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martes, 5 de noviembre de 2013

El bonzo ciego

Según la leyenda, había un ancho valle en la isla de Hokkaido donde vivían mu­chas zorras malvadas que acechaban cons­tantemente a los caminantes.
La gente que iba o venía de la ciudad, a pesar del miedo que les tenía, estaba obli­gada a pasar por el único camino que cru­zaba el valle.
Cada día en el pueblo se oían contar historias relacionadas con las zorras:
-A mí, después de robarme el pescado, me han afeitado la cabeza al raso -decía uno.
-Pues a mí me quitaron dos monedas de oro y me hicieron dar cincuenta vueltas alrededor del valle sin sandalias -decía otro.
Eran realmente personas sencillas y hon­radas, que trabajaban mucho para con­seguir un poco de comida en la ciudad, intercambian-do sus productos, y encima se la robaban cuando volvían a sus casas. Había que tomar una resolución para exterminarlas.
Se reunieron todos los hombres con gran­des garrotes y por la noche empezaron a recorrer el valle de punta a punta, pero fue inútil: no pudieron encontrar ni rastro. Era posible que se hubieran transformado en cualquier cosa irreconocible, gracias a su habilidad, y les prepararan otra mala juga­da. Sudorosos y desanimados volvieron al amanecer a sus casas.
Cierto día, pasó por allí un bonzo ciego que iba recorriendo los pueblos a pie con su laúd, cantando antiguos romances. Era viejo y muy sabio y vivía de limosna.
El bonzo se enteró del grave problema de aquellas pobres gentes y quiso ayudarles.
Cuando estaban todos reunidos en la plaza escuchando sus canciones, les dijo:
-Soy ciego y quizá no tengáis confian­za en mí pero os prometo cazar a estas, malditas zorras si me preparáis lo que os voy a decir.
A todos les pareció que podían confiar en él y prometieron proporcionarle lo que les pidiera. Entonces, el bonzo dijo:
-Traedme un saco de unos cinco me­tros de largo. En el fondo de él colocaréis muchos ratones fritos y en la boca del saco un palo vertical para que quede abierto. Para mí, preparadm'e pescado salado y buen sake.
¡Qué poco pedía el bonzo! Si con sólo aquello consiguiera eliminar a aquellos ani­males estarían salvados.
Las mujeres confeccionaron el largo saco, los chiquillos cazaron los ratones y los hombres fueron a la ciudad para comprar el mejor sake.
Cuando todo estuvo listo, el bonzo se sentó en medio del valle, al lado del saco, y empezó a cantar romances de zorras acom­pañán-dose de su laúd.
Las historias eran amenas y el olor de la fritura iba penetrando por todo el bosque.
Las zorras fueron acercándose atraídas por el olor y por la curiosidad de saber quién era el que cantaba acerca de ellas. Cuando estuvieron alrededor del bonzo, le preguntaron:
-Señor bonzo, ¿cómo es que sabe nues­tros romances? y ¿qué hace solo aquí?, no le hemos visto nunca en este valle.
El bonzo les respondió:
-Como soy ciego no puedo ver quiénes sois; pero no importa, acercaos, a mí me gusta beber al mismo tiempo que toco este viejo instrumento, pero es triste beber solo y no poder conversar con nadie, tengo su­ficiente sake y pescado, ¡vamos a termi­narlo juntos!
Las zorras tenían mucha hambre; sin embargo, para complacer al bonzo empe­zaron a bailar y cantar con él. Después, una a una, aprovechando que el bonzo no las podía ver, fueron entrando dentro del saco para comerse las ratas.
Cuando el anciano ya no oyó ningún ruido cerca de él, pensó que todas estaban dentro y se apresuró a atar la boca del saco con una cuerda. Seguidamente, llamó a la gente del pueblo que con grandes bambúes apalearon a las zorras hasta dejarlas sin vida.
Agradecidos, invitaron al bonzo a que­darse para siempre en el pueblo, ya era demasiado viejo para ir andando de aquí para allá. Desde entonces, solía ir de casa en casa tocando su laúd.

0.040.3 anonimo (japon) - 028

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