Boabdil el
chico o el desventurado fue el último rey moro de Granada, ciudad conquistada
por los Reyes Católicos en 1492. Historia y leyenda andan mezcladas en lo que
se refiere a este monarca y los juicios son contradictorios. Según unos fue
traidor y cobarde; según otros, valiente y animoso. Quizá la verdad esté en un
punto medio; quizá las circunstancias le hicieron aparecer a veces temeroso, a
veces indomable. De todas formas, la leyenda habla de él y nosotros nos limitamos
a transcribir el relato.
En Granada
había estallado una guerra civil mientras las tropas cristianas se apoderaban
de Alhama. El rey granadino Muley Hacem luchaba contra su hijo Boabdil. Los
partidarios de este último eran más numerosos y terminaron por imponerse y
obligar al monarca legítimo a expatriarse.
Boabdil el
Chico para congraciarse con los suyos emprendió una serie de expediciones
contra los cristianos, una de ellas contra la ciudad de Lucena.
Enterado
del asedio, el conde de Cabra, Diego Fernández de Córdoba, reunió un pequeño
grupo de hombres y se dirigió en ayuda de sus hermanos. Pero era grande la
desigualdad entre ambas fuerzas y los cristianos estaban condenados al fracaso.
Sin embargo el azar influye también en las batallas. Uno de los capitanes de
Boabdil en lo más recio de la pelea confundió el pendón de Cabra con el de
Ubeda, y, como que donde iban los de Ubeda allí estaban los de Baeza, el moro
creyó que el caudillo cristiano llevaba con él numerosas tropas, muchas más que
las suyas.
-Estamos
perdidos, señor -dijo dirigiéndose a Boabdil, los cristianos son superiores y
no tenemos ninguna probabilidad de éxito.
Boabdil no
dudó ni por un momento de las palabras de su capitán, uno de los más expertos
de su ejército, y dio la orden de retirada. Pero los soldados moros se hallaban
aterrorizados. Se imaginaron atacados por un ejército cuatro o cinco veces
mayor que el suyo cuando era precisamente lo contrario; el grito de «¡sálvese
quien pueda!» hizo que la derrota fuera más sangrienta y humillante.
Todos los
esfuerzos de Boabdil para impedir la fuga desordenada fueron inútiles. El rey
permaneció luchando animosamente hasta el último momento y ya no pudo escapar.
Fue hecho prisionero y reconocido en seguida.
-Es el rey
de Granada -dijo un soldado cristiano. Debemos entregarle al conde de Cabra.
-Sí, será
lo mejor.
El conde de
Cabra recibió a su prisionero con grandes muestras de respeto y deferencia.
-Sois
nuestro huésped, señor. Seréis tratado como corresponde a vuestro rango. Sus
Majestades decidirán vuestra situación futura.
-Gracias,
conde. Conozco vuestras hazañas y en verdad que hoy las habéis superado. Pero
vuestro ejército era muy superior en número...
-Perdonad,
señor, que os desmienta. Ahora mismo iba a pasar revista a las tropas. Vos
juzgaréis de su número.
Y en
efecto, don Diego pasó revista al ejército que había salvado a Lucena y el moro
quedó asombrado al comprobar su escasez numérica.
-Ha sido un
error fatal -exclamó compungido. ¡Qué lamentable equivocación la de uno de mis
capitanes! Como iba yo a suponer que tan pequeño número de hombres atacara a
todo nuestro ejército.
-Así es,
señor -contestó el conde. En la guerra pueden suceder muchas cosas y nunca se
puede subestimar al enemigo.
-Lo tendré
en cuenta, conde.
Cuando los
Reyes Católicos se enteraron de que Boabdil había sido hecho prisionero en
Lucena enviaron un mensajero con el encargo de ordenar al conde de Cabra la
entrega de Boabdil. El monarca granadino era muy valioso para los reyes en
aquellas circunstancias.
Con una
buena escolta, Boabdil llegó a la presencia real. Las muestras de deferencia
que le prodigaron Fernando e Isabel impresionaron al moro.
-Conocéis
la situación militar y política de Granada. Según mis últimas noticias -explicó
el rey Fernandovuestro padre ha muerto y vuestro tío el Zagal se ha proclamado
rey de Granada. Estáis en situación apurada...
-Deseamos
ayudaros -intervino la reina.
-Soy un
prisionero de los cristianos y mi pueblo ya nada quiere saber de mí -dijo
amargamente Boabdil.
