía de limosna.
El bonzo se enteró del grave problema de aquellas
pobres gentes y quiso ayudarles.
Cuando estaban todos reunidos en la plaza escuchando
sus canciones, les dijo:
-Soy ciego y quizá no tengáis confianza en mí pero os
prometo cazar a estas, malditas zorras si me preparáis lo que os voy a decir.
A todos les pareció que podían confiar en él y
prometieron proporcionarle lo que les pidiera. Entonces, el bonzo dijo:
-Traedme un saco de unos cinco metros de largo. En el
fondo de él colocaréis muchos ratones fritos y en la boca del saco un palo
vertical para que quede abierto. Para mí, preparadm'e pescado salado y buen
sake.
¡Qué poco pedía el bonzo! Si con sólo aquello
consiguiera eliminar a aquellos animales estarían salvados.
Las mujeres confeccionaron el largo saco, los
chiquillos cazaron los ratones y los hombres fueron a la ciudad para comprar el
mejor sake.
Cuando todo estuvo listo, el bonzo se sentó en medio
del valle, al lado del saco, y empezó a cantar romances de zorras acompañán-dose
de su laúd.
Las historias eran amenas y el olor de la fritura iba
penetrando por todo el bosque.
Las zorras fueron acercándose atraídas por el olor y
por la curiosidad de saber quién era el que cantaba acerca de ellas. Cuando
estuvieron alrededor del bonzo, le preguntaron:
-Señor bonzo, ¿cómo es que sabe nuestros romances? y
¿qué hace solo aquí?, no le hemos visto nunca en este valle.
El bonzo les respondió:
-Como soy ciego no puedo ver quiénes sois; pero no
importa, acercaos, a mí me gusta beber al mismo tiempo que toco este viejo
instrumento, pero es triste beber solo y no poder conversar con nadie, tengo suficiente
sake y pescado, ¡vamos a terminarlo juntos!
Las zorras tenían mucha hambre; sin embargo, para
complacer al bonzo empezaron a bailar y cantar con él. Después, una a una,
aprovechando que el bonzo no las podía ver, fueron entrando dentro del saco
para comerse las ratas.
Cuando el anciano ya no oyó ningún ruido cerca de él,
pensó que todas estaban dentro y se apresuró a atar la boca del saco con una
cuerda. Seguidamente, llamó a la gente del pueblo que con grandes bambúes
apalearon a las zorras hasta dejarlas sin vida.
Agradecidos, invitaron al bonzo a quedarse para
siempre en el pueblo, ya era demasiado viejo para ir andando de aquí para allá.
Desde entonces, solía ir de casa en casa tocando su laúd.
0.040.3 anonimo (japon) - 028
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