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martes, 5 de noviembre de 2013

Bernardo del carpio

Este héroe legendario español vivió en el siglo IX durante el reinado de Alfonso II el Casto. La hermana de este rey casó con el conde de Saldaña a pesar de la oposición del monarca castellano. De esta unión nació el infante Bernardo del Carpio que con el tiempo llegó a ser un héroe invencible en mil combates.
Bernardo pasó su infancia y su juventud en la corte y participó en torneos y ejercicios, adquiriendo destreza, valor y astucia que le hicieron superior a todos sus compañeros.
En el año 800, el papa León coronó a Carlomagno como empe-rador romano de occidente. Este título entrañaba cierta hegemonía universal y obligaba a todos los reyes cristianos a reconocer el vasallaje.
El nuevo emperador era ambicioso y quería obtener por la fuerza lo que se le debía en derecho. Los reinos de España eran su objetivo primordial y no ocultó sus intenciones. Con el pretexto de atacar a los moros entró en territorio español y ocupó varias ciudades.
Las noticias de la invasión francesa llegaron a la corte de Castilla y el monarca reunió a sus altos dignatarios para tomar las medidas pertinentes.
-El papa ha coronado a Carlomagno como emperador y nuestro deber es rendirle vasallaje -explicó el rey a sus súbditos. Pero a pesar de ello, necesito vuestra opinión. Carlomagno ha entrado en son de guerra y aunque sólo ha atacado a los moros no por ello deja de ser territorio español el que ha invadido.
-Carlomagno no tenía ningún pretexto para atacar a los moros. Para esto nos bastamos nosotros -dijo uno de los nobles presentes con ademán altanero.
-El emperador lleva un numeroso ejército y además a sus doce pares, entre ellos a Roldán el invencible -explicó otro.
-Roldán no es invencible. Es un buen guerrero y nada más -intervino Bernardo del Carpio, que como infante del reino tenía derecho a asistir a la reunión.
-Vamos, Bernardo. No nos haréis creer que vos podéis vencerle -dijo don Nuño Fuentes con sonrisa irónica.
-¿Qué haríais vos, Bernardo, en el caso que nos ocupa? -preguntó el rey. ¿Dejaríais que Carlomagno actuara libremente o le declararíais la guerra?
-Ni una cosa ni la otra, señor -replicó Bernardo.
-No os entiendo -dijo el monarca castellano.
-Bernardo no sabe lo que dice -aseguró don Nuño.
-No le hagamos caso. Bernardo puede ser muy fuerte, pero es un necio -habló Bermudo, otro de los asistentes.
-Esto de necio no lo aguanto de vos -declaró impetuosamente Bernardo llevando la mano a la empuñadura de su espada.
-Vamos, señores -intervino el rey
-No hemos venido a pelear sino a buscar una solución. Don Bermudo tendrá que retirar la palabra ofensiva que ha dirigido a Bernardo.
-Retirada está por mi parte -afirmó don Bermudo. No quería ofender a Bernardo a quien reconozco valor y nobleza.
-No tengo nada que decir -repuso Bernardo. Don Bermudo es buen amigo mío y me doy por satisfecho.
-Entonces podemos continuar -repuso el monarca. Mi opinión es acatar la ley. Aceptaremos ser vasallos de Carlomagno con la condición de que expulse a los moros de todo el territorio español.
-No es posible, señor -exclamó impetuosamente don Nuño. No podemos permitir que el francés se apodere de España.
-Carlomagno formará un gran imperio de occidente y la media luna de Mahoma desaparecerá de la faz de la tierra -aseguró el monarca castellano. ¿Cuántos siglos llevamos luchando con los moros sin poder vencerlos totalmente y expulsarlos del país? ¿No contestáis?
-No queremos pertenecer al imperio de Carlomagno, señor -aseguró Bermudo. Creo que todos somos de la misma opinión.
El monarca observó uno por uno los rostros de los asistentes y pudo darse cuenta de cuáles eran sus sentimientos. Por encima de todo, el orgullo de sentirse españoles y de no querer someterse bajo ningún concepto al rey francés ni aun a costa de una hipotética unión occidental y de una promesa de derrotar a los moros.
-Y vos, Bernardo, ¿qué opináis? Antes habíais dicho que no queríais ser vasallo de Carlomagno ni declararle la guerra...
-Así es, señor. Soy del parecer de todos: no aceptar el vasallaje del ambicioso rey francés. Pero su fuerza es superior a la nuestra y no podemos declararle la guerra.
-¿Y qué podemos hacer entonces? -preguntó el rey.
-Carlomagno y los suyos van a pasar por Roncesvalles, según informes que obran en mi poder. Allí les esperaremos amparados en los riscos y en las cuevas. Podremos derrotarles y tendrán que regresar a su país.
El monarca no tuvo otra alternativa que aceptar el plan de Bernardo al darse cuenta de que todos los asistentes se adherían a él entusiásticamente. En vista de ello nombró a Bernardo jefe de la expedición y le dio toda la autoridad necesaria para el cumplimiento de su misión, pero sin compro-meterse oficialmente.
