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martes, 5 de noviembre de 2013

El gorrión agradecido

Hace ya mucho tiempo, un precioso día de primavera, un leñador llamado Tomiki­chi fue al monte para cortar árboles. Estu­vo trabajando toda la mañana y al llegar la hora del almuerzo dejó el hacha y se diri­gió hacia el pino donde había dejado su fiambrera, pero cuando llegó allí, se asom­bró al ver que un gorrioncillo se había comido todo el arroz y estaba durmiendo tranquilamente la siesta dentro de la fiam­brera, que era justa a su medida.
-¡Mira el dormilón! -pensó el viejo Tomikichi quien, en lugar de enfadarse, le cayó en gracia el gorrión y, cogiéndolo en la palma de la mano, lo acarició y se lo llevó a casa.
Por el camino reflexionó en el nombre que le iba a poner y decidió llamarle «Chon».
La esposa que no tenía tan buen cora­zón, al ver llegar a su marido con el go­rrión y contarle que se había comido todo el almuerzo, sintió mucha rabia y no esta­ba de acuerdo con que se quedara en casa. Sin embargo, Tomikichi no le hizo caso y desde aquel día siguió mimándolo, dándo­le de comer en la mano los mejores granos de arroz y enseñándole a subir sobre su hombro en cuanto le llamaba.
Todos los días, Tomikichi se levantaba muy temprano, esperaba que su esposa le preparara el almuerzo y después se mar­chaba al bosque para recoger leña.
-¡Oye, abuela! ¿Me has preparado el almuerzo? Hoy llegaré un poco tarde, quie­ro ir al mercado para vender la leña.
La esposa ni tan siquiera respondió, co­giendo la fiambrera le puso un poco de arroz y unas cuantas algas, y luego se la entregó sin mirarle a la cara.
Él estaba acostumbrado a la hosca y desabrida esposa, y a pesar de sus despre­cios se veía siempre de buen humor y tra­bajaba hasta chorrearle el sudor por su arrugada frente.
Cuando Tomikichi estaba en el monte, la esposa empezó a hervir arroz para pre­parar almidón para la ropa blanca. Des­pués salió al jardín y comenzó a lavar den­tro de un barreño. Mientras el pequeño Chon, que estaba en ayunas desde la ma­ñana, ya que la vieja no le daba de comer, olió el aroma del arroz, le hizo acordarse del primer día que comió el arroz de la fiambrera de Tomikichi y de pronto le die­ron tantas ganas de comer que se acercó a la olla, la destapó y poco a poco se fue comiendo todo el almidón... ¿Qué ocurrirá ahora?...
Al terminar la colada, la vieja entró en casa para buscar el almidón y encontró la olla vacía; comprendió enseguida que ha­bía sido Chon el culpable.
-Ven aquí enseguida, Chon -le dijo.
Agarró al gorrión con una mano y con la otra unas tijeras, le abrió el pico y le cortó la lengua que con tanto gusto había rela­mido el almidón, después le echó de casa persiguiéndole con una escoba.
-Sólo era un estorbo -pensó.
El gorrión voló débilmente desapare­ciendo en el bosque de bambúes. Al poco rato volvió Tomikichi del mercado con un gran cesto de verduras.
-¡Chon! ¡Chon! ¿Dónde estás? -pero el gorrión no respondió.
Al ver la jaula vacía, le preguntó a su esposa si sabía dónde estaba Chon. Ella muy irritada le explicó la diablura que ha­bía hecho y que le había cortado la lengua.
Tomikichi lo lamentó mucho, por la no­che dentro de su edredón derramó lágri­mas en silencio y decidió buscarlo por don­de fuera.
Al amanecer, se preparó él mismo el almuerzo y salió de casa sin que le viera su esposa.
Atravesó el río, subió la montaña, bus­cando de aquí para allá, sin embargo no se oía ni el piulido de un solo gorrión.
Cansado de andar, se sentó un poco en una roca. Desde allí se veía algo muy enor­me que se movía, se acercó para ver qué era y resultó ser un gigante que estaba lavando nabos en el río.
Tomikichi tenía miedo, nunca había vis­to a nadie tan grande. Sin embargo, se atrevió a preguntar:
-¡Oiga, señor Gigante!, ¿no ha visto por casualidad a un gorrioncillo sin lengua?
-Sí que lo he visto, pero si quieres que te diga qué dirección ha tomado, tienes que comerte diez nabos crudos -le res­pondió.
A pesar de que los nabos también eran enormes, el viejo Tomikichi estaba dis­puesto a hacer todo lo posible para encon­trar a su Chon, y se los comió sin rechistar.
El Gigante añadió después:
-Bien, como has hecho lo que te he dicho, voy a decírtelo -y le señaló el lugar hacia donde le había visto volar.
Después de haberse comido los nabos su vientre pesaba mucho y le costaba subir la pendiente que le había señalado el gi­gante.
Cuando acabó de subir, no se veía ni rastro del gorrión y el anciano no sabía qué dirección tomar ya que el camino se rami­ficaba. Al fin, decidió tomar el sendero que pasaba delante del río. A medio cami­no encontró a una mujer colosal que lava­ba zanahorias, era una mujer gigante que debía de vivir por aquellos alrededores.
El anciano se apresuró a preguntarle so­bre Chon y ella le respondió:
-Voy a enseñarte el camino que ha tomado, pero antes tienes que comerte doce zanahorias crudas.
Estas zanahorias, al ser silvestres eran como los nabos de un tamaño exorbitante.
