-"¿Qué
tal esta noche, señor Víctor?"
-"Mal.
Muy mal, don Noé. Toda la noche medio asfixiado. Y, para colmo, a las cuatro
de la madrugada se presentó la
Maruja ".
-"Pero,
¿cómo recibe usted visitas a esas horas de la
noche?"
-"No
me diga usted que no sabe quién es la
Maruja ".
-"No
tengo la menor idea".
Don Noé Duarte Pérez es el practicante del pueblo.
Hombre amable y bondadoso, que escucha a sus pacientes sin hartarse. Uno de
esos profesionales llamados a extinguir, cura con sus conocimientos y, más aún,
recogiendo cual confesor las intimidades de sus enfermos.
Víctor Martín Aceras es ahora su paciente. Vive en la Calle del Vado, paralela al
río Ambroz. Es un típico ejemplar donde las raíces de la historia y de la raza
son fácilmente definibles.
A pesar de su enfermedad tiene ánimos para contar esa
historia viva que no pocos sufren, algunos cuentan y muchos ignoran.
Hervás, en aquellos tiempos, se dividía en dos barrios,
casi en dos pueblos: el de arriba y el de abajo, el de los cristianos y la
judería.
Cuando alguno del pueblo de arriba intentaba visitar
al de abajo tenía necesariamente que hacerlo por la que se llamaba también
Calle de Abajo. Los de abajo debían subir por el sitio que llamaban La Cuestecilla , para que
los pudiera ver y autorizar el centinela que, situado en el Cantón, vigilaba
toda la extensa judería. El sitio, por eso, se llamaba "ve de lejos".
Es la actual Calle de Vedelejos.
La parte alta era la mansión de los señores. Uno de
ellos era el "aperaor". Su hijo Julián, mozo de diecinueve años,
todas las mañanas cruzaba montado a caballo el barrio de abajo, para dirigirse
a sus tierras de Romañazos y dar órdenes a las cuadrillas de jornaleros que
allí le trabajaban.
En la judería, el personaje principal es su rabino Ismael.
Hombre soberbio poseído de su cargo e influencia, intransigente, fanático, que
sostenía a pulso el poderío de la grandeza de su raza. Su hija Maruja o
Maruxa, de dieciocho años, era la muchacha envidiada de todos. Su belleza y
bondad había trascendido los límites del propio barrio, hasta convertirse en
ilusión de muchos cristianos.
Julián es uno de ellos. Más de una vez ha cambiado la
ruta obligada para hacerse encontradizo con la bella judía, aunque con el pretexto
de caminar siempre a sus predios.
Cuando adivinó los posibles lugares de encuentro dejó
el caballo en casa y así podía elegir las callejas de Vallijuelo, Mata los
Lirios y la Hambrigüela ,
caminos más frecuentados por Maruxa.
Un día, al cruzarse, pese a la prohibición, el muchacho
dijo:
-"¡Buenos días, María!"
La joven quedó verdaderamente sorprendida y aceleró
ruborizada el paso.
Bajó los ojos y no contestó al mozo.
Así pasaron los días, y los encuentros fueron más frecuentes,
siempre en lugares solitarios.
La belleza, la candidez, aquellos ojos tan delicados, cautivaron
de tal manera ajulián que por encima de todos sus principios y creencias se
enamoró perdidamente de la joven judía.
A María le pasó lo mismo. Fue su primer amor sincero,
propio de una edad que no conoce malicias.
A pesar de la profundidad amorosa comprendieron pronto
que era un amor ilegal. Y en seguida llegó el miedo y las precauciones, para
evitar posibles contratiempos. Tomaron la decisión, expuesta para el galán, de
verse por las noches en una fuente pequeña que estaba junto al puente. Una
fuente tan pequeña que por eso todo el mundo conocía con el nombre de
"Fuente Chiquita".
Pero no tardó alguien en descubrir el lugar de la
cita.
Zoilo era un zagal judío, travieso, inquieto. Para sus
quince años, las salidas nocturnas eran una de tantas diversiones.
Cuando descubrió a la pareja de enamorados corrió a
contárselo a su vecino Dimas.
Dimas, judío de veinticuatro años, inútilmente había
pretendido el amor de Maruxa.
Ser malvado, vengativo, pendenciero, enemigo de los
cristianos, no pudo disimular su contrariedad y juró vengarse como fuera.
Visitó al rabino Ismael contándole una falsa versión
de los hechos, haciendo creer al padre que su hija ya estaba perdida. Que las
citas nocturnas de la
Fuente Chi quitita tenían otras intenciones que el amor casto
de dos jóvenes enamorados.
El soberbio rabino se sintió herido en lo más profundo
de su orgullo. Sin investigar los hechos decretó la muerte del cristiano que
tan osadamente desafiaba y ofendía, no sólo a todo el pueblo judío, sino
también a su religión.
Ordenó a Dimas que buscara algunos colaboradores y
que, cuanto antes, fuera ejecutada la sentencia. Pretendía evitar que
trascendiera la noticia de la traición y el pecado de su hija.
Al malvado Dimas no le fue difícil buscar la ayuda de
Zoilo, Benito (Baraj), Fructuoso (Efrain) e Ismael
(Jacobo). Muchachos de catadura similar a la suya, decidieron matar al joven
Julián el mismo jueves por la noche, ya que el viernes comenzaba el Sabat.
