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martes, 5 de noviembre de 2013

El desafío

Esto que vamos a contar sucedió cuando España se hallaba en la plenitud de su gloria. No hacía mucho que había terminado la reconquista y se había expulsado de Granada a los agarenos, y todavía otro suceso que asombró al mundo realizaron los españoles: el descubrimiento de América.
Eran los tiempos de grandes hombres e insignes guerreros, y ninguno descollaba tanto como Gonzalo Fernández de Córdoba, el llamado Gran Capitán.
Las campañas de este bravo militar por tierras de Italia habían dado a España la supremacia en el arte de la guerra. En una de estas campañas tuvo lugar un desafío que es el que relata la leyenda.
En aquellos tiempos la guerra, a pesar de su crueldad, tenía cierto tinte caballeresco, reminiscencias todavía de la época medieval recién terminada. Eran frecuentes los duelos entre caballeros de uno y otro bando y en ellos todos daban muestras de lo mucho que el honor era apreciado: los prisioneros eran tratados con benignidad y los capitanes se tenían cortesías que no desmerecían de su coraje y valentía.
El Gran Capitán se enfrentaba con el duque de Nemours, el cual se hallaba al frente de un ejército superior en número al español. Confiado en esto el de Nemours se jactaba de hostigar a los españoles sin darse cuenta de que era él el hostigado.
Los franceses atacaban Barleta con ímpetu y coraje, pero al final, regresaban abatidos y derrotados. Los soldados del duque decían que los españoles valían tanto como ellos cuando luchaban a pie, pero que ellos eran superiores cuando las luchas habían de hacerse a caballo.
Los españoles, por su parte, replicaban a esto diciendo que ellos eran superiores a sus enemigos a pie y a caballo y así lo habían demostrado en todos los encuentros.
El duque de Nemours se hizo intérprete de los sentimientos de los suyos y envió un mensajero al Gran Capitán.
-Mi señor el duque os envía este mensaje de desafío: si once soldados vuestros están dispuestos a luchar a caballo, nosotros aceptamos luchar en las mismas condiciones ahora mismo. De este modo se sabrá quién vale más.
-El duque de Nemours es muy benévolo con nosotros -replicó el Gran Capitán. Nosotros no tenemos ningún inconveniente en aceptar este desafío que tanto nos halaga.
-Debo deciros, señor, que si los españoles vencen, el duque de Nemours está dispuesto a proclamar a los cuatro vientos que los hombres del Gran Capitán son superiores a los franceses.
-Decid al duque que nosotros estamos dispuestos a lo mismo si los franceses obtienen la victoria -añadió don Gonzalo.
Inmediatamente se hicieron los preparativos y se señaló un sitio entre Barleta y Viselo en el cual había de tener lugar la batalla.
El Gran Capitán escogió a sus mejores once hombres, entre ellos don Diego García de Paredes, que a pesar de tener tres heridas en la cabeza se empeñó en participar en el desafío.
Cuando todos estuvieron dispuestos, don Gonzalo les dirigió una sencilla arenga:
-No es un combate cualquiera éste en el que vais a participar. Por el contrario, es importantísimo. Se trata de la gloria y reputación de todo nuestro ejército. Por tanto, pelead animosamente como sabéis hacerlo. Los franceses pretenden destruir nuestro prestigio militar y yo sé que no lo conseguirán. Nuestra causa es justa y no debemos dudar de la victoria.
-Venceremos, don Gonzalo. No hay duda posible -exclamó don Diego García de Paredes.
-Así lo espero -sentenció el Gran Capitán.
Los españoles llegaron al sitio convenido y poco después se presentaron los once franceses. A una señal de las trompetas comenzó el combate.
Los veintidós hombres se arremetieron unos contra otros con todo su ímpetu, y en el primer encuentro los españoles quedaron victoriosos al conseguir derribar a cuatro franceses y matar-sus correspondientes caballos; en el segundo encuentro los franceses derribaron a un jinete español que acorralado se vio obligado a rendirse.
La lucha seguía encarnizada sin tregua, ni cuartel y los que eran espectadores de la lucha no podían por menos que estremecerse por el coraje y furia de los contendientes.

Finalmente, los españoles empezaron a tener ventaja, pues les quedaban más hombres que a los franceses. Éstos se vieron perdidos y no tuvieron otra alternativa que atrincherarse tras los caballos muertos.
García de Paredes intentó el asalto, y fue rechazado una y otra vez por los caballeros franceses, pero éstos empezaban ya a sentir los síntomas del agotamiento. Eran muchas horas peleando sin descanso. En tales circunstancias uno de los franceses habló a sus adversarios:
-Ya hemos visto bastante y estamos dispuestos a proclamar que los españoles son tan diestros a caballo como a pie. Si aceptáis esto podemos dar por terminada la lucha.
La mayor parte de los españoles estaban dispuestos a que se hiciera así, pero García de Paredes intervino impetuosamente:
-No aceptaremos ningún pacto hasta que todos los franceses se rindan a discreción.
-Pero han reconocido nuestro valor. Yo creo que es suficiente -dijo uno de los españoles.
-Podéis hacer lo que os plazca -dijo el de Paredes al darse cuenta de que los demás no estaban conformes con proseguir la lucha. Yo solo me basto para rendir al grupo que aún resiste.
Y con denuedo sin igual, don García de Paredes se adelantó él solo al encuentro del enemigo y cogiendo las enormes piedras que había en el campo las fue arrojando con fuerza contra los franceses.
Los demás españoles, al ver esto, no quisieron abandonar a su amigo y se dispusieron a atacar de nuevo, pero los franceses al verlos llegar pidieron parlamentar con ellos y repitieron su anterior proposición. Esta vez los españoles aceptaron definitivamente el trato.
Los franceses se retiraron del campo y los españoles quedaron en él para recoger las lanzas y demás artefactos de guerra que habían quedado sobre el terreno. Se canjearon los prisioneros y cada bando regresó a su campamento.
Del grupo francés destacó el célebre Bayardu, conocido con el sobrenombre de «el caballero sin miedo y sin tacha»; de los españoles aumentaron su gloria el famoso Diego García de Paredes y Diego de Vera.
Pero a pesar de todo el Gran Capitán no estuvo muy satisfecho por el desenlace del combate y quería castigar a sus hombres por no haber conseguido de forma rotunda la rendición total del grupo francés.
-Vuestro deber, don García, era obtener la rendición de todos.
-Creímos mejor pactar, don Gonzalo -dijo García de Paredes.
Pero don Diego de Vera intervino noblemente con estas palabras:
-Don Diego García no tuvo culpa alguna en el pacto. Él se mostró contrario a él y aún siguió luchando. Dejamos a salvo el honor, don Gonzalo. Tened presente que los franceses habían demostrado ser tan valientes como los españoles.
-Pero es que precisamente yo no quiero que los españoles sean tan valientes como los franceses, sino más valientes que ellos -respondió altiva-mente el Gran Capitán.
Y todos estuvieron de acuerdo en que don Gonzalo tenía razón. Así eran de nobles, valientes y generosos los hombres de aquel tiempo cuando España empezaba a ser Imperio...

Leyenda historica

Fuente: Roberto de Ausona


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