Translate

martes, 5 de noviembre de 2013

La imagen de la moreneta

Una de las más hermosas leyendas montserratinas que se conservan hace referencia a la imagen de la Moreneta. Esta narración empieza cuando Nuestro Señor Jesucristo acababa de ofrendar su preciosa Vida en el Gólgota para salvar a toda la humanidad.
La noticia de la Pasión y Muerte de Jesús la conoce un joven de Barcino (Barcelona) llamado Sergio en uno de sus viajes a Palestina. Cuando regresa a su ciudad comunica la triste nueva a sus padres.
El anciano Eulogio, padre de Sergio, presidente del municipio de Barcino, convoca a los consejeros para darles cuenta del sacrificio del divino Maestro. Sergio advierte a los reunidos del peligro que corre la madre del Salvador a quien los judíos piensan hacer víctima de su inquina.
De común acuerdo se organiza una expedición a Palestina para rescatar a la Virgen y traerla a Barcino por ser esta ciudad un refugio seguro. Por unanimidad se acuerda nombrar a Sergio, a pesar de su juventud, jefe de la expedición.
Después de muchas penalidades, Sergio y sus compañeros llegan a Palestina y encuentran a la Virgen. La Madre del Señor, advertida de su llegada, les acogió con una dulce sonrisa.
-¡Amigos míos! Conozco lo difícil que ha sido para vosotros llegar hasta aquí desde Barcino. Os agradezco toda vuestra buena voluntad.
-¡Señora! Barcino os pide vuestra intercésión -repuso Sergio con voz conmovida. Esta ciudad será un refugio seguro para Vos. Nadie podrá molestaros y estaréis a salvo del odio de muchas gentes. Venid con nosotros, señora. Os lo suplicamos como devotos crístianos[1] y como ciudadanos de la muy noble y leal Barcino.
-¡Gracias, amigos míos! Es un gesto tan noble el vuestro que no lo olvidaré jamás. Pero siento mucho no poder aceptar vuestra hospitalidad. Conozco todos los peligros que aquí me acechan, pero mi sitio está en Palestina, en esta bendita tierra regada con la sangre de mi Divino Hijo, el buen Jesús, Padre de todos. Comprendo que el pesar se refleja en vuestros rostros al oír mis palabras y no quiero que marchéis con esa sombra de tristeza. ¡Regresad a Barcino! Vuestras madres, esposas e hijas os esperan con los brazos abiertos. Cuando alguien os pregunte por qué la Señora no os ha acompañado respondedle: «Era una madre que quiso permanecer al lado de su hijo.» Todos comprenderán estas palabras. Yo os prometo, no obstante, que dentro de algún tiempo uno de los apóstoles de Jesús llegará a Barcino con una imagen mía. Es el obsequio de una madre a sus hijos de Barcino que un día se acordaron de ella y fueron hasta Palestina para protegerla. Decidies a todos que estoy muy contenta de su devoción y que no teman por mí. Dios sabrá protegerme. ¡Que Dios os bendiga a todos, hijos míos!

El eco de aquellas palabras se mantuvo en toda su fuerza en los corazones de los peregrinos. Habían salido ya de Betzal en dirección a la costa en donde iban a encontrar al resto de la expedición. Sergio y los demás peregrinos anduvieran con la cabeza erguida, mirando al cielo, como si en él esperasen contemplar aquella imagen de la Señora, que había inundado su alma de una luz espiritual descono-cida hasta entonces.
Sergio, sobre todo, a veces, cerraba los ojos. Las palabras de la Virgen quedaron impresas en su frente y una tras otra volvía a recordarlas.
-Nuestra misión no ha sido estéril -decía Sergio a sus amigos. Nos ha prometido que uno de los apóstoles de Jesús llevaría a Barcino una imagen suya. ¿Qué mejor recompensa podíamos esperar? Ella permanecerá con nosotros a través de los siglos y nuestro pueblo sabrá rendirle tributo de amor y devoción. Ella será nuestra Reina y Protectora, nuestra Madre del cielo...

