Allá por los años cincuenta, en el pueblecito de Grimaldo,
y por parte de los dueños de la finca y del pueblo se hacían obras para
construir una vivienda destinada al guarda.
El lugar elegido estaba muy próximo a lo que resta del
famoso castillo. No olvidemos que éste de Grimaldo era parte en la red de
comunicaciones y defensas que jalonaban por un lado y por otro el Tajo,
frontera natural durante muchas etapas de la Reconquista. Los
mahometanos lo construyeron posiblemente para dar escolta a la colosal
fortaleza de Monfragüe. Pasó después a ser cuna y señorío del esclarecido
linaje de los Grimaldos, a los que dio nombre.
Sabemos, por ejemplo, que Sancho IV donó a los Señores
de Grimaldo el castillo de Monfragüe cuando se extinguió la Orden de Calatrava. Uno y
otro pasaron después a diversas familias como los Trejos, Vargas, Calderones,
etc.
El castillo ha sufrido diversas transformaciones, y
hoy es precario recuerdo de su pasada grandeza.
Relacionado con estas transformaciones está el hecho a
que nos estamos refiriendo.
Se hacían los cimientos para la casa del guarda. Distancia:
cincuenta metros no más de los muros del castillo. Ante la sorpresa de los
obreros, comienzan a aparecer abundantes restos humanos. Una duda domina a todos:
si son restos humanos deben aparecer calaveras. Pero las cabezas no aparecen.
Huesos de todas las partes del cuerpo y ninguno de la cabeza.
Lo que era sorpresa o desencanto para todos fue alegría
para una persona: el señor Circo. Era esa especie rara de intelectual, auto-didacta,
pueblerino, enciclopedia de tradiciones y saberes autóc-tonos. Curandero,
pacificador, depositario de la justicia y, luego, amigo mío.
Cuando lo vio, su afirmación fue lapidaria:
-"Esto confirma que la leyenda, desde hoy, se ha
convertido en historia".
Los Reyes Católicos fueron los empresarios de una
nueva España. Para conseguirlo tuvieron que limpiar la nación de una serie
incontrolada de pícaros, vagos, maleantes, pordioseros, sinver-güenzas y
ladrones que infestaban pueblos y ciudades. Ni las aldeas pequeñas, o quizá
más, las aldeas pequeñas, eran los lugares predilectos para toda esta legión
de rufianes.
Para llevar adelante este propósito, los Reyes Católicos
crearon la Santa
Hermandad , que en todas partes, para gloria de los actuales,
se la define como una especie de guardia civil en los siglos XV y XVI.
Entonces, como ahora, "ni eran todos los que parecían,
ni parecían todos los que eran". El desarraigo, pues, fue un proceso lento
de sacrificio, paciencia y habilidad, a veces, con unos medios más propios de
pícaros que de agentes de la justicia. Era un recurso obligado para la Santa Hermandad ,
que tenía sobre sus hombros el peso ingente de limpiar el lastre depositado,
quizá durante siglos.
Aunque parezca mentira a Grimaldo, la pequeña aldea
olvidada, cercana a Plasencia, le tocó también su turno.
Se corría la especie de que en el Castillo, albergue
obligado de caminantes que seguían utilizando la deteriorada Vía de la Plata , entraban a veces
arrieros que no volvían a salir.
Se decía que durante la noche, mientras dormían, se
les daba muerte para despojarlos de cuanto llevaban.
Narcóticos... Crímenes... Enterramientos secretos...
Riquezas incontrola-das...
La imaginación popular estaba desbordada.
¿Verdad? ¿Mentira?
El ardid se puso en marcha: varios de los miembros de
esa Hermandad se disfrazan de arrieros haciendo incluso ostentación de
riquezas. Sus armas debidamente camufladas. Una de tantas noches, y debidamente
distanciados, piden hospedaje en el castillo. Se identifican como pastores,
como arrieros trashumantes, como poseedores de rebaños que pastan ahora en las
llanuras castellanas. Todo parece normal. Todo está perfectamente estudiado.
Ahora sólo hacía falta que los hechos esperados llegaran a producirse. Y,
desgraciadamente, se produjeron. Pero esta vez con suerte contraria para sus
protagonistas. Cuando intentaron repetir sus crímenes y latrocinios con el
primero de los arrieros, cayeron sobre ellos los demás y los prendieron al
grito escalofriante:
-"Alto a la Santa Hermandad. "
Sorprendidos "in fraganti", la pena era
ejemplar: "Cortarles la cabeza". Y así se hizo para escarmiento general.
Se les cortó la cabeza y sobre las almenas del castillo se colocaron una a
una, para que sirvieran de ejemplo.
Una orden especial de la Reina Isabel obligó a
desmochar el castillo en un tercio de su altura. Esta es una de las causas que
justifican su actual aspecto.
No hace falta que digamos que ya está explicado el
hecho de los enterramientos: cabezas sin cadáveres y cadáveres sin cabezas.
Aclaramos también que los actuales poseedores del
castillo no son los descendientes directos de los responsables de esta
leyenda.
FUENTES:
-Testimonio
recogido directamente por el autor cuando aún no pensaba escribir este libro.
- Aprovecho
esta ocasión para dar testimonio público de mi agradecimiento al pueblecito de
Grimaldo. Allí pasé unos cuantos años, siempre tratado con un respeto y cariño
de tal calibre, que el paso del tiempo no ha podido borrar.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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