-No quiere
nada de vos mientras permanezcáis sin hacer nada, pero si lucháis es posible
que recuperéis el trono -dijo Fernando.
-¿Recuperar
el trono? ¿Y con qué fuerzas?
-Con
nuestras tropas y con los moros que están en nuestro poder formaréis un
ejército de vanguardia, os aproximaréis a Granada y el pueblo se volcará a
vuestro favor -dijo la reina Isabel con una sonrisa.
-¿Eso
haréis por mí? ¿Y en qué condiciones? -preguntó Boabdil.
-Seréis rey
de Granada y vasallo nuestro -respondió Fernando.
-¿Y si no
acepto vuestra ayuda?
-Atacaremos
Granada y la ocuparemos cueste lo que cueste -aseguró don Fernando-. En el caso
de ser aliado nuestro, Granada será un reino más de nuestros estados, y moros y
cristianos tendrán los mismos derechos. Si no sois nuestro aliado tal privilegio
no será válido.
-En vista
de esto, me acojo al vasallaje confiando en vuestra generosidad -terminó
diciendo Boabdil, que comprendió que no le quedaba otra alternativa si quería
recuperar el trono.
Las tropas
de Boabdil, formadas por moros y cristianos, llegaron a Granada y consiguieron
después de varias luchas derrotar a los partidarios del Zagal. El pueblo
granadino reconoció a su rey al que creían muerto y todos los notables acataron
su gobierno.
En una de
las primeras reuniones que Boabdil tuvo con los prohombres de la ciudad se
manifestó en seguida la honda división entre sus partidarios: los que querían
la paz con los cristianos y los que no admitían más que la guerra a ultranza y
el exterminio del enemigo.
-Di mi
palabra a los reyes cristianos de Castilla y Aragón que sería su vasallo y
aliado. Granada no debe temer de los cristianos. Seremos respe-tados a condición
de que nosotros respetemos a los cristianos -explicó el rey a sus oyentes.
Varios de
los notables prorrumpieron en denuestos y en exclamaciones de cólera.
-¡Jamás
aceptaremos este pacto!
-Este
acuerdo no es válido. El rey era prisionero cuando aceptó.
-Sólo
aceptaremos la guerra hasta el fin.
Algunos
intentaron salir en defensa del rey manifestando deseos de paz y de concordia,
pero sus voces terminaron por acallarse ante el tumulto registrado por los
partidarios de la línea dura.
Finalmente,
Boabdil cedió a la presión de los intransigentes que se vieron apoyados por la
reina madre, la sultana Aixa.
-Granada
debe ser libre, hijo mío. La palabra que diste como prisionero no te obliga
como rey.
-Tenéis
razón, madre. Lucharemos hasta el fin -repuso Boabdil convencido de la
inutilidad de oponer más objeciones.
La decisión
de Boabdil de romper el pacto de vasallaje precipitó los acontecimientos. Los
Reyes Católicos se aprestaron entonces a ocupar Granada. Y para que los moros
se convencieran de que este propósito era firme, la reina Isabel se estableció
con sus hijos en el real de Santa Fe, entre el ejército sitiador.
Se sucedían
los combates sin tregua ni cuartel ante los muros de Granada y tanto moros como
cristianos hacían prodigios de valor. Boabdil era de los que más destacaban y
esto desvirtúa algo la acusación de cobardía que se le ha hecho en diversas
ocasiones. En el combate se exponía tanto que hasta su madre tuvo que decirle:
-No te
arriesgues tanto, hijo mío. Granada te necesita.
-Es
preferible morir de una vez que, viviendo, morir muchas veces.
En uno de
los combates se expuso tanto que sólo a la rapidez de su caballo debió Boabdil
librarse de un segundo cautiverio.
Los moros
luchaban con fanatismo y defendían el terreno palmo a palmo. El sitio duró ocho
meses hasta que los granadinos no tuvieron otro remedio que rendirse más por
carencia de alimentos que por falta de valor.
La leyenda
nos ha dejado la última frase de Boabdil, que como ya hemos dicho contrasta con
el anterior valor demostrado por el rey moro.
Cuando
Granada fue ocupada por los cristianos, Boabdil el Chico no pudo contener las
lágrimas y los suspiros, y su madre la sultana Aixa le dijo entonces con
acritud:
-Llora como
mujer lo que no supiste defender como hombre.
El lugar
donde tuvo efecto el diálogo entre madre e hijo se conoce con el nombre de «el
Suspiro del moro».
Leyenda de moros y cristianos
Fuente: Roberto de Ausona
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