Hace ya mucho tiempo, un precioso día de primavera, un
leñador llamado Tomikichi fue al monte para cortar árboles. Estuvo trabajando
toda la mañana y al llegar la hora del almuerzo dejó el hacha y se dirigió
hacia el pino donde había dejado su fiambrera, pero cuando llegó allí, se asombró
al ver que un gorrioncillo se había comido todo el arroz y estaba durmiendo
tranquilamente la siesta dentro de la fiambrera, que era justa a su medida.
-¡Mira el dormilón! -pensó el viejo Tomikichi quien,
en lugar de enfadarse, le cayó en gracia el gorrión y, cogiéndolo en la palma
de la mano, lo acarició y se lo llevó a casa.
Por el camino reflexionó en el nombre que le iba a
poner y decidió llamarle «Chon».
La esposa que no tenía tan buen corazón, al ver
llegar a su marido con el gorrión y contarle que se había comido todo el
almuerzo, sintió mucha rabia y no estaba de acuerdo con que se quedara en
casa. Sin embargo, Tomikichi no le hizo caso y desde aquel día siguió
mimándolo, dándole de comer en la mano los mejores granos de arroz y
enseñándole a subir sobre su hombro en cuanto le llamaba.
Todos los días, Tomikichi se levantaba muy temprano,
esperaba que su esposa le preparara el almuerzo y después se marchaba al bosque
para recoger leña.
-¡Oye, abuela! ¿Me has preparado el almuerzo? Hoy
llegaré un poco tarde, quiero ir al mercado para vender la leña.
La esposa ni tan siquiera respondió, cogiendo la
fiambrera le puso un poco de arroz y unas cuantas algas, y luego se la entregó
sin mirarle a la cara.
Él estaba acostumbrado a la hosca y desabrida esposa,
y a pesar de sus desprecios se veía siempre de buen humor y trabajaba hasta
chorrearle el sudor por su arrugada frente.
Cuando Tomikichi estaba en el monte, la esposa empezó
a hervir arroz para preparar almidón para la ropa blanca. Después salió al
jardín y comenzó a lavar dentro de un barreño. Mientras el pequeño Chon, que
estaba en ayunas desde la mañana, ya que la vieja no le daba de comer, olió el
aroma del arroz, le hizo acordarse del primer día que comió el arroz de la
fiambrera de Tomikichi y de pronto le dieron tantas ganas de comer que se
acercó a la olla, la destapó y poco a poco se fue comiendo todo el almidón...
¿Qué ocurrirá ahora?...
Al terminar la colada, la vieja entró en casa para
buscar el almidón y encontró la olla vacía; comprendió enseguida que había
sido Chon el culpable.
-Ven aquí enseguida, Chon -le dijo.
Agarró al gorrión con una mano y con la otra unas
tijeras, le abrió el pico y le cortó la lengua que con tanto gusto había relamido
el almidón, después le echó de casa persiguiéndole con una escoba.
-Sólo era un estorbo -pensó.
El gorrión voló débilmente desapareciendo en el
bosque de bambúes. Al poco rato volvió Tomikichi del mercado con un gran cesto
de verduras.
-¡Chon! ¡Chon! ¿Dónde estás? -pero el gorrión no
respondió.
Al ver la jaula vacía, le preguntó a su esposa si
sabía dónde estaba Chon. Ella muy irritada le explicó la diablura que había
hecho y que le había cortado la lengua.
Tomikichi lo lamentó mucho, por la noche dentro de su
edredón derramó lágrimas en silencio y decidió buscarlo por donde fuera.
Al amanecer, se preparó él mismo el almuerzo y salió
de casa sin que le viera su esposa.
Atravesó el río, subió la montaña, buscando de aquí
para allá, sin embargo no se oía ni el piulido de un solo gorrión.
Cansado de andar, se sentó un poco en una roca. Desde
allí se veía algo muy enorme que se movía, se acercó para ver qué era y
resultó ser un gigante que estaba lavando nabos en el río.
Tomikichi tenía miedo, nunca había visto a nadie tan
grande. Sin embargo, se atrevió a preguntar:
-¡Oiga, señor Gigante!, ¿no ha visto por casualidad a
un gorrioncillo sin lengua?
-Sí que lo he visto, pero si quieres que te diga qué
dirección ha tomado, tienes que comerte diez nabos crudos -le respondió.
A pesar de que los nabos también eran enormes, el
viejo Tomikichi estaba dispuesto a hacer todo lo posible para encontrar a su
Chon, y se los comió sin rechistar.
El Gigante añadió después:
-Bien, como has hecho lo que te he dicho, voy a
decírtelo -y le señaló el lugar hacia donde le había visto volar.
Después de haberse comido los nabos su vientre pesaba
mucho y le costaba subir la pendiente que le había señalado el gigante.
Cuando acabó de subir, no se veía ni rastro del
gorrión y el anciano no sabía qué dirección tomar ya que el camino se ramificaba.
Al fin, decidió tomar el sendero que pasaba delante del río. A medio camino
encontró a una mujer colosal que lavaba zanahorias, era una mujer gigante que
debía de vivir por aquellos alrededores.
El anciano se apresuró a preguntarle sobre Chon y
ella le respondió:
-Voy a enseñarte el camino que ha tomado, pero antes
tienes que comerte doce zanahorias crudas.
Estas zanahorias, al ser silvestres eran como los
nabos de un tamaño exorbitante.