Semanas después tuvo lugar la batalla de Roncesvalles, cuyas versiones legendarias difieren notablemente. Según unas crónicas fue una batalla entre franceses y moros y terminó con la derrota de estos últimos aunque en ella murió Roldán después de cubrirse de gloria. En otras crónicas, y especialmente en todas las que hacen referencia a la vida y hazañas de Bernardo, en la lucha participaron franceses y montañeses vascos al mando de Bernardo del Carpio, el cual venció al famoso Roldán. Con esta victoria de Bernardo terminaron para siempre los sueños de gloria de Carlomagno de apoderarse de España.
Pero Alfonso II el Casto, envidioso de la gloria alcanzada por Bernardo del Carpio en la batalla de Roncesvalles, dio orden de encarcelar a su padre el conde de Saldaña.
Cuando Bernardo regresó del campo de batalla, dos damas de la corte, doña Urraca Sánchez y doña María Meléndez, avisaron al héroe de lo sucedido durante su ausencia.
Bernardo montó en cólera y fue inmediatamente a ver al rey a pedir la libertad de su padre.
-No os puedo conceder lo que me pedís, Bernardo. Lo siento mucho, pero vuestro padre ha desobedecido mis órdenes.
-¿Puedo saber qué órdenes eran? -preguntó Bernardo furioso.
-Dad gracias a que sois el vencedor de Roncesvalles, pues de lo contrario os haría detener en este mismo instante.
-Comprendo, señor. Supongo que en Roncesvalles aún hice poco por vos y vuestro reino. Si consigo más victorias contra los moros, ¿dejaréis en libertad a mi padre?
-No os prometo nada, Bernardo. Obtened victorias para vuestro rey y ya veremos.
Con el corazón traspasado de dolor, Bernardo abandonó la real mansión. El rey no le había prometido nada, pero acaso si consiguiera grandes hazañas se ablandaría y perdonaría a su padre. Con esta idea organizó un ejército de partidarios suyos y luchó contra los árabes en Benavente y Zamora y en las comarcas del Duero obteniendo grandes victorias que le hicieron famoso en todo el reino. También derrotó a un caballero francés llamado Buero, que había entrado con un grupo de soldados en Asturias en son de guerra.
Todas estas hazañas no sirvieron de nada. Alfonso II el Casto no quiso libertar al padre de Bernardo.
Desesperado, Bernardo del Carpio se retiró a su condado de Saldaña y allí organizó grupos de proscritos que robaban y asaltaban las tierras del monarca. De esta forma el héroe se convirtió en rebelde y sus correrías sembraron el pánico en todos los condados vecinos sin que nadie pudiera apresarle.
Murió Alfonso II el Casto y le sucedió en el trono Alfonso III el Magno. Con el cambio de rey, Bernardo solicitó el perdón real que le fue concedido inmediatamente a condición de luchar contra los moros que amenazaban las fronteras del reino. Bernardo aceptó y derrotó a los moros en repetidas ocasiones. Pero una noticia recibida en el mismo campo de batalla le hizo variar de opinión y pasarse al bando de los árabes.
-Señor, vuestro padre ha muerto -anunció uno de sus servidores más adictos que acababa de llegar de la ciudad.
-No es posible. Mi padre estaba sano hace unos días -exclamó Bernardo dolorosamente sorprendido y ocultando unas lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos.
-Vuestro padre contrajo una dolencia para la cual necesitaba un cirujano. Nadie hizo caso de su enfermedad y murió sin recibir ayuda ni física ni espiritual.
-¿Y qué hizo el rey? Prometió libertar a mi padre en cuanto regresara de la guerra.
-El rey no hizo nada, señor. No se preocupó de vuestro padre.
-Entonces yo no me preocupo de mi rey. ¿Para qué? Quizás el enemigo sea mejor que él.
-No hagáis tal cosa, señor. No cometáis acciones de las que después tendréis que arrepentiros -dijo el fiel criado, asustado de la expresión de su amo.
-Haré lo que me plazca y si ves al rey dile que no cuente conmigo. Quizás algún día lamente no haberse preocupado más de mi padre que sólo cometió un delito: enamorarse de la hermana de un rey, casarse con ella y darle un hijo que ha sabido derrotar a moros y a franceses. Ahora también sabrá derrotar a las tropas reales.
Y de este modo, el temperamental Bernardo se alió con los moros[1] y atacó a las tropas de Alfonso III el Magno que lamentó durante mucho tiempo no haber hecho algo por el desgraciado padre de Bernardo.
Pasaron los años y Bernardo cedió en su cólera. Comprendía que no estaba bien luchar contra sus hermanos de raza y religión. Por medio de interme-diarios sonsacó el ánimo del rey y éste se prestó en seguida a una reconciliación. En el reino hacían falta hombres como Bernardo si se quería derrotar a los infieles.
Por fin, después de tantos años de batallas y decepciones, Bernardo fue reconocido en sus títulos y dignidades. Se le restituyó el condado de Saldaña, se rehabilitó a su padre y a él se le dio preeminencia por su victoria de Roncesvalles.

Leyenda de moros y cristianos

Fuente: Roberto de Ausona

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[1]Esta alianza circunstancial se dio repetidas veces en el transcurso de la reconquista. Recordemos los casos del Cid y de algunos reyes castellanos.

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