Esta
leyenda se remonta al año 1243, en Cataluña, durante el reinado de Jaime I el
Conquistador.
El monarca
era sólo un chiquillo de catorce años, pero por su energía y valor parecía ya
un hombre maduro y experto en el gobierno y en la guerra.
Existía en
Cataluña un noble caballero llamado don Guillén de Montcada, tan poderoso como
soberbio. Se sintió agraviado por el conde de Rosellón don Nuño Sánchez y
decidió invadir sus tierras.
Sabedor de
tales intenciones don Nuño avisó a don Jaime y le pidió su ayuda para que
Montcada desistiera de sus propósitos.
El rey
reunió a su consejo y ordenó a don Guillén abandonara su descabellado proyecto
si no quería enfrentarse con la autoridad real.
Pero don
Guillén era un Montcada ciento por ciento y no quiso doblegarse a la intimación
del monarca. Lo único que éste consiguió fue que Montcada adelantara sus
preparativos.
Los
ejércitos de Montcada entraron en Rosellón y tomaron Perpiñán rematando así su
campaña victoriosa.
Don Jaime
ardió en cólera al comprobar la desobediencia de su vasallo y con todas sus
tropas cayó sobre las posesiones de Montcada apoderándose de ciento treinta
fortalezas; ocupó también el castillo de Cervelló y puso sitio al de Montcada,
adonde se hallaba don Guillén de regreso de su victoriosa campaña.
Cuando don
Jaime hubo llegado al pie del castillo pidió al de Montcada le dejase entrar,
pero éste respondió:
-No me
opondría yo a su entrada si viniera en son de paz, pero con tantos soldados no
me es posible. Si quiere apoderarse del castillo que lo intente con las armas.
Estas decidirán. No tengo nada más que decir.
El monarca
al enterarse de la respuesta del señor de Montcada no tuvo otro remedio que
continuar el asedio. Se sucedieron los ataques por uno y otro bando y en todos
ellos el rey dio pruebas de su valor. No obstante, en ocasiones se sentía
acongojado al comprender que los días pasaban, la plaza no cedía y los jóvenes
de uno y otro bando iban muriendo.
Además otro
hecho terminó por convencerle de la inutilidad de su empeño. Era tan grande el
prestigio del señor de Montcada, en especial después de su victoria del
Rosellón, que las mismas tropas y oficiales del rey peleaban sin mucho encono y
procuraban más bien rehuir las ocasiones en que podían derrotar a sus
adversarios. El rey se enteró que proveían de armas y víveres al enemigo
cercado. Don Jaime entonces abandonó el sitió y quiso retirarse con sus tropas.
Empezaban
ya a hacerse los preparativos y tanto sitiadores como sitiados no ocultaban su
alegría.
De
improviso un emisario se acercó al rey y le anunció que un caballero, al
parecer desconocido, deseaba entrevistarse con él.
-Adelante
el caballero -exclamó don Jaime.
El
caballero fue acompañado hasta la tienda real. Se advertía en él la nobleza de
su raza, pero no era posible reconocerle, pues llevaba echada la visera de su
casco y oculto tras ella el rostro. Por más que el capitán de la guardia
intentó que se descubriera, el caballero insistió en permanecer cubierto.
-Sólo me
descubriré ante el reyrespondió altivamente.
Cuando poco
después el caballero llegó ante el rey, éste hizo que se retiraran cuantos le
acompañaban.
Tan pronto
quedaron solos el caballero alzó su visera y se humilló ante el rey, hincando
una rodilla en tierra.
El monarca
reconoció inmediatamente a su interlocutor; por un momento en su rostro
apareció la cólera, pero en seguida se esfumó este sentimiento y en su lugar
apareció una emoción apacible.
-Levantaos,
señor de Montcada -dijo. No pensaba en vos, pero algo me hacía sospechar.
El señor de
Montcada permaneció rodilla en tierra sin hacer caso de la invitación del rey.
-En cuanto
me enteré que levantabais el cerco no sentí otro deseo que honrarais el
castillo con vuestra presencia.
-¿Y sólo
para decirme eso habéis arriesgado vuestra vida? -preguntó el monarca. ¿No
ignoráis que ahora estáis a mi merced?
-Os
conozco, señor. Jamás abusaréis de esta situación. Lo sé. Si hubieseis logrado
apoderaros de mi castillo jamás me habría humillado ante vos; pero ahora que
desistís del cerco y os presentáis como rey humanitario, yo me siento obligado
a vos y soy vuestro humilde vasallo. No quiero que se diga que el rey estuvo en
el término de Montcada sin ser honrado como merece.
Al oír
estas palabras el rey se sintió conmovido, le tendió los brazos y le dijo:
-Muy grande
ha sido vuestro atrevimiento y desobediencia, pero todo lo estoy olvidando
ahora ante vuestra grandeza de ánimo.
-Gracias,
señor.
Don Jaime
penetró en el castillo de Montcada acompañado por los jefes de su ejército,
pero no como vencedor sino como huésped y amigo.
Para
celebrar aquel acontecimiento que terminaba: -con la enemistad entre Montcada y
el rey, el dueño del castillo hizo preparar un gran banquete.
En el
transcurso de la comida el rey dijo al señor de Montcada:
-Os aseguro,
Montcada, que me habéis vencido.
-Perdonad
que no esté conforme, señor -respondió el de Montcada. Sois vos quien me
habéis vencido con vuestra magnanimidad.
En resumen:
no hubo ni vencedor ni vencido, pero ambos se beneficiaron de aquello. El de
Montcada tuvo desde entonces el favor real, y el rey contó con un leal vasallo
que le ayudó enormemente en sus empresas bélicas, entre ellas la conquista de
Mallorca.
Leyenda historica
Fuente: Roberto de Ausona
0.003.3 anonimo (españa) - 024
No hay comentarios:
Publicar un comentario