Esto que
vamos a contar sucedió cuando España se hallaba en la plenitud de su gloria. No
hacía mucho que había terminado la reconquista y se había expulsado de Granada
a los agarenos, y todavía otro suceso que asombró al mundo realizaron los
españoles: el descubrimiento de América.
Eran los
tiempos de grandes hombres e insignes guerreros, y ninguno descollaba tanto
como Gonzalo Fernández de Córdoba, el llamado Gran Capitán.
Las
campañas de este bravo militar por tierras de Italia habían dado a España la
supremacia en el arte de la guerra. En una de estas campañas tuvo lugar un
desafío que es el que relata la leyenda.
En aquellos
tiempos la guerra, a pesar de su crueldad, tenía cierto tinte caballeresco,
reminiscencias todavía de la época medieval recién terminada. Eran frecuentes
los duelos entre caballeros de uno y otro bando y en ellos todos daban muestras
de lo mucho que el honor era apreciado: los prisioneros eran tratados con
benignidad y los capitanes se tenían cortesías que no desmerecían de su coraje
y valentía.
El Gran
Capitán se enfrentaba con el duque de Nemours, el cual se hallaba al frente de
un ejército superior en número al español. Confiado en esto el de Nemours se
jactaba de hostigar a los españoles sin darse cuenta de que era él el
hostigado.
Los
franceses atacaban Barleta con ímpetu y coraje, pero al final, regresaban
abatidos y derrotados. Los soldados del duque decían que los españoles valían
tanto como ellos cuando luchaban a pie, pero que ellos eran superiores cuando
las luchas habían de hacerse a caballo.
Los
españoles, por su parte, replicaban a esto diciendo que ellos eran superiores a
sus enemigos a pie y a caballo y así lo habían demostrado en todos los
encuentros.
El duque de
Nemours se hizo intérprete de los sentimientos de los suyos y envió un
mensajero al Gran Capitán.
-Mi señor
el duque os envía este mensaje de desafío: si once soldados vuestros están
dispuestos a luchar a caballo, nosotros aceptamos luchar en las mismas
condiciones ahora mismo. De este modo se sabrá quién vale más.
-El duque
de Nemours es muy benévolo con nosotros -replicó el Gran Capitán. Nosotros no
tenemos ningún inconveniente en aceptar este desafío que tanto nos halaga.
-Debo
deciros, señor, que si los españoles vencen, el duque de Nemours está dispuesto
a proclamar a los cuatro vientos que los hombres del Gran Capitán son
superiores a los franceses.
-Decid al
duque que nosotros estamos dispuestos a lo mismo si los franceses obtienen la
victoria -añadió don Gonzalo.
Inmediatamente
se hicieron los preparativos y se señaló un sitio entre Barleta y Viselo en el
cual había de tener lugar la batalla.
El Gran
Capitán escogió a sus mejores once hombres, entre ellos don Diego García de
Paredes, que a pesar de tener tres heridas en la cabeza se empeñó en participar
en el desafío.
Cuando
todos estuvieron dispuestos, don Gonzalo les dirigió una sencilla arenga:
-No es un
combate cualquiera éste en el que vais a participar. Por el contrario, es
importantísimo. Se trata de la gloria y reputación de todo nuestro ejército.
Por tanto, pelead animosamente como sabéis hacerlo. Los franceses pretenden
destruir nuestro prestigio militar y yo sé que no lo conseguirán. Nuestra causa
es justa y no debemos dudar de la victoria.
-Venceremos,
don Gonzalo. No hay duda posible -exclamó don Diego García de Paredes.
-Así lo
espero -sentenció el Gran Capitán.
Los
españoles llegaron al sitio convenido y poco después se presentaron los once
franceses. A una señal de las trompetas comenzó el combate.
Los
veintidós hombres se arremetieron unos contra otros con todo su ímpetu, y en el
primer encuentro los españoles quedaron victoriosos al conseguir derribar a
cuatro franceses y matar-sus correspondientes caballos; en el segundo encuentro
los franceses derribaron a un jinete español que acorralado se vio obligado a
rendirse.
La lucha
seguía encarnizada sin tregua, ni cuartel y los que eran espectadores de la
lucha no podían por menos que estremecerse por el coraje y furia de los
contendientes.
Finalmente,
los españoles empezaron a tener ventaja, pues les quedaban más hombres que a
los franceses. Éstos se vieron perdidos y no tuvieron otra alternativa que
atrincherarse tras los caballos muertos.
García de
Paredes intentó el asalto, y fue rechazado una y otra vez por los caballeros
franceses, pero éstos empezaban ya a sentir los síntomas del agotamiento. Eran
muchas horas peleando sin descanso. En tales circunstancias uno de los
franceses habló a sus adversarios:
-Ya hemos
visto bastante y estamos dispuestos a proclamar que los españoles son tan
diestros a caballo como a pie. Si aceptáis esto podemos dar por terminada la
lucha.
La mayor
parte de los españoles estaban dispuestos a que se hiciera así, pero García de
Paredes intervino impetuosamente:
-No
aceptaremos ningún pacto hasta que todos los franceses se rindan a discreción.
-Pero han
reconocido nuestro valor. Yo creo que es suficiente -dijo uno de los españoles.
-Podéis
hacer lo que os plazca -dijo el de Paredes al darse cuenta de que los demás no
estaban conformes con proseguir la lucha. Yo solo me basto para rendir al
grupo que aún resiste.
Y con
denuedo sin igual, don García de Paredes se adelantó él solo al encuentro del
enemigo y cogiendo las enormes piedras que había en el campo las fue arrojando
con fuerza contra los franceses.
Los demás
españoles, al ver esto, no quisieron abandonar a su amigo y se dispusieron a
atacar de nuevo, pero los franceses al verlos llegar pidieron parlamentar con
ellos y repitieron su anterior proposición. Esta vez los españoles aceptaron definitivamente
el trato.
Los
franceses se retiraron del campo y los españoles quedaron en él para recoger
las lanzas y demás artefactos de guerra que habían quedado sobre el terreno. Se
canjearon los prisioneros y cada bando regresó a su campamento.
Del grupo
francés destacó el célebre Bayardu, conocido con el sobrenombre de «el
caballero sin miedo y sin tacha»; de los españoles aumentaron su gloria el
famoso Diego García de Paredes y Diego de Vera.
Pero a
pesar de todo el Gran Capitán no estuvo muy satisfecho por el desenlace del
combate y quería castigar a sus hombres por no haber conseguido de forma
rotunda la rendición total del grupo francés.
-Vuestro
deber, don García, era obtener la rendición de todos.
-Creímos
mejor pactar, don Gonzalo -dijo García de Paredes.
Pero don
Diego de Vera intervino noblemente con estas palabras:
-Don Diego
García no tuvo culpa alguna en el pacto. Él se mostró contrario a él y aún
siguió luchando. Dejamos a salvo el honor, don Gonzalo. Tened presente que los
franceses habían demostrado ser tan valientes como los españoles.
-Pero es
que precisamente yo no quiero que los españoles sean tan valientes como los
franceses, sino más valientes que ellos -respondió altiva-mente el Gran Capitán.
Y todos
estuvieron de acuerdo en que don Gonzalo tenía razón. Así eran de nobles,
valientes y generosos los hombres de aquel tiempo cuando España empezaba a ser
Imperio...
Leyenda historica
Fuente:
Roberto de Ausona
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anonimo (españa) - 024
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