Tomikichi se las comió con la esperanza de encontrar pronto a Chon. Pero después de emprender el camino que le señaló la mujer gigante, su estómago pesaba tanto que se detuvo otra vez a descansar.
-¡Qué lleno estoy! Sería incapaz de co­mer más. Pero, ¿y si me dijeran que tengo que comer coles o sandías para encontrar a Chon?...
El corazón del viejo era tan bondadoso que seguramente se lo hubiera comido para ver a su querido Chon. ¿Qué os parece, amiguitos?...
A lo lejos, parecía que alguien cortaba árboles. Mirando alrededor, el viejo sintió que el bosque de bambúes se movía como llamándole a penetrar en él. Dentro de la espesura la temperatura era agradable y el cielo que se dejaba ver a través de las cañas era de un azul intenso. De pronto, apareció Mamá gorrión y le dijo:
-¡Bienvenido! Supimos que buscabas nuestra humilde casa y he venido a buscar­te, será un honor el recibirte. ¡Sígueme!
Una vez delante de la casa, todos salie­ron a su encuentro para darle la bienveni­da, Chon se echó en brazos del anciano y los dos lloraron de emoción.
-Chon, he venido para que perdones lo que la abuela te hizo y no nos guardes rencor.
-Yo soy el que tendría que disculpar­se, hice mal en comerme el almidón. Pero entra y disfruta con el festín que te hemos preparado.
Mamá gorrión aprovechó para darle las gracias por haber cuidado de su hijo tanto tiempo. Después, varios gorriones músicos empeza-ron a tocar el arpa, mientras los demás, ataviados con ricos kimonos, dan­zaban a su alrededor. Tomikichi estaba sentado en cuclillas delante del «ozén» (mesilla individual). Le sirvieron arroz blan­co en un bol rojo, verduras, besugo y sake. Para él eran platos suculentos, ya que sólo comía besugo en las grandes solemnidades.
Aquella noche se quedó en casa de Chon. Y al día siguiente Mamá gorrión preparó dos cajas de mimbre y le dijo:
-Quiero que te lleves una como recuer­do, escoge la que quieras.
-No tendría que aceptar nada, os he ocasionado demasiadas molestias, pero ya que insistís cogeré la pequeña, parece lige­ra y como soy viejo podré llevarla mejor.
Cargándose a la espalda la caja, se des­pidió de los gorriones y tomó el sendero que le aconsejaron, por ser más corto el camino para llegar a casa.
Su esposa le esperaba muy enfadada.
-¿Dónde has estado desde ayer por la mañana sin decirme nada?
Tomikichi sin responder, depositó la caja de mimbre en el suelo. Entonces, la vieja se apresuró a abrirla. Estaba repleta de monedas de oro y plata, telas de seda, corales, piedras preciosas, etcétera.
La avariciosa vieja, en vez de contentar­se con lo regalado, al saber que había otra caja más grande, le dijo a su marido:
-¡Qué tonto eres! ¿Por qué no cogiste la caja grande? ¡En la otra deben de haber más tesoros! Enséñame el camino para ir a casa de Chon y esta vez iré yo misma.
Tomikichi quería detenerla, pero no pudo: ella empezó a correr y a correr... Parecía que fuese la propia avaricia la que estaba corriendo. En el camino encontró al gigan­te de los nabos y a la gigante de las zana­horias. Antes de preguntarles ya empeza­ba a comerse las verduras, para ganar tiem­po. Cuando llegó a casa de Chon, éste se sorprendió al verla y le dijo:
-¿A qué has venido, abuela?
-Vine porque tenía muchas ganas de verte, ¿cómo estás querido Chon? -res­pondió hipócritamente.
-Estoy bien, pero no te quedes en la puerta, entra y te serviremos algo de comer.
Chon le sirvió la comida en una mesilla vieja descolorida y en unos recipientes des­conchados, pero la vieja comió rápidamen­te sin hacer caso. Después de comer qui­sieron agasajarla con sus danzas, pero ella dijo:
-No quiero ver vuestros bailes ni oír vuestras canciones, sólo me interesa la caja grande que no cogió el tonto de mi marido. ¡Rápido, la caja! ¡La caja!
Chon fue a buscar la gran caja de mim­bre y le dijo:
-Te la entregamos, pero recuerda que no la puedes abrir hasta llegar a casa.
Le ayudaron a cargársela a las espaldas y sin darles ni tan siquiera las gracias se fue andando con pasos inseguros a causa del peso.
-¡Ah, cuánto pesa! Voy a descansar un poco y echaré una ojeada, si veo el brillo de las monedas recuperaré las fuerzas y podré llegar a casa. Diciendo esto, le­vantó la tapa de la caja.
Enseguida salió de ella una cosa brillan­te que no era el resplandor de las monedas, sino los ojos de una serpiente, salieron des­pués un gusano peludo, un fantasma sin ojos, un cienpiés grande y feo, un búho con pies de persona y con unos dientes muy afilados... Todos estos monstruos se echa­ron encima de la vieja, quien muy asustada se desmayó.
Desde.aquel día tuvo que guardar cama y su marido tenía que cuidar de ella, lim­piar la casa, hacer la comida, ir al campo, etcétera. Al enterarse de la situación, los gorriones se presentaron en casa de Tomi­kichi para ayudarle.
La abuela tuvo remordimiento de lo ava­ra y mala que había sido y les pidió perdón a los gorriones, después acarició a Chon, quien se quedó a vivir con ellos para siem­pre.

0.040.3 anonimo (japon) - 028

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