El regreso fue más rápido que la ida. Era como un milagro de rapidez, algo que dejó asombrados a los marineros cuando les vieron llegar. Habían recorrido media Palestina en pocas jornadas: sin probar alimento alguno y sin sufrir hambre o sed, ni siquiera cansancio. La Virgen les amparó con su Divinal manto y les protegió a través del mar hasta llegar a Barcino. Ni una tormenta nubló el cielo ni el más mínimo incidente alteró la travesía.
Y un día, por fin, desembarcaron en el puerto de Barcino. La noticia de su arribada corrió como un reguero de pólvora. Viejos y jóvenes, niños y mujeres acudían a saludar a los bravos peregrinos que regresaban de Palestina. Al frente de todos, el noble Eulogio, presidente del consejo municipal. El primero que saltó a tierra fue Sergio cuyo primer impulso fue abrazar a su padre.
-¿Qué ha ocurrido, hijo?
-Todo bien, padre. Si os parece explicaré los resultados del viaje al consejo municipal. La Señora está a salvo y nada ha de ocurrirle. No ha venido con nosotros, pero nos ha hecho una promesa que ha de alegrar los corazones de todos.
En la reunión del consejo que se celebró poco después, Sergio contó en breves palabras las incidencias del viaje y las palabras de la Virgen y terminó diciendo:
-Éstas fueron sus palabras y su gran promesa. No podía estar con nosotros en carne mortal, pero su imagen representará para Barcino la más dulce de las esperanzas.

