Corría el
año 880 y era conde de barcelona Hunfrido, casado con Almodis. El matrimonio
tuvo un hijo, el futuro Wifredo el Velloso, que entonces contaba seis años de
edad.
El condado
de Barcelona constituía una marca dependiente de los reyes de Francia, a pesar
de los deseos populares de emanciparse de esta tutela.
Salomón de
Cerdaña ambicionaba el condado barcelonés y no reparó en medios para calumniar
a Hunfrido.
El rey
Carlos el Calvo envió un día un mensajero a Hunfrido para que le enviara tropas
con objeto de rechazar un ataque de los piratas normandos. Pero este mensajero
pasó por las tierras de Salomón y enterado éste del mensaje hizo matar al
enviado real acumulando pruebas en contra de Hunfrido.
Grande fue
la indignación del rey francés que ordenó a Hunfrido se presentara a su real
presencia para responder de los cargos acumulados en contra de él.
-Debo irme,
Almodis. En mi ausencia, tú cuidarás del condado. Podré justificarme con el
rey, pues todo ha sido una conjura de Salomón que ambiciona el condado. Carlos
el Calvo me atenderá y comprenderá lo sucedido. Llevo conmigo pruebas escritas
de la mala voluntad de Salomón.
-Que Dios
te ayude, Hunfrido. Eres inocente y el rey no podrá por menos que reconocerlo.
Pero no te lleves a nuestro hijo, Hunfrido. Tengo miedo. Es tan pequeño aún...
-No hay
otro remedio, Almodis. El rey lo ha ordenado así.
Al día
siguiente, Hunfrido y su hijo sin escolta partieron hacia Francia. Antes de
entrar por la ruta pirenaica fueron asaltados por unos desconocidos.
El conde se
defendió bravamente, pero todo fue inútil. Aquellos hombres mataron a Hunfrido
y le enterraron en el bosque. El pequeño Wifredo sólo se dio cuenta de que su
padre no iba con él cuando dos de los hombres del grupo se lo llevaron a
Flandes.
Salomón de
Cerdaña sabía hacer bien las cosas. Quería ser conde de Barcelona a toda costa,
pero Hunfrido habría sido rehabilitado de haber hablado con el rey francés. Se
presentó la muerte de Hunfrido como debida a una emboscada de unos bandidos; el
pequeño fue encontrado después y Salomón lo envió a la corte de Balduino, conde
de Flandes, esposo de Judit, hija de Carlos el Calvo.
El monarca
francés, que estaba convencido de la culpabilidad de Hunfrido, no se preocupó
más del caso y aceptó como buena la versión de Salomón a quien luego nombró
conde de Barcelona.
La viuda de
Hunfrido comprendió que todo aquello era por instigación de Salomón; sin
embargo nada pudo hacer sino llorar, llorar por el esposo muerto y por el hijo
ausente al que ya no tenía esperanzas de volver a ver.
Wifredo iba
creciendo en la corte de Balduino, muy bien tratado por el conde y la condesa
que al no tener hijos lo adoptaron como tal. El joven olvidó su infancia y
hasta llegó a creer que Balduino y Judit eran sus verdaderos padres.
Pero entre
la servidumbre de Judit había un criado recién llegado de Barcelona, fiel
servidor de Almodis. Ésta había tenido que despedir a muchos de sus domésticos
por no disponer de recursos económicos suficientes.
El criado
de Almodis era un antiguo servidor de mucha confianza ya en vida de Hunfrido.
Sabía muchas cosas de sus señores y estaba enterado por su señora de la
traición de Salomón y del asesinato de Hunfrido así como de su inocencia. Por
su parte Judit y su esposo sabían que Wifredo era hijo de Hunfrido, a quien
consideraban un traidor al rey de Francia. Desconocían todo lo demás.
-Debo
hablaros, señora condesa -dijo el criado.
-¿Tú habías
servido con Almodis, verdad? -inquirió Judit.
-Sí, mi
señora. Y qué pena me da al ver la desgracia de esta familia. Hunfrido, muerto;
Almodis, inconsolable, y ahora, su hijo, el pequeño Wifredo, a quien he
reconocido en seguida porque es el vivo retrato de su padre...
-Hemos
adoptado a Wifredo como hijo nuestro. Le queremos y no deseamos separarnos de
él. La adopción está legitimada por el rey mi padre.
-No dudo de
vuestro cariño, condesa -habló el criado con voz emocionada. Pero la verdad y
la justicia exigen otra cosa.
