Translate

martes, 5 de noviembre de 2013

El bonzo, la zorra y la vieja ciega

Había una vez una isla, rodeada de un ancho mar y olas azules. En esta pequeña isla había un templo habitado por un solo bonzo, que se había retirado allí para me­ditar y hacer oración. Detrás del templo se extendía un verde bosque, donde vivía un zorro blanco. El zorro y el bonzo eran casi los únicos habitantes de esta pequeña isla.
El bonzo siempre rezaba tocando al mis­mo tiempo un gongo de madera, este soni­do tan característico lo oía el zorro cada día desde su guarida y siempre esperaba impaciente a que tocara la campanilla de hierro, signo de que ya había terminado. Pero aquel día la oración era muy larga y el zorro tenía hambre...
-¡Date prisa!, ¡termina ya la oración! ¿Por qué será hoy tan larga la oración del bonzo? =pensaba el zorro.
El bonzo seguía rezando... De pronto: iCHIN! ¡CHIN!..., la campanilla de hierro.
-¿Ya terminó, señor bonzo?
El hambriento animal quería bajar del monte ya; sin embargo, esperó a que el bonzo saliera del templo.
-¡Ah! El bonzo lleva hoy el kimono morado, debe de asistir a alguna ceremo­nia, quizá vuelva tarde... ¡Tengo tanta ham­bre!... No puedo resistir más...
Se acercó a la puerta del templo y empezó a husmear.
-¡Qué bien!, ¡tres pastelitos de arroz con judías dulces! ¡¡Mmmmmm!! Se me hace agua la boca...
El zorro blanco siempre iba a comerse las ofrendas que el bonzo ponía en el altar de Buda después de su oración cotidiana.
Se había zampado ya dos pastelitos y cuando quería empezar con el tercero, al­guien llamó a la puerta.
-¡Con permiso! -dijo una anciana. El zorro se sorprendió y se escondió debajo del altar.
-¡Qué susto!, ¡por poco me pilla! Como no está el bonzo, la vieja se dará cuenta de que no hay nadie y se marchará.
Sin embargo, la anciana estaba de pie, sin demostrar ninguna prisa.
-¡Qué raro, parece ciega!... Si salgo no se dará cuenta de que soy el zorro y si le explico..., quizá se irá.
-¡Oiga, oiga, abuela!, el bonzo hoy no está -dijo imitando la voz humana.
Entonces, la anciana respondió:
-¡Ah sí!, muchísimas gracias por la in­formación, señor bonzo, permítame entrar y esperaré a que venga.
-¡Es extraño!, parece que no me ha entendido...
La vieja entró a tientas y palpando con las manos el suelo se dirigió hacia donde oía la voz de la zorra y saludándole luego más cortésmente, añadió:
-Señor bonzo, quisiera pedirle un fa­vor, hoy es el aniversario de la muerte de mi esposo y he venido para que le dedique unas oraciones.
-Esta anciana es ciega y además pare­ce que tampoco oye bien, piensa que soy el bonzo, ¡qué pesada!, no quiero perderme el último pastelito, pero será mejor que huya, ya volveré después...
Cuando el zorro blanco se escapaba si­gilosamente por la puerta trasera, miró de nuevo a la vieja y vio que en las manos tenía ya el rosario que se usa para oír los rezos del bonzo. Le dio pena y pensó:
-No puedo dejarla de este modo, nun­ca la he visto por aquí, creo que debe de haber venido de muy lejos para pedirle al bonzo este favor y si me voy... ¡Bien!, me convertiré en bonzo.
Inmediatamente fue a la sacristía y co­gió el hábito, mientras iba murmu-rando:
-No sé si estaré bien vestido, es la primera vez en mi vida que me disfrazo de bonzo. ¡Qué raro me siento! Si alguien me viera seguramente se reiría de mí...
-¡Ejem, ejem! -hizo para afinar la voz.
El zorro se sentó en el cojín que había cerca del altar, pero no sabía cómo em­pezar.
-¡Qué apuro!, me transformé en bonzo y no me sé las oraciones, bueno, vamos a ver qué sale. De todas formas, esta ancia­na no tiene el oído demasiado fino.
Entonces, dijo cantando como si rezara, al mismo tiempo que se acompañaba con el gongo:

«En con tré un pas te li to muy ri co...
Me co mí dos, pe ro aún que da u no...
quie ro co mér me lo pron to
Din - Don, Din - Don...
¡¡iCHIN!!!».

Al final, tocó la campanilla de hierro, tal como lo hacía el bonzo. La anciana com­prendió que ya se había terminado la ple­garia, guardó el rosario, se levantó y dijo:
-Mil gracias señor bonzo, mi esposo que está en el cielo se pondrá muy conten­to. Mire, es muy poco, pero acepte este di­nero. Al decirle esto, le dio un sobre conteniendo algunas monedas de oro.
Aquel día al atardecer, cuando el bonzo volvió, vio las pisadas del zorro y que no quedaba ningún pastel en el altar; en la bandeja de las ofrendas había un sobre.
-¡Ah! Debe de haber venido el zorro blanco cuando yo estaba ausente. Sin em­bargo, ¿y este dinero?, ¡es imposible que el zorro haya pagado el importe de los pas­teles!
El bonzo pensó largo tiempo en la pro­cedencia de aquellas monedas, mas nunca logró entender el misterio.

0.040.3 anonimo (japon) - 028

No hay comentarios:

Publicar un comentario