Éranse un mono y un cangrejo que vivían muy cerca el
uno del otro y solían jugar juntos. Se divertían, pero el mono siempre se
aprovechaba de la bondad y pequeñez del cangrejo para engañarle.
En una ocasión, fueron a la playa y buscando algo de
comer el cangrejo dio con una bola de arroz debajo de una mata. Se le debía
haber caído a alguien de la bolsa del desayuno. Muy contento, exclamó:
-¡Acabo de encontrar una cosa deliciosa!
El mono, al verlo, sintió envidia y pensó que él no
podía quedarse atrás, así que empezó a buscar también. Sin embargo, lo único
que pudo hallar fue una semilla de caqui. La recogió y se fue a ver al
cangrejo:
--¡Oye amigo!, ¿por qué no me cambias tu bola de arroz
por este hueso de caqui?
-¡Uy! ¡No! ¡Ni pensarlo! Tengo mucha hambre y tu
semilla no me la saciaría.
-Te equivocas. Escúchame: después de comerte el arroz
no te quedará nada. En cambio, si tienes la semilla y la planta, te nacerá de
ella un árbol y de él muchos caquis. Sin duda, tú saldrás ganando.
Como el mono era muy sabio y hablaba tan bien, le
convenció y se intercambiaron las dos cosas.
En un abrir y cerrar de ojos, el mono se comió el
arroz y se fue a casa. El cangrejo también se fue a la suya para plantar sin
pérdida de tiempo el hueso de caqui. Cada día lo regaba, cavaba y observaba si
crecía. Pasaban los días y el cangrejo se impacientaba. Un día, se acercó y le
dijo a la semilla:
-Óyeme bien, semilla: si no te das prisa en salir, te
cortaré con mis tijeras.
La semilla tuvo miedo y tímidamente echó dos pequeñas
hojitas y al poco tiempo ya era un árbol grandísimo, pero no daba ningún
fruto.
-Te has hecho un árbol hermoso, sin embargo no puedo
comerte. Si no me das caquis te cortaré las raíces con el hacha.
Después de decir esto, colocó el hacha cerca del
tronco.
El árbol se asustó con la amenaza del cangrejo y
empezó a dar magníficos caquis. Algunos de ellos iban poniéndose de color
anaranjado. El cangrejo pensó que ya estaban maduros. Intentó subir, mas no
podía agarrarse al tronco y cada vez que probaba se caía. En aquel momento, el
mono, que bajaba de la montaña, vio las frutas maduras y se apresuró a llegar a
la casa del cangrejo y subir al árbol. Cada caqui que recogía se lo comía.
El cangrejo, que lo estaba observando desde abajo, le
dijo:
-Amigo mono, estos caquis son míos, pero como yo no
puedo subir, ¿no me harías el favor de alcanzarme unos cuantos?
-Es verdad que este árbol es tuyo, ya no me
acordaba... No te preocupes, que voy a cogerte los que quieras.
El mono, adrede, cogió un caqui verde y se lo tiró.
El otro lo mordió pero no pudo comerlo.
-Oye, un poco más maduro.
-De acuerdo. ¿Qué tal éste?
Si el de antes era verde, éste todavía más. Entonces,
uno detrás de otro y con toda su fuerza, el mono empezó a lanzarle caquis
verdes que pesaban como piedras, con tan mala suerte que lo aplastó. Del cuerpo
sin vida del cangrejo salieron siete cangrejitos que al darse cuenta de que su
mamá estaba muerta lloraron muy tristes.
Había una abeja que solía revolotear por allí.
-Los veía siempre gemir y les preguntó:
-Cangrejitos, ¿por qué lloráis?
-Porque el mono que vive en la montaña mató a nuestra
mamá a golpes de caquis el día que nosotros nacimos.
La abeja, que era muy buena, les consoló diciendo:
-No os lamentéis más, ya pensaré cómo darle su
merecido a ese maldito mono.
Enseguida se fue a notificarlo a sus amigos. Primero
se lo dijo a la castaña, después a la aguja, al mortero y a la piel de
plátano. Todos prometieron colaborar.
Juntos se dirigieron a la guarida del mono. Éste no
estaba, pero como ya era oscuro imaginaron que no tardaría en volver. Cada uno
escogió un lugar para esconderse.
La castaña se introdujo dentro de las brasas del hogar
que estaba encendido en el centro de la habitación. Los cangrejitos, dentro del
cubo del agua que había en la cocina. La abeja, en el tarro de la confitura.
La aguja, dentro del colchón. El mortero, encima de la puerta y la piel de
plátano al lado. Todos ellos esperaron la llegada del mono, procurando no ser
vistos.
Al cabo de un rato, el mono volvió quejándose de
frío. Se arrimó inmediata-mente al fuego para calentarse las manos y, en ese
momento, la castaña se abrió por el calor de las brasas y saltó al ojo del
mono.
-¡Ay!, ¡me he quemado!... Para las quemaduras es buena
el agua -pensó.
Casi a tientas, pues no podía abrir más que un ojo,
fue a buscar agua a la cocina. Entonces, de dentro de ella los cangrejitos con
sus tijeras empezaron a pellizcarle todo el cuerpo.
-¡Ay, ay, ay! ¡El agua todavía es peor!... Quizás, la
confitura... Cuando abrió el bote, la abeja que estaba escondida, con su aguijón
le picó de lo lindo.
-Lo mejor será que vaya a dormir -murmuraba de
malhumor.
Cuando se acostó, se le clavó en el trasero la aguja
que estaba en el colchón.
-Tampoco podré estar tranquilo durmiendo... Iré al
río para bañarme.
Al salir, resbaló con la piel de plátano y en el mismo
momento le cayó encima de la cabeza el pesado mortero dejándole aplastado.
0.040.3 anonimo (japon) - 028
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