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martes, 5 de noviembre de 2013

La grulla de la pared

Hace ya muchos años, vivía un hombre llamado Shin propietario de una bodega en la que servía sake.
Un día, un viejo con aspecto de ermita­ño se presentó en su bodega y le dijo:
-No tengo ni un céntimo pero, ¿podría ofrecerme un vasito de sake?
Shin le miró de pies a cabeza y le pare­ció que a pesar de su aspecto de pordiose­ro tenía algo que no podía adivinar, pero que le inspiraba respeto. Así pues, calentó un poco de sake al baño María y se lo sirvió con unas tapas diciendo:
-No se preocupe, aunque no tenga di­nero tómese unas copitas. En la calle hace mucho frío y le calentará un poco el cuerpo.
El anciano anacoreta se sirvió una copi­ta y con mucha delicadeza la vació a pe­queños sorbitos.
-Sirve usted un sake excelente -dijo, y siguió alabándolo a cada sorbo.
Después mantuvo una conversación muy agradable con el bodeguero, mientras iba tomando las tapas. Ya entrada la noche, se fue del estable-cimiento.
No obstante, al día siguiente se presentó de nuevo, más o menos a la misma hora y poniendo la misma excusa de que no tenía dinero, pidió también una copita de sake.
Esta historia duró varios días seguidos y como Shin era buena persona y se había hecho amigo del ermitaño le servía sake gratis, diciéndole que ya se lo pagaría cuan­do pudiera.
Pero un día dejó de aparecer por la bo­dega y Shin lo encontró en falta, así pasó largo tiempo. Al llegar el verano, una tarde apareció otra vez y le dijo a Shin:
-Vine a beber muchas veces sake gra­tis, te debo ya mucho dinero. Pero sigo sin fondos igual que en invierno. Voy a dibu­jarte algo en la pared para pagar mi deuda.
Entonces cogió una mandarina de un cesto que había en la mesa. La peló y con la piel empezó a trazar un bosquejo en la pared blanca de la bodega.
El resultado del dibujo fue una preciosa grulla que parecía viva, a pesar del color amarillo de la mandarina.
-Mira Shin, cuando vengan los clientes diles que hagan palmas y canten mirando a este dibujo.
Esta vez, sin beber el sake acostumbra­do, se fue prometiendo volver a no tardar.
Al cabo de poco rato, empezaron a venir algunos clientes asiduos. Cuando Shin les sirvió la bebida les pidió que cantaran mi­rando al dibujo.
En cuanto empezaron a tocar palmas, ocurrió algo extraño: la grulla del dibujo se movía de un lado a otro de la pared al compás de la música.
La bodega de Shin se hizo pronto famo­sa por todo el contorno y se vio más llena de clientes que nunca. La gente se aglome­raba para ver bailar a la grulla.
Algunos años después, se presentó el anciano en la bodega. Shin era ya muy rico. El ermitaño se alegró de haber podi­do pagar de sobras su cuenta pendiente.
Colocándose delante de la grulla sacó del bolsillo una flauta y empezó a tocar. La grulla salió de la pared y le siguió hasta la calle y emprendieron juntos el vuelo al son de la música hasta perderse en el fir­mamento.
Shin junto con los otros parroquianos observaron cómo desaparecía su benefac­tor, de la misma misteriosa manera que había aparecido aquel lejano día de in­vierno.

0.040.3 anonimo (japon) - 028

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