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martes, 5 de noviembre de 2013

Barras de sangre

Corría el año 880 y era conde de barcelona Hunfrido, casado con Almodis. El matrimonio tuvo un hijo, el futuro Wifredo el Velloso, que entonces contaba seis años de edad.
El condado de Barcelona constituía una marca dependiente de los reyes de Francia, a pesar de los deseos populares de emanciparse de esta tutela.
Salomón de Cerdaña ambicionaba el condado barcelonés y no reparó en medios para calumniar a Hunfrido.
El rey Carlos el Calvo envió un día un mensajero a Hunfrido para que le enviara tropas con objeto de rechazar un ataque de los piratas normandos. Pero este mensajero pasó por las tierras de Salomón y enterado éste del mensaje hizo matar al enviado real acumulando pruebas en contra de Hunfrido.
Grande fue la indignación del rey francés que ordenó a Hunfrido se presentara a su real presencia para responder de los cargos acumulados en contra de él.
-Debo irme, Almodis. En mi ausencia, tú cuidarás del condado. Podré justificarme con el rey, pues todo ha sido una conjura de Salomón que ambiciona el condado. Carlos el Calvo me atenderá y comprenderá lo sucedido. Llevo conmigo pruebas escritas de la mala voluntad de Salomón.
-Que Dios te ayude, Hunfrido. Eres inocente y el rey no podrá por menos que reconocerlo. Pero no te lleves a nuestro hijo, Hunfrido. Tengo miedo. Es tan pequeño aún...
-No hay otro remedio, Almodis. El rey lo ha ordenado así.

Al día siguiente, Hunfrido y su hijo sin escolta partieron hacia Francia. Antes de entrar por la ruta pirenaica fueron asaltados por unos desconocidos.
El conde se defendió bravamente, pero todo fue inútil. Aquellos hombres mataron a Hunfrido y le enterraron en el bosque. El pequeño Wifredo sólo se dio cuenta de que su padre no iba con él cuando dos de los hombres del grupo se lo llevaron a Flandes.
Salomón de Cerdaña sabía hacer bien las cosas. Quería ser conde de Barcelona a toda costa, pero Hunfrido habría sido rehabilitado de haber hablado con el rey francés. Se presentó la muerte de Hunfrido como debida a una emboscada de unos bandidos; el pequeño fue encontrado después y Salomón lo envió a la corte de Balduino, conde de Flandes, esposo de Judit, hija de Carlos el Calvo.
El monarca francés, que estaba convencido de la culpabilidad de Hunfrido, no se preocupó más del caso y aceptó como buena la versión de Salomón a quien luego nombró conde de Barcelona.
La viuda de Hunfrido comprendió que todo aquello era por instigación de Salomón; sin embargo nada pudo hacer sino llorar, llorar por el esposo muerto y por el hijo ausente al que ya no tenía esperanzas de volver a ver.
Wifredo iba creciendo en la corte de Balduino, muy bien tratado por el conde y la condesa que al no tener hijos lo adoptaron como tal. El joven olvidó su infancia y hasta llegó a creer que Balduino y Judit eran sus verdaderos padres.
Pero entre la servidumbre de Judit había un criado recién llegado de Barcelona, fiel servidor de Almodis. Ésta había tenido que despedir a muchos de sus domésticos por no disponer de recursos económicos suficientes.
El criado de Almodis era un antiguo servidor de mucha confianza ya en vida de Hunfrido. Sabía muchas cosas de sus señores y estaba enterado por su señora de la traición de Salomón y del asesinato de Hunfrido así como de su inocencia. Por su parte Judit y su esposo sabían que Wifredo era hijo de Hunfrido, a quien consideraban un traidor al rey de Francia. Desconocían todo lo demás.
-Debo hablaros, señora condesa -dijo el criado.
-¿Tú habías servido con Almodis, verdad? -inquirió Judit.
-Sí, mi señora. Y qué pena me da al ver la desgracia de esta familia. Hunfrido, muerto; Almodis, inconsolable, y ahora, su hijo, el pequeño Wifredo, a quien he reconocido en seguida porque es el vivo retrato de su padre...
-Hemos adoptado a Wifredo como hijo nuestro. Le queremos y no deseamos separarnos de él. La adopción está legitimada por el rey mi padre.
-No dudo de vuestro cariño, condesa -habló el criado con voz emocionada. Pero la verdad y la justicia exigen otra cosa.
-¿De qué hablas? ¿Cuál es la verdad y de qué justicia se trata? -replicó la condesa con aire ofendido. Hunfrido fue un traidor y Almodis ha perdido todos los derechos a su hijo.
-Perdonad, señora. Hunfrido fue asesinado, pero no por unos bandoleros desconocidos sino a instigación del conde Salomón...
-No es posible. Mirad lo que decís -dijo Judit tan sorprendida como indignada.
-Cuando exhumamos el cuerpo de Hunfrido y lo enterramos en su panteón encontramos unos papeles que prueban su inocencia y la culpabilidad de Salomón. Son pruebas irrefutables, las mismas que él iba a entregar a vuestro padre cuando fue asesinado.
Las palabras del criado hicieron mella en el ánimo de Judit. ¿Estarían todos equivocados? ¿Sería Salomón el verdadero traidor? Su cariño por Wifredo era muy grande, pero no podía llegar al extremo de sacrificar el honor de una familia a la ambición de un traidor.
-Os pido, señora, vuestra ayuda -dijo el criado. Sólo vos podéis hacer algo por Wifredo y su madre.
-¿Qué puedo hacer yo?
-Wifredo debe regresar a Barcelona y Almodis recuperar a su hijo para siempre. Wifredo debe saber la verdad. Tiene derecho a saberla y ocupar el condado que en justicia le pertenece como hijo de Hunfrido.
-Tienes razón. Me admira tu grandeza de ánimo y tu fidelidad. Con sirvientes así los señores pueden dormir tranquilos. Está bien. Hablaré con mi esposo y decidiremos lo que convenga.
-Gracias, señora condesa.