Pasó mucho tiempo... hasta que un día la promesa de la Virgen se hizo real. San Pedro llegó a Barcino[2] con una imagen de la Señora tallada por san Lucas para ofrendarla al consejo municipal de la ciudad que presidía Sergio por haber fallecido su padre Eulogio.
El consejo en pleno presidió la ceremonia religiosa y el sacerdote de la iglesia de los Santos Justo y Pastor recibió de manos de san Pedro la Sagrada imagen de la Virgen. El pueblo que asistía a la ceremonia se arrodilló devotamente. San Pedro habló a su grey:
-Alabado sea siempre el nombre de nuestro Dios. Mi misión ha terminado. Vine de Palestina por expreso encargo de la Señora a ofrendaros su imagen que habéis colocado en el altar. Ahora regreso a Roma, hermanos míos, a esa Roma pagana en la cual hay tanto que hacer. Que Dios os bendiga a todos.
La Roma pagana empezó a perseguir a los cristianos y pronto la sangre de los mártires empapó la arena de los anfiteatros. Barcino tampoco escapó a las persecuciones y una de las primeras Víctimas fue Sergio.
La Santa imagen fue escondida durante este vendaval de odio, pero los romanos, atentos sólo a matar cristianos, no se preocuparon de ella.
Llegaron por fin días de paz. El cristianismo logró salir victorioso de los poderes infernales y pronto alboreó una nueva era en la historia de la humanidad.
El tiempo va pasando veloz y, ahora, el otrora poderoso Imperio romano se ve amenazado por tribus bárbaras del norte que poco a poco se van adueñando de las antiguas provincias del Imperio.
El jefe visigodo Ataúlfo llega a Barcino con sus huestes y ocupa la ciudad. Los visigodos pertenecen a la secta de Arrio y los cristianos no pueden practicar libremente su culto. Pero con los años los visigodos con su jefe Recaredo se convierten al cristianismo. Entonces la Santa imagen de la Virgen ocupa de nuevo su sitio en el altar mayor de la iglesia de los Santos Justo y Pastor.
Pero los peligros se van sucediendo. Otra invasión se abate sobre España. En la batalla de Guadalete el rey don Rodrigo es derrotado por los árabes que se apoderan de casi toda España. En el norte, en Asturias, quedan unos núcleos de resistencia al mando de don Pelayo.
En Barcino, ocupa el cargo de gobernador el noble godo Eurigonia, fervoroso creyente y devoto de la Virgen. Conocedor del desastre visigodo se entrevista con el obispo de la ciudad con el fin de acordar las medidas para preservar a la Santa imagen de la profanación de los invasores.
-Las noticias que obran en mi poder señalan un arrollador avance de las mesnadas árabes. Tarik y Muza intentan llegar a Barcino por todos los medios- explicó el gobernador.
-¿No puede hacerse nada? -inquirió el obispo con acento triste.
-La flor y nata del ejército visigodo fue deshecha en Guadalete. Sólo quedaba Teodorico en Levante, pero creo que ha pactado con los árabes. Debemos, por tanto, preservar la Santa imagen del furor de los sicarios de Mahoma. Mis tropas van a retirarse mañana mismo de Barcino en dirección a los Pirineos. Allí quizá pueda organizarse alguna resistencia. Tengo noticias de que así lo han hecho en otras partes Pelayo y Garci-Rodríguez.
-Mi deber es permanecer junto a mis feligreses -repuso el obispo con voz conmovida. Creo que podría entregar la Sagrada joya a unos monjes de san Bernardo que han venido hoy a visitarme. Ellos podrían esconderla en un lugar seguro hasta que pase el peligro.
-Es una buena idea. Así podré irme más tranquilo -exclamó el gobernador Eurigonia.
Tal como había dicho el obispo, la imagen fue entregada a los monjes de San Bernardo, los cuales salieron de Barcino en dirección a Monistrol antes que las tropas árabes entraran en la ciudad.
La Santa imagen permaneció en una cueva de Montserrat por espacio de muchos años. Los monjes fueron desapareciendo. El último de ellos murió solo y no pudo revelar a nadie el sitio donde estaba escondida la imagen. Y empezó a forjarse la leyenda...
Pasó mucho tiempo y los árabes, aquellos orgullosos conquista-dores que creyeron dominar toda Europa, retrocedían de sus antiguas posiciones.. Los reinos de Castilla y León y los de Cataluña se extendían de continuo. Llegó el día en que los árabes se retiraron hacia el sur: Cataluña quedó libre de enemigos.
Los habitantes de Barcino que rezaban en la iglesia de los Santos Justo y Pastor recordaban que antes de la invasión una Santa imagen de la Virgen presidía el altar mayor. La piadosa leyenda continuaba viva en los corazones de todos los creyentes, que ignoraban el sitio donde podía haber quedado oculta. Circulaban muchas versiones. Algunos decían que la imagen había sido profanada por los árabes; otros, que se hallaba en Francia. La mayoría desesperaba de encontrarla.
Sin embargo, la Divina Providencia no permitió que la imagen de la Virgen permaneciera por más tiempo oculta sin recibir público homenaje de los devotos cristianos. Para ello era preciso un milagro y la intervención de seres humanos.
Y Dios escogió para ello los seres más humildes, unos pastorcillos de Monistrol, llamados Pedro y Esteban, de catorce y quince años respectiva-mente. Aquella mañana su madre les despidió como cada día antes de salir a apacentar sus ovejas.
-No regreséis tarde, hijos míos. Cuidad de las ovejas y que no se extravíe ninguna. No os acerquéis mucho a los precipicios de la montaña. Han ocurrido desgracias..., y sed buenos. Rezad a la Virgen.
-¡Adiós, madre! -saludó Pedro con aire alegre.
-No te preocupes por nosotros. Regresaremos pronto -añadió Esteban.