-¿De qué
hablas? ¿Cuál es la verdad y de qué justicia se trata? -replicó la condesa con
aire ofendido. Hunfrido fue un traidor y Almodis ha perdido todos los derechos
a su hijo.
-Perdonad,
señora. Hunfrido fue asesinado, pero no por unos bandoleros desconocidos sino a
instigación del conde Salomón...
-No es
posible. Mirad lo que decís -dijo Judit tan sorprendida como indignada.
-Cuando
exhumamos el cuerpo de Hunfrido y lo enterramos en su panteón encontramos unos
papeles que prueban su inocencia y la culpabilidad de Salomón. Son pruebas
irrefutables, las mismas que él iba a entregar a vuestro padre cuando fue
asesinado.
Las
palabras del criado hicieron mella en el ánimo de Judit. ¿Estarían todos
equivocados? ¿Sería Salomón el verdadero traidor? Su cariño por Wifredo era muy
grande, pero no podía llegar al extremo de sacrificar el honor de una familia a
la ambición de un traidor.
-Os pido,
señora, vuestra ayuda -dijo el criado. Sólo vos podéis hacer algo por Wifredo y
su madre.
-¿Qué puedo
hacer yo?
-Wifredo
debe regresar a Barcelona y Almodis recuperar a su hijo para siempre. Wifredo
debe saber la verdad. Tiene derecho a saberla y ocupar el condado que en
justicia le pertenece como hijo de Hunfrido.
-Tienes
razón. Me admira tu grandeza de ánimo y tu fidelidad. Con sirvientes así los
señores pueden dormir tranquilos. Está bien. Hablaré con mi esposo y
decidiremos lo que convenga.
-Gracias,
señora condesa.
Aquella
misma tarde Judit habló con Balduino acerca de lo que le había contado el
criado de Almodis.
-Siempre
desconfié de Salomón -dijo Balduino. Me era profunda-mente antipático, pero los
hechos acusaban a Hunfrido. El rey opinaba lo mismo...
-Hemos de
ayudar a Wifredo contándole la verdad.
-De
acuerdo.
Cuando
Wifredo se enteró de todo por boca de sus padres adoptivos no pudo reprimir las
lágrimas. Era un cambio total en su vida. Aquellos a quienes creyó padres sólo
le habían recogido. Los verdaderos, uno había sido asesinado; la otra, sola en
su palacio, estaba sin recursos.
Pero
Wifredo era agradecido. Abrazó tiernamente a Judit y éstrechó efusivamente las
manos de Balduino.
-Jamás
podré olvidar vuestro afecto, padres míos. Pero el deber me llama y debo
regresar a Barcelona, encontrar a mi madre y hacer todo lo posible para que el
culpable de tanta infamia sea castigado.
-Has
hablado como hijo de Hunfrido y debes hacer lo que has dicho -dijo el buen
conde Balduino con una sonrisa afectuosa.
-Ésta es tu
casa, Wifredo. Siempre serás bien recibido, en ella. Y ahora vete y dispón de
nosotros para todo lo que necesites -habló Judit, la hija de Carlos el Calvo.
-Gracias
por todo.
Con la ayuda
de los condes de Flandes, Wifredo se dirigió a Barcelona. Para evitar ser
reconocido, o para no infundir sospechas debido a su gran parecido con
Hunfrido, se disfrazó de peregrino y se dejó crecer la barba.
En
Barcelona preguntó a un transeúnte por la condesa Almodis. El hombre le miró
muy extrañado y con desconfianza:
-¿Sois
extranjero?
-Vengo de
muy lejos -repuso Wifredo. Necesito ver a la condesa para entregarle un mensaje
de sus parientes. Pero el transeúnte era un criado de Salomón y no dejaba de hacer
preguntas:
-La señora
condesa, que yo sepa, no tiene familia, quizás el conde Salomón pueda deciros
donde vive...
El
impaciente Wifredo no quiso oír más y se alejo del curioso que no buscaba otra
cosa que enterarse de algo más y contárselo a su amo.
Wifredo
siguió andando en busca del palacio de su madre. Por fin encontró a alguien que
supo responder a su pregunta. El palacio de Almodis no estaba muy lejos de allí
y Wifredo pudo llamar a la puerta con el corazón palpitante.
El único
criado de la casa acudió a abrir.
-¿Qué
queréis?
-Ver a tu
ama.
-Mi ama no
está en casa.
-¿Cuándo
volverá?
-No lo sé
-replicó el criado, que sospechaba de todo.
-Necesito
ver a la condesa Almodis.