Pero las circunstancias también mandan. Aquella noche
del jueves había una gran "cegallina", niebla baja y espesa que,
bajando del Pinajarro, cubría todo el pueblo. Por eso, sólo por eso, aquél día
Julián no quiso tomar la calleja de Trasdediego que por entonces tenía muy
mala "juelliga" (huella). Conocía perfectamente el terreno y,
amparado en la oscuridad, tomó el camino de la Calle de Abajo.
Los asesinos que esperaban comenzaron a impacientarse.
Zoilo, otra vez el zascandil de Zoilo, por pura
casualidad, descu-brió a los enamorados en la Fuente Chiquita.
Inmediatamente corrió a donde estaban los suyos con Dimas, medio ateridos de
frío. Les contó que los enamorados ya estaban en la fuente.
Sigilosos intentaron caer con astucia sobre Julián. Pero
María, por instinto, los sintió llegar cuando ya estaban muy cerca. Se figuró
a lo que iban. Sin decir palabra saltó sobre Julián y quiso protegerlo con su
propio cuerpo.
Aquel abrazo fue un abrazo de muerte.
Los sicarios del rabino, ciegos de furor y de odio,
apuñalaron una y mil veces a aquellas inocentes criaturas.
Así, abrazados, quedaron en el suelo, envueltos por la
niebla de la noche y acostados en un charco de sangre.
Al día siguiente, Hervás se despertó conmovido.
Los dos jóvenes asesinados gozaban de las simpatías de
todo el mundo.
Muchos pensaron que se había malogrado la ocasión más
propicia para acercar las dos hostiles comunidades.
Como siempre, nadie sabía nada.
Nadie había visto ni oído nada.
Además, el joven cristiano era un transgresor de las
normas establecidas. Normas a la vez religiosas y civiles.
Y, para colmo, el Sabat, que comenzaba aquella tarde,
no permitía en el pueblo de abajo la presencia de ninguna persona no judía.
El padre de Julián, acompañado de amigos y vecinos, se
limitó a recoger el cuerpo ensangrentado de su hijo para darle sepultura en el
cementerio cristiano.
El rabino Ismael no se resignó con los hechos.
Cruelmente fue mucho más lejos. Como su postura en
aquel alevoso crimen estaba salpicada de no pocas sospechas para demostrar su
inocencia e integridad religiosa, mandó enterrar los despojos de su hija fuera
del cementerio judío, para que no se contaminaran las cenizas de sus
antepasados.
La pobre María, ante los ojos escarmentados de la juventud,
fue enterrada en una de las márgenes del río Ambroz.
Prohibió expresamente cualquier señal que significara
el descanso eterno de aquella inocente criatura.
Muy pronto se olvidó el lugar donde reposaban los
restos. Pero no fue tan fácil olvidar la historia de lo sucedido.
Desde entonces, algunas noches, el espíritu de la pobre
Maruja recorre el río y sus lágrimas y suspiros hielan el alma de los que
tienen el privilegio de sentirla. Sumen el cuerpo una especie de mareo y sus
lamentos se oyen claros, seguros, llorando su triste destino.
Habían pasado algunos años desde que don Noé Duarte,
el ilustre sanitario de Hervás, allá por los años 60, escuchó por primera vez
esta historia.
Prácticamente ya la había olvidado.
Él mismo nos cuenta lo sucedido:
"Un día, a las cuatro de la madrugada, acababa de
asistir a un parto que resultó muy complicado. Un tanto distraído, cansado del
tabaco y del café que me tenía en pie, fui a dar un paseo. Cuando me di cuenta,
estaba junto a la
Fuente Chiquita. El aire era fresco, pero agradable. Me
acariciaba bajando desde el Pinajarro y luego llevaba mi cariño flotando por
encima de las aguas del Ambroz. Al asomarme hacia el arroyo me apoyé sobre el
puente mirando hacia abajo. Cuando tenía los ojos fijos en las profundidades,
la mirada comenzó a enturbiarse. Un sudor frío recorría mi cuerpo. Los oídos
parecían escuchar unos sollozos que, desde luego, no eran humanos. No caí al
suelo, creo, porque estaba apoyado en las piedras de la balaustrada. ¿Cuánto tiempo
duró aquello? ¿Qué fue lo que en realidad me sucedió? No lo sé. Pero estoy
seguro que "el quejío", o grito, o suspiro final, que me devolvió a
la realidad no es fácil olvidarlo. Estoy completamente convencido que era el
espíritu de Maruxa. No quería contarlo. No lo hubiera contado nunca si no fuera
porque aquella vez no fue la única, ni yo la persona única a quien le ha
sucedido esto".
Quizá sea el aire que va o viene del Pinajarro, el monte
más querido de nuestro pueblo.
Pero es en él, dentro de él, donde se oye y aparece el
espíritu de Maruxa, la bella israelita de nuestra judería de Hervás.
FUENTES:
-Recopilación
realizada directamente por don Noé Duarte Pérez, ATS de Hervás.
-Testimonios
personales del mismo sanitario don Noé Duarte, al autor del libro.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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