Tomikichi se las comió con la esperanza de encontrar
pronto a Chon. Pero después de emprender el camino que le señaló la mujer
gigante, su estómago pesaba tanto que se detuvo otra vez a descansar.
-¡Qué lleno estoy! Sería incapaz de comer más. Pero,
¿y si me dijeran que tengo que comer coles o sandías para encontrar a Chon?...
El corazón del viejo era tan bondadoso que seguramente
se lo hubiera comido para ver a su querido Chon. ¿Qué os parece, amiguitos?...
A lo lejos, parecía que alguien cortaba árboles.
Mirando alrededor, el viejo sintió que el bosque de bambúes se movía como
llamándole a penetrar en él. Dentro de la espesura la temperatura era agradable
y el cielo que se dejaba ver a través de las cañas era de un azul intenso. De
pronto, apareció Mamá gorrión y le dijo:
-¡Bienvenido! Supimos que buscabas nuestra humilde
casa y he venido a buscarte, será un honor el recibirte. ¡Sígueme!
Una vez delante de la casa, todos salieron a su
encuentro para darle la bienvenida, Chon se echó en brazos del anciano y los
dos lloraron de emoción.
-Chon, he venido para que perdones lo que la abuela te
hizo y no nos guardes rencor.
-Yo soy el que tendría que disculparse, hice mal en
comerme el almidón. Pero entra y disfruta con el festín que te hemos preparado.
Mamá gorrión aprovechó para darle las gracias por
haber cuidado de su hijo tanto tiempo. Después, varios gorriones músicos empeza-ron
a tocar el arpa, mientras los demás, ataviados con ricos kimonos, danzaban a
su alrededor. Tomikichi estaba sentado en cuclillas delante del «ozén» (mesilla
individual). Le sirvieron arroz blanco en un bol rojo, verduras, besugo y
sake. Para él eran platos suculentos, ya que sólo comía besugo en las grandes
solemnidades.
Aquella noche se quedó en casa de Chon. Y al día
siguiente Mamá gorrión preparó dos cajas de mimbre y le dijo:
-Quiero que te lleves una como recuerdo, escoge la
que quieras.
-No tendría que aceptar nada, os he ocasionado
demasiadas molestias, pero ya que insistís cogeré la pequeña, parece ligera y
como soy viejo podré llevarla mejor.
Cargándose a la espalda la caja, se despidió de los
gorriones y tomó el sendero que le aconsejaron, por ser más corto el camino
para llegar a casa.
Su esposa le esperaba muy enfadada.
-¿Dónde has estado desde ayer por la mañana sin
decirme nada?
Tomikichi sin responder, depositó la caja de mimbre en
el suelo. Entonces, la vieja se apresuró a abrirla. Estaba repleta de monedas
de oro y plata, telas de seda, corales, piedras preciosas, etcétera.
La avariciosa vieja, en vez de contentarse con lo
regalado, al saber que había otra caja más grande, le dijo a su marido:
-¡Qué tonto eres! ¿Por qué no cogiste la caja grande?
¡En la otra deben de haber más tesoros! Enséñame el camino para ir a casa de
Chon y esta vez iré yo misma.
Tomikichi quería detenerla, pero no pudo: ella empezó
a correr y a correr... Parecía que fuese la propia avaricia la que estaba
corriendo. En el camino encontró al gigante de los nabos y a la gigante de las
zanahorias. Antes de preguntarles ya empezaba a comerse las verduras, para
ganar tiempo. Cuando llegó a casa de Chon, éste se sorprendió al verla y le
dijo:
-¿A qué has venido, abuela?
-Vine porque tenía muchas ganas de verte, ¿cómo estás
querido Chon? -respondió hipócritamente.
-Estoy bien, pero no te quedes en la puerta, entra y
te serviremos algo de comer.
Chon le sirvió la comida en una mesilla vieja
descolorida y en unos recipientes desconchados, pero la vieja comió rápidamente
sin hacer caso. Después de comer quisieron agasajarla con sus danzas, pero
ella dijo:
-No quiero ver vuestros bailes ni oír vuestras
canciones, sólo me interesa la caja grande que no cogió el tonto de mi marido.
¡Rápido, la caja! ¡La caja!
Chon fue a buscar la gran caja de mimbre y le dijo:
-Te la entregamos, pero recuerda que no la puedes
abrir hasta llegar a casa.
Le ayudaron a cargársela a las espaldas y sin darles
ni tan siquiera las gracias se fue andando con pasos inseguros a causa del
peso.
-¡Ah, cuánto pesa! Voy a descansar un poco y echaré
una ojeada, si veo el brillo de las monedas recuperaré las fuerzas y podré
llegar a casa. Diciendo esto, levantó la tapa de la caja.
Enseguida salió de ella una cosa brillante que no era
el resplandor de las monedas, sino los ojos de una serpiente, salieron después
un gusano peludo, un fantasma sin ojos, un cienpiés grande y feo, un búho con
pies de persona y con unos dientes muy afilados... Todos estos monstruos se
echaron encima de la vieja, quien muy asustada se desmayó.
Desde.aquel día tuvo que guardar cama y su marido
tenía que cuidar de ella, limpiar la casa, hacer la comida, ir al campo,
etcétera. Al enterarse de la situación, los gorriones se presentaron en casa de
Tomikichi para ayudarle.
La abuela tuvo remordimiento de lo avara y mala que
había sido y les pidió perdón a los gorriones, después acarició a Chon, quien
se quedó a vivir con ellos para siempre.
0.040.3 anonimo (japon) - 028
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