Alfonso VI
fue llamado «el monarca de la mano horadada». Este nombre tuvo su origen en los
tiempos en que este rey se hallaba en el palacio de Almenón, rey árabe, de
quien fue huésped al ser despojado del reino de León por su hermano Sancho.
Alfonso VI
era hijo del gran Fernando I, que al morir, tras haber logrado victorias
importantísimas sobre los árabes, cometió el error de dividir sus estados entre
sus hijos. A Alfonso le correspondió León; a García, Galicia, y a Sancho,
Castilla. A sus dos hijas, Urraca y Elvira, les dejó respectivamente los
señoríos de Zamora y Toro. Esta división impolítica dificultó en gran manera lo
conseguido hasta entonces: la unidad del reino cristiano y la derrota del moro
invasor, lo cual llegaría a ser realidad tres siglos después.
Como sea
que Sancho era el mayor de los hermanos se creyó con más derechos y resolvió
usar la fuerza para imponerse. Primero se enfrentó con Alfonso al que derrotó
dos veces, la segunda con la ayuda del Cid Campeador. Alfonso fue encerrado en
el castillo de Burgos hasta que a ruegos de su hermana Urraca salió en libertad
para entrar en un convento. Algunos caballeros leoneses ayudaron a don Alfonso
a escapar a favor de un disfraz y le condujeron a Toledo donde Almenón, rey
moro, que gobernaba la ciudad, le acogió como huésped.
El carácter
bondadoso y caballeroso de Alfonso le granjeó las simpatías del moro que le
trató como a un hijo. Le regaló una hermosa quinta a orillas del Tajo y en ella
pudo vivir el monarca destronado con todo regalo y comodidad acompañado por
tres de sus leales caballeros. Don Alfonso se hubiera sentido feliz de no
recordar la humillación sufrida al arrebatarle su hermano el trono.
Hecho este
preámbulo vamos a relatar el hecho que dio motivo a que el rey fuera llamado el
de la mano horadada.
Cierta
mañana el rey moro Almenón se hallaba con sus caballeros en la finca de Alfonso
y entre ellos se suscitó una conversación acerca de la inexpugnabilidad de la
plaza de Toledo.
-Es muy
difícil apoderarse de Toledo, pero yo creo que la plaza no es inexpugnable-
dijo uno de los caballeros.
-Yo creo,
por el contrario, que no ha nacido aún el que sea capaz de entrar en ella en
son de guerra -afirmó otro.
El que
había hablado antes insistió:
-Toledo
puede ser tomado. No me cabe la menor duda.
-¿Y de qué
medios se valdría para conseguir ocuparla? -preguntó otro de los que
intervenían en la conversación.
-Si yo
fuera caballero cristiano y proyectara cercar Toledo, lo primero que haría es
talar todos los campos de los alrededores; de tal modo faltarían los víveres y
Toledo no tendría otro remedio que rendirse.
Las
palabras del moro convencieron a todos, pero de pronto se sobre-saltaron al
darse cuenta de que a pocos pasos de ellos estaba don Alfonso, echado sobre el
césped y en actitud de dormir. Pero ¿era verdadera su actitud o sólo fingía y
había oído la conversación? La situación era peligrosa para ellos. Aquel hombre
podría ser un día rey de Castilla y León y podría aprovechar entonces la idea
que tan indiscretamente le habían brindado sus huéspedes. Intentaron averiguar
si realmente dormía, pero sin resultado. El rey seguía inmóvil bajo el árbol.
Como no estaban muy seguros uno de ellos trajo una vasija con plomo derretido y
derramó unas gotas sobre la palma de la mano de Alfonso, el cual no se movió
siquiera y continuó haciéndose el dormido en un esfuerzo sin precedentes a
pesar del dolor que la quemadura debió producirle. Por este motivo se le llamó
el de la mano horadada.
Sin
embargo, se han hecho varias objeciones a esta leyenda, pues no parece
verosímil que uno pueda aguantar tanto el dolor o en el caso de que estuviera
dormido no despierte al notar plomo hirviente en la palma de su mano. Por ello
hay quien afirma que el sobrenombre de la mano horadada se le dio por su
generosidad y prodiga-lidad. Sea como sea hay que hacer constar que este
sobrenombre acompañó siempre al rey.
Hay también
otra leyenda que se refiere a los mismos personajes y ocurrida en la misma
época poco más o menos. Dicen que al rey Alfonso se le erizaron los cabellos en
presencia de Almenón y que cuanto más pasaba el moro su mano sobre la cabeza
del cristiano, más se erizaban los cabellos de éste.
Aquello
extrañó mucho a todos y algunos adivinos dijeron que era un signo claro de que
Toledo sería conquistada por los cristianos. Sólo se desharía el maleficio si
Almenón expulsaba a Alfonso de su reino. Pero el moro era un hombre recto y no
hizo caso de augurios y supersticiones.
Con el
tiempo, y cuando ya Almenón y su hijo habían muerto, el rey Alfonso conquistó
Toledo, pero sin tener necesidad de apelar a la estrategia que oyera tendido en
el árbol, pues conocía de sobras la ciudad y sus defensas.
