Había una vez una isla, rodeada de un ancho mar y olas
azules. En esta pequeña isla había un templo habitado por un solo bonzo, que se
había retirado allí para meditar y hacer oración. Detrás del templo se
extendía un verde bosque, donde vivía un zorro blanco. El zorro y el bonzo eran
casi los únicos habitantes de esta pequeña isla.
El bonzo siempre rezaba tocando al mismo tiempo un
gongo de madera, este sonido tan característico lo oía el zorro cada día desde
su guarida y siempre esperaba impaciente a que tocara la campanilla de hierro,
signo de que ya había terminado. Pero aquel día la oración era muy larga y el
zorro tenía hambre...
-¡Date prisa!, ¡termina ya la oración! ¿Por qué será
hoy tan larga la oración del bonzo? =pensaba el zorro.
El bonzo seguía rezando... De pronto: iCHIN!
¡CHIN!..., la campanilla de hierro.
-¿Ya terminó, señor bonzo?
El hambriento animal quería bajar del monte ya; sin
embargo, esperó a que el bonzo saliera del templo.
-¡Ah! El bonzo lleva hoy el kimono morado, debe de
asistir a alguna ceremonia, quizá vuelva tarde... ¡Tengo tanta hambre!... No
puedo resistir más...
Se acercó a la puerta del templo y empezó a husmear.
-¡Qué bien!, ¡tres pastelitos de arroz con judías
dulces! ¡¡Mmmmmm!! Se me hace agua la boca...
El zorro blanco siempre iba a comerse las ofrendas que
el bonzo ponía en el altar de Buda después de su oración cotidiana.
Se había zampado ya dos pastelitos y cuando quería
empezar con el tercero, alguien llamó a la puerta.
-¡Con permiso! -dijo una anciana. El zorro se
sorprendió y se escondió debajo del altar.
-¡Qué susto!, ¡por poco me pilla! Como no está el
bonzo, la vieja se dará cuenta de que no hay nadie y se marchará.
Sin embargo, la anciana estaba de pie, sin demostrar
ninguna prisa.
-¡Qué raro, parece ciega!... Si salgo no se dará
cuenta de que soy el zorro y si le explico..., quizá se irá.
-¡Oiga, oiga, abuela!, el bonzo hoy no está -dijo
imitando la voz humana.
Entonces, la anciana respondió:
-¡Ah sí!, muchísimas gracias por la información,
señor bonzo, permítame entrar y esperaré a que venga.
-¡Es extraño!, parece que no me ha entendido...
La vieja entró a tientas y palpando con las manos el
suelo se dirigió hacia donde oía la voz de la zorra y saludándole luego más
cortésmente, añadió:
-Señor bonzo, quisiera pedirle un favor, hoy es el
aniversario de la muerte de mi esposo y he venido para que le dedique unas
oraciones.
-Esta anciana es ciega y además parece que tampoco
oye bien, piensa que soy el bonzo, ¡qué pesada!, no quiero perderme el último
pastelito, pero será mejor que huya, ya volveré después...
Cuando el zorro blanco se escapaba sigilosamente por
la puerta trasera, miró de nuevo a la vieja y vio que en las manos tenía ya el
rosario que se usa para oír los rezos del bonzo. Le dio pena y pensó:
-No puedo dejarla de este modo, nunca la he visto por
aquí, creo que debe de haber venido de muy lejos para pedirle al bonzo este
favor y si me voy... ¡Bien!, me convertiré en bonzo.
Inmediatamente fue a la sacristía y cogió el hábito,
mientras iba murmu-rando:
-No sé si estaré bien vestido, es la primera vez en mi
vida que me disfrazo de bonzo. ¡Qué raro me siento! Si alguien me viera
seguramente se reiría de mí...
-¡Ejem, ejem! -hizo para afinar la voz.
El zorro se sentó en el cojín que había cerca del
altar, pero no sabía cómo empezar.
-¡Qué apuro!, me transformé en bonzo y no me sé las
oraciones, bueno, vamos a ver qué sale. De todas formas, esta anciana no tiene
el oído demasiado fino.
Entonces, dijo cantando como si rezara, al mismo
tiempo que se acompañaba con el gongo:
«En con tré
un pas te li to muy ri co...
Me co mí
dos, pe ro aún que da u no...
quie ro co
mér me lo pron to
Din - Don,
Din - Don...
¡¡iCHIN!!!».
Al final, tocó la campanilla de hierro, tal como lo
hacía el bonzo. La anciana comprendió que ya se había terminado la plegaria,
guardó el rosario, se levantó y dijo:
-Mil gracias señor bonzo, mi esposo que está en el
cielo se pondrá muy contento. Mire, es muy poco, pero acepte este dinero. Al
decirle esto, le dio un sobre conteniendo algunas monedas de oro.
Aquel día al atardecer, cuando el bonzo volvió, vio
las pisadas del zorro y que no quedaba ningún pastel en el altar; en la bandeja
de las ofrendas había un sobre.
-¡Ah! Debe de haber venido el zorro blanco cuando yo
estaba ausente. Sin embargo, ¿y este dinero?, ¡es imposible que el zorro haya
pagado el importe de los pasteles!
El bonzo pensó largo tiempo en la procedencia de
aquellas monedas, mas nunca logró entender el misterio.
0.040.3 anonimo (japon) - 028
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