Los dos pastorcillos y el rebaño fueron alejándose de la casa. A los cuatro minutos sólo veían un punto borroso y un pequeño movimiento: era su querída madre que aún les iba diciendo adiós.
-Seguiremos la ruta de siempre, ¿verdad? -preguntó Pedro. -Sí, Pedro. Iremos al sitio de costumbre, en aquel llano en donde parece que se pueda tocar el cielo con la punta de los dedos.
-Tienes razón, Esteban. Y además se disfruta de un magnífico panorama. Bueno, esto si nos dejan las ovejitas que a veces son tan traviesas...
-Ya sabes que la semana pasada se nos extravió una y nuestra madre lloró mucho. Yo no quiero disgustarla -dijo Esteban con un mohín de preocupación.
-Y yo tampoco, pero, claro, hemos de estar pendientes siempre de lás ovejas y no podemos distraernos ni un poquito.
Y así con estos dimes y diretes los dos pastorcillos llegaron al sitio de sus preferencias. Cuidaron de las ovejas, corrieron un poco alegremente por el llano y luego prepararon el almuerzo.
De pronto una luz vivísima los cegó totalmente. El sobrenatural resplandor venía de una cueva, situada en el promontorio, enfrente de donde ellos estaban. Los niños no pudieron resistir la potencia de luz y se echaron al suelo atemorizados. Además de la luz, que brillaba intensamente, se oía una suave melodía. A los pocos minutos los pastorcillos se levantaron y pudieron darse cuenta del sitio exacto de donde procedía el resplandor.
-Es en la cueva, Esteban. Debe ser algo milagroso.
-Quizá sea debido a lo que nos contó nuestra madre sobre la Virgen María.
-Yo estoy un poco asustado, Esteban. ¿Y tú?
-No debes de estar asustado, Pedro. ¿Oyes?
-Son los ángeles que cantan...
-Pero ¿tú crees que la Virgen puede ocultarse en esta cueva? -preguntó Esteban.
-Pues quizá sí. ¿No sabes que el Niño Jesús nació en un establo? ¡Qué de particular tiene que la Virgen se haya escondido en esta cueva!
-Es verdad. Y ahora, ¿qué haremos nosotros? Uno, dos, cuatro, siete... Se ha perdido una ovejita. Espera, está allí.
-¡Corre, corre, Esteban! ¡Ah! ¡Por fin la cogió! Menos mal -suspiró Pedro.
-¡Qué suerte! Nos habíamos olvidado de ella, la más pequeña. ¡Qué disgusto se hubiera llevado nuestra madre! Bueno, Pedro. A ti, ¿qué te parece todo esto?
-No diremos nada a nuestra madre hasta mañana. Bueno, en el caso de que mañana suceda lo mismo que hoy, ¿no te parece?
-De acuerdo. Esperemos a mañana.
La Virgen escuchó seguramente la conversación de los pastorcillos y al día siguiente volvió a manifestarse con su resplandor sobrenatural y con sus dulces melodías...
-Ya no podemos dudar, ¿verdad, Esteban?
-Se lo contaremos a nuestra madre. Ella decidirá -replicó Esteban.
Y así lo hicieron al regresar a su casa.
-¿No estaréis ofuscados, hijos míos? Lo que contáis más parece un milagro que otra cosa.
-No, madre. No estamos ofuscados. Hemos esperado dos días para estar seguros. Es un prodigio y no un fenómeno natural.
-Lo mejor para todos será olvidarlo. No penséis más en ello -decidió la madre aunque no estaba del todo convencida.
A pesar del consejo de su madre los dos pastorcillos iban cada día a la cueva y siempre se producía el mismo prodigio. Su madre, al fin, les acompañó en cierta ocasión y comprobó que era verdad todo cuanto le habían contado sus hijos. La buena mujer relató a sus vecinos el prodigio que sus ojos habían visto. Y la nueva empezó a correr...
-Era una mezcla de voces y música. No podía ser una música humana. Yo creo que cantaban los propios ángeles -explicaba la madre de los pastorcillos.
-Se ha dicho muchas veces que la imagen de la Señora, tantos años oculta desde que salió de Barcelona, se encontraba en estas montañas. Se asegura que aquellos buenos monjes de san Bernardo la escondieron por estos lugares -explicaba un vecino.
-Yo no sé qué hacer -decía la madre. Hablaré con mi confesor para que me aconseje.
Y así lo hizo aquella misma tarde.
-Y esto es todo, padre. Creo que mis hijos y yo no estamos en un error, pero como vos entendéis más de estas cosas...
-Te creo, hija. Creo en tu buena fe. Pero la Iglesia, en lo que atañe a los milagros, va con mucha cautela. Es preciso que yo informe al obispo de Manresa y para ello te acompañaré al lugar del suceso. Quiero verlo todo con mis propios ojos.
El cura párroco de Monistrol, la madre y los dos pastorcillos llegaron a la cueva. Poco después una luz vivísima iluminaba el lugar y se oían los cánticos celestiales. El cura párroco sintió desvanecerse sus últimas dudas. Era, a no dudarlo, una señal divina.
Pronto se extendió la nueva y cada día eran más numerosos los que acudían a rezar ante la Santa Cueva. El buen cura no lo pensó más. Era preciso hablar con el obispo de Manresa. Y aquella mañana solicitó audiencia.
-He sido testigo del suceso -habló el párroco con voz conmovida- y creo que es un prodigio del cielo que nos indica el lugar donde está oculta la imagen perdida de la Virgen.
-Conozco las vicisitudes de esta imagen por un manuscrito de la época en el que se relata la expedición a Palestina al mando de un joven marino llamado Sergio, que después fue presidente del consejo de Barcino y murió mártir en la persecución de los romanos -repuso el obispo de Manresa.
-Yo creo que es la imagen de la Virgen, la que ofreció san Pedro a la antigua Barcino y que se veneró durante mucho tiempo en la iglesia de los Santos Justo y Pastor, desaparecida durante la invasión árabe.
-Es posible que sea así, hijo mío. Pero debemos estar seguros. En primer término hay que entrar en la cueva. Mañana mismo iremos allí en procesión y Dios quiera que la Santa imagen pueda ser hallada después de tantos años -dijo el obispo.