Mientras
Alfonso fue huésped de Almenón ocurrieron grandes hechos históricos en la España
cristiana. Sancho se había apoderado de Galicia y del señorío de Toro y sólo le
quedaba Zamora, que opuso encarnizada resistencia justificando el dicho popular
«No se tomó Zamora en una hora».
Alfonso
comenzaba a dar muestras de desaliento cuando llegó la noticia de la muerte de
don Sancho a manos de Bellido Dolfos. No tardó mucho tiempo en llegar un
mensajero de parte de doña Urraca, el cual notificó a don Alfonso que había
sido proclamado rey de los castellanos.
Al
enterarse de esta buena nueva los amigos de don Alfonso le aconsejaron
prudencia y discreción. Debía evitar que su anfitrión el rey moro Almenón se
enterara de lo ocurrido. Ahora era ya rey de Castilla y el moro podría
aprovechar la ocasión para retenerle como prisionero e imponerle condiciones.
El rey
Alfonso desoyó los consejos de sus amigos. Ante todo, él era un hombre
agradecido y el moro sólo beneficios le había dado. Por ello dijo a los suyos:
-No haré
caso de lo que decís, aunque sea por mi bien. Almenón ha sido para mí como un
padre y yo debo comportarme como hijo sin ocultarle nada. No soy un
desagradecido.
Una vez
dichas estas palabras, el rey se encaminó hacia el alcázar real y solicitó una
audiencia con Almenón.
El rey
moro, que ya estaba al tanto de los sucesos acaecidos y que sabía por tanto que
su huésped era rey de Castilla, le hizo pasar en seguida a su real presencia.
-El
asesinato de mi hermano Sancho me ha colocado en el trono de Castilla, rey
Almenón. Ésta es la nueva que deseaba supieras cuanto antes. Estoy aquí en
calidad de huésped tuyo y ahora que ya sabes lo sucedido pido tu venia para
marcharme a fin de ser coronado rey.
-Sabía todo
esto, amigo Alfonso, quizás antes que tú, y doy gracias a Alá por haberte
inspirado lo que acabas de hacer. Si hubieras intentado marchar sin decirme
nada no habrías conseguido otra cosa que ser muerto o encarcelado. Toda la
ciudad está rodeada de guardias enviados por mí. Pero no temas. Ahora me doy
cuenta de que eres bueno y agradecido y puedo confiar en ti lo mismo como
huésped que como rey. Has actuado noblemente y puedes marcharte. Ve a coronarte
rey de Castilla y en cualquier ocasión que me necesites, tanto en dinero como
en hombres, puedes contar conmigo incondicionalmente.
-Gracias,
rey Almenón. Tu generosidad no tiene igual en todos los reinos. Jamás olvidaré
todo lo que has hecho por mí.
-Sólo te
pido a cambio -dijo el moro- que respetes mis estados. Pero este juramento sólo
te lo pido mientras dure mi vida y la de mi hijo. Los cristianos sois más
fuertes cada día y tal vez en un futuro no muy lejano nuestras raza tenga que
abandonar este hermoso país. Mientras tanto, seremos amigos y aliados, si es
que quieres...
-No
solamente estoy dispuesto a jurar esto que has dicho, sino además yo también te
ofrezco ayuda siempre que te haga falta. Tus enemigos serán los míos.
Alfonso y
Almenón se abrazaron conmovidos.
El rey
árabe colmó a Alfonso de valiosos regalos y le acompañó con una nutrida escolta
hasta el monte Velatón, donde de nuevo se despidieron como dos grandes amigos.
Era el año
1073. Dos años después, Alfonso tuvo ocasión de demostrar a Almenón todo su
agradecimiento.
El rey
árabe de Sevilla, Mohamed AlMotamid, decidió invadir las tierras toledanas.
Cuando Alfonso VI se enteró del apuro de su amigo no vaciló ni un momento. Con
sus mejores tropas corrió en ayuda de Almenón. Cuando los toledanos vieron
llegar al ejército cristiano se asustaron porque ignoraban sus intenciones de
ayuda. Entonces el rey castellano envió un emisario a Almenón anunciándole que
venía a prestarle ayuda. Y tan decisiva fue la intervención del ejército de
Alfonso que el rey moro de Sevilla tuvo que huir con sus tropas abandonando el
campo de batalla.
La amistad
de aquellos dos grandes reyes tuvo mucha influencia en el curso de la historia
de España.
Ambos monarcas
firmaron pactos de alianza y lucharon juntos en múltiples combates contra el
rey de Sevilla, y en la conquista de Murcia. Con la ayuda de Alfonso, el rey
moro se apoderó de Córdoba y Sevilla con todas sus riquezas y obsequió a su
amigo con un rico presente en el que abundaban suntuosas joyas de arte árabe.
Pasó el
tiempo hasta que Almenón comprendió que sus días estaban contados, pero Alfonso
VI aún llegó a tiempo para recoger su último suspiro.
El buen rey
castellano puso su diestra sobre la cabeza del hijo de Almenón y respondiendo a
la muda pregunta del moribundo exclamó:
-Tranquilo
puedes irte, rey Almenón. El rey Alfonso, tu amigo, seguirá cumpliendo el
juramento. Seré para tu hijo lo que tú fuiste para mí. No olvidaré jamás tu
hospitalidad...
Leyenda de moros y cristianos
Fuente: Roberto de Ausona
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