Aquella misma tarde Judit habló con Balduino acerca de lo que le había contado el criado de Almodis.
-Siempre desconfié de Salomón -dijo Balduino. Me era profunda-mente antipático, pero los hechos acusaban a Hunfrido. El rey opinaba lo mismo...
-Hemos de ayudar a Wifredo contándole la verdad.
-De acuerdo.

Cuando Wifredo se enteró de todo por boca de sus padres adoptivos no pudo reprimir las lágrimas. Era un cambio total en su vida. Aquellos a quienes creyó padres sólo le habían recogido. Los verdaderos, uno había sido asesinado; la otra, sola en su palacio, estaba sin recursos.
Pero Wifredo era agradecido. Abrazó tiernamente a Judit y éstrechó efusivamente las manos de Balduino.
-Jamás podré olvidar vuestro afecto, padres míos. Pero el deber me llama y debo regresar a Barcelona, encontrar a mi madre y hacer todo lo posible para que el culpable de tanta infamia sea castigado.
-Has hablado como hijo de Hunfrido y debes hacer lo que has dicho -dijo el buen conde Balduino con una sonrisa afectuosa.
-Ésta es tu casa, Wifredo. Siempre serás bien recibido, en ella. Y ahora vete y dispón de nosotros para todo lo que necesites -habló Judit, la hija de Carlos el Calvo.
-Gracias por todo.

