Hace ya muchos años, vivía un hombre llamado Shin
propietario de una bodega en la que servía sake.
Un día, un viejo con aspecto de ermitaño se presentó
en su bodega y le dijo:
-No tengo ni un céntimo pero, ¿podría ofrecerme un
vasito de sake?
Shin le miró de pies a cabeza y le pareció que a
pesar de su aspecto de pordiosero tenía algo que no podía adivinar, pero que
le inspiraba respeto. Así pues, calentó un poco de sake al baño María y se lo
sirvió con unas tapas diciendo:
-No se preocupe, aunque no tenga dinero tómese unas
copitas. En la calle hace mucho frío y le calentará un poco el cuerpo.
El anciano anacoreta se sirvió una copita y con mucha
delicadeza la vació a pequeños sorbitos.
-Sirve usted un sake excelente -dijo, y siguió
alabándolo a cada sorbo.
Después mantuvo una conversación muy agradable con el
bodeguero, mientras iba tomando las tapas. Ya entrada la noche, se fue del
estable-cimiento.
No obstante, al día siguiente se presentó de nuevo,
más o menos a la misma hora y poniendo la misma excusa de que no tenía dinero,
pidió también una copita de sake.
Esta historia duró varios días seguidos y como Shin
era buena persona y se había hecho amigo del ermitaño le servía sake gratis,
diciéndole que ya se lo pagaría cuando pudiera.
Pero un día dejó de aparecer por la bodega y Shin lo
encontró en falta, así pasó largo tiempo. Al llegar el verano, una tarde
apareció otra vez y le dijo a Shin:
-Vine a beber muchas veces sake gratis, te debo ya
mucho dinero. Pero sigo sin fondos igual que en invierno. Voy a dibujarte algo
en la pared para pagar mi deuda.
Entonces cogió una mandarina de un cesto que había en
la mesa. La peló y con la piel empezó a trazar un bosquejo en la pared blanca
de la bodega.
El resultado del dibujo fue una preciosa grulla que
parecía viva, a pesar del color amarillo de la mandarina.
-Mira Shin, cuando vengan los clientes diles que hagan
palmas y canten mirando a este dibujo.
Esta vez, sin beber el sake acostumbrado, se fue
prometiendo volver a no tardar.
Al cabo de poco rato, empezaron a venir algunos
clientes asiduos. Cuando Shin les sirvió la bebida les pidió que cantaran mirando
al dibujo.
En cuanto empezaron a tocar palmas, ocurrió algo
extraño: la grulla del dibujo se movía de un lado a otro de la pared al compás
de la música.
La bodega de Shin se hizo pronto famosa por todo el
contorno y se vio más llena de clientes que nunca. La gente se aglomeraba para
ver bailar a la grulla.
Algunos años después, se presentó el anciano en la
bodega. Shin era ya muy rico. El ermitaño se alegró de haber podido pagar de
sobras su cuenta pendiente.
Colocándose delante de la grulla sacó del bolsillo una
flauta y empezó a tocar. La grulla salió de la pared y le siguió hasta la calle
y emprendieron juntos el vuelo al son de la música hasta perderse en el firmamento.
Shin junto con los otros parroquianos observaron cómo
desaparecía su benefactor, de la misma misteriosa manera que había aparecido
aquel lejano día de invierno.
0.040.3 anonimo (japon) - 028
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