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martes, 5 de noviembre de 2013

El mono y el cangrejo

Éranse un mono y un cangrejo que vi­vían muy cerca el uno del otro y solían jugar juntos. Se divertían, pero el mono siempre se aprovechaba de la bondad y pequeñez del cangrejo para engañarle.
En una ocasión, fueron a la playa y bus­cando algo de comer el cangrejo dio con una bola de arroz debajo de una mata. Se le debía haber caído a alguien de la bolsa del desayuno. Muy contento, exclamó:
-¡Acabo de encontrar una cosa deli­ciosa!
El mono, al verlo, sintió envidia y pensó que él no podía quedarse atrás, así que empezó a buscar también. Sin embargo, lo único que pudo hallar fue una semilla de ca­qui. La recogió y se fue a ver al cangrejo:
--¡Oye amigo!, ¿por qué no me cambias tu bola de arroz por este hueso de caqui?
-¡Uy! ¡No! ¡Ni pensarlo! Tengo mucha hambre y tu semilla no me la saciaría.
-Te equivocas. Escúchame: después de comerte el arroz no te quedará nada. En cambio, si tienes la semilla y la planta, te nacerá de ella un árbol y de él muchos caquis. Sin duda, tú saldrás ganando.
Como el mono era muy sabio y hablaba tan bien, le convenció y se intercambiaron las dos cosas.
En un abrir y cerrar de ojos, el mono se comió el arroz y se fue a casa. El cangrejo también se fue a la suya para plantar sin pérdida de tiempo el hueso de caqui. Cada día lo regaba, cavaba y observaba si crecía. Pasaban los días y el cangrejo se impacien­taba. Un día, se acercó y le dijo a la semilla:
-Óyeme bien, semilla: si no te das pri­sa en salir, te cortaré con mis tijeras.
La semilla tuvo miedo y tímidamente echó dos pequeñas hojitas y al poco tiem­po ya era un árbol grandísimo, pero no daba ningún fruto.
-Te has hecho un árbol hermoso, sin embargo no puedo comerte. Si no me das caquis te cortaré las raíces con el hacha.
Después de decir esto, colocó el hacha cerca del tronco.
El árbol se asustó con la amenaza del cangrejo y empezó a dar magníficos ca­quis. Algunos de ellos iban poniéndose de color anaranjado. El cangrejo pensó que ya estaban maduros. Intentó subir, mas no podía agarrarse al tronco y cada vez que probaba se caía. En aquel momento, el mono, que bajaba de la montaña, vio las frutas maduras y se apresuró a llegar a la casa del cangrejo y subir al árbol. Cada caqui que recogía se lo comía.
El cangrejo, que lo estaba observando desde abajo, le dijo:
-Amigo mono, estos caquis son míos, pero como yo no puedo subir, ¿no me ha­rías el favor de alcanzarme unos cuantos?
-Es verdad que este árbol es tuyo, ya no me acordaba... No te preocupes, que voy a cogerte los que quieras.
El mono, adrede, cogió un caqui verde y se lo tiró.
El otro lo mordió pero no pudo comerlo.
-Oye, un poco más maduro.
-De acuerdo. ¿Qué tal éste?
Si el de antes era verde, éste todavía más. Entonces, uno detrás de otro y con toda su fuerza, el mono empezó a lanzarle caquis verdes que pesaban como piedras, con tan mala suerte que lo aplastó. Del cuerpo sin vida del cangrejo salieron siete cangrejitos que al darse cuenta de que su mamá estaba muerta lloraron muy tristes.
Había una abeja que solía revolotear por allí.
-Los veía siempre gemir y les preguntó:
-Cangrejitos, ¿por qué lloráis?
-Porque el mono que vive en la monta­ña mató a nuestra mamá a golpes de ca­quis el día que nosotros nacimos.
La abeja, que era muy buena, les conso­ló diciendo:
-No os lamentéis más, ya pensaré cómo darle su merecido a ese maldito mono.
Enseguida se fue a notificarlo a sus ami­gos. Primero se lo dijo a la castaña, des­pués a la aguja, al mortero y a la piel de plátano. Todos prometieron colaborar.
Juntos se dirigieron a la guarida del mono. Éste no estaba, pero como ya era oscuro imaginaron que no tardaría en volver. Cada uno escogió un lugar para esconderse.
La castaña se introdujo dentro de las brasas del hogar que estaba encendido en el centro de la habitación. Los cangrejitos, dentro del cubo del agua que había en la cocina. La abeja, en el tarro de la confitu­ra. La aguja, dentro del colchón. El morte­ro, encima de la puerta y la piel de plátano al lado. Todos ellos esperaron la lle­gada del mono, procurando no ser vistos.
Al cabo de un rato, el mono volvió que­jándose de frío. Se arrimó inmediata-mente al fuego para calentarse las manos y, en ese momento, la castaña se abrió por el calor de las brasas y saltó al ojo del mono.
-¡Ay!, ¡me he quemado!... Para las que­maduras es buena el agua -pensó.
Casi a tientas, pues no podía abrir más que un ojo, fue a buscar agua a la cocina. Entonces, de dentro de ella los cangrejitos con sus tijeras empezaron a pellizcarle todo el cuerpo.
-¡Ay, ay, ay! ¡El agua todavía es peor!... Quizás, la confitura... Cuando abrió el bote, la abeja que estaba escondida, con su agui­jón le picó de lo lindo.
-Lo mejor será que vaya a dormir -murmuraba de malhumor.
Cuando se acostó, se le clavó en el tra­sero la aguja que estaba en el colchón.
-Tampoco podré estar tranquilo dur­miendo... Iré al río para bañarme.
Al salir, resbaló con la piel de plátano y en el mismo momento le cayó encima de la cabeza el pesado mortero dejándole aplas­tado.

0.040.3 anonimo (japon) - 028

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