-Ya os he
dicho que no sé cuándo regresará -insistió el hombre.
-Dile que he
hecho un largo viaje sólo para verla. Traigo noticias de Francia.
Almodis
escuchaba muy cerca de la puerta y no había perdido una palabra de la
conversación. Aquel timbre de voz le recordaba a alguien...
-Que pase
el extranjero -interrumpió Almodis.
Una vez en
el interior del palacio, Wifredo se quedó solo ante su madre. El joven no se
atrevía a hablar y ella le miraba fijamente como intentando recordar. Sin el
pelo de la barba aquellas facciones eran muy parecidas a las de su esposo
muerto.
-¿Venís de
Francia? -habló Almodis con voz suave.
-Estuve en
la corte de Flandes con Balduino y Judit -repuso el joven. Ellos me contaron lo
ocurrido en mi infancia...
-¿Sí?
-interrogó Almodis comprendiendo al fin que aquel hombre que tenía delante era
su hijo ausente.
-Sí. Lo sé
todo. Sé que mi padre murió asesinado por instigación del que ahora gobierna el
condado de Barcelona y sé que mi madre llora aún a su esposo y al hijo ausente.
Pero este hijo está aquí con vos, madre, y ya no se moverá de vuestro lado.
-¡Hijo mío!
La condesa
con lágrimas en los ojos abrazó efusivamente a su hijo Wifredo después de
tantos años de separación.
-Ya no me
asusta nada teniéndote a mi lado -dijo Almodis.
-Sin
embargo, no podemos permanecer en esta situación. Debo reivindicar la memoria
de mi padre y que resplandezca la justicia. El conde Salomón debe ser castigado
por su felonía. Balduino y Judit nos ayudarán cerca del rey francés.
-¿Y qué
podemos hacer, hijo? Ellos son poderosos y quizás a estas alturas estarán
enterados de tu presencia en la ciudad. Quizá piensen detenerte.
-Es muy
posible que lo intenten, pero debemos prevenir el golpe. Escuchad, madre. No es
posible que la nobleza de Barcelona haya olvidado a mi padre tan pronto.
-No, no lo
ha olvidado, hijo. Hay muchos que sólo esperan que alguien se ponga al frente
de ellos para derribar a Salomón, que se ha hecho impopular por sus actos de
crueldad y por las injusticias que comete a diario.
-Muy bien.
Hay que obrar con rapidez. Avisad a todos los caballeros adictos y citadlos
aquí. Yo hablaré con ellos y trazaremos nuestro plan de oposición a Salomón.
Al cabo de
unas horas la mayoría de nobles barceloneses se reunían en el palacio de
Almodis. La presencia del heredero de Hunfrido fue el acicate para que todos
prometieran ayuda al futuro conde.
Se hicieron
los preparativos para la lucha y al día siguiente los caballeros de Wifredo con
grupos de partidarios asaltaron los edificios en que se habían refugiado los
adictos a Salomón. La lucha fue breve y la victoria sonrió a Wifredo. El último
reducto fue el palacio de Salomón que resistió el asedio poi espacio de dos
días, al cabo de los cuales se rindió a las fuerzas asaltantes.
Salomón
intentó huir, pero Wifredo, espada en mano, le obligó a luchar. El combate no
duró mucho y Salomón, vencido, tuvo que confesar su felonía. Fue enviado
prisionero a la corte de Carlos el Calvo y ante el monarca confesó su culpa. El
rey le mandó ajusticiar y nombró a Wifredo conde de Barcelona. No hace falta
decir que Judit y Balduino se alegraron de aquellas nuevas; más tarde hicieron
un viaje a Barcelona y saludaron y abrazaron a Wifredo y a la condesa Almodis.
Han pasado
varios años en paz y tranquilidad. Pero un día llegan rumores alarmantes: otra
vez los normandos intentan conquistar los estados de Carlos el Calvo. La
situación es apuradísima, pues las tropas francas han sido derrotadas en varias
ocasiones y retroceden sin cesar.
-Llama a
Wifredo, padre -dice Judit.
-¿Tú crees
que el conde de Barcelona acudirá a mi llamada ahora que estoy en situación desesperada?
Preferirá romper los lazos-que le unen con Francia: ser independiente.
-Es muy
posible que anhele que su condado sea independiente, pero es incapaz de
aprovechar la ocasión para hacerlo ahora. Al contrario, padre, os ayudará en
todo y quizá su intervención pueda ser decisiva.
-Judit
tiene razón, señor -afirmó Balduino. Conocemos muy bien a Wifredo. Es incapaz
de una felonía o de una traición. Como su padre...