Con la ayuda de los condes de Flandes, Wifredo se dirigió a Barcelona. Para evitar ser reconocido, o para no infundir sospechas debido a su gran parecido con Hunfrido, se disfrazó de peregrino y se dejó crecer la barba.
En Barcelona preguntó a un transeúnte por la condesa Almodis. El hombre le miró muy extrañado y con desconfianza:
-¿Sois extranjero?
-Vengo de muy lejos -repuso Wifredo. Necesito ver a la condesa para entregarle un mensaje de sus parientes. Pero el transeúnte era un criado de Salomón y no dejaba de hacer preguntas:
-La señora condesa, que yo sepa, no tiene familia, quizás el conde Salomón pueda deciros donde vive...
El impaciente Wifredo no quiso oír más y se alejo del curioso que no buscaba otra cosa que enterarse de algo más y contárselo a su amo.
Wifredo siguió andando en busca del palacio de su madre. Por fin encontró a alguien que supo responder a su pregunta. El palacio de Almodis no estaba muy lejos de allí y Wifredo pudo llamar a la puerta con el corazón palpitante.
El único criado de la casa acudió a abrir.
-¿Qué queréis?
-Ver a tu ama.
-Mi ama no está en casa.
-¿Cuándo volverá?
-No lo sé -replicó el criado, que sospechaba de todo.
-Necesito ver a la condesa Almodis.
-Ya os he dicho que no sé cuándo regresará -insistió el hombre.
-Dile que he hecho un largo viaje sólo para verla. Traigo noticias de Francia.
Almodis escuchaba muy cerca de la puerta y no había perdido una palabra de la conversación. Aquel timbre de voz le recordaba a alguien...
-Que pase el extranjero -interrumpió Almodis.
Una vez en el interior del palacio, Wifredo se quedó solo ante su madre. El joven no se atrevía a hablar y ella le miraba fijamente como intentando recordar. Sin el pelo de la barba aquellas facciones eran muy parecidas a las de su esposo muerto.
-¿Venís de Francia? -habló Almodis con voz suave.
-Estuve en la corte de Flandes con Balduino y Judit -repuso el joven. Ellos me contaron lo ocurrido en mi infancia...
-¿Sí? -interrogó Almodis comprendiendo al fin que aquel hombre que tenía delante era su hijo ausente.
-Sí. Lo sé todo. Sé que mi padre murió asesinado por instigación del que ahora gobierna el condado de Barcelona y sé que mi madre llora aún a su esposo y al hijo ausente. Pero este hijo está aquí con vos, madre, y ya no se moverá de vuestro lado.
-¡Hijo mío!
La condesa con lágrimas en los ojos abrazó efusivamente a su hijo Wifredo después de tantos años de separación.
-Ya no me asusta nada teniéndote a mi lado -dijo Almodis.
-Sin embargo, no podemos permanecer en esta situación. Debo reivindicar la memoria de mi padre y que resplandezca la justicia. El conde Salomón debe ser castigado por su felonía. Balduino y Judit nos ayudarán cerca del rey francés.
-¿Y qué podemos hacer, hijo? Ellos son poderosos y quizás a estas alturas estarán enterados de tu presencia en la ciudad. Quizá piensen detenerte.
-Es muy posible que lo intenten, pero debemos prevenir el golpe. Escuchad, madre. No es posible que la nobleza de Barcelona haya olvidado a mi padre tan pronto.
-No, no lo ha olvidado, hijo. Hay muchos que sólo esperan que alguien se ponga al frente de ellos para derribar a Salomón, que se ha hecho impopular por sus actos de crueldad y por las injusticias que comete a diario.
-Muy bien. Hay que obrar con rapidez. Avisad a todos los caballeros adictos y citadlos aquí. Yo hablaré con ellos y trazaremos nuestro plan de oposición a Salomón.
Al cabo de unas horas la mayoría de nobles barceloneses se reunían en el palacio de Almodis. La presencia del heredero de Hunfrido fue el acicate para que todos prometieran ayuda al futuro conde.
Se hicieron los preparativos para la lucha y al día siguiente los caballeros de Wifredo con grupos de partidarios asaltaron los edificios en que se habían refugiado los adictos a Salomón. La lucha fue breve y la victoria sonrió a Wifredo. El último reducto fue el palacio de Salomón que resistió el asedio poi espacio de dos días, al cabo de los cuales se rindió a las fuerzas asaltantes.
Salomón intentó huir, pero Wifredo, espada en mano, le obligó a luchar. El combate no duró mucho y Salomón, vencido, tuvo que confesar su felonía. Fue enviado prisionero a la corte de Carlos el Calvo y ante el monarca confesó su culpa. El rey le mandó ajusticiar y nombró a Wifredo conde de Barcelona. No hace falta decir que Judit y Balduino se alegraron de aquellas nuevas; más tarde hicieron un viaje a Barcelona y saludaron y abrazaron a Wifredo y a la condesa Almodis.

Han pasado varios años en paz y tranquilidad. Pero un día llegan rumores alarmantes: otra vez los normandos intentan conquistar los estados de Carlos el Calvo. La situación es apuradísima, pues las tropas francas han sido derrotadas en varias ocasiones y retroceden sin cesar.
-Llama a Wifredo, padre -dice Judit.
-¿Tú crees que el conde de Barcelona acudirá a mi llamada ahora que estoy en situación desesperada? Preferirá romper los lazos-que le unen con Francia: ser independiente.
-Es muy posible que anhele que su condado sea independiente, pero es incapaz de aprovechar la ocasión para hacerlo ahora. Al contrario, padre, os ayudará en todo y quizá su intervención pueda ser decisiva.
-Judit tiene razón, señor -afirmó Balduino. Conocemos muy bien a Wifredo. Es incapaz de una felonía o de una traición. Como su padre...
-Y sin embargo yo llegué a creer que Hunfrido era un traidor... -dijo el rey con melancolía.
-Esto forma parte del pasado y todo el mundo, hasta el rey, puede equivocarse -dijo Judit.
-Me habéis convencido, hijos. Llamaré a Wifredo y que Dios nos ayude.

