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martes, 5 de noviembre de 2013

El suspiro del moro

Boabdil el chico o el desventurado fue el último rey moro de Granada, ciudad conquistada por los Reyes Católicos en 1492. Historia y leyenda andan mezcladas en lo que se refiere a este monarca y los juicios son contradictorios. Según unos fue traidor y cobarde; según otros, valiente y animoso. Quizá la verdad esté en un punto medio; quizá las circunstancias le hicieron aparecer a veces temeroso, a veces indomable. De todas formas, la leyenda habla de él y nosotros nos limitamos a transcribir el relato.
En Granada había estallado una guerra civil mientras las tropas cristianas se apoderaban de Alhama. El rey granadino Muley Hacem luchaba contra su hijo Boabdil. Los partidarios de este último eran más numerosos y terminaron por imponerse y obligar al monarca legítimo a expatriarse.
Boabdil el Chico para congraciarse con los suyos emprendió una serie de expediciones contra los cristianos, una de ellas contra la ciudad de Lucena.
Enterado del asedio, el conde de Cabra, Diego Fernández de Córdoba, reunió un pequeño grupo de hombres y se dirigió en ayuda de sus hermanos. Pero era grande la desigualdad entre ambas fuerzas y los cristianos estaban condenados al fracaso. Sin embargo el azar influye también en las batallas. Uno de los capitanes de Boabdil en lo más recio de la pelea confundió el pendón de Cabra con el de Ubeda, y, como que donde iban los de Ubeda allí estaban los de Baeza, el moro creyó que el caudillo cristiano llevaba con él numerosas tropas, muchas más que las suyas.
-Estamos perdidos, señor -dijo dirigiéndose a Boabdil, los cristianos son superiores y no tenemos ninguna probabilidad de éxito.
Boabdil no dudó ni por un momento de las palabras de su capitán, uno de los más expertos de su ejército, y dio la orden de retirada. Pero los soldados moros se hallaban aterrorizados. Se imaginaron atacados por un ejército cuatro o cinco veces mayor que el suyo cuando era precisamente lo contrario; el grito de «¡sálvese quien pueda!» hizo que la derrota fuera más sangrienta y humillante.
Todos los esfuerzos de Boabdil para impedir la fuga desordenada fueron inútiles. El rey permaneció luchando animosamente hasta el último momento y ya no pudo escapar. Fue hecho prisionero y reconocido en seguida.
-Es el rey de Granada -dijo un soldado cristiano. Debemos entregarle al conde de Cabra.
-Sí, será lo mejor.
El conde de Cabra recibió a su prisionero con grandes muestras de respeto y deferencia.
-Sois nuestro huésped, señor. Seréis tratado como corresponde a vuestro rango. Sus Majestades decidirán vuestra situación futura.
-Gracias, conde. Conozco vuestras hazañas y en verdad que hoy las habéis superado. Pero vuestro ejército era muy superior en número...
-Perdonad, señor, que os desmienta. Ahora mismo iba a pasar revista a las tropas. Vos juzgaréis de su número.
Y en efecto, don Diego pasó revista al ejército que había salvado a Lucena y el moro quedó asombrado al comprobar su escasez numérica.
-Ha sido un error fatal -exclamó compungido. ¡Qué lamentable equivocación la de uno de mis capitanes! Como iba yo a suponer que tan pequeño número de hombres atacara a todo nuestro ejército.
-Así es, señor -contestó el conde. En la guerra pueden suceder muchas cosas y nunca se puede subestimar al enemigo.
-Lo tendré en cuenta, conde.

