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martes, 5 de noviembre de 2013

El ultimo rey godo

Corría el año 710 y españa, gobernada por los, visigodos, iba desangrán-dose lentamente por luchas fratricidas, disensiones y corrupción. Gobernaba la península el rey don Rodrigo que había logrado eliminar a los hijos de Witiza. Pero éstos, así como don Opas y don Julián, gobernador de Ceuta, no cesaban de conspirar para derribar a don Rodrigo.
Un día, el rey tuvo un extraño sueño, una visión futura de su destino: vio a su reino invadido por un ejército formidable, irresistible. Los jinetes hacían correr a sus caballos con el ímpetu del huracán. Parecía como si los animales tuvieran alas blancas, pero no eran alas sino las blancas capas de los guerreros de rostros atezados, de ojos sombríos, tan sombríos como los abismos infernales. En vano el rey reunió a todo su ejército mucho más numeroso que el de los invasores, pero ellos aprovechaban la confusión de sus adversarios y acuchillaban sin piedad. Los hombres de don Rodrigo se rehacían y acosaban a su vez, pero los enemigos lo arrollaban todo. Eran incansables y parecían hechos de bronce. Los guiaba el destino, y el espíritu del exterminio brillaba en sus ojos. Los hombres de don Rodrigo caían heridos más por la fatalidad que por la fuerza de las armas enemigas. El caballo del rey, herido, arrastró a su jinete fuera de la lucha y por todas partes sus patas tropezaron con heridos y moribundos.
El rey despertó de su sueño con un grito de horror. Consultó con oráculos y adivinos, pero nadie supo descifrar el sueño que con tal claridad le había señalado su futuro.
La España visigoda era un remanso de paz y nada hacía presagiar la tormenta que se avecinaba. Pero los odios que sembró el monarca habían de dar sus frutos.
Confabulados con los árabes, los hijos de Witiza esperan el momento de reinar ellos sin suponer que de nada les va a servir su negra traición.
Un día el rey don Rodrigo es despertado en su cama por un fiel sirviente.
-Malas noticias, señor. Ha llegado un emisario para hablar con vos.
Don Rodrigo se vistió apresuradamente y se dispuso a recibir al mensajero.
-El conde don Julián ha entregado la plaza de Ceuta a los invasores -dijo el emisario.
-¿De qué invasores se trata? -preguntó el rey.
-Son tribus negras del norte de África. Creo que son seguidores del emir Mahoma.
-No comprendo por qué me ha traicionado el conde don Julián. Es cierto que su hija está en mi palacio, pero no es mi prisionera. Le prometeré devolvérsela para poder contar con su colaboración.
-Demasiado tarde, señor. El conde ha roto con vos y os ha acusado de felón.
-Bien. Entonces lucharemos contra esas tribus y las derrotaremos. Avisad al jefe de mi ejército que haga los pre parativos necesarios.
-Como mandeis, señor don Rodrigo
Don Rodrigo pudo reunir un grar ejército, lo mejor que tenía España. En ese ejército figuraban también las tropas de don Opas y las de los hijos de Witiza que habían fingido lealtad para poder realizar mejor sus designios.
Los ejércitos de Tarik y Muza y los de don Rodrigo se encontraron en Guadalete. En sus orillas se libró una gran batalla que habría de decidir la suerte de España por espacio de muchos siglos.
Cuando las tropas visigodas llevaban la mejor parte del combate la defección de las fuerzas de los hijos de Witiza, de don Opas que se pasaron al bando árabe inclinó la lucha en favor de los invasores. Entonces don Rodrigo se acordó del sueño que había tenido y comprendió que el destino quiso advertirle a tiempo. Fue derribado de caballo y quedó corno muerto. Así permaneció horas y horas sin que nadie se diera cuenta de que vivía.
Los árabes seguían avanzando hacia el norte después de su victoria que les convertía en dueños de España, sin hacer caso de don Opas, de los hijos de Witiza ni de don Julián, los cuales habían creído poder gobernar España ellos solos.
Don Rodrigo pudo levantarse con muchos esfuerzos. Anduvo horas y horas hasta que fue recogido por unos buenos labradores que le dieron de comer y beber y le brindaron una cama para descansar. Al cabo de unos días prosiguió su camino y pudo enterarse de la magnitud del desastre visigodo. Se arrepintió de sus pecados y prometió a Dios que si volvía a reinar lo haría de modo muy diferente. Pero en la vida rara vez se presentan dos oportunidades para una misma cosa.
Por fin llegó a un convento y los monjes le acogieron afablemente. Pidió quedarse allí y lo aceptaron como uno más.
-Fui rey de España. Ahora seré otro monje más para rezar por mi país. ¡Dios salve a España!
Durante muchos años, la historia afirmó que don Rodrigo había muerto en la batalla de Guadalete. La leyenda afirma todo lo contrario: el último rey godo murió al cabo de muchos años en un oculto monasterio de monjes y se asegura que fue mejor monje que rey.

Leyenda de moros y cristianos

Fuente: Roberto de Ausona


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