Le faltó tiempo a Wifredo para organizar un poderoso ejército tan pronto recibió la angustiosa llamada del rey. Recordaba que en otra ocasión parecida en que su padre fue llamado no pudo acudir y se le consideró traidor. Pero su incomparecencia se debió a que el emisario real fue asesinado por Salomón. Ahora él, Wifredo, además de cumplir con su deber de vasallaje, reivindicaría la memoria de su padre.
Wifredo llegó oportunamente. Se libraba la batalla que iba a decidir la guerra. Las tropas francas y las catalanas lucharon codo a codo defendiendo cada palmo de terreno. Los normandos, superiores en número, iban causando sensibles bajas a sus adversarios y, de continuar así, la victoria no podría escapárseles.
En lo más empeñado de la lucha algunas unidades francas fueron rebasadas por los normandos que intentaron el cerco para aniquilarlas. En este grupo de francos se hallaba nada menos que el rey Carlos que a pesar de sus prodigios de valor consideró que tenía la partida perdida de antemano. Francia estaba a punto de sucumbir.
En aquellas difíciles circunstancias, un hombre, Wifredo, se ha dado cuenta de la situación y con todas sus tropas acude ágilmente en ayuda del grupo cercado. Los normandos no esperaban este ataque y al verse acosados por la espalda abandonan la lucha y huyen a la desbandada perseguidos por las tropas de Wifredo. El pánico de estas fuerzas normandas arrastra a las demás tropas que son totalmente exterminadas. La victoria es de Carlos el Calvo gracias a la ayuda decisiva de Wifredo en el momento más oportuno.
Pero en la persecución del enemigo Wifredo ha sido herido y han tenido que trasladarlo a su tienda de campaña.
Poco después, una vez confirmada la derrota normanda, Carlos el Calvo entró en la tienda de Wifredo a enterarse de su estado de salud.
-¿Como os encontráis, conde?
-Mucho mejor, señor. ¿Cómo ha terminado todo?
-Hemos vencido, conde... Mejor dicho, hemos vencido gracias a vos...
-Era mi deber, señor. Ahora mi padre está reivindicado total-mente.
-Vuestro padre había sido reivindicado mucho antes, pero a vos os debemos mucho. Francia os debe la victoria, y yo, mi honor y la vida. Pedid lo que queráis. De antemano lo tenéis concedido.
El buen conde guardó silencio unos instantes. La herida de la que brotaba sangre le empezaba a molestar y no pudo evitar cierto estremecimiento de dolor. De pronto su mirada tropezó con su escudo de armas, dorado y liso.
-Si verdaderamente he hecho algo por vos y por Francia os pido sólo una cosa: mi pueblo aunque vasallo es libre, señor, y necesita una bandera. Mi escudo no la tiene. ¿Podríais darme una bandera para mi pueblo?
Carlos el Calvo sonrió emocionado. Aquel héroe que yacía en la cama mal herido sólo se acordaba de pedir una bandera para los suyos. Nada pedía para él.
Carlos mojó en la herida del conde los cuatro dedos de su mano y luego los pasó por el escudo de Wífredo.
-Aquí tenéis vuestra bandera, conde de Barcelona. En vuestro escudo de oro, símbolo de nobleza, he impreso cuatro barras de sangre por vuestra valentía sin igual. Es la bandera que merecéis, conde.
-Gracias, señor.
-Pero no es suficiente daros una bandera, conde de. Barcelona. Os daré también una patria. Vos habéis salvado a Francia y yo os declaro desligado del vínculo de vasallaje. Seréis conde independiente y amigo y aliado nuestro.
Cuando Carlos el Calvo salió de la tienda de Wifredo sabía que había perdido a un vasallo, pero conquistado a un amigo, un amigo y aliado al que podría acudir siempre y que voluntariamente le ayudaría en cualquier peligro.
Y desde entonces, según la leyenda, los condes de Barcelona ya no fueron tributarios del rey francés y administraron sus territorios con total independencia.

Leyenda historica

Fuente: Roberto de Ausona

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