-Y sin
embargo yo llegué a creer que Hunfrido era un traidor... -dijo el rey con
melancolía.
-Esto forma
parte del pasado y todo el mundo, hasta el rey, puede equivocarse -dijo Judit.
-Me habéis
convencido, hijos. Llamaré a Wifredo y que Dios nos ayude.
Le faltó
tiempo a Wifredo para organizar un poderoso ejército tan pronto recibió la
angustiosa llamada del rey. Recordaba que en otra ocasión parecida en que su
padre fue llamado no pudo acudir y se le consideró traidor. Pero su
incomparecencia se debió a que el emisario real fue asesinado por Salomón.
Ahora él, Wifredo, además de cumplir con su deber de vasallaje, reivindicaría
la memoria de su padre.
Wifredo
llegó oportunamente. Se libraba la batalla que iba a decidir la guerra. Las
tropas francas y las catalanas lucharon codo a codo defendiendo cada palmo de
terreno. Los normandos, superiores en número, iban causando sensibles bajas a
sus adversarios y, de continuar así, la victoria no podría escapárseles.
En lo más
empeñado de la lucha algunas unidades francas fueron rebasadas por los
normandos que intentaron el cerco para aniquilarlas. En este grupo de francos
se hallaba nada menos que el rey Carlos que a pesar de sus prodigios de valor
consideró que tenía la partida perdida de antemano. Francia estaba a punto de
sucumbir.
En aquellas
difíciles circunstancias, un hombre, Wifredo, se ha dado cuenta de la situación
y con todas sus tropas acude ágilmente en ayuda del grupo cercado. Los
normandos no esperaban este ataque y al verse acosados por la espalda abandonan
la lucha y huyen a la desbandada perseguidos por las tropas de Wifredo. El
pánico de estas fuerzas normandas arrastra a las demás tropas que son
totalmente exterminadas. La victoria es de Carlos el Calvo gracias a la ayuda
decisiva de Wifredo en el momento más oportuno.
Pero en la
persecución del enemigo Wifredo ha sido herido y han tenido que trasladarlo a
su tienda de campaña.
Poco
después, una vez confirmada la derrota normanda, Carlos el Calvo entró en la
tienda de Wifredo a enterarse de su estado de salud.
-¿Como os
encontráis, conde?
-Mucho
mejor, señor. ¿Cómo ha terminado todo?
-Hemos
vencido, conde... Mejor dicho, hemos vencido gracias a vos...
-Era mi
deber, señor. Ahora mi padre está reivindicado total-mente.
-Vuestro
padre había sido reivindicado mucho antes, pero a vos os debemos mucho. Francia
os debe la victoria, y yo, mi honor y la vida. Pedid lo que queráis. De
antemano lo tenéis concedido.
El buen
conde guardó silencio unos instantes. La herida de la que brotaba sangre le
empezaba a molestar y no pudo evitar cierto estremecimiento de dolor. De pronto
su mirada tropezó con su escudo de armas, dorado y liso.
-Si
verdaderamente he hecho algo por vos y por Francia os pido sólo una cosa: mi
pueblo aunque vasallo es libre, señor, y necesita una bandera. Mi escudo no la
tiene. ¿Podríais darme una bandera para mi pueblo?
Carlos el Calvo
sonrió emocionado. Aquel héroe que yacía en la cama mal herido sólo se acordaba
de pedir una bandera para los suyos. Nada pedía para él.
Carlos mojó
en la herida del conde los cuatro dedos de su mano y luego los pasó por el
escudo de Wífredo.
-Aquí tenéis
vuestra bandera, conde de Barcelona. En vuestro escudo de oro, símbolo de
nobleza, he impreso cuatro barras de sangre por vuestra valentía sin igual. Es
la bandera que merecéis, conde.
-Gracias,
señor.
-Pero no es
suficiente daros una bandera, conde de. Barcelona. Os daré también una patria.
Vos habéis salvado a Francia y yo os declaro desligado del vínculo de
vasallaje. Seréis conde independiente y amigo y aliado nuestro.
Cuando
Carlos el Calvo salió de la tienda de Wifredo sabía que había perdido a un
vasallo, pero conquistado a un amigo, un amigo y aliado al que podría acudir
siempre y que voluntariamente le ayudaría en cualquier peligro.
Y desde
entonces, según la leyenda, los condes de Barcelona ya no fueron tributarios
del rey francés y administraron sus territorios con total independencia.
Leyenda historica
Fuente: Roberto de Ausona
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