Cuando los Reyes Católicos se enteraron de que Boabdil había sido hecho prisionero en Lucena enviaron un mensajero con el encargo de ordenar al conde de Cabra la entrega de Boabdil. El monarca granadino era muy valioso para los reyes en aquellas circunstancias.
Con una buena escolta, Boabdil llegó a la presencia real. Las muestras de deferencia que le prodigaron Fernando e Isabel impresionaron al moro.
-Conocéis la situación militar y política de Granada. Según mis últimas noticias -explicó el rey Fernandovuestro padre ha muerto y vuestro tío el Zagal se ha proclamado rey de Granada. Estáis en situación apurada...
-Deseamos ayudaros -intervino la reina.
-Soy un prisionero de los cristianos y mi pueblo ya nada quiere saber de mí -dijo amargamente Boabdil.
-No quiere nada de vos mientras permanezcáis sin hacer nada, pero si lucháis es posible que recuperéis el trono -dijo Fernando.
-¿Recuperar el trono? ¿Y con qué fuerzas?
-Con nuestras tropas y con los moros que están en nuestro poder formaréis un ejército de vanguardia, os aproximaréis a Granada y el pueblo se volcará a vuestro favor -dijo la reina Isabel con una sonrisa.
-¿Eso haréis por mí? ¿Y en qué condiciones? -preguntó Boabdil.
-Seréis rey de Granada y vasallo nuestro -respondió Fernando.
-¿Y si no acepto vuestra ayuda?
-Atacaremos Granada y la ocuparemos cueste lo que cueste -aseguró don Fernando-. En el caso de ser aliado nuestro, Granada será un reino más de nuestros estados, y moros y cristianos tendrán los mismos derechos. Si no sois nuestro aliado tal privilegio no será válido.
-En vista de esto, me acojo al vasallaje confiando en vuestra generosidad -terminó diciendo Boabdil, que comprendió que no le quedaba otra alternativa si quería recuperar el trono.
Las tropas de Boabdil, formadas por moros y cristianos, llegaron a Granada y consiguieron después de varias luchas derrotar a los partidarios del Zagal. El pueblo granadino reconoció a su rey al que creían muerto y todos los notables acataron su gobierno.
En una de las primeras reuniones que Boabdil tuvo con los prohombres de la ciudad se manifestó en seguida la honda división entre sus partidarios: los que querían la paz con los cristianos y los que no admitían más que la guerra a ultranza y el exterminio del enemigo.
-Di mi palabra a los reyes cristianos de Castilla y Aragón que sería su vasallo y aliado. Granada no debe temer de los cristianos. Seremos respe-tados a condición de que nosotros respetemos a los cristianos -explicó el rey a sus oyentes.
Varios de los notables prorrumpieron en denuestos y en exclamaciones de cólera.
-¡Jamás aceptaremos este pacto!
-Este acuerdo no es válido. El rey era prisionero cuando aceptó.
-Sólo aceptaremos la guerra hasta el fin.
Algunos intentaron salir en defensa del rey manifestando deseos de paz y de concordia, pero sus voces terminaron por acallarse ante el tumulto registrado por los partidarios de la línea dura.
Finalmente, Boabdil cedió a la presión de los intransigentes que se vieron apoyados por la reina madre, la sultana Aixa.
-Granada debe ser libre, hijo mío. La palabra que diste como prisionero no te obliga como rey.
-Tenéis razón, madre. Lucharemos hasta el fin -repuso Boabdil convencido de la inutilidad de oponer más objeciones.

La decisión de Boabdil de romper el pacto de vasallaje precipitó los acontecimientos. Los Reyes Católicos se aprestaron entonces a ocupar Granada. Y para que los moros se convencieran de que este propósito era firme, la reina Isabel se estableció con sus hijos en el real de Santa Fe, entre el ejército sitiador.
Se sucedían los combates sin tregua ni cuartel ante los muros de Granada y tanto moros como cristianos hacían prodigios de valor. Boabdil era de los que más destacaban y esto desvirtúa algo la acusación de cobardía que se le ha hecho en diversas ocasiones. En el combate se exponía tanto que hasta su madre tuvo que decirle:
-No te arriesgues tanto, hijo mío. Granada te necesita.
-Es preferible morir de una vez que, viviendo, morir muchas veces.
En uno de los combates se expuso tanto que sólo a la rapidez de su caballo debió Boabdil librarse de un segundo cautiverio.
Los moros luchaban con fanatismo y defendían el terreno palmo a palmo. El sitio duró ocho meses hasta que los granadinos no tuvieron otro remedio que rendirse más por carencia de alimentos que por falta de valor.
La leyenda nos ha dejado la última frase de Boabdil, que como ya hemos dicho contrasta con el anterior valor demostrado por el rey moro.
Cuando Granada fue ocupada por los cristianos, Boabdil el Chico no pudo contener las lágrimas y los suspiros, y su madre la sultana Aixa le dijo entonces con acritud:
-Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre.
El lugar donde tuvo efecto el diálogo entre madre e hijo se conoce con el nombre de «el Suspiro del moro».

Leyenda de moros y cristianos

Fuente: Roberto de Ausona


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