Habían
pasado más de treinta años desde la batalla de Guadalete en que el último rey
godo don Rodrigo fue vencido en las orillas del río por los caudillos árabes
Tarik y Muza, que se aprovecharon de la traición de don Opas y los hijos de
Witiza.
La España
visigoda corrompida en sus estructuras quedó desarticulada. La masa de la
población cristiana tuvo que aceptar la dominación árabe, pero una gran parte
de los ejércitos hispano-góticos se refugió en la zona norte del país: Asturias
y Cataluña.
Las tropas
árabes siguieron avanzando y después de muchos años llegaron al país catalán
con el propósito de dominarlo e irrumpir en Europa por los Pirineos: su
objetivo era la conquista del mundo.
Los
cristianos patriotas de Cataluña al comprender el peligro que se cernía sobre
su territorio enviaron una embajada al rey franco Carlos Martel.
-Los árabes
intentan la conquista de todos los países cristianos, señor -dijo uno de los
embajadores. Han ocupado Barcino y pronto quedará en su poder el resto del
territorio si vos no lo remediáis.
-Conozco la
situación y tomaré medidas para que con la ayuda de Dios podamos derrotar al
infiel -respondió el monarca.
-Al otro
lado de nuestro país, en Asturias, el noble don Pelayo ha podido resistir el
alud árabe y ha organizado un reino independiente. Nosotros os pedimos un
caudillo de prestigio para que organice nuestras fuerzas y resista al invasor.
Hay muchos patriotas que sólo desean eso para luchar y vencer.
-No
esperaba menos de vosotros, señores -dijo el rey. Tengo al hombre que os hace
falta. Él será el escudo de Francia[1] y
para vosotros el caudillo que unirá el ejército cristiano.
-Gracias,
señor. Os prestamos humilde vasallaje.
Carlos
Martel, rey de Francia, comprendió el peligro que se le venía encima. Si los
cristianos de Cataluña podían resistir y vencer a los árabes su reino se
mantendría incólume. De otra forma tendría que batirse en el suelo de. Francia.
No dudó entonces en elegir al noble Otger Catalón que desde hacía tiempo
residía en Francia aunque era oriundo de Cataluña. Era un hombre fuerte, alto
como un gigante y dirigía un grupo de nobles catalanes que iban siempre al
frente de soldados aguerridos y avezados a todo. Este grupo podría aglutinar a
más fuerzas si entraba en Cataluña y dirigía la resistencia contra los árabes.
-Os nombro
jefe del ejército de la Marca Pirinaica y la victoria beneficiará a vuestra
tierra y a la nuestra.
-Cumpliré
vuestras órdenes, señor. Los árabes no pasarán.
-Confío en
vos, Otger.
Otger Catalón
llamó a sus capitanes para darles cuenta de su misión. Acudieron nueve barones
ilustres, que ya se habían acreditado en cien combates. Sus nombres eran
Dapifer de Montcada, Guerau de Pinós, Huc de Mataplana, Guillem de Cervera,
Ramón de Cervelló, Pere d'Alemany, Ramón d'Anglesola, Gispert de Ribelles y
Roger d'Erill, que con el tiempo constituirían la flor y nata de la nobleza
catalana y darían su nombre a varios condados de Cataluña.
-Nuestra
tierra está en peligro y hemos de acudir a salvarla. Confío en vosotros que
habéis dado pruebas de valor en mil combates. Ahora se trata de luchar contra
los agarenos, superiores en número a nuestro ejército y orgullosos de esta
superioridad. Han ocupado en pocos años casi toda la tierra hispánica, pero
nuestros hermanos han demostrado que cuando se está decidido a resistir nada es
imposible. Tengamos fe y con la ayuda de Dios venceremos.
La arenga
de Otger Catalón produjo su efecto entre los asistentes. Todos ellos
prometieron a su caudillo luchar hasta morir para conseguir su empeño: hacer
retroceder a los moros y liberar todo el territorio catalán.
Los nueve
barones de la fama organizaron el ejército y llegaron a reunir unos veinte mil
hombres que atravesaron los Pirineos y entraron en Cataluña dispuestos a plantar
cara al invasor. Al frente de ellos iba Otger Catalón, alto como un gigante,
que a todos inspiraba admiración y respeto.
El ejército
de Otger empezó a tomar posiciones para los próximos combates. Llegó al valle
de Arán y se apoderó de Ter, de Ribagorza y de Pallars; luego, como medida de
prevención, el caudillo fortificó los castillos de toda la zona.
Una vez
hubo solidificado la situación militar, Otger con su ejército avanzó hacia el
llano y puso sitio a Ampurias que después de varios meses de resistencia cayó
en su poder.
Las tropas
moras de Tarik habían tenido que replegarse hacia el sur ante el alud del
ejército cristiano muy aumentado en número después de sus brillantes victorias.
-Ahora sólo
nos queda Barcino -exclamó Otger a sus capitanes.
-La invasión
sarracena ha sido detenida por el momento -repuso Dapifer de Montcada. El rey
de Francia estará satisfecho de nuestros hombres.
-Adelante,
pues -dijo Otger. Nos queda la última batalla.
Sin
embargo, Otger no pudo ser testigo de la ocupación de Barcino. Durante el
trayecto unas fiebres malignas minaron la salud de aquel hombre robusto. Pocos
días después moría Otger y Dapifer de Montcada era nombrado jefe de las fuerzas
cristianas. Él fue quien tuvo la alegría de poder entrar en Barcino aclamado
por el pueblo y las tropas.
Cuando
Dapifer de Montcada se presentó ante Carlos Martel y le dio cuenta del éxito de
su misión, el monarca se alegró extra-ordinariamente, aunque su gozo se empañó
al conocer la triste nueva de la muerte de Otger Catalón.
-Era un hombre
extraordinario -dijo el rey. Jamás olvidaremos lo que hizo.
-Tampoco
nosotros, señor. El ejército le adoraba... -repuso Dapifer.
-Este
territorio que habéis conquistado a los moros será una nueva marca y en
homenaje a Otger se llamará Marca catalónica.
Así lo
cuenta la leyenda y con ello parece sugerir que del apellido Catalón se derivó
el nombre actual de Cataluña.
En cuanto a
Otger, el caudillo, la historia no ha podido aclarar su origen. Hay autores que
admiten su existencia y afirman que no se puede negar que Otger existió como no
se puede decir que Pelayo no es un personaje histórico. Otros en cambio
aseguran que todo es pura fábula...
Leyenda de moros y cristianos
Fuente: Roberto de Ausona
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