A la mañana siguiente, el obispo Gotman y el párroco de Monistrol, acompañados de muchos fieles, se dirigieron a Montserrat. También acudieron devotos de Barcelona y de otras poblaciones del principado.
Al llegar a Monistrol todo el pueblo se agregó a la procesión. Entre ellos estaban la madre y los dos pastorcillos.
Por fin llegaron a la Santa cueva. Allí se detuvieron todos. Se hizo un silencio impresionante. Luego, lo de siempre: la luz y la música dieron fe del prodigio. Entonces el obispo Gotman entró en la cueva acompañado de dos sacerdotes y del cura párroco de Monistrol. Pasaron unos minutos de intensa emoción. Los hombres apretaban nerviosamente los labios y muchas mujeres lloraban. Al poco rato salieron el obispo y sus acompañantes. Todos los presentes se arrodillaron. El obispo Gotman enseñaba al pueblo devoto la Santa imagen de la Señora.
-¡Alabado sea el nombre del Señor! Dios ha querido recompensar así la fe de nuestro pueblo. La imagen de la Señora, venerada siglos atrás en la antigua Barcino, y tanto tiempo perdida, ha sido hallada en esta santa cueva de Montserrat. Alegrémonos todos y dispongá-monos a trasladarla a su trono de honor en la iglesia de los Santos Justo y Pastor de Barcelona. Siempre recordaremos con emoción y gratitud el día de hoy y todos los años acudiremos a la ciudad para expresar nuestra fe a la Señora de los cielos.
Con estas palabras emocionadas terminó el obispo su oración. La multitud seguía arrodillada contemplando la Sagrada imagen. A hombros de varios fieles que sz iban turnando, la Santa imagen empezó a recorrer el trayecto. Se organizó de nuevo la procesión cuya meta era Barcelona. La multitud no cesaba de entonar cánticos religiosos. No habían recorrido más que unos cien metros cuando de pronto sucedió algo inexplicable. Los que llevaban la imagen empezaron a denotar cansancio y tuvieron que ser relevados por otros. Pero éstos acusaban la misma fatiga. Pronto se dieron cuenta que la imagen pesaba mucho más que al principio. Hasta que al pasar por delante donde hoy se halla el monasterio los que sostenían la imagen no pudieron dar un paso más. Estaban clavados en el suelo como si alguien los retuviera allí. La procesión se detuvo y se hizo un silencio impresionante. El obispo Gotman se hallaba sorprendido. Era como si la Señora intentara dar a conocer su verdadera intención. El hecho de no poder avanzar con la Santa imagen no era producto de causa natural; ello era evidente. El obispo comprendió el milagro: la Virgen quería permanecer en aquellas montañas que habían sido su refugio en los azarosos años de la reconquista. No, no podía dudarse del prodigio.
Tan pronto como Gotman dio la orden de regresar a la cueva, la imagen empezó a perder peso y pudo ser llevada con toda comodidad. Desaparecieron las últimas dudas que aún podían albergar y la imagen fue colocada otra vez en la cueva. Y allí permaneció muchos años venerada por miles de fieles que acudían de todo el orbe católico a postrarse a sus plantas. Y de allí no se movió hasta que el abad Garriga construyó el nuevo templo.

Leyenda religiosa

Fuente: Roberto de Ausona

0.003.3 anonimo (españa) – 024



[1]La leyenda está en contradicción con la versión bíblica e histórica. En aquella época, Barcino no había sido aún evangelizada.
[2]La leyenda lo cuenta así, aunque no es probable la llegada de san Pedro a Barcelona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario